Agustín: Un Gigante fuera de su Época
Agustín, supuestamente el primero de los padres de la iglesia en tener un sitio Web en Internet dedicado a su vida y obra, destaca por mucho sobre sus colegas.
Nació en el año 354 en el seno de una familia humilde del interior de lo que ahora es Argelia, que en ese entonces era una parte próspera del Imperio Romano. Sus padres se sacrificaron para brindar a su hijo las oportunidades educativas de su época. Finalmente ascendió al rango de obispo dentro de la Iglesia Católica Romana, pero su contribución a la teología de dicha iglesia aseguró que todas las futuras generaciones de católicos romanos recordaran su nombre. De hecho, la mayor parte del cristianismo ha sentido su influencia.
Hijo de una madre católica devota y de un padre pagano, Agustín fue educado en Madaura, cerca de su ciudad natal, antes de ser enviado a Cartago a la edad de 17 años para ampliar su educación en retórica. Allí se dejó tentar por la vida de la ciudad y, olvidándose de las instrucciones de su madre, sostuvo relaciones con una mujer que le dio un hijo cuando tenía 18 años.
Contrario a la costumbre, los estudios de Agustín fueron principalmente en latín y no en griego. Nos hace saber en sus Confesiones que Hortensius de Cicerón tuvo un efecto especialmente grande en él. También escribe que, como estudiante, se dejó llevar por la sed de sabiduría, el amor del nombre de Cristo y un rechazo simultáneo de las Escrituras Cristianas.
Su búsqueda de la sabiduría y la verdad lo llevó a la comunidad maniquea. El maniqueísmo era una religión que parecía tener las respuestas para la mayoría de las preguntas filosóficas del mundo pagano con respecto a la existencia del mal, preguntas que, desde el punto de vista de Agustín, la Iglesia Católica no podía responder.
Su interés por una carrera hizo regresar al joven de Cartago a su ciudad natal, Tagaste, en donde, para disgusto de su madre, convenció a un prominente ciudadano de convertirse en maniqueo. Un año más tarde regresó a Cartago, en donde creció como un orador elocuente y erudito consumado.
Pero él quería más en la vida de lo que África le podía ofrecer, así que a la edad de 30 años se mudó a Roma, el centro de su universo. Gracias a las influencias de amigos maniqueos se le asignó un cargo como profesor de retórica en la Corte Imperial en Milán.
Su madre, ahora viuda, le siguió a Milán con la esperanza de arreglar un matrimonio de sociedad que fuera adecuado para su posición de renombre. Agustín accedió y se comprometió con una joven que aún no estaba en edad para casarse. Su concubina por más de 10 años fue enviada de regreso a África, mientras que su hijo, Adeodato, se quedó con él en Milán.
La necesidad de tener contactos en Milán llevó a Agustín a conocer a Ambrosio, quien era uno de los obispos más conocidos de su tiempo y uno de los hombres con mayor influencia en la ciudad. La elocuencia de Ambrosio y su manejo de las Escrituras en los sermones despertaron el interés de Agustín. El obispo presentó su fe como una filosofía neoplatónica radicalmente de otro mundo. En las palabras del biógrafo Peter Brown: «Para Ambrosio, los seguidores de Platón eran los “aristócratas del pensamiento”». Fue la propia atracción de Agustín hacia el pensamiento neoplatónico la razón por la que, a través de Ambrosio, finalmente se reconcilió con el Cristianismo Romano.
Fue la propia atracción de Agustín hacia el pensamiento neoplatónico la razón por la que, finalmente se reconcilió con el Cristianismo Romano.
Las relaciones de Agustín con el maniqueísmo y los neoplatónicos moldearon la integridad de su futura obra, pero todavía luchaba con un conflicto interno: por un lado, su inminente matrimonio y las ambiciones que le acompañaban, y por el otro, su deseo de dedicarse a la búsqueda de la verdad y la sabiduría, una búsqueda que en la tradición de muchos grandes filósofos se conducía normalmente en un estado de celibato.
Por ese tiempo un amigo de África del Norte visitó a Agustín y le describió la vida monástica y la conquista de uno mismo a través de la meditación. A finales del verano del año 386 Agustín decidió buscar junto a su amigo y su madre una vida de monacato e informó a Ambrosio de su deseo de ser bautizado, hecho que se llevó a cabo antes de la siguiente Pascua.
Entre la expresión de su deseo por la vida monástica y su realidad, Agustín sufrió la muerte tanto de su madre como de su hijo. A la edad de 35 años regresó con algunos amigos a su ciudad natal en África para establecer un monasterio, que en realidad fue simplemente una extensión de su antiguo hogar, un lugar para la reflexión filosófica y el debate, más que un aislamiento de la sociedad.
Dos años más tarde visitó la ciudad costera africana de Hipona (Hippo Regius) en donde, de acuerdo con el especialista James O’Donnell, Agustín «se vio prácticamente reclutado al sacerdocio por la congregación local». Como sacerdote, Agustín se dedicó al estudio de las Escrituras de una manera diferente a la de antes y se preparó para lo que acontecería en los años venideros: las pugnas con los herejes y las enormes cantidades de escritos que realizaría. Durante este periodo escribió el primero de sus tratados en contra del maniqueísmo.
En el año 395 falleció el obispo de Hipona y se nombró a Agustín para que ocupara su lugar, cargo que conservó hasta el día de su muerte. Entonces se dedicó a luchar tres grandes batallas. La primera fue por la vida de su comunidad, en donde el paganismo aún amenazaba con hundir a la iglesia.
En la segunda continuó con el esfuerzo de cristianizar al mundo romano. Agustín estaba convencido de que si ese esfuerzo fructificaba, el cristianismo habría de proveer las respuestas que la sociedad educada buscaba. En especial, tendría la respuesta a la pregunta sobre el mal que lo había atraído antes hacia el maniqueísmo. De esta manera, La Ciudad de Dios de Agustín se convirtió en un libro apologético para el mundo cristiano contra el escenario de una sociedad pagana. El pecado original, la gracia y la predestinación se convirtieron en los puntos de consolidación en su intento por crear una teología que tratara las cuestiones del mal.
Y por último, Agustín luchó contra los cismáticos sobre aspectos de la fe de la iglesia. Mientras que se ocupó rápidamente de los donatistas, los pelagianos ocuparon mucho tiempo de su ministerio.
Agustín impulsó el monacato tanto para hombres como para mujeres, laicos y clérigos. Para finales del siglo V ya se conocían algunos 35 monasterios agustinos en África, aunque la Orden de San Agustín no fue oficial sino hasta casi 750 años después bajo el mandato del Papa Inocencio IV. Martín Lutero fue, tal vez, el miembro más conocido de esta orden monástica.
En el año 430 los vándalos invadieron Hipona y la vida de Agustín llegó a su fin, pero sus numerosas obras escritas, aspectos que son fundamentales tanto para la teología protestante como para la católica romana, aseguraron que su nombre siguiera vivo.