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(PARTE 8)
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El dramático encuentro entre los visibles dioses de Egipto y el invisible Dios de Israel culminó en una décima plaga que mató al primogénito «tanto de hombre como de bestia». Como resultado, el corazón de Faraón cambió e hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche y les dijo, «Salid de en medio de mi pueblo vosotros, y los hijos de Israel; e id, servid al SEÑOR, como habéis dicho» (Éxodo 12:31). Todo estaba listo para su partida con un viaje que pudo haber tomado pocos meses pero duró 40 años. ¿Por qué y cómo pasó? Es una historia de ingratitud, olvido y falta de fe.
Tomando apresuradamente sus rebaños y manadas, masa sin leudar (para cumplir con la instrucción de Dios de comer pan sin levadura durante siete días (véase Éxodo 12:17-20), así como la nueva adquisición de oro, plata e indumentaria de los egipcios, la nueva nación liberada abandonó a sus maestros y se dirigieron a la Tierra Prometida. Todo esto cumplió con las palabras de Dios dijo a Abraham unos cuantos siglos antes: «Ten por cierto que tu simiente será peregrina en tierra no suya, y servirá a los de ahí. … Después de esto saldrán con grande riqueza» (Génesis 15:13,14). Moisés cumplió también una promesa hecha por los hijos de Israel a su hermano José: tomó los huesos de José con él (Éxodo 13:19; Génesis 50:25,26).
Marchando bajo el cobijo de las sombras en la noche después de la Pascua (véase Números 33:3; Deuteronomio 16:1), en un futuro conmemorarían agradecidamente los dos eventos como evidencia de la protección y liberación de Dios. Con respecto a la primera tarde (14 de Nisán), le enseñarían a sus hijos: «Esta es la víctima de la Pascua del SEÑOR, el cual pasó las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas» (Éxodo 12:27). Concerniente a la siguiente tarde, 15 de Nisán, y el comienzo del festival de los panes sin levadura, Moisés les instruyó: «Tened memoria de este día, en el cual habéis salido de Egipto, de la casa de servidumbre; pues el SEÑOR os ha sacado de aquí con mano fuerte» (Éxodo 13:3). Cuando sus hijos preguntasen por qué comen pan sin levadura en conmemoración, deberán responder, «Se hace esto con motivo de lo que el SEÑOR hizo conmigo cuando me sacó de Egipto» (versículo 8).
INTERVENCIONES MILAGROSAS
Aunque no se da el número total de aquellos que salieron de Egipto, se puede estimar de 2 a 3 millones basándose en Éxodo 12:37: «Partieron los hijos de Israel de Remeses a Sucot, como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños».
«Puede decirse con seguridad que ningún relato en la Biblia Hebrea ha jugado un papel central en las comunidades de interpretación judía y cristiana, así como en subgrupos dentro de estas comunidades, como la historia del éxodo».
Este viaje jamás fue con la intención de irse por la ruta más conveniente: «Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque dijo Dios: Que por ventura no se arrepienta el pueblo cuando vieren la guerra, y se vuelvan a Egipto; mas hizo Dios al pueblo que rodeara por el camino del desierto del mar Bermejo» (13:17,18). La ruta a lo largo del Mediterráneo era una ruta comercial-militar bien establecida flanqueada con fortalezas egipcias y estaciones viales. Si los hijos de Israel hubieran encontrado oposición por ahí, hubieran preferido regresar a Egipto en lugar de encarar una guerra. Como estaban las cosas, Faraón había decidido perseguirlos en el desierto, donde fueron pronto acorralados entre el avance de los carros de los egipcios y la expansión del agua llamada en hebreo yam suf (traducido por varios como «Mar Rojo» o «Mar de los Juncos», 15:4). Su dramático rescate es bien conocido. Milagrosamente el mar fue dividió, permitiendo su escape, para solo después chocar sobre los carros de guerra (14:24,25) y sus ocupantes. El poder de Dios sobre los egipcios fue confirmado nuevamente: «Así salvó el SEÑOR aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel aquel grande hecho que el SEÑOR ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió al SEÑOR, y creyeron al SEÑOR y a Moisés su siervo» (versículos 30,31).
«Y cuando Israel vio el portentoso poder con el que el SEÑOR blandió contra los egipcios, el pueblo temió al SEÑOR: tuvieron fe en el SEÑOR y en su siervo Moisés».
Esta confianza en Dios y su siervo no duró mucho. Cuando no pudieron encontrar agua después de solo tres días de viaje por el desierto, los hijos de Israel fueron vencidos por el temor y arrepentimiento de haber dejado Egipto. Llegando a Mara («amargura»), donde había agua pero estaba contaminada comenzaron a quejarse. Dios le mostró a Moisés un tipo de corteza de madera que cuando se ponía en el agua la hacía dulce. Fue esta una oportunidad para poner reglas a Israel. Si fueran obedientes a la palabra de Dios, Él les evitaría sufrir cualquiera de las enfermedades comunes de Egipto, «porque yo soy el SEÑOR tu Sanador» (Éxodo 15:26, JBS). Con esto, llegaron al oasis de Elim, donde encontraron 12 fuentes de agua y 70 palmeras.
Sin embargo, el milagroso sacio de la sed de Israel no se tradujo en una confianza en cuanto a cuál sería su fuente de alimentos. Días más tarde se estaban quejando de hambre con Moisés y Aarón: «Hubiera sido mejor si hubiéramos muerto por mano del SEÑOR en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto, para matar de hambre» (16:3). La respuesta fue el milagroso suministro por parte de Dios con codornices esa tarde así como también de algo dulce parecido al pan de una sustancia llamada maná (que literalmente «¿qué es?») que llegó con el rocío de la mañana. Dijo Dios que su principal propósito era «para que Yo le pruebe si anda en mi ley, o no» (versículo 4). El pueblo demostraría su obediencia al seguir su mandato de solo recoger el suficiente maná para cada día, y porción doble en viernes en preparación para observar el séptimo día o Sabbath (versículos 5 y 23). Aunque tomó algo de persuasión, eventualmente obedecieron con precisión y se les dio maná durante 40 años caminando en el desierto (versículo 35).
Las necesidades físicas de los israelitas continuaron creciendo considerablemente, y pronto continuaron con su desasosiego por la carencia de agua. En esta ocasión en un lugar llamado Masá («prueba») y Meriba («rencilla»), pelearon y pusieron a Dios a prueba dudando de que Él realmente estaba presente entre ellos. Dios mandó a Moisés a darle con su vara un golpe a una peña y, milagrosamente, fluyó agua de ella (17:1–7). Esto ocurrió en las inmediaciones de Refidin, lugar que se haría famoso en la historia de Israel como el lugar donde los amalecitas vinieron y les atacaron sin advertencia alguna, por lo que estos sufrirían por años venideros. Aunque con la intervención de Dios los amalecitas fueron derrotados, su agresión sería vengada «de generación en generación» (versículos 8–16).
El encargarse de las preocupaciones de la vasta nación de Israel estaba minando las capacidades y fortaleza de Moisés. Su suegro Jetro, el madianita, para quien había pastoreado sus rebaños por 40 años antes del Éxodo, le vino a visitar dándole buen consejo sobre como delegar responsabilidades: «Elige tú mismo entre el pueblo hombres capaces y temerosos de Dios, que amen la verdad y aborrezcan las ganancias mal habidas, y desígnalos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez personas. Serán ellos los que funjan como jueces de tiempo completo, atendiendo los casos sencillos, y los casos difíciles te los traerán a ti. Eso te aligerará la carga, porque te ayudarán a llevarla» (18:21–22).
LAS DIEZ PALABRAS
Al tercer mes después de haber salido de Egipto, los hijos de Israel llegaron a los pies del monte Sinaí. Dios le había dicho a Moisés que después de liberar a los israelitas, le traería de nuevo al lugar de su primer encuentro con Él donde ardía la zarza, y que le serviría en el Monte Sinaí (3:12).
«La llegada al Sinaí inaugura la etapa culminante dentro del proceso de forjar la identidad nacional de Israel y su destino espiritual».
Ya reunido el pueblo, el monte fue coronado con humo y fuego, con truenos y relámpagos. Moisés fue llamado y se le dijo que advirtiera al pueblo de no acercarse mucho. Entonces Dios habló los Diez Mandamientos (literalmente en hebreo, «las Diez Palabras» o en griego, «el Decálogo»). Tiempo más tarde Moisés ascendería al monte y recibiría las tablas de la ley escritas definiendo la relación entre Dios y su pueblo. Si el pueblo acordara con los términos, serían «un tesoro especial para [Dios] sobre todos los pueblos;… un reino de sacerdotes y nación santa» (19:5, 6). Las diez reglas pretendían ser la base de su vida bajo Dios a partir de ese momento.
Los Diez Mandamientos
«Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos. No tendrás dioses ajenos delante de mí.
«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecen, Y que hago misericordia en millares a los que me aman, y guardan mis mandamientos.
«No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano; porque no dará por inocente el Señor al que tomare su nombre en vano.
«Acordarte has del día del reposo, para santificarlo: Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; Mas el séptimo día será reposo para el Señor tu Dios: no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas: Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día: por tanto Jehová bendijo el día del reposo y lo santificó.
«Honra a tu padre y a tu madre, porque tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da.
«No matarás.
«No cometerás adulterio.
«No hurtarás.
«No hablaras contra tu prójimo falso testimonio.
«No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo».
Aunque esta es la primera evidencia de la ley en forma codificada, los principios estaban en efecto desde el principio. Los apóstoles lo pusieron en claro. Pablo escribió sobre el fracaso de Adán en el Jardín del Edén: «el pecado entro en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte» (Romanos 5:12), y Juan define al pecado como «la transgresión de la ley» (1 Juan 3:4, Versión RVA).
De hecho, Adán y Eva quebraron varios de los Diez Mandamientos cuando pecaron al desobedecer el primer mandato Dios de no comer del árbol del bien y el mal. Pusieron a otro ser antes que a su Creador, al creer en la mentira de Satanás. Desobedecieron al mandato de su Creador y se pusieron a sí mismo como los árbitros del bien y el mal. Le faltaron al respeto a su padre. Codiciaron el fruto prohibido, robando lo que no les pertenecía, y así por el estilo.
Dios le dijo a Caín, el hijo de Adán, que el pecado estaba a su puerta acechando como un animal listo para atacar, y que debía vencerlo (Génesis 4:7). En lugar de eso, asesinó a su hermano Abel y mintió sobre su paradero (versículos 8 y 9).
El cuarto mandamiento relativo al Sabbath se indica en el recuento de la creación en el Génesis, en donde Dios descansó en el séptimo día y lo santificó. Se hace referencia a esto más tarde como base en la observancia del Sabbath (Éxodo 31:13–17), en donde se especifica el día como una señal para identificar al pueblo de Dios. Vale la pena notar que a los hijos de Israel se les requirió reconocer el Sabbath antes de darles la ley en el Sinaí, cuando se les mandó recoger doble porción del mana en el sexto día en preparación del Sabbath (16:4, 23–26, 28–30).
Otros demostraron que conocían la ley al guardarla. Abel sabía que era correcto honrar a Dios dándole ofrendas (Génesis 4:4). Enoc fue un hombre que siguió el camino de Dios (Génesis 5:22). Noé fue un hombre justo, descrito como temeroso de la ley, en contraste con el mundo que lo rodeaba (Génesis 6:9). Dios le dijo a Isaac que sería bendecido «Porque [tu padre] Abraham obedeció mi voz y guardo mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes» (Génesis 26:5). José rehusó quebrantar el séptimo mandamiento contra el adulterio (con la esposa de su amo), diciendo, “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios?”» (Génesis 39:7–9).
Existe amplia evidencia que los Diez Mandamientos estaban en vigor antes de su codificación en la época de Moisés.
UN PUEBLO DE DURA CERVIZ
Cuando Moisés regresó ante la presencia de Dios recibió más reglamentos adicionales que emanaron de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:22–23:19). Esto trata con tantos temas diversos tal como trabajadores bajo contrato, indemnización, justicia social, y el Sabbath semanal y anual. El pueblo acordó vivir por las palabras de Dios, como fueron escritas por Moisés (24:4, 7), porque prefirieron no escucharlas directamente de Dios (versículos 3; 20:19).
Citado por Dios y acompañado por 70 ancianos, Aarón y sus hijos Nadab and Abiú, Moisés ascendió al monte. Juntos estos hombres «vieron al Dios de Israel» (24:10). Después Moisés fue con su asistente Josué para recibir la ley escrita por la mano de Dios (versículos 12 y 13). Dejó a Aarón y a Hur para atender cualquier asunto que pudiera surgir, Moisés se fue por 40 días y noches. Durante este tiempo, Dios le dio instrucciones detalladas para construir el santuario donde Él pudiera morar entre su pueblo. Este tabernáculo de adoración desplazable con todos sus enseres—arca, candeleros, cortinas, altares, etc. —así como el atrio, la vestidura de los sacerdotes e inclusive la ceremonia de consagración fueron descritos para que se siguiera un modelo santo (véanse capítulos 25–30; capítulos 35–40 registra la construcción o la hechura final de cada artículo de acuerdo a las instrucciones de Dios).
Después Dios le dio a Moisés «dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas con el dedo de Dios» (31:18). Esto pudo haber sido la culminación positiva del primer encuentro de Israel con Dios. Desafortunadamente, durante la larga ausencia de Moisés ya le habían dado la espalda a Aquel que los había liberado de la esclavitud. Con dudas y sin fe en cuanto al paradero de Moisés, le habían pedido a Aarón que les diera un nuevo dios en forma de becerro dorado, fundido al fuego con sus propios aretes de oro (32:1–6).
«El Decálogo y su contenido son… en sí mismos son únicos. La idea de una relación entre Dios un pueblo completo por medio de un pacto no tiene paralelo».
Informándole a Moisés de lo que había sucedido, Dios estaba a punto de destruir al pueblo quien tan rápidamente se había separado de Él. Los ruegos de Moisés fueron escuchados y el pueblo perdonado, pero su coraje ante la idolatría que testificó al regresar al campamento tuvo un resultado inesperado. Aproximándose a la gente que danzó alrededor de la imagen de metal, arrojó al suelo las tablas que traía consigo y las quebró. Después destruyo el becerro dorado, moliéndolo hasta hacerlo polvo, regándolo sobre el agua y haciéndoles beber de esta. Tres mil personas murieron ese día como resultado del castigo de Dios. Este episodio le hizo concluir a Dios que el pueblo que había rescatado era «gente de dura cerviz», cuyo viaje a la Tierra Prometida sería arduo. Su decisión temporal de no habitar en medio de ellos por temor de las consecuencias (33:5) significó que su tabernáculo sería levantado fuera del campamento. Josué lo resguardaría cuando Moisés no estuviera ahí. La presencia de Dios era evidente por el pilar de nueves a la puerta. Ahí Dios hablaría con Moisés «cara a cara como un hombre habla a su amigo» (verse 11).
Moisés pronto regresó al monte para recibir las tablas de piedra de la ley una vez más. Mientras que estaba ahí, Dios le permitió verlo más cercanamente, todavía cubriendo los ojos de Moisés mientras Él pasaba por ahí (versículos 18–23). Dios fue revelado como teniendo características muy definidas: «¡EL SEÑOR! ¡EL SEÑOR! ¡Dios misericordioso y clemente! ¡Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad! ¡Es misericordioso por mil generaciones! ¡Perdona la maldad, la rebelión y el pecado, pero de ningún modo declara inocente al malvado! ¡Castiga la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación!» (34:6–7)
Una vez más, durante 40 días y noches Moisés permaneció en el monte, escuchando la ley de Dios antes regresar con las nuevas reglas escritas. Moisés le pidió a Dios que regresara a morar entre su pueblo. Estuvo de acuerdo y prometió milagrosas intervenciones a su favor. Al cierre del Éxodo aprendemos que «la nube del Señor estaba sobre el tabernáculo durante el día, y durante la noche el fuego estaba sobre él, a la vista de todo el pueblo de Israel, en todas sus jornadas» (40:38).
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