Concluyendo con los profetas menores

Seis mensajes finales

Estos seis libros finales completan la sección de la Biblia conocida como «Los profetas». Sus mensajes son diversos; sin embargo, como los demás escritos proféticos, tienen algunos temas en común.

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(PARTE 27)

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Los últimos doce libros del Antiguo Testamento (según se ordenan en la mayoría de las Biblias), se conocen colectivamente como «los profetas menores». Notamos en la Parte 27 que son menores solo en cuanto a longitud; los mensajes de estos doce profetas hebreos fueron tan importantes como los de los de sus contrapartes «mayores», los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel.

Abordamos los primeros seis libros en la Parte 27. En esta entrega final sobre la sección de la Biblia llamada Los profetas, examinaremos los libros de Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. ¿Quiénes fueron esos hombres, y cuál fue la naturaleza de sus escritos que han sido conservados por más de dos mil años?

Advertencias previas al exilio

Tres de esos seis profetas vivieron y trabajaron después de que los asirios conquistaran el reino del norte, Israel, en 722/21, pero antes de que los babilonios vencieran al reino del sur, Judá, en 586 (A lo largo de este artículo todas las fechas son a. C. Las citas bíblicas corresponden a la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional).

7. Nahúm

La profecía de Nahúm se dirige a Nínive (Nahúm 1:1), capital del imperio neoasirio después de 705. A principios del siglo VIII, Israel —el reino del norte— que había sido objeto de invasiones asirias varias veces, finalmente fue vencido y la mayoría del resto de su gente deportada a diversas ciudades de Asiria. El oráculo trae esperanza a Judá por medio de un himno que exalta el poder de Dios sobre el mal, algo que se evidenciaría en el inminente colapso de Nínive.

Es probable que esta profecía se haya escrito entre la caída de la ciudad egipcia de Tebas, conquistada por Asurbanipal de Asiria en 664–663, y la captura de Nínive en 612: «¿Acaso eres mejor que Tebas, ciudad rodeada de aguas, asentada junto a las corrientes del Nilo, que tiene al mar por terraplén y a las aguas por muralla?» (3:8).

En la época en que Nahúm escribió, Nínive estaba segura y a salvo (1:12a). Con el tiempo, cayó ante los medos, que se habían aliado con los babilonios. Inundando la ciudad al desviar el curso del río Tigris, pudieron vencer a los habitantes: «se abren las compuertas de los ríos y el palacio se derrumba… Nínive es como un estanque roto cuyas aguas se derraman. “¡Deténganse!” “¡Deténganse!”, les gritan, pero nadie vuelve atrás» (2:6, 8).

Más allá de la relación histórica inmediata con los acontecimientos del siglo VII, Nahúm muestra que Dios finalmente restaurará a Judá: «¡Miren! Ya se acerca por los montes el que anuncia las buenas nuevas de victoria, el que proclama la paz. ¡Celebra tus peregrinaciones, Judá! ¡Paga tus votos! Porque no volverán a invadirte los malvados… Porque el Señor restaura la majestad de Jacob, como la majestad de Israel» (1:15; 2:2).

«El nombre Nahúm se puede traducir como “compasión”. Esto reviste interés, dado  que el libro entrelaza los temas del juicio y la compasión divinos»

Tremper Longman III, «Nahum», en The Minor Prophets: An Exegetical and Expository Commentary

8. Habacuc

Habacuc es otro de los profetas, para Judá, anteriores al exilio. Él aborda la llegada de los caldeos o babilonios. Su libro consta de una profecía sobre ese acontecimiento (Habacuc 1:1–2:20) y un salmo (3:1–19). Le preocupa la injusticia de su propia sociedad, pero también por qué Dios la permite tanto en Judá como, más extensamente, cual resultado del gobierno babilónico (1:2–4, 12–17).

Es probable que el marco cronológico general sea justo después de la muerte de Josías y del gobierno de Joacim (véase Jeremías 22:13–19), el rey cuya rebelión contra sus dominadores trajo a Nabucodonosor a las puertas de Jerusalén: «Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas… Estoy incitando a los caldeos, ese pueblo despiadado e impetuoso, que recorre toda la tierra para apoderarse de territorios ajenos. Son un pueblo temible y espantoso, que impone su propia justicia y grandeza» (Habacuc 1:4, 6-7).

9. Sofonías

Sofonías profetizó durante la época de Josías, el último rey reformador de Judá. Es posible que el Ezequías mencionado en su linaje fuera el antiguo rey justo de Judá (Sofonías 1:1).

El contexto inmediato es la condición de Judá antes de las reformas de Josías. El liderazgo de Jerusalén era corrupto: «Las autoridades que están en ellas son leones rugientes, sus gobernantes son lobos nocturnos que no dejan nada para la mañana. Sus profetas son impertinentes, hombres traicioneros; sus sacerdotes profanan las cosas santas y violentan la ley» (3:3–4).

Pero el mensaje general de Sofonías se refiere al escatológico «día del Señor», el tiempo de la intervención de Dios en la historia humana todavía en el futuro: «Arrasaré por completo cuanto hay sobre la faz de la tierra —afirma el Señor—. Arrasaré con hombres y animales, con las aves del cielo, con los peces del mar, con ídolos e impíos por igual. Exterminaré al hombre de sobre la faz de la tierra —afirma el Señor—» (1:2–3).

Después del exilio

Los restantes tres profetas menores son todos posteriores al exilio: Hageo, Zacarías y Malaquías. Sus obras abarcan un período de aproximadamente noventa años durante el período persa.

Tras el colapso del imperio babilónico en 539, su conquistador, el rey persa Ciro, formuló una declaración nombrando al príncipe judío Sesbasar gobernador de Judá y comisionándole reconstruir el templo de Jerusalén (véase Esdras 1; 5:14–15). Ciro se alegró de aplacar a los dioses de quienes había vencido, considerando que esa avenencia beneficiaría a su reino. Pero después de que se permitiera a los judíos volver a Jerusalén en 538, la oposición por parte de los samaritanos y de otros pobladores locales causó que se aletargaran en lo que respecta a la terminación de la reconstrucción (Esdras 4:6–24).

En 520, durante el reinado de Darío el Persa, Dios envió a Hageo y Zacarías al sumo sacerdote Josué y al gobernador judío Zorobabel, nieto del rey de Judá Joaquín, para alentarlos y alentar a la gente a continuar con la obra de construcción. (Esdras 5:1–2; 6:14; Hageo 1:1–2).

«La enfermedad espiritual que causó la perdición de la comunidad anterior al exilio estaba consumiendo los elementos vitales de la nueva comunidad. Sin embargo, la obra prosperó y los obreros terminaron el templo en 516 a. C.».

Thomas Edward McComiskey, «Zechariah», en The Minor Prophets: An Exegetical and Expository Commentary

10. Hageo

El libro de Hageo comienza con la corrección de la complacencia de los judíos con respecto a la reconstrucción del templo. A esta altura, ellos preferían construir sus propias viviendas y velar por sus propios intereses. Como resultado, no estaban prosperando sino más bien sufriendo a causa de cosechas escasas, sequías e inflación (Hageo 1:4–10). Estas condiciones se pueden relacionar con castigos profetizados, anunciados por Moisés, por no guardar el pacto con Dios (véase Levítico 26). En respuesta a la reprensión del profeta, los líderes y el pueblo se movilizaron para finalizar su obra en relación con el templo (Hageo 1:12–14).

Al mes siguiente, Hageo recibió otro mensaje de Dios, esta vez dirigido a los pocos que habían visto el templo anterior en su mejor momento. Comprensiblemente, ellos se sentirían decepcionados ante el nuevo edificio menos impresionante. Pero se iban a sentir animados porque Dios estaba con ellos y proveería un edificio mucho más grande en un tiempo aún futuro, utilizando las riquezas de las naciones no israelitas: «El esplendor de esta segunda casa será mayor que el de la primera —dice el Señor Todopoderoso—. Y en este lugar concederé la paz, afirma el Señor Todopoderoso» (2:9).

El contexto es la época cuando Dios «hará temblar a todas las naciones» mediante su intervención en los asuntos humanos (versículos 6–7). Para entonces, Zorobabel se convertirá en un dirigente real, no en un mero gobernador. Estos acontecimientos no sucedieron durante el período persa ni en el primer siglo de Cristo. Aunque algunos han pensado en la primera venida de Cristo como cumplimiento, en tipo, de la profecía referente a Zorobabel, el templo fue destruido nuevamente en 70 d.C. Esta, pues, es una profecía escatológica sobre un tiempo aún futuro en relación con la intervención final de Dios.

11. Zacarías

El ministerio de Zacarías se superpuso brevemente al de Hageo, al comenzar su obra en el segundo año de Darío (Zacarías 1:1). El tema del arrepentimiento y del encuentro con Dios domina en su libro. «Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes —afirma el Señor Todopoderoso—» (Zacarías 1:3).

Es probable que Zacarías fuera un miembro del orden o curso sacerdotal de Idó (1:1, 7; Nehemías 12:1, 4, 7b), que había regresado de Babilonia en 537. Su libro es el más largo de los de los profetas menores y se menciona tanto en los relatos sobre la muerte de Cristo en los Evangelios del Nuevo Testamento, como en el libro de Apocalipsis. Su estructura se puede entender como una serie de seis grupos de profecías. Dos se relacionan con el período inmediato de la reconstrucción del templo (capítulos 1–8) y cuatro con la época de la conquista de los persas por parte de los griegos, la primera venida de Cristo, y su regreso final (capítulos 9–14).

«Zacarías 9–14 es la sección de los profetas más citada en las narrativas de los Evangelios acerca de la pasión de Cristo».

Ralph L. Smith, Word Biblical Commentary, Vol. 32: Micah–Malachi

En la sección del libro en relación con la reconstrucción del templo, se presentan ocho profecías específicas en dos grupos de cuatro profecías cada uno.

La primera visión (1:8–11) presenta un hombre a caballo, con un caballo alazán, otro overo y otro blanco detrás. Los caballos y sus jinetes patrullan la tierra para cerciorarse de su situación. Informan que todo está en calma, incluso en aquellas naciones que se aprovecharon de la caída de Judá (versículo 15). Esto solo sirve para destacar la falta de actividad en torno a la reconstrucción del templo. Pero Dios declara que él ha regresado a Jerusalén tras 70 años de abandono y se encargará de que se reconstruya el templo y se restauren las ciudades de Judá (versículos 16–17).

Una segunda visión muestra que las naciones que atacaron y derrocaron a Israel y Judá serán castigadas (versículos 18–21). En una visión posterior, Jerusalén será restaurada y Dios habitará en el templo de la ciudad. Se invita a los exiliados en Babilonia a regresar (2:1–9). Los aspectos finales de esta profecía (versículos 10–13), tales como las naciones del mundo procurando convertirse en pueblo de Dios, seguirán sin cumplirse hasta el establecimiento del reino de Dios en la tierra.

La cuarta y última visión del primer grupo profético nos vuelve a Josué, el sumo sacerdote de la época de Zacarías, y extiende la secuencia hasta Jesucristo (el «Renuevo» expiatorio de Zacarías 3:8–9) para el gobierno milenario del Mesías tras su retorno (3:10).

El segundo grupo de cuatro profecías de la primera sección del libro trata sobre visiones que muestran a Zorobabel, empoderado por el Espíritu de Dios, como constructor del templo (capítulo 4); la limpieza de la tierra y del pueblo por la Palabra de Dios (5:1–4); el traslado de la maldad a Babilonia (versículos 5–11); y, en la última visión, cuatro carros tirados por caballos alazanes, negros, blancos y pintos. Ellos patrullan la tierra, y dos de los cuatro subyugan el poder de Babilonia (6:1–8).

Sigue un interludio con un comentario sobre la coronación de Josué como tipo del Mesías (versículos 9–15), y un análisis de los inaceptables intentos de ganar el favor de Dios por medio del ayuno (7:1–14). El capítulo 8 muestra a Jerusalén como centro del futuro reino de Dios, con descendientes de Israel traídos de regreso desde lejanas tierras (verses 7–8). Otras naciones buscarán el camino de Dios al regresar a Jerusalén para aprender de él y de su pueblo que regresó (versículos 22–23).

Esta información tenía por objeto alentar a los constructores de la época de Zorobabel: «Así dice el Señor Todopoderoso: “¡Cobren ánimo, ustedes, los que en estos días han escuchado las palabras de los profetas, mientras se echan los cimientos para la reconstrucción del templo del Señor Todopoderoso!”» (versículo 9).

El profeta del Antiguo Testamento Zacarías, de pie en el templo de Jerusalén

Zacarías en el templo por Jan Lievens, óleo sobre lienzo (siglo XVII)

La segunda sección del libro (capítulos 9–14) contiene los siguientes cuatro grupos de profecías. Es posible que dentro del período de vida de Zacarías, los persas vinieran contra los griegos en una serie de batallas conocidas hoy como las guerras persas; pero, aunque militarmente superados en número, los griegos finalmente vencieron a los invasores.

El primer grupo de profecías del capítulo 9 es probablemente una descripción de la derrota de Siria, Tiro, Sidón y las ciudades estado de la planicie filistea por parte del subsiguiente conquistador griego Alejandro Magno (356–323). En medio de esto hay una profecía que se relaciona con el arribo del Mesías según se explica en el Nuevo Testamento. El rey de Sión es descrito entrando a Jerusalén en un pollino, cría de asna (versículo 9), acontecimiento cumplido al entrar Jesús a la ciudad antes de su crucifixión (véase Mateo 21:1–11). Esta profecía de la primera venida deriva en una descripción de las condiciones durante el reino milenario del Mesías: «proclamará paz a las naciones. Su dominio se extenderá de mar a mar, ¡desde el río Éufrates hasta los confines de la tierra!» (Zacarías 9:10c).

El segundo grupo corresponde a la revuelta de los judíos contra el rey griego Antíoco Epífanes en el siglo II a.C. (versículos 11–13). Pero, como en partes anteriores de este capítulo, esto deriva en profecías sobre la segunda venida, cuando Israel y Judá serán restauradas. (9:14–10:12).

Las profecías del tercer grupo puede que indiquen acontecimientos bajo los gobiernos griegos sucesivos y los corruptos sacerdotes judíos helenizados en la época de la limpieza del templo por parte de Judas Macabeo (11:4–8). Por cierto, incluyen un pasaje que se cumplió en la primera venida de Jesús. Se menciona el pago por la traición a Cristo por parte de Judas Iscariote: «Les dije: “Si les parece bien, páguenme mi jornal; de lo contrario, quédense con él”. Y me pagaron solo treinta monedas de plata. ¡Valiente precio el que me pusieron! Entonces el Señor me dijo: “Entrégaselas al fundidor”. Así que tomé las treinta monedas de plata y se las di al fundidor del templo del Señor» (versículos 12–13; véase Mateo 26:14–15).

El capítulo 12, también parte del tercer grupo profético, aborda Jerusalén al final de los tiempos, justo antes de la segunda venida de Cristo. La ciudad sufrirá un último asedio, y todas las naciones se reunirán contra ella y serán vencidas (versículos 2–9). Y de nuevo aparece una profecía que reconoce la crucifixión de Cristo en el contexto de su segunda venida: «Sobre la casa real de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de súplica, y entonces pondrán sus ojos en mí. Harán lamentación por el que traspasaron como el que hace lamentación por su hijo único; llorarán amargamente, como quien llora por su primogénito» (versículo 10).

En el grupo final de profecías, no hay referencias al período del Antiguo Testamento, sino a la primera y segunda venidas, incluso una profecía sobre la captura y muerte de Jesús y la dispersión de sus discípulos: «Hiere al pastor para que se dispersen las ovejas» (13:7b; véase Mateo 26:31).

Por último, el capítulo 14 registra algunos de los acontecimientos del día del Señor: desde la reunión de las naciones contra Cristo en Jerusalén hasta su regreso al Monte de los Olivos; desde la transformación de la tierra en torno a Jerusalén, y la apertura de un nuevo río fluyendo hacia el este desde Jerusalén hasta el Mar Muerto y hacia el oeste hasta el Mediterráneo, hasta el establecimiento del reino de Dios bajo Cristo como rey sobre todas la tierra (versículos 3–11). En ese tiempo del milenio, Zacarías escribe, las naciones querrán seguir el camino de Dios, de paz y seguridad.

12. Malaquías

Con el breve libro de Malaquías culmina la colección entera de los profetas. Sobre este mensajero, sucesor inmediato de Zacarías, poco más se conoce que el hecho de que hizo hincapié en un doble objetivo: los pecados de Judá tras la reconstrucción del templo, y la intervención para resolver los problemas resultantes.

«Malaquías es un libro de transición. Se yergue al culminar el Antiguo Testamento, como el último representante de la profecía divina antes de su reaparición en la predicación de Juan el Bautista».

J. Barton Payne, Encyclopedia of Biblical Prophecy: The Complete Guide to Scriptural Predictions and Their Fulfillment

Escribiendo alrededor del año 430 durante la gobernación de Nehemías sobre Judá, en la primera parte de su libro Malaquías se refiere a un altar, ofrendas sacrificiales y un sacerdocio (Malaquías 1:7–10). Esto indica un tiempo posterior a la terminación del templo. Pero deja en claro que a pesar de la presencia de estos elementos del sistema de adoración de Israel, los sacerdotes y el pueblo habían regresado a su conducta corrupta que los había conducido a su cautividad anterior en Babilonia. La tierra estaba bajo maldición, con malas cosechas y los sacerdotes fracasando en su función docente. El pueblo había abandonado el pacto con Dios, permitiendo la idolatría una vez más. La hipocresía, el adulterio y el divorcio los habían dominado.

En la segunda parte del libro, Malaquías muestra la solución de Dios a los continuos problemas de infidelidad en todos los niveles. Él enviará un siervo especial a preceder la venida del Mesías: «El Señor Todopoderoso responde: “Yo estoy por enviar a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. De pronto vendrá a su tiempo el Señor a quien ustedes buscan; vendrá el mensajero del pacto, en quien ustedes se complacen”» (3:1). Este es el conocido pasaje que profetiza la obra de un mensajero, Juan el Bautista, preparando el camino para el segundo mensajero, Jesucristo.

Con todo, el Señor no vino a su templo en esa época. Esto se indica en los versículos siguientes que relatan acontecimientos todavía futuros: «Pero, ¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando él aparezca? Porque será como fuego de fundidor o lejía de lavandero. Se sentará como fundidor y purificador de plata; purificará a los levitas y los refinará como se refinan el oro y la plata. Entonces traerán al Señor ofrendas conforme a la justicia» (versículos 2–3).

Mientras tanto, si han de ser bendecidos, Judá y su sacerdocio deben volver a Dios (versículos 6–7). El libro de Malaquías concluye con la advertencia de que «el día del Señor, grande y terrible» —día del juicio de Dios sobre toda la humanidad— se aproxima. Pero para que haya un remanente salvado de la destrucción total que de lo contrario golpeará la tierra, justo antes de ese día, un profeta como Elías volverá a la gente al camino de Dios cual se ejemplifica en la ley de Moisés. Esto se describe como padres que se reconciliarán con sus hijos y los hijos con sus padres; una nueva dedicación a constituir familias piadosas, según las enseñanzas de la Torá (4:5–6).

En nuestra próxima entrega comenzaremos la consideración de la tercera y última sección de las Escrituras hebreas conocida como Los escritos.

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