La Perspectiva Original del Pecado Original
La obra de Agustín de Hipona acerca del pecado original a menudo se considera como una reacción a sus propios excesos sexuales durante su juventud, pero, en realidad, la base de sus ideas es mucho más profunda de lo que pudiera haber mostrado su conducta personal. El origen de sus puntos de vista se encuentra claramente arraigado en el mundo de la filosofía.
Agustín se enfrentó a la pregunta que los filósofos inevitablemente formulan a los cristianos: «¿Cómo fue que el pecado entró al mundo si Dios es bueno?». Agustín buscó responder a esta cuestión y, al hacerlo, adoptó muchas de las ideas de los filósofos.
El resultado, como lo demuestran sus escritos, fue que Agustín reinterpretó la Biblia a la luz de la filosofía. Con respecto al pecado original, entendió el relato de Adán y Eva como una descripción de la caída de la gracia sufrida por la humanidad. Ellos pecaron y fueron castigados por Dios, y así toda la humanidad ulterior, en aquella época biológicamente presente dentro de Adán, fue cómplice del pecado. La idea del pecado y la culpa innatos se convirtió en una doctrina generalizada, como lo muestran las siguientes palabras de un popular libro de texto de los Estados Unidos de los siglos XVII y XVIII: «En la caída de Adán todos pecamos».
Sin embargo, Agustín no innovó el concepto del pecado original; lo nuevo fue su uso de partes específicas del Nuevo Testamento para justificar la doctrina. El concepto en sí había tomado forma a partir de finales del siglo II gracias a ciertos Padres de la Iglesia, incluyendo a Ireneo, Orígenes y Tertuliano. Ireneo no empleó en lo absoluto las Escrituras para su definición; Orígenes reinterpretó el relato del Génesis sobre Adán y Eva en términos de una alegoría platónica, y consideró que el pecado derivaba únicamente del libre albedrío; mientras que Tertuliano tomó prestada su versión de la filosofía estoica.
Aunque Agustín estaba convencido por los argumentos de los Padres de la Iglesia que le precedieron, recurrió a las epístolas del apóstol Pablo, especialmente a la dirigida a los romanos, para desarrollar sus propias ideas acerca del pecado original y la culpa. Hoy en día, empero, es aceptado que Agustín, quien jamás dominó el griego, malinterpretó a Pablo en al menos una ocasión al emplear una traducción inadecuada al latín del original en griego.
En Romanos 5 Pablo aborda el tema del pecado. En el versículo 12 señala: «Por tanto… el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Más adelante, en ese mismo capítulo, Pablo yuxtapone el pecado de Adán con la justicia de Cristo: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:19). En contraste con sus teólogos contemporáneos, a partir de su lectura de este texto Agustín concluyó que el pecado se transmitía biológicamente de Adán a todos sus descendientes a través del acto sexual, con lo que igualó el deseo sexual con el pecado; pero ¿por qué llegar a esta interpretación cuando en la sociedad judía de los tiempos de Cristo y de Pablo las relaciones sexuales dentro del matrimonio se consideraban buenas y honorables?
El punto de vista de Agustín respecto al sexo estaba distorsionado por ideas del mundo ajenas a la Biblia. Debido a que gran parte de la filosofía estaba basada en el dualismo, en el cual lo físico estaba catalogado como malo, pero lo espiritual como bueno, algunos filósofos idealizaron el celibato. Las relaciones sexuales eran físicas y, por tanto, malas.
La relación de Agustín con los filósofos neoplatónicos le llevó a introducir su punto de vista a la Iglesia, lo cual afectó el desarrollo de la doctrina. Por ejemplo, se consideraba que Jesús había sido concebido inmaculadamente, es decir, sin pecado, puesto que su Padre era Dios. No obstante, debido a que su madre, María, tenía un padre humano, ella había padecido el efecto del pecado original. A fin de presentar a Jesucristo como un hijo perfecto sin haber heredado pecado alguno de cualquiera de sus padres, la Iglesia tenía que encontrar la forma de calificar a María como una mujer sin pecado, y lo hicieron al idear la doctrina de la inmaculada concepción de María, aunque esto inevitablemente nos conduce a otras preguntas.
Otros bebés no fueron tan afortunados. Alrededor de ocho siglos más tarde el teólogo católico, Anselmo, expandió las implicaciones del concepto de Agustín respecto al pecado original y afirmó que los bebés que morían lo hacían siendo pecadores y, como tales, no tenían derecho a la vida eterna, sino a la condenación eterna.
El mundo del cual provenía Pablo tenía un punto de vista muy distinto respecto a las relaciones sexuales, en especial dentro del matrimonio. El sexo no era malo; era parte de la creación física que Dios había señalado como algo bueno (Génesis 1:31). El autor de la Epístola a los Hebreos apoya este punto de vista al describir el lecho marital como «sin mancilla» (esto es, puro o sagrado); en otras palabras, el acto sexual no afectaba la relación de una persona con Dios (Hebreos 13:4). El apóstol Pablo amplía aún más esta idea en su Primera Carta a los Corintios, en la que instruye a los matrimonios a no defraudarse el uno al otro, sino a cumplir con sus deberes conyugales. Señala que en la relación sexual cada uno debe enfocarse en buscar el bienestar del otro y no sólo su propia satisfacción. Así, pues, el punto de vista de Agustín sobre el sexo como un pecado no coincide con las enseñanzas del Nuevo Testamento ni tampoco con la afirmación del Antiguo Testamento respecto a que un hijo no carga con el pecado de su padre (Ezequiel 18:19–20).
De igual manera, Pablo hubiera rechazado la idea de Agustín respecto a la transmisión biológica. Pablo presenta un escenario donde la humanidad se encuentra cautiva por un espíritu que la esclaviza al pecado (2 Corintios 4:4–6; Efesios 2:1–2). De acuerdo con Pablo, todo el mundo estaba cautivo por «el príncipe de la potestad del aire»: Satanás. Pablo menciona que el espíritu del hombre puede estar sujeto al espíritu del mundo o al Espíritu de Dios (1 Corintios 2:6–14) y también advierte a los cristianos que su lucha con el pecado es contra fuerzas espirituales, no físicas (Efesios 6:10–18).
Cuando Pablo habla de que el pecado «entró» al mundo se refiere a que Adán se sometió voluntariamente a la naturaleza pecadora de Satanás, algo que Jesucristo también confrontó, pero que rechazó (Mateo 4:3–11; Romanos 5:19). Con ese acto Adán se aseguró de que su progenie estuviera bajo el mandato y la influencia de Satanás. Por consiguiente, en el Salmo 51 el autor habla de ser concebido en pecado. No era que el acto de la concepción fuera pecado, sino que, como resultado de la concepción, se entraría a un mundo esclavizado al pecado.
Así, Pablo visualizaba al pecado dentro de un dominio espiritual más que biológico, lo cual se refuerza más adelante en su Epístola a los Romanos, donde describe a la humanidad como en un estado de esclavitud bajo fuerzas espirituales (Romanos 6:13–23). La opción de los cristianos es convertirse en siervos de Jesucristo, algo que se puede lograr únicamente a través del Espíritu Santo de Dios. Se trata de una responsabilidad asumida individualmente y no tanto heredada.
En su comentario titulado The Mystery of Romans [El Misterio de los Romanos], Mark Nanos contrasta el actuar de Jesucristo con el de Adán y señala que «a diferencia de Adán, [Jesús] no aceptó la voz de la tentación, pues él no ‘comió’. Él escuchó la voz de Dios, creyó y obedeció».
Jesucristo vino a reemplazar a Satanás como amo del mundo, de manera que el pecado, por el cual la humanidad se encontraba esclavizada, pudo ser eliminado (Romanos 16:20). Tal libertad se concede ahora a quienes Dios atrae a su Hijo, pero será concedida a todo aquél que esté dispuesto después del regreso de Jesucristo. Ésta fue la razón por la que la Iglesia primitiva esperó con entusiasmo el regreso de Cristo… para que toda la humanidad pudiera beneficiarse.
Es claro que el concepto dualista y neoplatónico de Agustín respecto a lo físico como algo malo y lo espiritual como algo bueno no coincide con el punto de vista de Pablo. Esto nos lleva a una segunda idea de influencia de Agustín relacionada con el pecado. Él propuso el concepto de la «caída del hombre» como un resultado del pecado. Desde el punto de vista de Agustín, la humanidad perdió su relación espiritual con su Creador y por ello cayó a un estado inferior. ¿Es ésta una idea basada en los escritos de Pablo?
Pablo ciertamente reconoció la falta de una relación espiritual y que el pecado causaba la muerte (Romanos 6:15–18). Vio al mundo separado de su Creador (Efesios 2:12; 4:18), una condición que sólo se podía corregir con la intervención de Dios; pero vio también una oportunidad para que la humanidad volviera a tener una relación correcta con Él después de haber perdido su acceso a Dios en el Jardín del Edén. No obstante, esto sólo podía ocurrir al convertirse en una «nueva criatura» en las manos de Dios. Más que describir la condición humana como «caída», Pablo bien pudo haber pensado en la situación como una omisión a «levantarse» ante lo que Dios le había ofrecido y describe a quienes no aceptan la verdad una vez que han tenido una relación con Dios como que la han rechazado (Gálatas 5:4, versión Dios habla hoy).
El punto de vista de Pablo concuerda con el resto del relato bíblico en cuanto a que el libro de Génesis registra que a Adán y a Eva se les negó el acceso al árbol de la vida, el cual les hubiera dado la vida eterna. Así, aunque fueran separados o alejados de Dios debido al pecado y expulsados del Jardín del Edén, jamás se hubieran involucrado realmente en la relación que Dios deseaba, lo cual hubiera sido posible con sólo comer de ese árbol.
Trágicamente, la lectura incorrecta y la mala interpretación de Agustín respecto al pecado, basadas en el análisis de las Escrituras a través del prisma del dualismo, son aceptadas como dogma por la mayoría de los teólogos cristianos contemporáneos. La doctrina del pecado original se debe más al deseo de Agustín de emular a los filósofos que a la Escrituras.