LEER ANTERIOR
(PARTE 11)
IR A SERIE
En los últimos capítulos de la Ley, también llamada la Tora o Pentateuco, Moisés se dirige a los israelitas que se preparan para entrar en la Tierra Prometida.
En los últimos capítulos de—el último de los cinco libros de Moisés—el hombre que condujo a los israelitas fuera de Egipto hasta el borde de la Tierra Prometida aclara aspectos de las leyes de Dios y de sus promesas y advertencias a la nueva nación.
«¡Cómo quisiera yo que tuvieran tal corazón, que me temieran y cumplieran siempre todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuera siempre bien!»
Mientras los hijos de Israel descansaban al borde de la Tierra Prometida, Moisés les explicaba cómo determinadas preocupaciones sociales necesitarían ser planteadas. Para triunfar en establecerse en un territorio nuevo, una sociedad nómada del desierto tendría que estar atenta a la realidad de una vida más estructurada. Esta sería la última oportunidad de Moisés para recordarle al pueblo de sus responsabilidades en la nueva tierra, ya que él mismo no se le permitiría entrar en esta. También fue la ocasión para confirmar a su sucesor, Josué.
Al reiterar las reglas que debían regir las vidas de los descendientes de Jacob, Dios reconoció que él estaba tratando con un pueblo que no tenían corazón, o la voluntad de obedecerle de manera consistente (Deuteronomio 05:29). Por lo tanto, tuvo que explicar pautas muy estrictas, de las cuales muchas reflejan el hecho de que se trataba de un grupo «de dura cerviz» (terco y obstinado) de personas que ya se habían deambulado lejos de los caminos de Dios (Deuteronomio 9: 6-7, 13). Por lo tanto, algunas de las reglas parecen ser un cuanto duras de observar, incompatibles con la misericordia y el perdón de Dios. Sin embargo, debido a que el comportamiento de los israelitas estaba destinado a ser un buen ejemplo para las naciones vecinas, y porque eran cualquier cosa, menos de una mente espiritual, Dios sabía que necesitarían fuertes incentivos físicos para comportarse de maneras que trajeran paz y bendiciones.
Si cayeran en la rebelión y la desobediencia, Dios todavía mantendría su promesa incondicional a sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob; los hijos de Israel heredarían la tierra ante la cual ahora estaban.
JUSTICIA Y GUERRA
En el capítulo 19 de Deuteronomio, Moisés se encontraba a mitad de su reafirmación de la ley y la manera en que se aplicaría en un futuro cercano. Con frecuencia dentro de estas instrucciones existe una evidente preocupación por la equidad y la justicia, por la estabilidad y la protección comunitaria. Aquí amplía el concepto de las ciudades de refugio (había nombrado previamente tres de esas ciudades en el lado oriental del río Jordán [Deuteronomio 4:41–43]); si una persona involuntariamente matara a otro, se le debía permitir un refugio seguro en una de las nueve ciudades designadas especialmente (19:1–13; 4:41–43). Esto protegería a cualquier persona que hubiese matado a otra accidentalmente de la muerte por venganza. Por otro lado, si algún israelita tratara de utilizar esta protección y de hecho sí había cometido asesinato, a los ancianos de la ciudad de refugio se les requerirá entregarlo para ser juzgado.
En otras asuntos de justicia civil Moisés mencionó que los linderos debían ser protegidos; nadie debía quitar los linderos de su vecino (19:14). Con respecto a los testigos de cualquier crimen o delito, también fueron puestas en marcha protecciones sensatas. En todo caso se requerirían de dos o tres testigos, y los testigos maliciosos estarían sujetos a lo que habían deseado sobre su acusado. Intentos de subvertir la justicia trayendo una falsa acusación ante un tribunal traería el castigo de la corte del mismo modo. Dicho castigo llevaría a casa la lección para toda la comunidad, de tal manera «quitaras el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti» (versículos 19b–20).
Cuando los israelitas se enfrentaran a sus enemigos, no debían temer si fueran superados en número, sino más bien confiar en la ayuda de Dios. Sus fuerzas armadas serían más de una milicia temporal que un ejército permanente. Nuevos propietarios de viviendas, propietarios de nuevos viñedos y hombres a punto de casarse serían eximidos de tales operaciones. El temeroso también sería liberado de modo que no fuera a desmoralizar a aquellos dispuestos a luchar (20:1–8).
«Oye, Israel: este día ustedes van a entrar en combate contra sus enemigos. No se descorazonen. No tengan miedo ni se espanten. No pierdan el ánimo al enfrentarse a ellos, porque el Señor su Dios va con ustedes, y peleará en favor de ustedes contra sus enemigos, y les dará la victoria».
En cuanto al tratamiento de los prisioneros y el botín de guerra, los israelitas tenían que establecer una distinción entre las ciudades dentro la tierra de la promesa y las ciudades más allá de su territorio. La razón giraba en torno a la influencia que los pueblos locales podrían ejercer sobre el compromiso israelita para con Dios, «para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra el Señor vuestro Dios» (versículo 18). Nada debía interferir con su lealtad. Así tenían que destruir todos los habitantes indígenas de su nueva tierra, excepto en aquellas ciudades más allá de sus fronteras que no quisieran acordar a los términos de paz ofrecidos, mujeres y niños debían de ser perdonados.
En caso de asesinato sin resolver, los ancianos y los levitas de la ciudad más cercana debían asumir la responsabilidad para la realización de un ritual de expiación por el pueblo, por tanto, librándolos de culpa asociado con la muerte (21:1–9).
ASUNTOS PRIVADOS
Los siguientes cuatro capítulos (21: 10-25: 19) contienen recordatorios esenciales sobre las leyes relacionadas con asuntos personales de la vida cotidiana. Aquí nos encontramos con la preocupación expresada por las mujeres en relación con el matrimonio. Las cautivas de guerra podrían casarse con israelitas, pero se les debía permitir llorar la pérdida de la familia, debía tratárseles con respeto y, aunque más tarde se divorciaran, no debía tratárseles como esclavas, sino ser liberadas (21:10–14). El divorcio es algo que Dios nunca tuvo la intención y, de hecho, rechaza (Malaquías 2:16). Jesús mostró que Moisés permitió el divorcio unicamente debido a la dureza del corazón humano (Mateo 19:7–8). En los hogares polígamos debía protegerse a la esposa menos preferida, incluyendo hasta al recién nacido. El esposo no podía desplazar a su primogénito varón para darle ese estatus a otro hijo, simplemente porque la madre del primogénito era la menos querida (Deuteronomio 21:15–17). Esta es una ley que trata con la realidad de un pueblo que se había desviado de la intención original de Dios, que el hombre tuviera una sola esposa (Mateo 19:4–5). Promueve la máxima estabilidad posible en un arreglo muy por debajo de lo óptimo dentro de la familia.
Ahora siguen las leyes que cubren el plan de acción a seguir en el caso de los hijos rebeldes, insubordinados que no serían reformados por el momento (Deuteronomio 21:18–21). Una vez más, los mismos israelitas eran un pueblo terco y, desde la perspectiva de Dios, necesitaban tener reforzadas las consecuencias sociales por su rebeldía. Por este motivo, en ciertos casos la pena de muerte debía ser exigida por los ancianos de la ciudad en acuerdo con los padres. Tan duro como parece en la época del siglo 21, esto era por la estabilidad y la seguridad de la sociedad que señalaba esta ley. ¿Fueron estas reglas suficientes en general para disuadir a la mayoría de los casos de rebelión? Conociendo el potencial, tal vez la mayoría de los padres y los jóvenes nunca llegarían al resultado final. Es de suponer que estarían dispuestos a tomar las medidas necesarias para evitarlo.
Dentro de la lista de leyes diversas, existe una regla que limita mostrar el cuerpo de aquellos condenados a la pena de muerte. Esto fue aplicado más tarde por las autoridades religiosas a los casos de crucifixión y fue mencionado con respecto a Jesucristo: «Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad» (versículos 22–23; Juan 19:31).
«La preocupación principal en las leyes de Deuteronomio 21-25 es para proteger a los pobres y vulnerables de la sociedad de la explotación por parte de los poderosos». (trad. Libre)
Leyes anexas de amplio alcance abarcan al cuidado de la propiedad de los demás, incluyendo a los animales abandonados y la ropa perdida; travestismo; protección de las aves hembras adultas; códigos de construcción; condiciones agrícolas y de horticultura; así como normas de calidad. Existen leyes que protegen a individuos comprometidos en o desventaja dentro de varias situaciones sexuales—desde falsa acusación de violación a la promiscuidad al adulterio y el incesto (Deuteronomio 22:1–30). La exclusión de la asamblea religiosa de Israel debía basarse en la pureza ritual y, en el caso de los pueblos vecinos de Amón y de Moab, en cuanto a haberse negado a ayudar a Israel mientras viajaban hacia la tierra prometida (23:1–14).
Leyes que prohíben la prostitución sectaria y el manejo de los derechos de los esclavos, los intereses de prestamos, hacer y mantener votos y promesas, el consumo de los productos agrícolas, cuarentenas, viudas y huérfanos, divorcios, servicio militar, salarios justos así como castigos adecuados, y mucho mas—todo tiene que ver con los temas que Moisés trataba (23:15–25:19). Esto era realmente un código legislativo global que tenía en su corazón el trato justo de los individuos dentro de una sociedad diseñada para convertirse en estable y generacionalmente exitosa.
Una de las obligaciones que las personas tendrían en la nueva tierra sería la entrega de ofrendas en agradecimiento por la abundancia que producía (26:1–19). Estos regalos se harían en forma de primicias dedicadas a Dios en algún lugar central elegido por Dios. Estaría acompañada por el reconocimiento de sus orígenes y su lucha para llegar a la tierra, y de quién era el que los había librado de la opresión. Al dar la ofrenda, repetirían, «Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un Siro a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió á Egipto y peregrinó allá con pocos hombres, y allí creció en gente grande, fuerte y numerosa: Y los Egipcios nos maltrataron, y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Y clamamos á Jehová Dios de nuestros padres; y oyó Jehová nuestra voz, y vio nuestra aflicción, y nuestro trabajo, y nuestra opresión: Y nos sacó Jehová de Egipto con mano fuerte, y con brazo extendido, y con grande espanto, y con señales y con milagros: Y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. Y ahora, he aquí, he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová. Y lo dejarás delante de Jehová tu Dios, é inclinarte has delante de Jehová tu Dios» (versículos 5–10).
BENDICIONES Y MALDICIONES
Una vez entrados en la tierra, tenían que colocar piedras (con la ley de Dios escrita en ellas) y erigir un altar en el monte Ebal, en la parte central del país cerca de Siquem (27:2–8). Las 12 tribus serian divididas en dos grupos parados en las montañas opuestas de Ebal y Gerizim. Sobre el Gerizim, designado para representar las bendiciones de Dios, estarían Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín; sobre el Ebal, declarando varias maldiciones, estarían Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí.
«Yo sé bien que ustedes son rebeldes y obstinados. Si aun ahora que vivo entre ustedes, se rebelan contra el Señor, ¡con más razón lo harán después que yo haya muerto!»
`Los levitas proclamarían 12 maldiciones para que todos escucharan y dieran su asentimiento. Esta convocatoria se centra en el resultado de la desobediencia a diversas leyes y principios. Por ejemplo, «Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición» (versículo 15), y «Maldito el que deshonrare a su padre y a su madre» (versículo 16). Todas las 12 maldiciones se refieren a acciones que son privadas, sin ser vistas, o hechas en secreto. Es una cuestión de, si la creencia en Dios y sus caminos es llevado a cabo en la vida diaria (versículos 9–26). De hecho, una advertencia a este efecto se ve en un capítulo posterior: «No vaya a ser que alguno de ustedes, hombre o mujer, familia o tribu, aparte hoy su corazón del Señor nuestro Dios y vaya y sirva a los dioses de esas naciones. No vaya a ser que haya entre ustedes alguna raíz que produzca hiel y ajenjo, y que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga a sí mismo y diga: “Aun cuando persista yo en endurecer mi corazón, voy a estar bien, pues eso podría perjudicarlos a todos, buenos y alos”» (29:18–19, RVC).
Una vez reunidos en las dos montañas, las tribus escucharían una serie separada de bendiciones por la obediencia y maldiciones por la desobediencia. Dado que los israelitas debían ser un pueblo especial, elegidos para mostrar el camino de vida de Dios en acción, un pueblo no elegido por su propia justicia, sino para demostrar el efecto de las leyes de Dios en movimiento, su camino habría de ser anunciado públicamente cuando pusieran un pie en la nueva tierra.
El capitulo 28 detalla los beneficios de la obediencia y las consecuencias de la desobediencia: «Si tú escuchas con atención la voz del Señor tu Dios, y cumples y pones en práctica todos los mandamientos que hoy te mando cumplir, el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Si escuchas la voz del Señor tu Dios, todas estas bendiciones vendrán sobre ti, y te alcanzarán» (28:1–2). Esas bendiciones incluirían la prosperidad, la seguridad y la paz en la ciudad y el campo; fecundidad en términos agrícolas humano, animal y; lluvias estacionales; la abundancia y la riqueza nacional; y prestigio (versículos 3–14).
El incumplimiento del acuerdo con Dios, traería las correspondientes y mucho más detalladas maldiciones (versículos 15–68). Sufrirían un aumento de dificultades, incluyendo la perdida de paz y seguridad en toda la tierra; hambre y miseria; disminución de población y ganado; confusión y frustración; locura; desesperación; enfermedades: «Y así como el Señor se alegraba de hacerles bien y de multiplicarlos, así se alegrará de arruinarlos y destruirlos. ¡Serán arrancados de la tierra de la cual van a tomar posesión!» (versículo 63). Enfermedades; sequía; derrota militar; decadencia social; opresión; cautividad—todos los males imaginables.
RENOVANDO EL PACTO
Una vez más, Moisés reconoce que el pueblo bajo su cuidado aun no estaba comprometido a seguir al que lo había liberado de la esclavitud en Egipto: «Pero hasta hoy el Eterno no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír» (29:4). Al renovar el pacto primero hecho en Sinaí/Horeb y ahora en Moab, Moisés presionó por su compromiso, «[para] que entres en el pacto de Jehová tu Dios, y en su juramento, que Jehová tu Dios concierta hoy contigo, para confirmarte hoy como su pueblo, y para que él te sea a ti por Dios, de la manera que él te ha dicho, y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob» (versículos 12–13).
Sí, como Moisés lo esperaba, las maldiciones vendrían a Israel y serían llevados cautivos, mas el perdón todavía sería una opción si quisieran acordarse de Dios y se arrepintieran. Entonces serían restaurados a su tierra y las bendiciones volverían a fluir (30:1–10).
En efecto, lo que Moisés presenta delante de los hijos de Israel en la renovación del pacto son dos caminos de vida. Era su elección, sin embargo, Dios les mandó escoger una de las dos: «A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar» (versículos 19–20).
PALABRAS Y PROCEDIMIENTOS FINALES
Moisés tenía 120 años y ya cansado—cuando dijo, «no puedo más salir ni entrar» (31:1). Confirmó que su ayudante Josué, sería su nuevo líder y que él les guiaría en la nueva tierra. Delante de todo el pueblo le dijo a Josué, «Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar» (versículo 7; véase también versículo 23).
«Y el Señor le dio esta orden a Josué hijo de Nun: “Esfuérzate y anímate, que tú vas a hacer que los hijos de Israel entren en la tierra que juré darles. Yo estaré contigo”».
Llamando a los sacerdotes y a los ancianos juntos, Moisés les dio una copia de la ley que tenían que mantenerla con en el arca del pacto, y les dio instrucciones de ensayarla con la gente y sus hijos cada siete años en la Fiesta de los Tabernáculos en el otoño (versículos 9–13, 24–26).
Seguido, Dios le dijo a Moisés que trajera a Josué dentro del tabernáculo en donde comisionaría al nuevo líder. Esto fue precedido con palabras de advertencia de Dios donde él totalmente esperaba que el pueblo de Israel se apartara de él una vez que llegaran a la tierra y cosecharan sus beneficios, y se fueran en pos de nuevos dioses. Consecuentemente, Moisés entregó una canción señalando su historia de infidelidades, para que después la cantaran y se afligieran (versículos 16–22; 32:1–43). Reconoció nuevamente su naturaleza y temió por su futuro: «Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto?» (31:27).
La muerte de Moisés en el cercano Monte Nebo estaba ya muy cerca. Dios le dijo que fuera allí y se preparará para morir al igual que su hermano había terminado sus días en el monte Horeb. La razón por la que no se le permitió entrar en la Tierra Prometida se centró en su falta y la de Aarón de no mantener la santidad de Dios ante la gente cuando clamaron por agua a la roca milagrosa en Meriba de Cades, en el desierto, en su lugar se tomaron el crédito para ellos mismos (32:48–51).
Justo antes de su muerte, Moisés pronuncio una bendición sobre el pueblo de Israel tribu por tribu, conforme a su eventual distribución geográfica (con la inexplicable excepción de Simeón). La bendición no fue uniforme en su presentación; en algunos casos menciona ventajas de ubicación, en otros, atributos positivos y fracasos, oraciones de protección y prosperidad, y elementos proféticos (33:1–29).
Habiendo visto la tierra desde el Nebo, Moisés murió y fue enterrado en Moab en un sitio desconocido (34:5–6), quizás para prevenir la adulación excesiva. Los hijos de Israel le hicieron duelo por 30 días antes de pasar a la tierra bajo Josué.
Los considerables logros de Moisés bajo la dirección de Dios se resumen en la conclusión de toda la Tora: «Nadie le igualó en todas las señales y prodigios que el Señor le mandó hacer en Egipto, contra el faraón y contra todos sus siervos y su país, ni en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que hizo a la vista de todo Israel» (versículos 10–12).
LEER SIGUIENTE
(PARTE 13)