¿No hay Dios en Israel?

Al comenzar el Segundo libro de los Reyes, vemos que la monarquía dividida del antiguo Israel es, con pocas excepciones, un estudio en idolatría.

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(PARTE 20)

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En la primera parte del Segundo libro de los Reyes descubrimos paralelismos entre dos profetas y entre varios monarcas, tanto en Israel como en Judá. Elías y Eliseo, anteriormente mentor y asistente, se convierten en predecesor y sucesor. Al reinado del malvado monarca Acab en el reino del norte de Israel, seguidamente primero el de su perverso hijo Ocozías, y después, el de su otro hijo, Joram. En el sur, el impacto de la casa del malvado Acab también habrá de sentirse. A pesar de la obra y las advertencias de los profetas, el continuo descenso del reino del norte acabará, en definitiva, en la remoción y cautividad de las diez tribus en manos de Asiria (2 Reyes 17).

El tema prevaleciente en el Segundo libro de los Reyes es la menguante influencia de Dios y la continua idolatría de los dirigentes y el pueblo. Abarcando aproximadamente trescientos años, el libro comienza con una referencia a la rebelión del vecino Moab, señal de la creciente debilidad del reino del norte.

En un pasaje inserto, leemos que el reino de Ocozías terminó a causa de un accidente (2 Reyes 1:2–6). Habiéndose caído de una ventana de su palacio en Samaria, Ocozías envió a sus siervos a recurrir a Baal-zebub, dios pagano de Ecrón, para saber si habría de sanar o no. Elías se enteró de esto a través de un ángel que le ordenó hacerles a los emisarios de Ocozías la pregunta que reverbera a lo largo de los primeros capítulos del libro: «¿No hay Dios en Israel?». Elías les dijo a los siervos que el rey moriría a causa de sus lesiones.

Cuando los siervos le transmitieron a Ocozías las palabras del profeta, él preguntó por el aspecto del  mensajero,  el cual coincidía con la descripción de Elías. Entonces, el rey envió a un capitán y cincuenta hombres para pedirle al «varón de Dios» que fuera a verlo. Elías vio a través de la petición y pidió que cayera fuego del cielo sobre ellos. El rey envió dos escuadrones más de cincuenta hombres. El primero corrió con la misma suerte, pero Dios ordenó a Elías ir con la segunda tropa del rey. Llegado al lugar, Elías le confirmó a Ocozías que moriría por haber recurrido al dios de Ecrón. Como otros anteriores a él, el rey se había dedicado a la idolatría y a seguir a Baal: «E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, y anduvo en el camino de su padre, y en el camino de su madre, y en el camino de Jeroboam hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel; porque sirvió a Baal, y lo adoró, y provocó a ira a Jehová Dios de Israel, conforme a todas las cosas que había hecho su padre (1 Reyes 22:52–53). Pronto ocurrió la muerte de Ocozías, y como no tenía heredero, le sucedió Joram, su hermano (2 Reyes 3:1–3).

Cuando llegó el tiempo para que Elías abandonara su papel como profeta principal y diera paso a Eliseo (2 Reyes 2:1), Dios se encargaría de la separación retirando a Elías de la escena por medio de un torbellino y un carro de fuego. Se supone a menudo que este suceso significa que el profeta fue llevado al cielo y recibió la vida eterna. Hay varios problemas con esta idea, uno de los cuales es el hecho de que Elías enviara una carta varios años después a Joram, hijo de Josafat, rey de Judá, y esposo de Atalía de la casa de Acab, señalando que los errores de Joram equivalían a los pecados de la familia de su esposa en el reino del norte (véase 2 Crónicas 21:12–15). Además, el hecho de que los siervos de Elías le pidieran permiso a Eliseo para rastrear la tierra tras la desaparición del profeta muestra que por su parte, ninguno de ellos pensaba o anticipaba la transferencia del profeta al cielo (2 Reyes 2:16–17).

Mientras el carro que llevaba a Elías se alejaba, el manto de Elías y una doble porción de su espíritu cayeron sobre Eliseo, simbolizando ambos su nuevo papel como profeta principal (versículos 9–10, 13). Y aquí vemos el primero de varios paralelismos entre los dos varones de Dios. Eliseo tomó el manto y golpeó el río Jordán (versículo 14) tal como Elías lo había hecho antes (versículo 8) y, tal como antes, las aguas se apartaron para permitirle pasar.

«El profeta Eliseo es un “varón de Dios” que trabaja a favor de la nación de Israel. Su singular llamado y relación con el profeta Elías sienta las bases para un fecundo ministerio».

Amy Balogh, «Elisha the Prophet» en The Lexham Bible Dictionary

Cerca de Jericó fue recibido por los hijos de los profetas locales, quienes reconocieron que «el espíritu de Elías reposó sobre Eliseo» (versículo 15). La gente de la ciudad le contó a Eliseo acerca de la mala calidad del agua. Echando sal en el manantial, Eliseo declaró que Dios había sanado las aguas (versículos 19–22).

Cuando prosiguió su viaje rumbo a Bet-el, unos jóvenes salieron a su encuentro y se burlaron de él. Eliseo entendía que Dios requiere que se respete a sus siervos, de modo que invocó a Dios para que se encargara de ellos. Entonces, dos osas salieron del monte y despedazaron a los insultadores (versículos 23–24).

Reyes, profetas y milagros

Cuando Joram ascendió al poder en el reino del norte, el vecino rey de Moab decidió ya no pagar tributo a Israel (3:4–5). Aliándose con los reyes de Judá y Edom, el rey israelita se embarcó en una campaña militar contra Moab. Cuando llegaron al desierto de Edom y se encontraron escasos de agua, Josafat de Judá preguntó si había algún profeta a quien pudieran consultar. Al enterarse de que Eliseo estaba cerca, los tres reyes fueron a verlo. El resultado fue que, a pesar del disgusto de Eliseo con el rey de Israel, su aprecio por Josafat lo indujo a pedirle ayuda a Dios para suplir su necesidad de agua. El agua llegó milagrosamente a la mañana siguiente, aunque no había a la vista nube de lluvia alguna. Temprano por la mañana, confundidos a causa del resplandor rojo como sangre sobre el agua, los moabitas pensaron que los aliados se habían vuelto unos contra otros entre ellos, pero fueron puestos a la fuga y derrotados (versículos 6–27).

En el capítulo 4 leemos que la viuda de un profeta necesitaba ayuda con un problema financiero inmediato. Eliseo fue de nuevo agente instrumental en un milagro (4:1–7): el contenido de su única vasija de aceite duró hasta que ya no tuvo más recipientes donde echarlo, lo cual le permitió disponerlo para la venta y así poder pagar sus deudas. Esto es reminiscente de la ayuda que Elías le dio a la viuda de Sarepta, donde un poco de aceite y de harina no se agotaron hasta que terminó la hambruna (1 Reyes 17:8–16). Cuando el hijo de esa mujer murió, Elías le pidió a Dios revivirlo (versículos 17–24). Esto se reprodujo cuando en nombre de Dios Eliseo le restauró la vida al fallecido hijo de la sunamita (2 Reyes 4:32–37).

La confirmación de Eliseo como profeta en la tradición de Elías continuó con la descontaminación de una olla de potaje envenenado (versículos 38–41), la milagrosa provisión de comida para cien hombres a partir de una pequeña cantidad de alimento (versículos 42–44), el flotar de un hacha que se había caído en el río Jordán (6:1–7) y la curación de Naamán, un general sirio enfermo de lepra (5:1–14). Notablemente, este extranjero a Israel reconoció lo que muchos israelitas no. Tras su recuperación dijo: «He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel» (versículo 15).

El milagro del hacha flotante de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, aguada y pluma sobre papel (ca. 1653)]

La realidad del mundo espiritual protector alrededor de los siervos de Dios se puso de manifiesto en un incidente relacionado con uno de los asistentes de Eliseo. Ante el intento sirio de llevar cautivo al profeta, el temeroso siervo vino a Eliseo diciendo: «Ah, señor mío!, ¿qué haremos?». La respuesta de Eliseo fue coherente con su experiencia de la realidad de Dios. Replicó: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos» (6:15–16). Entonces oró para que los ojos del joven se abrieran a su protección. Lo que el muchacho vio fue «que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo» (versículo 17). Los sirios fueron temporalmente cegados y guiados por Eliseo a Samaria, donde la vista les fue restituida y fueron alimentados y liberados.

No todas las profecías en relación con la casa de Acab se cumplieron antes de su muerte. Elías había venido a él con un mensaje de Dios después del asesinato de Nabot y el robo de su viña que Acab cometiera en complicidad con Jezabel. Dios había dicho que Acab moriría, que su posteridad y su casa serían extinguidas, y que Jezabel perecería vergonzosamente (1 Reyes 21:17–24). Pero la inmediata y humilde respuesta del rey había causado que Dios suspendiera el resultado por algunos años. Tres años después, Acab murió en batalla. Luego, durante la época de Eliseo, llegó el fin para el linaje de Acab y para Jezabel. Escogiendo a uno de los profetas más jóvenes para ungir al próximo rey de Israel, Eliseo lo envió con un mensaje para Jehú, comandante de los ejércitos de Joram: «Así dijo Jehová Dios de Israel: Yo te he ungido por rey sobre Israel, pueblo de Jehová. Herirás la casa de Acab tu señor, para que yo vengue la sangre de mis siervos los profetas, y la sangre de todos los siervos de Jehová, de la mano de Jezabel» (2 Reyes 9:6–7). Tras contarles a sus compañeros lo que había sucedido, y recibir su apoyo, Jehú fue a encontrar al rey, que había sido herido luchando contra los sirios. Joram se estaba recuperando en Jezreel, donde Ocozías, rey de Judá (no se confunda con el rey anterior de Israel del mismo nombre), había venido a visitarlo. Ominosamente, todos se reunieron en la cercana viña de Nabot. Allí Jehú mató al rey con una sola saeta y Ocozías huyó, solo para perder su vida de la misma manera en Meguido (versículos 21–27).

Cuando Jehú entró a Jezreel, alcanzó a ver a Jezabel asomada a una ventana en lo alto. Ordenó entonces que la echaran abajo, lo cual los siervos de ella hicieron, matándola en el acto. Más tarde, Jehú envió a enterrar su cuerpo, pero poco y nada quedaba de ella luego que los perros la encontraran. Esto cumplió la profecía de Elías que había dicho: «En la heredad de Jezreel comerán los perros las carnes de Jezabel» (versículo 36).

Jehú prosiguió con la orden de matar a los setenta jóvenes descendientes de Acab, más sus dirigentes, amigos y sacerdotes; cuarentaidós hermanos de Ocozías de Judá; los demás colaboradores de Acab en Samaria; y todos los adoradores de Baal y sus sacerdotes, y acabar con su templo (capítulo 10). Con todo, aunque Jehú gobernó por 28 años, no erradicó las prácticas idólatras de Jeroboam y dejó intactos sus becerros de oro; «no cuidó de andar en la ley de Jehová Dios de Israel con todo su corazón, ni se apartó de los pecados de Jeroboam, el que había hecho pecar a Israel» (versículo 31).

En esos años, Siria comenzó a tomar territorio de Israel, incluso las partes de Israel al este del Jordán que pertenecían a Gad, Rubén y Manasés (versículos 32–33). Sin embargo, por la disposición de Jehú a cumplir las profecías contra Acab y Jezabel, le fue permitido tener cuatro generaciones de descendientes rigiendo a Israel.

La reina de Judá

El efecto de la muerte de Ocozías en manos de Jehú fue que Atalía, madre de Ocozías, asesinó a todos los herederos reales de Judá, menos uno, Joás, a quien su tía, Josaba, escondió en el templo. Tomando el poder en sus manos, Atalía gobernó Judá por seis años. Aunque hay algo de posible confusión acerca de su identidad —si era hija de Omri (8:26, según se traduce en la antigua versión Reina-Valera revisada en 1960, y otras), o hija de Acab (versículo 18; 2 Crónicas 21:6)— cronológicamente tiene más sentido que fuera hija de Omri y hermana de Acab (el término hebreo puede traducirse de varias maneras).

«No es necesario suponer un error textual en 2 Reyes 8:18… El significado más probable de la frase bíblica es “… porque es de la casa de Acab que su mujer desciende”».

Winfried Thiel, «Athaliah (Person)» en The Anchor Yale Bible Dictionary

Que ella trató de establecer una monarquía en Judá como la de Acab en Israel es una suposición razonable. Su temprana influencia en su esposo Jeroboam de Judá es evidente: «Y anduvo [él] en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab, porque una hija [hermana] de Acab fue su mujer; e hizo lo malo ante los ojos de Jehová» (versículo 18). Lo mismo sucedió con su hijo, Ocozías: «El nombre de su madre fue Atalía, hija de Omri. También él anduvo en los caminos de la casa de Acab, pues su madre le aconsejaba a que actuase impíamente. Hizo, pues, lo malo ante los ojos de Jehová, como la casa de Acab; porque después de la muerte de su padre, ellos le aconsejaron para su perdición» (2 Crónicas 22:2–4). El alcance de la perversidad de Acab fue marcadamente extenso, al punto de que bajo Atalía, se fomentó en Judá la adoración a Baal (2 Crónicas 24:7).

En el séptimo año del reinado de Atalía, el sumo sacerdote Joiada (esposo de Josaba) declaró rey a Joás e hizo ejecutar a la reina (2 Kings 11:10–16). Joás demostró ser un buen rey que «hizo lo recto ante los ojos de Jehová todo el tiempo que le dirigió el sacerdote Joiada» (12:2). Aunque la idolatría no fue completamente erradicada, Joás hizo reparar el templo. Con todo, su temor al rey de Siria, Hazael, lo indujo a darle todo el oro guardado en el tesoro del templo y en la casa del rey (versículos 17–18). Tras estar en el trono por cuarenta años, Joás fue asesinado por dos de sus siervos y le sucedió su hijo, Amasías.

En el norte, el rey Jehú había muerto durante el largo reinado de Joás en Judá, y le había sucedido su hijo, Joacaz (13:1). A pesar de la intervención de Dios a favor de Israel para contrarrestar la agresión siria, las tribus del norte continuaron con las costumbres idólatras de Jeroboam. Después de diecisiete años, Joás sucedió en el trono, solo para perpetuar los errores de su padre por otros dieciséis años (versículos 10–11).

Fue durante el gobierno de Joás en Israel que Eliseo cayó gravemente enfermo. Cuando el rey lo visitó, Eliseo le advirtió de lo que le sucedería al reino del norte a manos de los sirios. Entonces, le pidió al rey que —a través de una ventana abierta— lanzara una saeta hacia Siria, y le dijo que debía luchar contra los sirios hasta vencerlos. Luego de esto, el rey tenía que golpear el suelo con el resto de las saetas. Él lo hizo tres veces y se detuvo. Eliseo se enojó porque no lo había hecho cinco o seis veces, y le explicó que el rey acometería exitosamente contra Siria tres veces, pero no los derrotaría. Esto se cumplió en la triple recuperación de las ciudades de Israel por mano de Joás (versículo 25).

Pronto ocurrió la muerte de Eliseo. El lugar de su entierro fue luego el sitio de un último milagro, cuando un hombre muerto revivió al tocar su cuerpo los huesos del profeta (versículos 14–21).

Las carreras de Elías y Eliseo han llegado a su fin y varios otros profetas están por entrar en escena mientras Israel y Judá, con pocas excepciones, siguen su descenso. Para la próxima, varios de los llamados profetas menores entrarán en acción.

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