Corazón Violento
Woodrow Wilson, el 28º presidente de los Estados Unidos, fue tal vez el más idealista de los presidentes estadounidenses modernos. Aunque dirigió a su país contra Alemania hacia finales de la Primera Guerra Mundial, sólo lo hizo después de resistirse a la idea de que la guerra era la mejor opción. Posteriormente desarrolló sus famosos Catorce Puntos, con los que convenció al gobierno alemán de dejar las armas sin admitir la derrota.
En la Conferencia de Paz de París de 1919, Wilson trabajó para la creación de la Sociedad de Naciones para promover las relaciones internacionales pacíficas. Por su labor, ese mismo año le fue otorgado el Premio Nóbel de la Paz.
Wilson, un hombre bastante inteligente y devotamente religioso, se dedicó a la causa de la paz, pero no pudo alcanzar su objetivo. El Senado no sólo rechazó el ingreso de EE.UU. a la Sociedad de Naciones, sino que en los 20 años que siguieron al fin de la guerra el mundo entero estuvo nuevamente en las garras de una terrible violencia. «La guerra para poner fin a toda guerra» demostró ser una vana esperanza, y la Sociedad de Naciones, un instrumento fallido. Aunque una generación subsiguiente de líderes logró forjar al sucesor de la Sociedad, las Naciones Unidas, el objetivo de evitar la guerra sigue sin alcanzarse hasta el día de hoy. Tal parece que no importa cuán grandes sean los ideales planteados por los líderes, la humanidad nunca ha logrado superar lo que parece ser un deseo de muerte.
Es posible que no haya pensado en esto en términos tan crudos, pero ¿acaso alguien podrá negar el legado de violencia que definió el siglo pasado?
«Los medios para expresar crueldad y para cometer un asesinato masivo han sido plenamente desarrollados. Es demasiado tarde para detener la tecnología; ahora deberíamos mirar hacia la sicología».
Ése es el tema de Humanidad e Inhumanidad: Una Historia Moral del Siglo XX, de Jonathan Glover, profesor de ética en la Universidad de King en Londres. Su libro se enfoca en la violencia de los últimos 100 años, tratando en particular «la sicología que dio lugar a Hiroshima, el genocidio nazi, el Gulag, la Gran Revolución Cultural Proletaria de China, la Camboya de Pol Pot, Ruanda, Bosnia y muchas otras atrocidades» (consulte nuestra entrevista con el Dr. Glover, titulada.
Mientras esta lista atroz nos recuerda cuánto ha dominado la violencia masiva al mundo moderno, el propósito del libro evoca el deseo quizá paradójico de que los seres humanos debemos superar la violencia que llevamos dentro. El mensaje del libro, escribe Glover, «no es uno de simple pesimismo; necesitamos ver algunos monstruos en nuestro interior desde una perspectiva firme y clara, pero como parte del proyecto para enjaularlos y domarlos».
Sin embargo, aunque quizá conocemos el problema, la cura para la enfermedad está aún lejos de nosotros.
VIOLENCIA DE PRINCIPIO A FIN
Por supuesto, al hablar de la historia de la violencia hay mucho más que considerar que sólo el siglo pasado. De acuerdo con Glover, «es un mito que el barbarismo sea exclusivo del siglo XX: la historia completa de la humanidad incluye guerras, masacres y todo tipo de tortura y crueldad».
A la luz de esta declaración, es importante ver con cuánta frecuencia se habla de violencia en la Biblia (sea de manera literal o conceptual) en momentos de coyuntura crítica a lo largo de la historia de la tierra.
Los profetas Isaías y Ezequiel nos hablan de un ser angelical que se corrompió antes de la llegada de los seres humanos a la tierra. Isaías se refiere a este ser con el término hebreo heylel («el que brilla» o «estrella de la mañana», lamentablemente traducido al español como «Lucifer» o «Portador de la Luz» a partir del latín lux, lucis, «luz»). Ya no más un ser de luz, se convirtió en un representante de la oscuridad. A partir de entonces en la Biblia se le identifica como el Acusador o el Adversario (en hebreo, satan). Ezequiel muestra que la violencia se convirtió en una de las herramientas de su oficio. Como resultado de su corrupción, quedó dominado por la agresión: «A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector» (Ezequiel 28:16). Satanás fue consumido por una actitud violenta.
No es de sorprender que su ingreso al mundo humano condujera a más corrupción. El relato del Génesis acerca de su engaño a los padres de la humanidad es bien conocido. Por sus acciones, Adán y Eva cometieron violencia contra su creador y sufrieron el castigo del destierro del Edén, el jardín de Dios.
No pasó mucho tiempo antes de que ocurriera el primer asesinato registrado, el primer acto de violencia contra un familiar. Caín, hijo de Adán, mató a su hermano Abel y éste fue el inicio de una sucesión de actos violentos. Uno de los descendientes de Caín, Lamec, también fue un asesino, y el registro bíblico indica que mostró menos remordimiento por su pecado que Caín.
En el capítulo seis del Génesis podemos leer que la primera sociedad humana cayó muy bajo con respecto a la violencia: «Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón... Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra» (versículos 5-6, 11-12; énfasis añadido a lo largo del artículo).
Mucho tiempo después, en los relatos de los Evangelios del Nuevo Testamento, leemos sobre Jesús mirando hacia el futuro distante y advirtiendo de un momento final de violencia. Será un tiempo de tal catástrofe que no se repetirá jamás: «Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados» (Mateo 24:21–22).
Esta declaración profética de Jesús concuerda con otras del libro del Apocalipsis, que dice que, al final de los tiempos, Satanás y sus seguidores caídos una vez más harán lo necesario para provocar la violencia. Apocalipsis 16:14 habla de: «espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso». Menos mal que, como vemos en el pasaje anterior del Evangelio de Mateo, Dios no permitirá la aniquilación de la humanidad.
EL ESPÍRITU DE VIOLENCIA
Aunque la violencia ha manchado la historia de la humanidad desde sus inicios y, de acuerdo con las Escrituras, continuará estropeándola hasta el fin de esta era, Jesús proclamó un mundo muy diferente: un reino divino de paz que está por venir. Su mensaje nos asegura que la violencia no tiene que ser una elección individual en el mundo violento de la actualidad, pero que se necesita comprensión y esfuerzo para tomar un rumbo distinto.
Tristemente, no siempre nos damos cuenta del impacto que tiene en nosotros el mundo que habitamos. En una ocasión, mientras iba camino a Jerusalén y atravesaba una aldea de samaritanos, Jesús tuvo que explicarles a sus propios discípulos que su actitud estaba muy lejos de la Suya. Cuando los samaritanos lo desdeñaron, dos de Sus discípulos se ofrecieron a hacer descender fuego desde el cielo para consumirlos. «Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois» (Lucas 9:52–55).
Los discípulos sin duda pensaron que tenían mucha razón en lo que habían sugerido, así que la respuesta de Jesús debió haberlos impactado. No obstante, la solución que parecía correcta para los discípulos habría sido un acto violento que no mostraba ni misericordia ni comprensión.
¿Cuál era su espíritu? La Biblia muestra que existe un espíritu en hombres y mujeres que nos hace únicos y diferentes a los animales. El cerebro humano es cualitativamente diferente al cerebro animal.
Pero hay algo más en esta ecuación espiritual. La Biblia también revela que existen otras dos mentes espirituales con las que la mente humana puede interactuar, lo que nos provoca pensar de diferentes formas, para bien o para mal, para lo correcto y para lo incorrecto (1 Corintios 2:12). Un espíritu, dice el apóstol Pablo, es de este mundo; el otro proviene de Dios. Pablo también muestra que el mundo en general se encuentra bajo la influencia de un espíritu incorrecto, en el cual: «anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (Efesios 2:2). También menciona que este ser es el «dios de este siglo» (2 Corintios 4:4) que ciega a la gente.
Por lo que ya sabemos sobre el papel del Adversario en la historia de la humanidad, no debería sorprendernos el resultado cuando la mente humana interactúa con el espíritu incorrecto. Lamentablemente, una de las perversiones de la mente humana cuando se combina con el espíritu del mundo, el espíritu de desobediencia, es la violencia. Los discípulos que querían invocar destrucción sobre otros estaban actuando conforme a ese espíritu.
UNA LÍNEA A TRAVÉS DEL CORAZÓN
Siglos después, reconociendo la casi natural propensión humana hacia la violencia, el autor ruso Fiódor Dostoyevski escribió que «se habla a veces en efecto de la crueldad “bestial” del hombre, pero esto es terriblemente injusto y ofensivo para las bestias: la bestia nunca puede ser tan cruel como el hombre, tan artística, tan plásticamente cruel». Su comentario nos lleva a otro nivel en nuestra consideración sobre el comportamiento violento.
«Se habla a veces en efecto de la crueldad “bestial” del hombre, pero esto es terriblemente injusto y ofensivo para las bestias: la bestia nunca puede ser tan cruel como el hombre, tan artística, tan plásticamente cruel».
Por alguna razón, al mundo actual le preocupa la glorificación de la crueldad y la violencia. Las atracciones de taquilla se centran en una violencia inenarrable. Por ejemplo, no hace mucho tiempo, una gran multitud acudió a ver la tan esperada secuela de una película grotesca acerca de un asesino serial. La Segunda Parte revelaba una semblanza algunas veces compasiva de un sádico que comía las partes de sus víctimas mientras éstas aún seguían con vida. Los críticos de cine recomendaban a la gente no llevar a sus hijos a ver la película que contenía escenas profundamente perturbadoras, pero ¿alguna vez se preguntó por qué tanta gente se inclinaba a ver tal horror en primer lugar?
Tomando en cuenta que «el festival de crueldad está en pleno auge», Glover cuestiona: «¿Qué hay en los seres humanos que hace posibles tales actos?».
Respondiendo a su propia pregunta, afirma: «Tres factores parecen ser básicos: Existe un amor por la crueldad; además, la gente emocionalmente débil se reafirma a sí misma a través de la dominación y la crueldad; y los recursos morales que reprimen la crueldad pueden neutralizarse [...] En lo profundo de la sicología humana, hay deseos apremiantes de humillar, atormentar, herir y matar a las personas».
Glover señala que su afirmación hace eco a las palabras del difunto autor ruso Alexander Solzhenitsyn, quien escribió acerca de sus experiencias en el exilio siberiano en Archipiélago Gulag. Al reflexionar sobre la fina diferencia entre guardias y prisioneros, Solzhenitsyn comentó: «¡Si todo fuera tan sencillo! ¡Si se tratara simplemente de unos hombres siniestros en un lugar concreto que perpetran con perfidia sus malas acciones! ¡Si bastara con separarlos del resto y destruirlos! Pero la línea que separa el bien del mal atraviesa el corazón de cada persona [...] Después de todo, es solamente debido a las circunstancias que ellos fueron los verdugos y no nosotros».
«La línea que separa el bien del mal atraviesa el corazón de cada persona... Después de todo, es solamente debido a las circunstancias que ellos fueron los verdugos y no nosotros».
La revelación bíblica acerca de la naturaleza oculta del hombre provee la respuesta a la antigua pregunta de qué es lo que impulsa ocasionalmente a los seres humanos a una violencia vergonzosa y sin sentido. En un impactante comentario sobre la actitud que podemos llegar a adoptar, Isaías escribió: «Conciben maldades, y dan a luz iniquidad. Incuban huevos de áspides, y tejen telas de arañas; el que comiere de sus huevos, morirá… Obra de rapiña está en sus manos... Sus pies corren al mal… destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos. No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz» (Isaías 59:4–8).
¿AL SERVICIO DE DIOS?
Volviendo al Nuevo Testamento, encontramos que aun la gente aparentemente más religiosa puede tener un corazón violento. Después de todo, muchos de los que persiguieron y conflagraron la muerte inenarrablemente cruel de Jesucristo estaban devotamente comprometidos con su religión. Sin duda, la creencia religiosa no es señal de un espíritu correcto.
De hecho, Jesús dijo que llegaría la hora en que «cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mi» (Juan 16:2-3). Es decir, tales perseguidores están fuera de sincronía con la mente de Dios, pero sintonizados con otra mente.
Incluso el apóstol Pablo participó en la persecución y muerte de los seguidores de Jesús antes de su conversión. Hechos 8:3 nos dice que «asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel». ¿Por qué lo hacía? Por una convicción religiosa totalmente inapropiada.
A Pablo se le tuvo que revelar que su violencia no provenía de la mente de Dios. A pesar de su fervor religioso hacia Dios, estaba tan lejos de Dios como podía haberlo estado; se encontraba bajo la influencia del espíritu incorrecto.
Y AHORA PARA USTED Y PARA MÍ
Quizá en este punto muy acertadamente se esté diciendo: «Pero yo nunca he hecho algo parecido. Nunca he agredido ni asesinado a nadie». El hecho es que la violencia inicia en algún lugar lejano al acto de asesinar, y algunas veces es un largo camino hasta ese acto final.
La mayoría de las personas jamás ha considerado que la violencia no sólo se refiera a atacar físicamente a la gente. Cometemos violencia contra otros cuando permitimos que el estado acusatorio de la mente de Satanás se convierta en el nuestro. Recordemos que él es el ser espiritual que está centrado en hacer daño a los seres humanos de cualquier forma posible. Por lo tanto, algunas veces cometemos un acto de violencia simplemente por lo que decimos a otros, o por lo que les hacemos, sin tener que asesinar a nadie.
Pablo se describió a sí mismo como «agresor» antes de su conversión (1 Timoteo 1:12, versión Biblia de las Américas). Algunas otras traducciones dicen que era «injuriador», «insolente» o «que perseguía cruelmente». El resultado fue que se involucró en la persecución a muerte de los primeros cristianos. El punto es que los pensamientos y las actitudes preceden a la acción.
Jesús también tuvo algo que decir acerca del estado de ánimo que precede a la violencia física: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego» (Mateo 5:21–22).
Jesús se interesó en la actitud subyacente detrás del acto final de asesinar. Inicia con situaciones que se presentan en un territorio muy familiar para nosotros: insultos, «enojarse levemente» sin causa, llamar a alguien idiota, decir a alguien que es despreciable... Todo esto termina en crueldad, terror, tortura y asesinato.
Existen otras formas más sutiles en las que mostramos un corazón violento. Cometemos violencia contra otros cuando levantamos la espada del chismorreo. Podemos excusarnos e insistir que sólo transmitimos información que alguien más nos dio, pero las reglas de las Sagradas Escrituras son muy claras: «No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová» (Levítico 19:16). Dios dice que: «La muerte y la vida están en poder de la lengua» (Proverbios 18:21). Cometemos violencia contra una relación cuando divulgamos un chisme, aun cuando éste sea verdad, o cuando calumniamos a alguien. Curiosamente, como clave para el origen de la calumnia, el hebreo para «calumniador» también es satan.
Así, podemos definir la violencia en términos de calumnia, chisme, insolencia o ira, pero en lo que podría parecer una contradicción, también podemos ser violentos siendo pasivos. Podemos afectar lo que debería ser una buena relación si no respondemos de manera piadosa. Esto significa que la práctica de la resistencia pasiva está mucho más en duda.
EL NÚCLEO MORAL
Entonces, ¿cómo fue que llegamos a términos con la violencia que parece ser parte de nosotros de una manera tan natural? No hay duda de es básico comprender a qué nos estamos enfrentando en el mundo espiritual. También es clave que exista un fuerte sentido de identidad moral personal; no podemos subestimar el hecho de saber quiénes somos moralmente. Esto habla de una formación de carácter pronta y continua: saber lo que es correcto y llevar a la práctica la voluntad de hacerlo. Glover escribe: «El sentido de identidad moral es un aspecto relevante del carácter. Aquéllos que tienen un fuerte sentido de quiénes son y del tipo de persona que quieren ser tienen una defensa adicional contra el condicionamiento para la crueldad, la obediencia o la ideología».
Glover continúa diciendo: «En algunas ocasiones, las acciones de las personas parecen estar desconectadas de su sentido de identidad. Esto puede deberse a que quedan involucrados en grados imperceptibles, de tal forma que nunca se tiene la sensación de estar cruzando la frontera. Este ligero involucramiento puede ser una característica del entrenamiento de los torturadores y era lo que pretendían los nazis al lograr la colaboración en los países ocupados. Con la bomba atómica, la caída fue gradual, de hacerla sólo para disuadir a Hitler hasta fabricarla para darle un uso real contra Japón».
Debemos cuidarnos de no quedar gradualmente involucrados en la crueldad o la violencia. Una identidad moral personal bien formada debería evitarlo, pero algunas veces nos permitimos quedar involucrados. Es esencial que vigilemos nuestro estado de ánimo.
UN MUNDO VIOLENTO SE DETIENE
¿Cómo podemos volvernos personas no violentas en el sentido más completo? Hebreos 12:14 aconseja a los seguidores de Jesús: «Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor».
Parte de la lucha por la paz consiste en tratar a las personas como personas, no como mercancía que puede explotarse; dar a la gente espacio mental y espiritual, tal como el que queremos para nosotros mismos. Ciertamente, consiste en evitar coaccionar a la gente en la vida diaria. El escritor del Nuevo Testamento Santiago dice que «el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz» (Santiago 3:18). Hacer la paz es un proceso activo que requiere acción basada en principios justos. Vivir en justicia y mantener la ley de Dios con respecto a las relaciones humanas conduce a la paz y la reconciliación. Éstas son acciones que podemos emprender ahora mientras intentamos quedar bajo la dirección del Espíritu de Dios, el Espíritu que enlaza nuestra mente humana a la mente de Dios. Aquéllos que estén dispuestos a aceptar el reto de vivir ahora bajo la ley de Dios experimentan paz como un anticipo de lo que le espera a toda la humanidad.
Dios extenderá Su mano para salvar a la humanidad de su acto final de agresión. En ese momento llegará a su fin la violencia de este mundo en todas sus manifestaciones. Llegará el día en que, de acuerdo con el libro del Apocalipsis: «Y [será] lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero». Satanás será finalmente dominado, y su influencia, eliminada. Se añadirá un nuevo capítulo a la historia de violencia, lo que señalará su control efectivo. La nueva condición del mundo será la paz y la seguridad a través de la práctica de la ley del amor de Dios en todos los niveles.