David, Rey de Israel
Al ocupar David el trono de Judá y luego de todo Israel, su carácter multifacético se torna cada vez más evidente. Tanto su extraordinaria fortaleza como sus notables defectos hacen de él uno de los monarcas más famosos de la historia.
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(PARTE 17)
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El Segundo libro de Samuel narra la historia de la monarquía de David tras la muerte de Saúl —su némesis—, el monarca reprobado, rechazado por Dios y frecuentemente perturbado por un espíritu malo.
El libro se inicia con un segundo relato sobre la muerte de Saúl y su hijo Jonatán. Este difiere del anterior (según el cual Saúl se mata al echarse sobre su espada [1 Samuel 31:4]) en que un amalecita llega del campo de batalla e informa a David que, a pedido del propio Saúl, él lo había matado (2 Samuel 1:2–10a). La respuesta de David fue ordenar la ejecución inmediata del joven por haber dado muerte «al ungido de Jehová». Es de suponer que el rey aún no se había enterado de las verdaderas circunstancias en torno a la muerte de Saúl y que el amalecita fugitivo estaba mintiendo a fin de asegurarse una recompensa por traerle a David la insignia real de Saúl: su corona y su brazalete (versículo 10b).
Sin embargo, David y sus hombres no se complacieron en las muertes de Saúl y Jonatán; expresaron su pesar en una endecha que comienza diciendo: «¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes!» (véanse los versículos 19–27). Aunque por años Saúl había tratado muy mal a David, el joven rey no mostró odio por él ni satisfacción por su muerte.
Rey de Judá
A esta altura del relato, David pidió la dirección de Dios con respecto a si debía volver a alguna de las ciudades de Judá. Se le dijo que Hebrón debía ser su destino. Con sus dos esposas y los hombres que lo habían acompañado durante los años de su huida de Saúl, se dirigió hacia allá y fue ungido rey sobre la casa de Judá (2:1–4a, 7). Este reinado sobre Judá duraría solo siete años y medio.
Al norte, en Jabes de Galaad (en la región de Cisjordania), algunos de los líderes de esa ciudad que habían respaldado a Saúl, tras su muerte procuraron darle una honrosa sepultura. Habiendo quitado del muro de Bet-sán (donde los filisteos los habían colgado) el cuerpo de Saúl juntamente con los de sus hijos, después de quemar los cuerpos enterraron sus huesos. (1 Samuel 31:11–13). David les envió entonces un mensaje reconociendo su bondad y lealtad para con Saúl y anunciándoles de su ungimiento como rey sobre Judá.
Es posible que al tomar esta medida David estuviera intentando unificar todas las tribus de Israel bajo su control. De ser así, no resultó enseguida porque Abner, general del ejército de Saúl, trajo a Is-boset, hijo de Saúl, a Mahanaim (probablemente la capital de Galaad) y lo hizo rey sobre todo Israel excepto Judá. Is-boset parece haber estado bajo el control de Abner y reinó por solo dos años, tal vez tras consolidar su gobierno gradualmente (2 Samuel 2:8–9).
Por entonces, Joab, hijo de Sarvia, hermana de David, tuvo un encuentro violento con Abner y sus hombres. La muerte de Asael, hermano de Joab, a manos de Abner causó un gran derramamiento de sangre. Aunque Joab, general de los hombres de David, perdió solo 19 hombres (además de Asael), Abner perdió 360. Este fue el comienzo de una época difícil para los descendientes de Saúl: «Hubo larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David; pero David se iba fortaleciendo, y la casa de Saúl se iba debilitando» (2 Samuel 3:1).
Sabemos que durante sus años en Hebrón, David tuvo seis hijos de seis madres distintas. Uno de ellos fue Absalón, quien más tarde le causaría gran aflicción.
Como anteriormente lo hemos notado, la biografía de David se desarrolla a lo largo de un prolongado período durante el cual su carácter también se desarrolla. Aunque al final de su vida se lo describe como «un hombre de guerra», fue también capaz de cambios genuinos cuando se le mostraron ciertas faltas. Y aunque tuvo varias esposas y concubinas, Dios también se refirió a él como «varón conforme a su corazón». El carácter de David fue multifacético y la respuesta de Dios a sus debilidades pudiera a veces parecer irregular; pero esto puede tener una explicación.
«La diversidad del harén de David sugiere que deliberadamente estaba usando sus matrimonios por razones políticas, además de familiares; de hecho, con ellos estaba consolidando hábilmente su base de poder».
Un reino reunido
A esta altura del relato, Abner encontró razones para enojarse con Is-boset, porque el joven había acusado a su general de tomar la concubina de Saúl, su padre. Ofendido, Abner se acercó a David y le prometió respaldarlo, afirmando ser capaz de reunir a todo Israel bajo el control de David. El rey invitó a Abner a reunirse con él, pidiéndole a la vez que le devolviera a Mical, su esposa, hija de Saúl, a quien su padre había entregado a otro hombre. ¿Fue este un intento, por parte de David, de dividir la familia de Saúl y atraer a su lado a todo Israel?
Abner pudo lograr el regreso y ganar el respaldo de Israel para David; pero cuando Joab llegó a Hebrón y se enteró de la visita de Abner y de que se le había permitido partir, hizo que sus hombres lo siguieran. Joab entonces mató a Abner en venganza por la muerte de su hermano Asael. Esto amenazó con destruir el respaldo de Israel que David había ganado a través de Abner. Al final, su empática decisión de seguir el féretro de Abner y endecharle junto al sepulcro lo libró de apuros. Con todo, David quedó profundamente afectado por las acciones de sus sobrinos Joab y Abisai. «Yo soy débil hoy, aunque ungido rey; y estos hombres, los hijos de Sarvia, son muy duros para mí; Jehová dé el pago al que mal hace, conforme a su maldad» (versículo 39). El pueblo entendió que no había sido la intención del rey el matar a Abner.
Cuando Is-boset oyó de la muerte de Abner se atemorizó mucho, como también los israelitas que estaban con él. Pero dos de sus siervos aprovecharon la ocasión para asesinarlo y decapitarlo, tras lo cual trajeron su cabeza a David. Demostrando aún más su compasión para con la casa de Saúl, el rey ordenó la ejecución de los asesinos.
Al llegar a los 30 años de edad, David se convirtió en rey de todo Israel: «Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel al rey en Hebrón, y el rey David hizo pacto con ellos en Hebrón delante de Jehová; y ungieron a David por rey sobre Israel» (5:3). Él reinaría sobre Israel y Judá desde Jerusalén por los próximos 33 años, abarcando su reinado 40 años en total.
El establecimiento de Jerusalén como su capital fue un acontecimiento de gran importancia en los años iniciales de su reinado. David tomó la ciudad de los jebuseos, la fortificó y construyó un palacio con ayuda de Hiram, rey de Tiro. En Jerusalén tomaría más esposas y concubinas y tendría once hijos más, entre ellos, Salomón, su sucesor.
Obras reales
En vísperas de su nombramiento como rey sobre todo Israel, dos veces los filisteos vinieron contra él, pero fueron derrotados, dejando atrás sus ídolos y retirándose a sus ciudades. Ahora, en lo que pudiera considerarse como una manera de contrarrestar la idolatría filistea, David decidió traer el arca del pacto a su capital desde Chiriath-jearim, donde había permanecido guardada en la casa de Abinadab desde la época del profeta Samuel (6:2). Saúl, según parece, no había prestado mayor atención a esto, pero David la restituyó a un lugar de prominencia entre la gente.
Durante el viaje, uno de los hijos o nietos de Abinadab, llamado Uza, extendió su mano para sostener el arca porque los bueyes que la transportaban tropezaron. Este movimiento impulsivo, descrito como «temeridad», causó su muerte, tal vez porque solo a determinados levitas se les permitía transportar el arca, lo cual debían hacer utilizando varas, no un carro, para evitar tener que tocarla (Éxodo 25:14–15; Números 4:15; Deuteronomio 10:8). La muerte de Uza constituyó una severa advertencia de los peligros de desobedecer las claras instrucciones de Dios y de la santidad del arca y su contenido.
La muerte de Uza hizo que David temiera a Dios y decidiera suspender el viaje del arca. La colocó en una casa cercana perteneciente al levita Obed-edom (2 Samuel 6:9–11; véase también 1 Crónicas 15:18, 24–25). Al ver las bendiciones sobre la casa del levita en los tres meses siguientes, David hizo que la gente adecuada transportara el arca a Jerusalén con gran júbilo (2 Samuel 6:12; 1 Crónicas 15:11–15), colocándola finalmente en su propio recinto. Durante la alegre danza que tuvo lugar, David accidentalmente reveló más de lo debido, lo cual provocó el disgusto de su esposa Mical (2 Samuel 6:14, 16, 20). Como resultado de su actitud crítica, Mical quedó estéril de por vida (versículo 23), indicándose así el fin de la casa de Saúl y confirmando una vez más la casa de David.
Ya en paz en su reino unificado, se le ocurrió al rey que debería construir una casa para Dios: un templo. Compartió esta idea con el profeta Natán, quien le dijo que con respecto a este proyecto hiciera cuanto tuviera en su corazón. Con todo, en una visita a Natán, Dios le dejó un mensaje: él confirmaría su pacto con David, establecería su dinastía y haría que su hijo construyera el templo (capítulo 7).
En apenas unos años sometió a varios reyes y a las naciones vecinas; David conquistó Filistea, Moab, Soba, Siria, Amón y Edom (capítulo 8:1-14). Esto extendió su territorio por todas partes. David fue un líder exitoso con una administración bien ordenada en la que participaban varios de sus familiares: su sobrino Joab dirigía el ejército y sus hijos eran los «príncipes» (8:16–18).
Durante esta época, David procuró enterarse de si habría aún alguien de la familia de Saúl a quien él pudiera favorecer. Así, pronto encontró una manera de honrar el pedido que Jonatán, hijo de Saúl, le hiciera: «no apartarás tu misericordia de mi casa para siempre cuando Jehová haya cortado uno por uno los enemigos de David de la tierra» (1 Samuel 20:15). De Jonatán quedaba aún un hijo, Mefi-boset, que era lisiado. David hizo, pues, arreglos para que se le dieran tierras y obreros y tuviera siempre un lugar a la mesa del rey (2 Samuel 9:6–13).
Compensar a quienes antes lo habían ayudado fue un rasgo propio del carácter de David. Lo mismo hizo por el hijo del rey Amón: «Yo haré misericordia con Hanún hijo de Nahas, como su padre la hizo conmigo » (10:2). Pero esto no siempre resultó. En vez de aceptar las condolencias de David al fallecer Nahas, Hanún creyó a sus desconfiados cortesanos, quienes insistían en que los hombres de David habían venido para espiar sus tierras. Tras humillar a los hombres de David y atacar a Israel, pronto hallaron que ni su alianza con Siria los ayudaría. David los derrotó por completo y en el proceso también les enseñó a los sirios una importante lección: no aliarse con Amón (versículos 3–19).
David y Betsabé
Sigue ahora uno de los acontecimientos más oscuros de la vida de David: su adulterio con Betsabé y el asesinato de su esposo. El relato se narra en cuatro partes: el idilio de David (11:2–5), su intento de ocultar el problema (versículos 6–13), el asesinato de Urías (versículos 14–25), y el triste resultado (versículos 26–27a; 12:15b, 18a).
«El narrador suprime lo concerniente a asuntos reales para ver al hombre, para verlo como un hombre ambiguo, contradictorio, enredado, impulsivo e inepto, con múltiples posibilidades emocionales».
Mientras sus hombres estaban en guerra con los amonitas, David —solo y sin poder dormir—fue al terrado de su casa. Desde esta posición estratégica vio a una mujer que se estaba bañando en su casa. Atraído por su belleza, preguntó quién era. Tras descubrir que se trataba de Betsabé, la esposa de Urías heteo, uno de sus principales soldados, (versículos 3; 23:8a, 39), envió mensajeros para que se la trajeran.
El resultado de la consiguiente infidelidad fue que Betsabé quedó embarazada. Dado que ella no había estado con su esposo por bastante tiempo y acababa de cumplir su ciclo menstrual (11:4), David sabía que solo él podía ser el padre, de modo que procuró ocultarlo. Primero trató de persuadir a Urías —a quien retiró de la campaña militar— a que pasara la noche con su esposa. Urías, soldado de principios como era, no haría semejante cosa mientras la campaña siguiera su curso. David intentó entonces persuadirlo de nuevo, esta vez embriagándolo, pero aun así Urías no iría a pasar la noche en su casa.
Ahora, David agravó su error enviando un mensaje a Joab a través del propio Urías, para que lo mandaran al frente en lo más recio de la batalla, donde seguramente lo matarían. En efecto, Urías estaba portando su propia sentencia de muerte. Urías murió juntamente con otros y Joab envió la confirmación de ello a David. La insensibilidad del rey se hizo patente en sus instrucciones al mensajero del comandante: «Así dirás a Joab: “No tengas pesar por esto, porque la espada consume, ora a uno, ora a otro; refuerza tu ataque contra la ciudad, hasta que la rindas. Y tú aliéntale”» (11:25). Betsabé hizo duelo por su marido y luego se convirtió en esposa de David.
Lo que David había hecho fue malo ante los ojos de Dios, y Dios se aseguró de que David enfrentara las consecuencias. Enviando al profeta Natán con un relato ficticio acerca de un hecho considerado social y moralmente incorrecto, Dios arrinconó a David. Natán le contó la historia de un hombre rico, dueño de un rebaño, que —para convidar a un visitante suyo— se aprovechó de un hombre pobre quitándole la única cordera que este tenía. Esto enfureció enormemente a David, por lo cual dijo: «Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia» (12:5–6). Ante semejante arrebato, Natán declaró: «Tú eres aquel hombre» y procedió a entregar el mensaje condenatorio de Dios. A David se le había dado todo, incluso la monarquía, las posesiones de Saúl, Judá e Israel. Podría haber tenido más si lo hubiera pedido, pero su menosprecio de la manera de actuar conforme a Dios, el asesinato de Urías y el robo de su esposa traerían continuos conflictos sobre la cabeza de David, tanto desde dentro como desde fuera de su propia casa. David había pecado en secreto, pero Dios lo castigaría en público (versículos 7–12). La cuádruple retribución o restauración mencionada por David vendría sobre su propia casa con las muertes de tres de sus hijos —el primer hijo de Betsabé, Amón y Absalón— y el violento destino de Tamar.
«La confesión de David llegó con inmediatez, sin negación y sin excusas; el perdón del Señor fue igualmente directo e irrestricto».
La respuesta de David fue reconocer su pecado. La respuesta de Dios fue que estaba perdonado y no moriría, aunque sufriría otras consecuencias inmediatas: el hijo recién nacido de Betsabé ahora moriría. David suplicó a Dios por la recuperación del niño, ayunando por siete días; pero cuando el niño falleció, aunque sus siervos temían decírselo por si llegaba a reaccionar mal, David simplemente se lavó y se vistió, «entró a la casa de Jehová y adoró» (12:20), y luego comió.
David consoló a su esposa y, más adelante, Betsabé dio a luz otro hijo, Salomón, a quien Dios mismo amó (versículo 24). Dios le hizo saber de su afecto por medio de Natán; de ahí que también se conociera al niño como Jedidías (que en hebreo significa «amado de Jehová»).
Fue por entonces que la batalla de Joab contra la gente de Amón llegó a su fin. David vino a su ciudad capital, Rabá (actualmente Amán, Jordania), la capturó y sometió, y tomó para sí la corona del rey amonita (versículos 26–30).
Desamor filial
La promesa de Dios de que David sufriría continuas peleas dentro de su familia comenzó a revelarse a través de la relación de sus hijos Absalón, Amnón y Tamar. (véase el capítulo 13). Es posible que el incidente que sigue —la violación de Tamar— fuera un intento deliberado de parte de Amnón, como hijo mayor y por lo tanto sucesor de David, de establecer su supremacía sobre el más popular Absalón.
A medida que transcurre el relato, nos enteramos de un Amnón enfermo de amor (frustrado más bien), ansioso de tener relaciones íntimas con Tamar, hermana de Absalón y por ello su propia media herman. En confabulación con su primo Jonadab, Amnón le tendió una trampa a través de la cual podría forzar a Tamar a tener relaciones con él. Ella le suplicó que desistiera, sugiriéndole (quizá para ganar tiempo) que el rey no le negaría dársela en matrimonio (versículo 13b). Pero Amnón, desatendiendo la súplica de ella, satisfizo su propio deseo, violándola. Tras cometer su delito, Amnón la despreció y la hizo echar de su casa para que sufriera su deshonra. Absalón se enteró del incidente por medio de Tamar, pero decidió no abordar el asunto con Amnón, prefiriendo esperar hasta que se presentara una oportunidad de vengar a su hermana. Aunque David también se enteró del asunto y se disgustó mucho, parece que no hizo nada al respecto (versículo 21).
«En ninguna otra parte la astringente economía de la Biblia, su habilidad para definir personajes y crear diálogos reveladores en tan solo unas pocas pinceladas literarias se evidencia más brillantemente [que en la historia de David]».
Dos años después, durante la esquila de las ovejas, Absalón organizó una fiesta para sus hermanos y, siendo que el rey no asistiría, pidió permiso para que Amnón fuera. Una vez allí, Absalón y sus siervos asesinaron a Amnón. Ante esto, los demás hermanos huyeron y a oídos de David llegó el rumor de que Absalón había matado a todos sus hijos. Estando David sumamente afligido, Jonadab, cuya moral era dudosa, le aseguró que solo Amnón había muerto. ¿Se había convertido Jonadab también en consejero de Absalón? De inmediato, Absalón escapó a la región del Golán meridional y se exilió en la casa del padre de su madre, el rey de Gesur. La muerte de Amnón dejó a Absalón como siguiendo a David en la línea de sucesión al trono. Esto marca el referente de su rebelión y reto posteriores con el fin de ocupar la posición de David.
Al cabo de tres años, consolado ya de la muerte de Amnón, David parecía abrirse a la posibilidad del regreso de Absalón. Joab decidió entonces facilitar el fin del exilio de Absalón haciendo que una viuda astuta se presentara ante él con un relato ficticio acerca de un asesinato y una venganza que requerían el juicio del rey. En cuanto David hubo rendido su decisión, la viuda le hizo ver que al no hacer volver a Absalón, él mismo estaba quebrantando su propio consejo según principios (14:13–17). Ahora David se dio cuenta de que Joab debía de estar detrás de este encuentro, de modo que le preguntó a la viuda sobre su participación. Al admitir ella que así había sido, David ordenó a Joab traer a Absalón de vuelta a Jerusalén. Pero pasarían dos años más antes de que David accediera a ver a su hijo cara a cara. Mientras tanto, Absalón le suplicaba a Joab que facilitara el encuentro; hasta llegó a incendiar un campo de cebada que pertenecía a Joab para llamar su atención y preguntarle para qué se había molestado en volver de Gesur. Joab cedió y lo trajo a David, donde fue bien acogido.
La actitud subyacente de Absalón pronto se hizo evidente al volverse él públicamente más prominente y subversivo. Cuando la gente venía a la ciudad con algún dilema para que el rey lo resolviera, Absalón se congraciaba con ellos diciéndoles que de ser él juez, podría resolver sus problemas en vez de tener ellos que esperar por el rey, que no tenía representantes (15:2–5). «De esta manera hacía con todos los israelitas que venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel (versículo 6).
Después de cuatro años de este tipo de conducta, faltaba solo un paso para la abierta rebelión. Absalón se fue a Hebrón con permiso del rey para, según dijo, «pagar mi voto que he prometido a Jehová cuando estaba en Gesur en Siria, diciendo: “si Jehová me hiciere volver a Jerusalén, yo serviré a Jehová”» (versículos 7b–8). Pero Absalón tenía en mente algo insidioso. Enviando hombres por todo Israel, les dijo que en cuanto oyeran el sonido de la trompeta debían anunciar el comienzo del reinado de Absalón en Hebrón (versículo 10). Uno de los consejeros de David, Ahitofel, se unió a la rebelión y «la conspiración se hizo poderosa, y aumentaba el pueblo que seguía a Absalón» (versículo 12b).
Cuando David oyó de la creciente revuelta, decidió huir de Jerusalén. Próximamente, en La ley, los profetas y los escritos, Parte 19, continuaremos el relato de la derrota de Absalón y el regreso de David a la ciudad.
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