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(PARTE 4)
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La mayor parte del Antiguo Testamento—aquellos libros conocidos por la iglesia primitiva del Nuevo Testamento como «la Ley, los Profetas y los Escritos»—se encuentra organizado en torno al pueblo de Israel y su interacción con otros pueblos. Israel fue el nombre dado por Dios a Jacob, uno de los hijos gemelos de Isaac y Rebeca. Abraham, padre de Isaac, es por medio del cual los judíos de hoy día trazan sus orígenes. Obviamente, ni Abraham o Isaac eran israelitas o judíos, así mismo cada uno dando origen a varios de los pueblos árabes.
En la cuarta parte concluimos con la muerte de Abraham y su entierro por dos de sus hijos, Isaac e Ismael. En ese momento, Isaac por medio del cual el «linaje de la promesa» bíblica puede trazarse, se encuentra en Beer Lajai Roi (traducido posiblemente como «pozo del que vive y me ve») en el desierto del Négev—lugar donde un ángel se le apareció a la angustiada sierva egipcia Agar y le anunció el futuro de su hijo, Ismael. Sin embargo, a pesar de la compasión de Dios y la bendición y de Ismael, Isaac fue quién heredaría las promesas dadas a Abrahan.
«El libro del Génesis es, entre otras cosas, una profunda meditación sobre lo significa ser elegido y lo que no se debe elegir».
Una guía al libro del Génesis se encuentra en el toledoth de su organización generacional (véase «La Estructura del Génesis»im>). El toledoth de Ismael (Génesis 25:12–18), detallando lo que le pasó en referencia a sus descendientes, continúa con la muerte de Abraham, en efecto trayendo a cierre cualquier posibilidad para Ismael de ser contado dentro del linaje a través del cual Dios había escogido obrar. Sin embargo, lo interesante es que en paralelo con los 12 hijos de Jacob/Israel, Ismael tuvo 12 hijos que llegaron a ser 12 tribus árabes. Dios se lo había prometido a Abraham anteriormente: «Con respecto a Ismael, también a él lo bendeciré, tal como me has pedido. Haré que sea muy fructífero y multiplicaré su descendencia. Llegará a ser padre de doce príncipes, y haré de él una gran nación» (17:20). Varios nombres de los hijos pueden reconocerse en los nombres de los lugares al norte de Arabia y Jordania. Basado en el conocimiento arqueológico sobre los nombres de los lugares que figuran en el recuento de Génesis 25, el territorio de Ismael se extendía desde el Río Éufrates hasta el Mar Rojo, y del norte del Sinaí hasta el oeste de Babilonia—lo que conocemos como la Península Arábiga. En esta región las tribus de Ismael estarían lindantes, pero a la vez en oposición a los hijos de Israel: «Sus descendientes… vivieron en franca oposición a todos sus hermanos» (25:18, Nueva Versión Internacional).
Aunque cronológicamente fuera de secuencia, la muerte de Ismael se menciona en este punto, subrayando de nuevo que su linaje no tiene parte alguna con la herencia de las promesas hechas a Abraham.
En la siguiente sección se retoma el toledoth de Isaac (25:19–35:29). Esta larga historia está llena de intriga, traición y fracaso moral, aunque también con la fidelidad implacable de Dios. Sin embargo, la cantidad de espacio que otorga la historia al propio Isaac después de la muerte de su padre es pequeña, lo que le sucedió principalmente es la historia de sus hijos gemelos Esaú y Jacob. El relato comienza con su nacimiento.
ARQUETIPOS DEL PASADO
De diversas maneras, la vida de Isaac es comparable a la de su padre Abraham. Después de haber esperado 20 años por un hijo con su esposa Rebeca, Dios contestó la oración de Isaac y la pareja se convirtió en padres de gemelos. Una vez más esto indica que la familia con la que Dios había escogido para trabajar a por medio, él era el proveedor y sustentador. La tumultuosa historia de Isaac y su familia demuestra su total fracaso, durante muchos años, dando a entender que el plan era de Dios no del hombre. Una y otra vez se tomaron el asunto en sus propias manos, al igual que Abraham había hecho en ocasiones, con la esperanza de apresurar las bendiciones que Dios les había prometido.
«Isaac es el menos original de los tres patriarcas. Su vida carece del drama de Abraham o de las luchas de Jacob».
Durante el embarazo de Rebeca los hijos luchaban dentro de ella, tanto que le pidió ayuda a Dios para entender la razón. Su respuesta fue que los niños se convertirían en dos pueblos muy diferentes, no como Ismael e Isaac. Ya estaban en conflicto desde el seno materno. Uno sería más fuerte que el otro, y los descendientes del mayor estarían al servicio del linaje del más joven.
El primero en nacer era rubio. «Parecía como si trajera una envestidura de pieles; así que le nombraron Esaú» (25:25). Su rubio o rubicundo color (en hebreo, admoni) bien podría en parte ser la base de su nombre como nación, Edom. La conexión lingüística entre «Esaú» y su pilosidad es más difícil de establecer. La tierra de Seir era territorio de Edóm y existe una similitud entre el hebreo sear («pelo») y el nombre de este territorio, así que quizás se haga una conexión con Esaú. Su hermano salió aferrado de su talón y se le nombró Jacob («sostenido por el talón», del hebreo akeiv o aqeb, «talón»).
Esaú creció para ser «un cazador experto, un hombre de campo» (versículo 27), lo cual podría sugerir que vivió una vida sin las ataduras y responsabilidades del hogar y la vida pastoril. «Pero Jacob era un hombre tranquilo [tam, en hebreo, “justo” o “perfecto”], que moraba en tiendas» —un pastor. Isaac prefería a Esaú por el venado que traía de la caza, mientras que el que morador de tiendas, Jacob, era el favorito de su madre.
La diferencia de intereses y estilo de vida entre los hermanos gemelos, se cruza en un incidente que establece las bases para un futuro conflicto. A su regreso de caza, cansado y hambriento, Esaú le pide a Jacobo por un plato de guiso de lentejas rojas que este había preparado. Jacob tomó ventaja de la situación negociando la primogenitura de su hermano mayor a cambio de la comida. A pesar de que las acciones de Jacob eran otro ejemplo de como este trató de acelerar las bendiciones de Dios en sus propios términos, desde una perspectiva bíblica él es menos culpable que su hermano en este caso. El problemas más grande de Esaú fue el desdeño de su primogenitura y responsabilidades. Las consideró sin valor. Este desdeño le permitió de manera casual claudicar su primogenitura por un trago de guiso «rojo», como lo dijo literalmente con sus palabras—otro motivo por lo que su pueblo fue nombrado Edom (versículo 30).
«El relato de Jacob retrata a Israel en su apariencia más terrenal y la apariencia más escandalosa en el Génesis. … Este nieto de la promesa es un sinvergüenza en comparación consu fiel abuelo Abraham y su exitoso padre Isaac».
El libro a los Hebreos en el Nuevo Testamento dice que, Esaú era una persona libertina o profana, quien se vino a arrepentir de su error demasiado tarde (Hebreos 12:16–17). Sin embargo lo que se enfatiza fue la elección de Dios por Jacob, en lugar del oportunismo de este, como escribe Pablo, «Y no sólo esto. También sucedió cuando Rebeca concibió de un solo hombre, de nuestro antepasado Isaac, aunque sus hijos todavía no habían nacido ni habían hecho algo bueno o malo; y para confirmar que el propósito de Dios no está basado en las obras sino en el que llama, se le dijo: “El mayor servirá al menor”» (Romanos 9:10–12).
EL HIJO LE SIGUE AL PADRE
El siguiente capítulo del libro del Génesis presenta a Isaac como el foco central, a sus dos hijos no se le menciona por nombre. Nuevamente existen paralelos con Abraham, así como errores y bendiciones similares. Aprendemos que la hambruna impulsó a Isaac a desplazarse a Gerar, rumbo a Egipto, ciudad gobernada por un rey conocido con el título de Abimelec. Anteriormente Abraham había ido a Egipto bajo circunstancias de hambruna; ahora el Señor se le apareció a Isaac, advirtiéndole de no ir allá sino quedarse en Gerar. Después el Señor reconfirma su promesa en términos del pacto Abrahámico: «Habita como extranjero en esta tierra, y yo estaré contigo y te bendeciré. A ti y a tu descendencia les daré todas estas tierras, y así confirmaré el juramento que le hice a Abraham, tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y a tu descendencia le daré todas estas tierras. Todas las naciones de la tierra serán bendecidas en tu simiente, porque Abrahán escuchó mi voz, y guardó mis preceptos, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes» (26:3–5).
A pesar de esta promesa, con el mismo engaño con el que Abraham se había gratificado diciendo que su esposa era su hermana por temor al Faraón, sucedió de igual manera en el caso de Isaac. Les dijo a los cananeos de Gerar que Rebeca era su hermana. Abimelec descubrió la mentira cuando vio a Isaac y Rebeca acariciándose como marido y mujer. El rey advirtió a todos de mantenerse al margen de la pareja por temor a un castigo divino.
Libre de vivir en Gerar, Isaac llegó a ser muy próspero gracias a la agricultura. Dios lo bendijo tanto que los cananeos tuvieron envidia y le pidieron que abandonara la ciudad. Desplazándose a un valle cercano, Isaac reabrió los pozos de su padre, que la gente del lugar había azolvado, causando aún más fricción con los vecinos. Seguidamente se trasladó a Berseba, donde Abraham también había vivido. Ahí Dios le apareció a Isaac una vez más, diciendo, «Yo soy el Dios de Abraham tu padre. No tengas miedo, pues yo estoy contigo; y por causa de Abraham, mi siervo, yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia» (versículo 24). Isaac se estableció ahí y edificó un altar. Tal fue su prosperidad que Abimelec le visitó, reconociendo que «el Señor está contigo» (versículo 28), y buscó un pacto de paz con Isaac. De modo significativo, este fue confirmado el mismo día en que los siervos de Isaac descubrieron la tan preciada agua en el lugar.
CONTIENDA FAMILIAR
A manera de introducción a lo que sucedió después en la historia de Isaac, se encuentra el detalle que a los 40 años Esaú se casó con dos mujeres fuera de su grupo tribal. Sus dos esposas eran de origen hitita y «fueron amargura de espíritu para Isaac y Rebeca» (versículo 35). Se nos deja reflexionar entonces, por qué Isaac no insistió en que su hijo primogénito se casara, como él lo había hecho, dentro de la familia en Harán.
Esta triste situación precedió al engaño de Rebeca en asegurarse de que Jacob y no Esaú recibiera la bendición de la primogenitura final de su anciano padre. Isaac, en este entonces prácticamente ciego y creyendo que no se encontraba muy lejano de su muerte (aunque no sucedió por más de 20 años), mando a Esaú a cazar alguna presa para poder disfrutar alimento antes de conferirle su bendición «ante la presencia del SEÑOR» (27:1–4, 7). Rebeca habiendo por casualidad oído la conversación, instruyó a Jacob en un ardid para engañar a su padre al traerle un suculento platillo pretendiendo ser Esaú. Utilizando piel de cabras para cubrir sus brazos y cuello, vistiendo las ropas de su hermano, además de mentir dos veces insistiendo que él era Esaú, Jacob recibió la bendición de su padre. Isaac comentó que la voz era la de Jacob, pero al tacto era Esaú y el olor de su ropa le convenció de que estaba bendiciendo a su hijo mayor: «¡Que Dios te dé del rocío del cielo y de las grosuras de la tierra! ¡Que te dé abundante trigo y vino! ¡Que te sirvan los pueblos! ¡Que las naciones se inclinen ante ti! ¡Conviértete en señor de tus hermanos, y que ante ti se inclinen los hijos de tu madre! ¡Malditos sean los que te maldigan, y benditos sean los que te bendigan!» (Versículos 28–29).
«Esaú no es elegido, pero tampoco es rechazado. Él también va a tener su bendición, su patrimonio, su tierra. Él también va a tener hijos que se convertirán en reyes que gobernarán y no serán gobernados».
Justo después de que Jacob salió de la tienda, Esaú regresó de cazar, preparó alimento y lo llevó a su padre, sólo para descubrir lo que Jacob había hecho. Isaac tembló frenéticamente y confirmó que la bendición no podía retractarse. Esaú gritó con amargura, denunció el doble engaño de su hermano (la primogenitura primero y después la bendición) y le pidió a su padre por algún tipo de bendición remanente. Las palabras de Isaac no fueron reemplazo para lo que ya se había perdido: «Tendrás tu habitación en lo mejor de la tierra, y gozarás del rocío de los cielos de arriba. Vivirás gracias a tu espada, y servirás a tu hermano; y una vez que te hayas fortalecido te quitarás del cuello su yugo» (versículos 39–40, Reina Valera Contemporánea). Entonces Esaú juro matar a Jacob después que su padre muriera.
Al enterarse de la amenaza, Rebeca decidió mandar a Jacob con su hermano en Harán, con la intención de enviar por él una vez que el enojo de Esaú se hubiese mitigado. Para obtener el acuerdo de su plan con Isaac, esta tramó su solicitud en términos de las dificultades que las mujeres hititas de Esaú le causaban, con esperanza igual de que Jacob no se casara fuera de la familia. Isaac consideró la idea y envió a Jacobo a Padan-aram (donde Harán estaba situado) para encontrar esposa en la casa del padre de Rebeca, Betuel, y su hermano Labán. Esto, claro está, es una repetición de lo que el mismo Isaac había experimentado cuando su padre le buscó esposa dentro de la misma familia y región. Que Isaac no mencione a la familia como sus parientes (Labán era su primo) sino en su lugar los de su esposa, sirve para confirmar su favoritismo a Esaú y del amor de Rebeca por Jacob.
Isaac bendijo nuevamente a Jacob, invocando el favor de Dios en términos del pacto Abrahámico: «Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos; y te dé la bendición de Abraham, y a tu descendencia contigo, para que heredes la tierra en que moras, que Dios dio a Abraham» (28:3–4).
Cuando Esaú supo que Jacob estaba buscando esposa de entre la familia, y que Isaac no estaba complacido con su elección de mujeres cananeas, este se fue con otra rama de la familia y tomo una tercera esposa, a su prima Mahalat, la hija de su tío Ismael.
Inherente en esta red de intrigas, el engaño, la ira y la amargura son el futuro de esta familia disfuncional. La vida de Jacob tomaría muchos altibajos para mal, antes de que reflexionara en sí mismo y reconociera que sin el sometimiento a la soberanía de Dios su vida no tendría valor.
BENDECIDO EN BETEL, ACOSADO EN HARÁN
En su camino a Padan-aram, Jacob descanso en Luz, cercano al lugar donde Abrahán edifico un altar a Dios inmediatamente después de su llegada a la tierra de la promesa. Ahí Jacobo soñó con una escalera que alcanzaba hasta el cielo con ángeles que subían y descendían de ella. El Señor, decidido, confirmo el pacto una vez más: «Yo soy el SEÑOR Dios de Abrahán tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho»(versículos 13–15).
Jacob despertó con miedo, sabiendo que Dios estaba en ese lugar. Lo renombró Bet-el («casa de Dios») y depositó la piedra que había usado como cabecera para descansar.
La promesa que después hizo es sorprendente debido a su condicionalidad, mostrando que a Jacobo aun le quedaba un camino largo por recorrer en su relación con Dios. Este dijo, «Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, el Señor será mi DIOS. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti» (versículos 20–22). La actitud de «si Dios va a cuidar de mis necesidades físicas, lo reconoceré a Él como mi Dios» difiere enormemente de la incuestionable fe de Abrahán en seguir el mandato de Dios de dejar su tierra, «sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8).
Al llegar a la región de Harán, Jacob se detuvo por un pozo donde se les daba de beber a los animales. Les preguntó a los pastores si conocían a Labán, estos le dijeron que no solamente le conocían sino que su hija Raquel no tardaba en llegar a darles de beber a las ovejas. Jacobo ayudó a darles de beber y se presentó así mismo a Raquel, y la besó. Ella corrió a avisarle a su padre, quien prontamente le dio la bienvenida a su sobrino (Génesis 29:1–13). Quizás Labán tenía en mente la ocasión cuando años atrás el siervo de Abraham había llegado con regalos buscando esposa para Isaac (24:29–31).
Después de un mes Labán ofreció pagarle a Jacob para que trabajara para él como pastor. Jacob negoció por Raquel, acordando trabajar siete años por su mano. Solo que cuando llegó el tiempo del matrimonio, Labán engaño a Jacobo sustituyendo a su hija mayor Lea en la noche del matrimonio. Ahora Jacob se encontraba como receptor de un engaño familiar. Con pesar, acordó pasar la semana de «noche de bodas» con Lea antes de que se le cediera Raquel en retorno por otros siete años de trabajo. Tal vez la lección era, si Jacob hubiera tenido un estado mental de aceptar en ese momento que «todo lo que el hombre siembra, también eso recoge» (Gálatas 6:7). Este joven hijo de Isaac anteriormente había engañado a su hermano obteniendo bendiciones por medio de un engaño vergonzoso; ahora el mismo había sido estafado de tan deseada bendición.
«Si Abraham es originalidad e Isaac continuidad, entonces Jacob representa la tenacida».
A juzgar de lo que ocurrió en su vida familiar con dos esposas, Jacobo cometió errores más graves y tuvo mucho que aprender. Con Lea engendró cuatro hijos antes de que ella fuera temporalmente incapaz de concebir. Estos fueron Rubén, Simeón, Leví y Judá. El Génesis evidencia que Dios bendijo a Lea con su primer hijo cuando vio que era menospreciada por Jacob (Génesis 29:31). Lea creyó que porque Dios le había concedido hijos, ahora la preferiría Jacob, dado que durante este tiempo Raquel no podía concebir. En su desesperación al no tener hijos Raquel le ofrece a Jacob su esclava Bilá. Juntos tuvieron dos hijos, Dan y Neftalí. Lea, a cambio de su frustración debido a su incapacidad de concebir nuevamente, le ofrece ahora a Jacob su cierva Zilpa. Resultaron dos hijos más, Gad y Aser. Posteriormente, Lea y Jacob pudieron tener más hijos—dos hijos, Isacar y Zabulón, y una hija, Dina. Solo hasta entonces la situación de Raquel cambió, y pudo tener un hijo propio, José.
Habían pasado 20 años al servicio de Labán cuando nuevamente Dios le apareció a Jacob y le dijo que regresara a su padre y madre. Su tío lo había engañado muchas veces, no solamente con el asunto de Lea y Raquel. Como dijo Jacob, «Esta clase de vida he tenido en tu casa durante veinte años. Catorce te serví por tus dos hijas, y seis por tu ganado, y varias veces me has cambiado la paga» (31:41).
Jacob dejo el territorio de Labán en secreto con sus esposas, hijos, ganado y posesiones, sin embargo pronto le dio alcance su tío. Sin embargo ahora, hizo pacto de no acosarlo jamás. Habiendo sido advertido en un sueño de no dañar a Jacob, Labán se regresó conforme a Padan-aran manos vacías. Para Jacob este fue el comienzo de su relación correcta con Dios, como eventos cercanos probarán su determinación y confianza en Él.
La próxima vez, la historia de Jacob continúa, y comienza la de José su hijo.
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