La Piedra Rechazada
La creciente popularidad de Jesús entre la gente a su llegada a Jerusalén, consolidó la determinación de las autoridades religiosas en matarlo.
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(PARTE 16)
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Cada año en la temporada de la Pascua, un gran número de personas subió de la comarca a Jerusalén.
A estas alturas, Jesús había atraído tanta atención con sus enseñanzas y milagros que las personas lo buscaban, especialmente en el área del templo. Los principales sacerdotes y los fariseos ya habían conspirado para matarlo y habían dado órdenes de que cualquiera que lo viera lo denunciara para que pudiera ser arrestado. Cuando Jesús no fue encontrado en el templo, la gente comenzó a especular que él no vendría a la fiesta de ese año.
De hecho, Jesús llegó a Betania, a las afueras de Jerusalén, seis días antes de la Pascua. Fue allí donde levantó a su amigo Lázaro de entre los muertos. En esta ocasión una gran multitud vino a ver no solo a Jesús, sino también al hombre resucitado.
El foco de atención en Lázaro hizo que los principales sacerdotes hicieran planes para matarlo también, como dice el Evangelio de juan, «porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús» (Juan 12:11).
Al día siguiente, Jesús envió a dos de sus discípulos a buscar una asna y su pollino, y que se los trajeran. Luego cabalgó hacia Jerusalén en el pollino. La multitud tomó hojas de palmera y lo encontraron, clamando, «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!» (versículo 13). Todo esto fue el cumplimiento de una antigua profecía registrada en Isaías y también en Zacarías: «Decid a la hija de Sión: tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de animal de carga» (Mateo 21:4–5; véase también Isaías 62:11 y Zacarías 9:9).
Ahora corría la voz de que Jesús, el hombre que había resucitado a Lázaro de entre los muertos, estaba entrando en Jerusalén en cumplimiento de una profecía mesiánica. Los fariseos estaban frustrados. «Ya veis que no conseguís nada», dijeron, « ¡Mirad, el mundo se va tras él!» (Juan 12:19). Le dijeron a Jesús que reprendiera a sus discípulos por llamarle el Mesías. Sencillamente Jesús dijo, «Os digo que si estos callaran las piedras clamarían» (Lucas 19:40).
Al acercarse a Jerusalén desde el Monte de los Olivos, Jesús vio la ciudad delante de él y comenzó a llorar, sabiendo la destrucción que sufrirían por los romanos en unos pocos años.
Dijo: «¡Si también tú conocieras, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos. Vendrán días sobre ti cuando tus enemigos te rodearán con cerca, te sitiarán y por todas partes te estrecharán; te derribarán a tierra y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación» (versículos 42–44).
Para cuando Jesús había entrado en Jerusalén y fue al templo, toda la ciudad estaba entusiasmada. Los ciegos y los cojos vinieron para ser sanados. Los muchachos clamando decían: «Hosana al Hijo de David» (Mateo 21:14–15).
Los principales sacerdotes y escribas se encontraban indignados. «¿Oyes lo que estos dicen?» Protestaban.
«Sí», contestó Jesús. Después les preguntó citando el Salmo8: «¿De la boca de los niños y de los que aún maman, fundaste la alabanza?» (Mateo 21: 16).
Se acorta el tiempo
Seguido de su dramática entrada a la ciudad, Jesús regresó a Betania. Al día siguiente por el camino de regreso a Jerusalén tuvo hambre, y al ver una higuera verde, fue a ver si tenía algún fruto en esta. Jesús sabía que la temporada de la Pascua no era el tiempo para los higos, pero usó las circunstancias para dar una lección.
En las Escrituras hebreas, en ocasiones, las higueras son utilizadas para representar a Israel. Los propios seguidores de Jesús habían producido poco fruto espiritual. En esta ocasión maldijo al arbusto (versículo 19), diciendo: «¡Nunca jamás nazca de ti fruto!»—un simbolismo de la futura destrucción de Jerusalén.
Cuando llegó al templo, Jesús expulsó por segunda vez a los mercaderes que estaban comprando y vendiendo. Volcó las mesas de los cambistas y las bancas de los que vendían palomas sacrificiales. Le impidió el paso por los atrios del templo a cualquiera que llevara mercancía. En lugar de que el templo fuera una casa de oración para todas las naciones, se había convertido en una cueva de ladrones: un lugar de reunión para mercaderes que, en aras del beneficio económico personal, se aprovechaban injustamente de los que llegaban para adorar y ofrecer sacrificios.
Los principales sacerdotes y escribas, así como los líderes del pueblo se volvieron cada vez más detestables, aun así no pudieron encontrar una manera de matarlo.
Durante varios días Jesús continuó enseñando en el templo. Los principales sacerdotes y escribas, así como los líderes del pueblo se volvieron cada vez más detestables, aun así no pudieron encontrar una manera de matarlo.
Algunos de los devotos de habla griega que habían venido de fuera a Judea para la Pascua le preguntaron al discípulo Felipe si podían ver a Jesús. Su solicitud pareció recordarle a Jesús sus palabras anteriores a los judíos, cuando les dijo que él estaría con ellos por poco tiempo. (Juan 7:33–34). Sencillamente dijo: «Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado» (Juan 12:23).
Jesús reconoció que estaba profundamente preocupado por su inminente muerte, pero sabía que no podía pedirle a su Padre que lo salvara en ese momento, porque como dijo: «Pero para esto he llegado a esta hora» (versículo 27).
De repente, la multitud escuchó un fuerte ruido. Algunos dijeron que era trueno, mientras que otros dijeron que un ángel le había hablado. Jesús dijo: «No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros» (versículo 30). Entonces les mostró la clase de muerte que le habría de suceder. Habló de ser «levantado».
La multitud pregunto, «Nosotros hemos oído que, según la Ley, el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre?»
Jesús les contesto que deberían ponerle atención entretanto que lo tenían con ellos. Les dijo: «Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz» (versículo 36). Después se fue y se ocultó de ellos, no siendo encontrado por un tiempo.
cegados por la luz
Hubo muchos que habían visto las señales milagrosas de Jesús y que aún no creían en él. Como dice Juan, ellos cumplieron la profecía en Isaías: «Cegó los ojos de ellos y endureció su corazón, para que no vean con los ojos, ni entiendan con el corazón, ni se conviertan, y yo los sane» (versículo 40, basado en Isaías 6:10). Isaías había entendido lo que Jesús habría de hacer, así como su entendimiento sobre él.
Sin embargo, la profecía de la ceguera espiritual no aplicó a todo mundo. Algunos de los fariseos y líderes creían en Jesús, pero tenían demasiado miedo de ser expulsados de la sinagoga para admitirlo.
«Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas».
Estos fueron los tipos de acciones que causaron que Jesús clamara, «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas».
«Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue: la palabra que he hablado, ella lo juzgará en el día final. Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre, que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» (versículos 44–50).
Al día siguiente, al pasar junto a la higuera que Jesús había maldecido anteriormente, Pedro dijo: «¡Rabí, mira, la higuera que mal dijiste se ha secado!» (Marcos 11:21).
Respondiendo Jesús dijo: «De cierto os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte le decís: ‘¡Quítate y arrójate al mar!’ será hecho. Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:21–22).
Lideres deshonestos
La confrontación entre Jesús y los principales sacerdotes, los maestros y los ancianos estaba llegando a una conclusión. Mientras enseñaba a la gente en los patios del templo, los líderes se acercaron a él y le preguntaron, «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio autoridad para hacer estas cosas?» (Marcos11:28). Se estaban refiriendo, sin duda, a su purificación del templo y a los continuos milagros que realizaba.
Jesús respondiendo dijo: «Os haré yo también una pregunta. Respondedme y os diré con qué autoridad hago estas cosas». Les preguntó sobre Juan el Bautista, diciendo, «El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? «¡Respondedme!»
Ellos discutían entre sí y llegaron a la conclusión de que no podían decir si era por parte de Dios o del hombre. Si decían que del cielo, sabían entonces que Cristo les preguntaría: ¿Por qué pues no le creíste a Juan? Si decían que de parte del hombre, la gente entonces los apedrearía, la gente tenía a Juan como un profeta. Entonces tuvieron que evitar dar una respuesta veraz y dijeron, «No sabemos». Jesús respondió, «Tampoco yo les digo con qué autoridad hago estas cosas» (versículos 29–33).
Luego procedió a dar tres parábolas para demostrar el fracaso de los líderes al reconocer dónde estaba obrando Dios.
Primero, contó una historia sobre un hombre que tenía dos hijos. Le pidió al primero que fuera a trabajar a su viña. «No quiero», contestó, sin embargo, más tarde cambio de parecer y fue. El padre yendo al otro hijo le hizo la misma solicitud. Le contestó, «Sí señor, voy», pero no fue. «¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?» preguntó Jesús. «El primero», dijeron estos. Al hacer esto se condenaron a sí mismos, pues eran como el segundo hijo: decían que creían en Dios, pero no hacían lo que Dios pedía de ellos (Mateo 21:28–31a).
Nuevamente, Jesús haciendo referencia a Juan el Bautista, dijo: «De cierto os digo que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios, porque vino a vosotros Juan en camino de justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las rameras le creyeron. Pero vosotros, aunque visteis esto, no os arrepentisteis después para creerle» (versículos 31b–32).
Después, Jesús dijo una parábola sobre un terrateniente que plantó una viña y la arrendó a unos labradores mientras salió de viaje. En el tiempo de la cosecha el terrateniente mandó a sus siervos para recibir algunos frutos del viñedo. Los labradores golpearon a uno de los siervos, mataron a otro y apedrearon al tercero. El terrateniente mandó otros siervos, más que la primera vez, pero los labradores nuevamente golpearon a unos y mataron a otros. Quedando una sola persona para mandar, el terrateniente se dijo a sí mismo, «Tendrán respeto a mi hijo», y lo mandó.
Sin embargo, cuando lo vieron los labradores, hablaron sobre el asunto y dijeron: «Este es el heredero, venid, matémoslo y apoderémonos de su heredad» (Marcos 12:1–7). Y tomándolo lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Jesús les preguntó: «Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?» A los malos destruirá y arrendara su viña a otros labradores» (versículo 9, parafraseado).
La gente quedó impresionada con la historia y dijeron: «¡Dios nos libre!» (Lucas 20:16b).
Mirándoles Jesús, les dijo: ¿Qué pues es lo que está escrito: ‘La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo’?» (versículo 17). Concluyó diciéndole a los líderes que el reino de Dios les será quitado y dado a gente que producirá frutos.
Hablando de sí mismo, dijo: «El que caiga sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella caiga será desmenuzado» (Mateo 21:44).
Ahora los principales sacerdotes y maestros de la ley, sabiendo que Jesús había hablado las dos parábolas contra ellos, trataron de encontrar una manera inmediata de arrestarlo. Excepto que decidieron no hacerlo, porque tenían miedo de la gente.
Jesús ahora habló una tercera parábola sobre el reino de los cielos: Un rey preparó banquete de bodas para su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero estos no quisieron asistir. Así que envió más sirvientes con la noticia de que la comida estaba lista. Aun así, los invitados no prestaron atención. Algunos simplemente se ocuparon de sus asuntos, mientras que otros atacaron a los sirvientes del rey y los mataron.
Naturalmente, el rey estaba furioso, por lo que envió a su ejército a destruir a sus enemigos y quemar su ciudad. Les dijo a sus sirvientes: «El banquete de bodas está listo, pero los que invité no se merecían venir. Ve a las esquinas de las calles e invita al banquete a cualquiera que encuentres». Los sirvientes fueron y trajeron a todos los que pudieron encontrar, tanto buenos como malos, y llenaron el salón de banquetes. (Mateo 22:1–10).
« Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes, pues muchos son llamados, pero pocos escogidos».
Cuando entró el rey para ver a los invitados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de bodas, y le dijo: «Amigo, ¿cómo entraste aquí sin estar vestido de bodas?» Pero él guardó silencio. Entonces el rey dijo a los que servían: «Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes, pues muchos son llamados, pero pocos escogidos» (versículos 11–14).
Claramente, Jesús estaba enfatizando doblemente el rechazo del liderazgo religioso de su tiempo porque lo habían rechazado.
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