El Final de su Viaje

LEER ANTERIOR

(PARTE 10)

IR A SERIE

En el número anterior dejamos al Apóstol Pablo en Roma, a punto de ser liberado de prisión. Por una de sus cartas enviadas a su ayudante Timoteo podemos saber que estuvo cautivo por una segunda y última ocasión. Lo que ocurrió entre estos dos periodos en prisión es una parte muy importante, aunque poco conocida, de la vida de Pablo, en la que demostró su continuo cuidado por las iglesias, viajó a diversas ciudades y escribió las cartas personales que se convirtieron en libros del Nuevo Testamento: 1 Timoteo y Tito.

Gente y lugares

En su segunda carta dirigida a Timoteo, escrita desde prisión, el apóstol menciona su detención final e inminente muerte. También menciona a un visitante —Onesíforo —, quien, de acuerdo con Pablo, estuvo con él en Roma la primera vez que estuvo prisionero y le ayudó más tarde en Éfeso (2 Timoteo 1:16–18). Así sabemos que Pablo fue a Éfeso luego de su primera estancia en la capital, y ello se confirma en la primera carta a Timoteo, donde el apóstol escribió: «Te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina» (1 Timoteo 1:3). Sabemos que la Iglesia experimentaba cada vez mayores dificultades internas con la diseminación de enseñanzas heréticas y esto resulta obvio a lo largo de las epístolas de Pablo.

Durante el periodo de libertad entre sus estancias en prisiones romanas, Pablo también visitó varios lugares junto a otros colegas. Estuvo en Creta con Tito (Tito 1:5), en Troas con Carpo (2 Timoteo 4:13), en Corinto con Erasto y en Mileto con Trófimo (2 Timoteo 4:20). Además, le dijo a Tito que pasaría un invierno en Nicópolis en el mar Adriático, a donde debía ir su «verdadero hijo en la común fe» (Tito 1:4; 3:12).

Cuando Pablo estuvo en Roma durante su primer encarcelamiento (consulte Los Apóstoles, Parte 10), señaló en distintas ocasiones que cuando estuviera libre iría a España (Romanos 15:24, 28), Filipos (Filipenses 1:26; 2:24) y Colosas (Filemón 22), y si estuvo en Colosas, entonces posiblemente fue a Laodicea y Hierápolis (Colosenses 2:1; 4:12–13), que se encuentran cerca de allí. No se sabe a ciencia cierta si realizó estos viajes, aunque sus palabras denotan su auténtica preocupación por todas las iglesias y por predicar las buenas nuevas por todo lo largo y ancho (consulte también 2 Corintios 11:28; 1 Corintios 9:16).

Nombramiento de líderes

Un tema común en 1ª Timoteo y Tito tiene que ver con la selección y ordenamiento de líderes en la Iglesia para la efectiva organización de las congregaciones locales. Pablo gira instrucciones a dos hombres que enfrentan problemas similares, aunque en lugares muy diferentes (Éfeso y Creta). Debían escoger a ciertos hombres calificados para el servicio ministerial, y a hombres y mujeres con cualidades similares como diáconos.

«Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa...»

1 Timoteo 3:2, Biblia de las Américas

Las características de las personas más idóneas para el trabajo ministerial forman parte de una lista de atributos muy exigentes (1 Timoteo 3:1–7; Tito 1:5–9). Tales personas debían tener buena reputación y experiencia en la fe, ser sobrios y hospitalarios, hábiles para enseñar y de buen entendimiento doctrinal, además de ser esposos fieles, padres responsables y cabezas de su propio hogar. No podían ser dados al vino, materialistas, agresivos o discutidores. En suma, debían ser individuos ejemplares, escogidos tras un cuidadoso análisis (1 Timoteo 5:22).

En caso de surgir quejas en contra de ellos, Pablo determinó que el debido curso a seguir era establecer los hechos ante la presencia de dos o tres testigos, con el fin de evitar la parcialidad hacia una u otra parte (los miembros o los ministros). Los ministros debían ser respetados por el trabajo realizado y recompensados como correspondía, tanto económicamente como en términos de honra (1 Timoteo 5:17–21).

Con tales líderes las congregaciones tendrían la mejor posibilidad de gozar de estabilidad en medio de una confusión religiosa y filosófica. Y vaya que así se encontraba el mundo. Éfeso era la capital de la provincia romana de Asia, hogar del culto a la diosa madre Artemisa, y un semillero de ideas en conflicto (consulte Los Apóstoles, Parte 7). Creta era conocida por un desagradable enfoque con respecto a la vida. El poeta cretense Epiménides (600 a.C.) dijo que todos los cretenses eran «siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos». El mismo Pablo lo menciona en Tito (1:12) porque, al parecer, la mentalidad cretense había contaminado a miembros de la comunidad judía establecida hacía tiempo y, quizá, había contagiado también a algunos de la Iglesia primitiva.

Contra las herejías y los herejes

Un segundo tema dominante en ambas cartas se relaciona con la necesidad de estar en guardia contra las herejías que los estaban invadiendo. Mientras más tiempo de existencia llevaba la Iglesia, más parecía encontrarse bajo la presión de aquéllos con doctrinas opositoras. Es evidente que para la década de los sesenta de nuestra era las enseñanzas de la Iglesia primitiva estaban siendo subvertidas por todo el mundo romano y que Pablo creía que la manera de contrarrestar esa tendencia era a través de una intervención ministerial y de una doctrina sana.

Pablo aconseja a sus jóvenes ayudantes al tratar con tales dificultades. Le dice a Timoteo que advierta a aquellos seguidores involucrados en desviaciones doctrinales que «[no] presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe» (1 Timoteo 1:4). A Tito le dice: «Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene» (Tito 1:10–11; consulte también 3:9). Este deseo de ganancias no es distintivo de un verdadero predicador de Cristo. Como Pablo escribió a Timoteo, «los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1 Timoteo 6:9–10).

El Apóstol Pablo menciona a dos individuos que provocaron división por sus ideas heréticas: Himeneo y Alejandro, quienes «naufragaron en cuanto a la fe» (1 Timoteo 1:19–20). Luego vuelve a mencionar a Himeneo en su segunda epístola a Timoteo, en la que define el problema: los herejes estaban enseñando «que la resurrección ya se efectuó», con lo que estaban «trastornan[do] la fe de algunos» (2 Timoteo 2:17–18). Bajo estas circunstancias Pablo actuó decisivamente para proteger a la Iglesia. Menciona que «a [Himeneo y Alejandro] entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar» (1 Timoteo 1:20). No cabe duda de que se trataba de una forma de excomunión con fines de reforma. Esto coincide con su consejo para Tito en tales situaciones: «Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio» (Tito 3:10–11).

La comunidad piadosa

Un tercer tema en estas dos cartas pastorales es la motivación para todos los miembros de las congregaciones para que cumplan con sus responsabilidades en la comunidad de la Iglesia (1 Timoteo 5:1–15; Tito 2:2–10). Sean jóvenes o ancianos, hombres o mujeres, con ordenación religiosa o no, todos deben desempeñar sus funciones en armonía.

Pablo recuerda a Timoteo parte de su motivo para escribirle: «para que… sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1 Timoteo 3:14–15). Le pide que sea «ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza» (1 Timoteo 4:12). La juventud de Timoteo y Tito queda manifiesta en las palabras que usa Pablo al dirigirse a ellos como «verdaderos hijos» (1 Timoteo 1:2; Tito 1:4) y por su exhorto a que nadie desprecie su juventud o su autoridad (1 Timoteo 4:12; Tito 2:15).

A Tito le indica que se presente «en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros» (Tito 2:7–8).

Es claro, a partir de sus vastas instrucciones, que Pablo habla de su amplia experiencia personal en la resolución de problemas en las relaciones humanas. Por ejemplo, aconseja a Timoteo sobre cómo acercarse a jóvenes y ancianos, sean hombres o mujeres, como su maestro: «No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza» (1 Timoteo 5:1–2).

Tito debía enseñar a los ancianos a demostrar su seriedad, dignidad y dominio propio, así como su fe, amor y perseverancia. A las mujeres ancianas debía enseñárseles de la misma forma, con las precauciones adicionales de evitar el chisme y demasiado vino. También tenían la oportunidad de contribuir a la comunidad de creyentes al enseñar a las mujeres jóvenes acerca del matrimonio, la maternidad y la administración de un hogar. El dominio propio era igualmente de gran prioridad en la agenda de los jóvenes, fueran hombres o mujeres (Tito 2:1–6).

El énfasis de Pablo para con Timoteo respecto a las mujeres de la Iglesia es similar en algunas partes, pero diferente en otras en cuanto a que también se concentra en el cuidado de las viudas. Pablo tiene cuidado de hacer diferencias entre quienes realmente necesitan la ayuda de la Iglesia y quienes son lo suficientemente jóvenes como para volverse a casar, tener hijos y cuidar de ellas mismas. Asimismo, le preocupa que todos en la Iglesia cumplan con sus obligaciones para con las viudas dentro de sus propias familias, pues el no hacerlo es una falta grave: «Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8).

Esclavos y sirvientes también formaban parte del mundo dominado por los romanos, y Pablo habló de cómo se debían comportar aquellos esclavos que también eran seguidores de Jesús. Menciona que debían tener «a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina» (1 Timoteo 6:1). A Tito le escribe que exhorte «a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador» (Tito 2:9–10). ¿Esto se debió a que Pablo aprobaba la esclavitud? No es así, pues en otra parte escribió: «Si puedes hacerte libre, procúralo», pero para mostrar que hay algo mucho más importante que la clase social, el prefacio de ese comentario se lee: «¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado» (1 Corintios 7:21). En el caso de aquellos esclavos cuyos amos también eran creyentes, señaló: «Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio» (1 Timoteo 6:2).

Todas estas instrucciones conforman el diseño de una comunidad a la que se le enseña a estar en paz consigo misma, sabiendo que vive temporalmente en un mundo difícil que será eclipsado por la venida de Cristo: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Tito 2:11–14).

Palabras finales

En alguna ocasión durante sus viajes, probablemente después de su estancia invernal en Nicópolis, camino hacia Troas o ya estando en esa ciudad, Pablo fue tomado prisionero y llevado una vez más a Roma (2 Timoteo 4:13). Allí escribió la última de las cartas que tenemos, conocida como 2 Timoteo. La situación con respecto a los seguidores de Jesús había cambiado. Nerón había iniciado su persecución en contra del número cada vez mayor de cristianos (que muy posiblemente no eran los seguidores de Jesús, sino que es más probable que se tratara de los seguidores de algunos de los corruptores de la fe de quienes Pablo había advertido a Timoteo y Tito). Como sabemos, «cristiano» no era un término que los seguidores de Jesús empleaban para sí mismos (consulte Los Apóstoles, Parte 3); sin embargo, el antagonismo que esos «cristianos» causaron en Roma se esparció, y Pablo evidentemente quedó atrapado en la red. Le escribió a Timoteo que se encontraba en Roma en «prisiones a modo de malhechor» por predicar las buenas nuevas de Jesucristo (2 Timoteo 1:17; 2:8–9). Allí tuvo una audiencia durante la cual nadie salió en su defensa; fue remitido a un tribunal inferior y esperaba su sentencia (2 Timoteo 4:16).

Como señalamos antes, había recibido la visita y el aliento de Onesíforo; ahora era su turno de motivar a Timoteo, su «amado hijo». Es notable que bajo esas difíciles condiciones en prisión Pablo pudiera escribir con tal claridad y convicción. Había sido abandonado por muchos de sus ayudantes: «Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes» (2 Timoteo 1:15). Demas, quien había recibido elogios en la primera epístola de Pablo a Timoteo, también lo había dejado para marcharse a Tesalónica «amando este mundo». Otros dos de sus ayudantes (que no merecen reproche) se habían marchado a lugares distantes: «Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia» (2 Timoteo 4:10). En ese estado solitario, únicamente con Lucas a su lado, Pablo estaba ansioso por ver pronto a Timoteo y Marcos en Roma. Pide que le lleven el capote que olvidó en Troas —una protección, sin duda, contra el frío y la humedad de la vida en prisión—, así como sus libros y pergaminos. Ésta puede ser una referencia a sus copias de los textos hebreos y griegos, así como a sus cartas.

Frente a una muerte casi segura, Pablo le recuerda una vez más a Timoteo su continua responsabilidad ministerial de proteger al rebaño de las herejías que se expandían. Él sabe que continuarán surgiendo falsos maestros y que las personas aceptarán a tales impostores. Advierte a su colega de esta realidad, como lo hizo con los ancianos de Éfeso unos días atrás (consulte Los Apóstoles, Parte 7), pero ante su inminente muerte el apóstol señala que está preparado para lo inevitable: «Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano» (2 Timoteo 4:6).

La extraordinaria vida de Pablo al servicio de Dios, desde su excepcional llamado camino a Damasco hasta las revelaciones en Arabia, los 14 silenciosos años hasta su redescubrimiento por Bernabé, sus comparecencias ante gobernantes, un rey y un emperador; los viajes a pie de diez mil millas, los azotes, los naufragios, las persecuciones… todo ello se resume en su siguiente afirmación: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Timoteo 4:7–8).

La tradición sostiene que Pablo fue decapitado en Roma bajo las órdenes de Nerón, aproximadamente en el año 67 o 68 d.C., pero mientras éste se encontraba fuera de la capital. Se dice también que una matrona romana de nombre Lucina buscó su cuerpo para darle sepultura en su viñedo. Se construyó una iglesia en ese sitio en tiempos del emperador Constantino y se incluyó una tumba con una inscripción en mármol que se lee Paulo Apostolo Mart[yri], «Pablo, apóstol y mártir». Hoy yace debajo de la iglesia de San Paolo Fuori le Mura («San Pablo fuera de los muros de la ciudad»).

No hay otra confirmación de ninguna de las tradiciones que rodearon la muerte y sepultura del apóstol. Lo que se conoce se debe al extenso relato de Lucas sobre la vida de Pablo, complementado por el contenido de las cartas del mismo apóstol.

En nuestro próximo número continuaremos la historia de los apóstoles con Santiago, el hermano de Jesús.

LEER SIGUIENTE

(PARTE 12)