El Evangelio a través de los Tiempos
Diga la palabra «evangelio» y muchas cosas le vendrán a la mente. Siguiendo un orden cronológico, podríamos incluir a los autores de los evangelios, los predicadores del evangelio, los evangelistas, la verdad de los evangelios, los cantantes de música gospel… y quizá también al grupo cristiano de música rock de la década de 1970 Godspell (en inglés, «buena historia»), con su alusión a la deuda del idioma inglés a sus raíces anglosajonas.
Para muchas personas de nuestra época, la proclamación del reino de Dios y su personaje central, Jesús de Nazaret, no ofrece nada más que una buena historia o material para películas y musicales, pero en el más amplio sentido bíblico, el evangelio, o «la buena nueva», es información acerca del gran propósito de Dios en la tierra, que de otra forma sería desconocido. En una de sus epístolas, el apóstol Pablo lo definió como algo que «[Dios] estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra» (Efesios 1:9–10, Nueva Versión Internacional).
«Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra».
Aquí Pablo realiza una descripción global del evangelio que incorpora la amplitud del plan de Dios para la humanidad y toda la creación. Sus palabras son sólo una forma de expresar el evangelio y su propósito. Menciona a Cristo, pero no específicamente su reino por venir, aunque está implícito.
Esta aparente omisión no es tan extraña como pudiera parecer en un principio. Si estudiamos la Biblia para entender cómo Dios ha transmitido la buena nueva de Su propósito a través de los tiempos, emerge un patrón de temas y variaciones. Su expresión no siempre es la misma, aunque tiene elementos en común. En este artículo encontraremos esas variaciones a través del tiempo.
EN EL PRINCIPIO
No cabe duda que, en la actualidad, la mayoría de las personas piensa en el evangelio en términos de las enseñanzas del Nuevo Testamento; sin embargo, como enseguida veremos, el mensaje del plan y propósito de Dios abarca toda la Biblia. En los primeros días del viaje de la humanidad se introdujo en términos de comer del «árbol de la vida», un acto que sería la clave para una relación justa con Él y que dotaría a la humanidad con la facultad de vivir no sólo temporal, sino eternamente. Comer del árbol de la vida podría entenderse como tener acceso y hacer uso del Espíritu Santo. En el relato del Génesis, cuando Adán y Eva son expulsados del Jardín, las consecuencias incluyen el hecho de ya no tener acceso al árbol de la vida y, con ello, a la vida eterna (consulte Génesis 3:22–23).
Aunque allí nada se menciona acerca del futuro papel de Cristo como salvador de la humanidad, que seguramente es parte del plan de Dios, en ese mismo libro encontramos algunas referencias indirectas a la salvación espiritual que viene a través de Cristo, a partir de las cuales se podría decir que, en cierto momento temprano, ciertas personas entendieron las implicaciones.
Por ejemplo, al hablar con Satanás en el Jardín del Edén, Dios le dijo: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Génesis 3:15). La herida del hijo de la mujer causada por Satanás se entiende como refiriéndose a la muerte de Cristo en su primera venida, mientras que la herida de Satanás es una referencia a la segunda venida de Cristo, cuando, de acuerdo con las Escrituras, Satanás ya no tendrá más acceso a la humanidad. Pablo escribió a la congregación en Roma que esto en verdad sucedería y que ellos tomarían parte en ese suceso: «El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies» (Romanos 16:20). El pueblo resucitado de Dios triunfará sobre Satanás cuando Cristo regrese. Éste es, ciertamente, otro aspecto de la buena nueva de Dios.
DESDE LOS PATRIARCAS HASTA LOS PROFETAS
Dios hizo una promesa específica a Abraham, el patriarca del pueblo que se volvió conocido como el pueblo de Israel: «Serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Génesis 12:3). ¿Cómo es que llegaría esta bendición a toda la humanidad? Una vez más, el apóstol Pablo ofrece información esencial al respecto: «Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones» (Gálatas 3:8). Él se refería a que, como descendiente de Abraham, Jesús cumpliría la promesa de Dios de reconciliar a toda la humanidad con Él. Ése es el límite de esta versión del mensaje del evangelio… y no hay nada hasta aquí acerca de un reino o de la reconciliación de toda la creación o de la muerte de un salvador, pero sí hay un sentido en el cual la buena nueva de la misión de Cristo para todo el mundo ya había sido proclamada a través de Abraham en su tiempo, aunque ese periodo rara vez es tomado en cuenta al definir las formas en que se ha llevado a cabo la transmisión del evangelio.
Además, cuando Abraham estuvo dispuesto a ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac, de una forma limitada mostró el papel del Padre en la muerte expiatoria de Jesús. En el Génesis, leemos que un ángel le dijo a Abraham: «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste [o “no escatimaste”] tu hijo, tu único» (22:12). Pablo dijo: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Romanos 8:32). Entonces Abraham en cierto modo representó lo que Dios el Padre sí haría hasta el final más adelante y, de esta forma, ejemplificó una porción de la buena nueva.
Durante el periodo anterior a la venida de Cristo, siempre que se repetía esta parte de la historia del patriarca Abraham se hacía referencia a la buena nueva de la reconciliación con Dios a través de la muerte expiatoria de Cristo, y existe evidencia de que el mismo Abraham hasta cierto grado entendió lo que haría Cristo. Jesús le dijo a los líderes religiosos: «Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó» (Juan 8:56).
¿Cuál es la esencia del mensaje del evangelio que hemos descubierto hasta ahora? Que Dios tiene un gran propósito para la humanidad, incluyendo la vida eterna; que un Salvador forma parte de él, y que será sacrificado.
Veamos otro ejemplo de una expresión de la buena nueva.
El libro de Hebreos hace una observación muy interesante acerca del mensaje del evangelio en la época de «todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés» (3:16). El autor escribió: «Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron» (Hebreos 4:1–2).
No es de sorprender que aquí algunas traducciones empleen la palabra evangelio para «buena nueva». La buena nueva en tiempos de los antiguos israelitas era que entrarían a la tierra prometida física, el lugar de reposo, un tipo de reino de Dios, como menciona después el mismo libro de Hebreos (consulte Hebreos 4:6–11).
Si revisamos después el mensaje dado por los profetas, quienes fueron enviados como siervos de Dios a los israelitas, encontramos que el futuro establecimiento del reino de Dios en la tierra era frecuentemente una idea central en sus escritos. Ellos predicaban el evangelio en ese sentido.
«El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz…».
Al parecer, algunos conocían más detalles que otros. Isaías, por ejemplo, predijo tanto la primera como la segunda venida de Cristo. Escribió: «Al fin llenará de gloria el camino del mar, de aquel lado del Jordán, en Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos» (Isaías 9:1–2). Se entiende que hace referencia a la primera venida de Jesús como un hombre de Galilea. Isaías continuó con la misma profecía, hablando del nacimiento del Mesías: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado» (versículo 6). Luego hay una interrupción en el tiempo y después Isaías da a conocer detalles que sólo pueden corresponder a la segunda venida de Cristo: «…y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre» (6–7).
El profeta Daniel proporcionó información que alude a la primera venida de Cristo y se extiende más allá (Daniel 9:24–27). También escribió sobre los preparativos para la segunda venida de Cristo: «Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido» (Daniel 7:13–14).
No cabe duda que a Daniel se le permitió entender bastante acerca del futuro, pero la medida en que él y otros entendieron todo lo que profetizaron queda enmarcada por declaraciones como ésta: «Y yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas? El respondió: Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán» (Daniel 12:8–10).
ENTENDIMIENTO PROGRESIVO
El registro del Nuevo Testamento muestra que con el tiempo se obtuvo un mayor entendimiento de la buena nueva del reino de Dios. Jesús les dijo a sus discípulos que eran privilegiados al poder captar lo que otros antes que ellos no habían podido. Les dijo: «Muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron» (Mateo 13:17).
Cuando el apóstol Pedro escribió de este mismo fenómeno, mencionó que los antiguos profetas sabían que sólo las generaciones postreras entenderían lo que habían escrito acerca del plan de Dios para la humanidad: «Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles» (1 Pedro 1:10–12).
Así que los detalles de la buena nueva del Plan de Dios se revelan progresivamente a través del tiempo. La buena nueva expresada a María, la madre de Jesús, antes de su nacimiento, fue bastante específica: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lucas 1:31–33).
Durante la primera venida de Jesús, el anuncio fue que Dios establecería su reino en la tierra, pero que el sacrificio de muerte de Jesús —una parte fundamental de la buena nueva de reconciliación— precedería a ese suceso. Una vez más, María fue la receptora de esa información a una etapa temprana: «He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2:34–35).
Durante su vida, Jesús compartiría el conocimiento acerca de su papel inmediato en el cumplimiento de la buena nueva del reino de Dios venidero. Al comienzo de su ministerio, acudió a la sinagoga de su ciudad natal de Nazaret y leyó lo siguiente del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor». Y luego agregó: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lucas 4:18–19, 21).
Isaías 61, de donde se tomó lo anterior, continúa con referencias a la segunda venida, pero Jesús se detuvo a la mitad. En esa ocasión no explicó todo lo relacionado con la buena nueva, sólo aquello que se relacionaba con su primera venida.
Durante su ministerio también explicó a aquéllos llamados a seguirle que el reino de Dios aún estaba por venir. Habló a sus discípulos de la naturaleza del reino, explicándoles parábolas y apareciéndose ante algunos de ellos en una visión de ese reino, en lo que se conoce como la transfiguración (consulte Mateo 16:28–17:9).
Con el tiempo los apóstoles hicieron suya la transmisión de la buena nueva, pero añadieron una nueva dimensión al mensaje: la de ser testigos presenciales de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Luego de su resurrección, Jesús les dijo: «Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8). Nadie podía hacer eso antes ni lo puede hacer desde entonces. Nosotros simplemente tenemos su testimonio escrito.
EL PAPEL ÚNICO DE PABLO
Como hemos visto, Pablo, quien fue un apóstol, pero no un testigo ocular, tuvo una extensa participación en la proclamación del mensaje del evangelio, la cual, en este caso, involucró «al resto de la humanidad» en el amplio mundo romano, más allá de Judea. Esto fue confirmado en un mensaje especial de los líderes de la Iglesia primitiva reunidos en Jerusalén, registrado en el capítulo 15 del libro de Hechos.
La forma en que Pablo presentaba ese mensaje variaba dependiendo de su audiencia. Hechos 17 contiene relatos de sus visitas a las sinagogas en Tesalónica y Berea. En Tesalónica: «Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo» (Hechos 17:2–3). En Berea siguió un enfoque similar.
Poco después, en la sinagoga de Atenas, pero también en la plaza del mercado, habló de Jesús y de la resurrección. Cuando los filósofos griegos lo desafiaron, encontró una manera de dirigirse a ellos que fue diferente a su enfoque en la sinagoga; tenía que ser distinta si quería que le escucharan. No acudió a las Escrituras para desarrollar su discurso y tampoco mencionó a Jesús por su nombre, pero como sucedió en Tesalónica y en Berea, hubo personas en Atenas a quienes Dios llamó a través de la proclamación de Pablo.
LA BUENA NUEVA PARA NUESTROS TIEMPOS
Al considerar la expresión del evangelio a través de los tiempos, es importante reflexionar en el hecho de que es multifacético. Existen varias formas de transmitirlo y éstas son otras formas en que se le describe en el Nuevo Testamento: es el evangelio de paz, el evangelio de Dios, el evangelio de Cristo, el evangelio de la gracia de Dios, el evangelio del reino, el evangelio de salvación.
«Porque él, el Mesías, ha de ser recibido en el cielo hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas, que Dios anunció en la antigüedad por medio de la palabra de sus santos profetas».
Hoy en día nos basamos en todas esas primeras variaciones respecto al tema y los enfoques del evangelio para su proclamación. En Visión, buscamos la guía de Dios para que nos ayude a entender las mejores formas de comunicarlo en un orden social cada vez más escéptico e individualista, y que se dirija a puertas abiertas al público en general. La buena nueva para la humanidad de hoy incluye soluciones para los dilemas que rápidamente rebasan nuestras habilidades como seres humanos para resolver problemas. Ese mensaje incluye, entre otras cosas, respuestas permanentes para los problemas económicos, políticos, académicos, religiosos, sociales, médicos, agrícolas y ambientales, y está basado en la creencia de que el reino que Dios prometió llegará a la tierra «para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio; y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo» (Hechos 3:20–21).