Juan: En Vista del Futuro
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(PARTE 18)
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La obra final del apóstol Juan, el libro de la Revelación, concluye la colección de lo que llamamos el Nuevo Testamento. Se le conoce mejor como el Libro del Apocalipsis, del término griego apokalypsis, que significa «la revelación» o «la develación» (en este caso de cosas por venir). Debido a que está lleno de extrañas visiones, sangre y humo, aterrador armamento, bestias temibles, y malvados gobernantes, la mayor parte del libro se lee como una pesadilla de la peor clase, sin embargo, al final se resuelve en un mundo nuevo, pacífico, que es eterno. Hay muchos que cuestionan la autoría del libro. Sin embargo, los estudiosos conservadores, basando su opinión en las más antiguas tradiciones, creen que el Apocalipsis es una auténtica obra del el apóstol Juan. Sus temas extienden el Evangelio de Juan y sus tres cartas pastorales además ofrecen a la Iglesia con una perspectiva esencial sobre los acontecimientos de los últimos tiempos y la transformación de esta era del hombre.
«Lo Revelado» aun permanece oscuro para la mayoría de la gente que se toma el tiempo de leerlo. Inclusive notables teólogos han tropezado por su contenido. En el prefacio de primeras ediciones del Nuevo Testamento traducción de Martín Lutero, el reformador célebremente dijo: «Que cada uno piense de acuerdo a como su propio espíritu le guíe». Juzgó los escritos de las visiones de Juan de ser «ni apostólicos o proféticos», aunque con el tiempo llegó a un punto de vista diferente. El inglés J.B. Phillips académico de la Biblia manifestó aprensiones semejantes. Escribió en el prólogo de su versión del siglo 20, «Estuve tentado de forma natural a omitir este libro completamente de mi trabajo de traducción». Señaló que este era el curso que Juan Calvino había elegido en su comentario del Nuevo Testamento.
La tradición cuenta que a finales de su vida Juan vivía en Éfeso (Turquía occidental hoy día). La creciente oposición a los seguidores de Jesús probablemente provocó su exilio en la vecina isla romana de Patmos. Fue ahí donde su obra final fue inspirada. Mas tarde, quizás de regreso en Éfeso nuevamente, en obediencia al mandato de escribir los mensajes específicos y los detalles de lo que miró en visión, generó el Apocalipsis. Tal como lo registra Juan, viendo en retrospectiva su experiencia, «[Yo] estaba en la isla llamada Patmos por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo [oí una voz] que decía, “Escribe en un libro lo que ves”» (Apocalipsis 1:9b, 11a, Versión Reina-Valera 1960 a lo largo).
AUTOR Y AUDIENCIA
El Apocalipsis comienza con una declaración sobre el origen de su contenido, su autor y su propósito: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto» (Apocalipsis 1:1–2).
Dios el Padre entregó a Jesús el mensaje acerca de eventos futuros. Jesús, a su vez lo transmitió a uno de sus seguidores, Juan, a través de un ángel y por medio de visiones, de manera que el pueblo de Dios («sirvientes») tuviera conocimiento previo de lo que iba a ocurrir al final de esta fase de la historia humana. La primera parte del texto también contiene información importante para los seguidores de Jesús con respecto a cómo deben responder a su entorno socio-político a la luz de lo que está por venir. Es importante tener en cuenta que Juan no reclamó el libro como su obra personal. Como se ha señalado, él fue el encargado de escribir todo lo que vio y oyó —y fue enviado en forma de una extensa carta a siete iglesias (versículos 4, 11, 19).
CONOCIMIENTO PRIVADO
Al comienzo del libro se estipula claramente que el mensaje va dirigido a los siervos de Dios. «Yo, Juan, soy hermano de ustedes y participo con ustedes en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo» (versículo 9). Al momento de su entrega no se trataba de un mensaje público. En la actualidad, es público en el sentido de que aparece en millones de Biblias en cientos de lenguas y dialectos. Sin embargo, eso no necesariamente significa que este grupo más amplio ha entendido o lo llegara a entender. El entendimiento del libro a través de la historia prueba algo diferente. A pesar de su fácil disponibilidad, la mayoría de la gente ha sido desconcertada por este.
«Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: “¿Por qué les hablas por parábolas?” El respondiendo, le dijo: “Porque a vosotros os es dado a saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado”».
La razón está ligada a una verdad bíblica rara vez entendida que se encuentra en el Evangelio de Mateo. Jesús a menudo hablaba al público utilizando alegorías. Mateo registra una serie de ellas relacionadas con el reino de los cielos. Con frecuencia se piensa que Jesús habló de esta manera para dar un significado más claro. Sin embargo, no es eso lo que Mateo muestra. Después de haber escuchado a Jesús públicamente dar la parábola del sembrador, sus discípulos le preguntaron, «Los discípulos se acercaron y le preguntaron: “¿Por qué les hablas por parábolas?” Él les respondió: “Porque a ustedes se les concede entender el misterio del reino de los cielos, pero a ellos no”» (Mateo 13:10–11).
La palabra secretos es traducida del griego musterion, que significa «lo no manifestado o consejo privado de Dios, secreto, los pensamientos secretos, planes y dispensación de Dios… los cuales están escondidos del razonamiento humano, al igual que otro entendimiento por debajo del nivel divino, y esperan ya sea a ser cumplidos o revelados a aquellos para los que están intencionados» (W.F. Arndt, F.W. Danker, W. Bauer, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature [Diccionario Griego-Inglés del Nuevo Testamento y Otros Escritos Literarios Cristianos Primitivos] , 2000).
Jesús dijo en privado al explicar la parábola del sembrador a sus seguidores, «Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden» (Mateo 13:13). Los discípulos se encontraban en una categoría diferente: «Pero dichosos los ojos de ustedes, porque ven; y los oídos de ustedes, porque oyen» (versículo 16).
Juan arroja más luz sobre este conocimiento privado en su Evangelio y registra la siguiente respuesta de Jesús a un público incrédulo: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere» (Juan 6:44). Poco después de esto, como resultado de las palabras de Jesús, muchos que al principio andaban con él se separaron y «A partir de entonces muchos de sus discípulos dejaron de seguirlo, y ya no andaban con él» (versículo 66). No es de extrañar, entonces, encontrar que en su mayor parte en el libro de Apocalipsis, el público tenga una reacción muy negativa hacia Dios y a su mensaje, y que el libro esté escrito para el pueblo de Dios mientras esperan la Segunda Venida. De este modo escribe a la Iglesia cuando dice, «El que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén» (Apocalipsis 1:5b–7). Este es un mensaje que con sus referencias al Padre, a Cristo, a su sacrificio, su regreso y su función, y el futuro de su pueblo, no tendría mucho sentido para los extraños.
Ni tampoco tendría significado lo siguiente para aquellos fuera de la Iglesia: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra» (Apocalipsis 5: 9–10). Juan escribe a la Iglesia cuando registra las palabras de seres angelicales alabando a Cristo.
La audiencia especifica del Apocalipsis se indica en muchos pasajes a través del libro, incluyendo mas no limitado al capítulo 6:9–11, tocante al martirio de los creyentes; el capitulo 7:1–4, con su referencia a la protección del pueblo de Dios; capitulo 8:1–4, donde se menciona la oración de los santos; y la identidad del capítulo 12 además de la historia de la Iglesia.
El capítulo segundo y tercero del Apocalipsis están especialmente orientados a la Iglesia en cuanto a que contienen mensajes detallados específicos a las siete congregaciones mencionadas al principio del capítulo 1 (versículo 11). Aunque las congregaciones no son mencionadas individualmente después de los primeros tres capítulos, la anotación anterior del libro dice, «Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 22:16). Así que el Apocalipsis comienza y termina haciendo referencia a una audiencia especifica.
LOS SIETE MENSAJES
Las siete iglesias estaban localizadas en la provincia romana de Asia. Estas formaban un circuito que comenzaba en Éfeso procediendo al norte y al este, luego hacia el sur y el oeste, vía Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea, y luego de vuelta a Éfeso. Ahora, ¿por qué únicamente había sólo siete escalas en el itinerario de Juan? ¿Existían solo siete congregaciones en la región? Parece poco probable. Sabemos que unos años atrás había iglesias en Troas, al noreste de Pérgamo (Hechos 20:5); posiblemente en Mileto, al sur de Éfeso (Hechos 20:17–18); así como también en el Valle de Lico en Colosas y Herapolis, cerca de Laodicea (Colosenses 1:2; 4:13).
Es útil tener en cuenta que el libro del Apocalipsis tiene muchos conjuntos de sietes: siete estrellas: siete ángeles, siete candeleros, los siete sellos, siete trompetas, siete cabezas, siete coronas, siete copas y las últimas siete plagas. En la literatura bíblica, siete indica la finalización, una totalidad, un todo. Así, las siete congregaciones representan toda la Iglesia y los mensajes para estas tienen una aplicación para toda la Iglesia a través del tiempo hasta nuestros días. Cada congregación recibió un mensaje especifico por parte del mismo Cristo (Apocalipsis 1:11–20), para ser leído por todas las siete en contexto con el libro entero. Juan entregó estos mensajes y lo registra siete veces a través de los capítulos 2 y 3, «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (véase 2:29).
Aunque los mensajes son individuales, hay elementos comunes que llevan a la conclusión de que entregan la misma información esencial, repetida siete veces para un máximo impacto. Mientras que la posibilidad de comprometer la creencia es evidente en todos los lugares, los elementos comunes más obvios son los elogios (excepto en la carta a Laodicea), reprensión (excepto en las cartas a Esmirna y Filadelfia), exhortación y una promesa alentadora para aquellos que hicieran los cambios personales necesarios.
ÉFESO: PERDIDA DEL CELO
Éfeso era un puerto importante y el centro administrativo de Asia con una población aproximada de 200.000 habitantes. Localizado al extremo occidental de una carretera principal, albergaba una de las siete maravillas del mundo antiguo, el Templo de Artemisa o Diana. Tal es así que la ciudad fue nombrada neokoros o «templo guardián» de Artemisa (véase Hechos 19:35). Éfeso también tenía un templo dedicado a Julio Cesar y la diosa Roma, así como otros a Augusto y Adriano más tarde. Si las ciudades querían atraer fondos y el favor de Roma, tenían que pedir permiso para construir dichos templos y en ocasiones se les otorgaba el titulo de neokoros como resultado. Hacia el final del primer siglo, las autoridades de la ciudad de Éfeso propusieron un santuario para el emperador Domiciano (81–96 e.C.) y su dinastía. Se llegó al acuerdo, y la familia Flavia, incluyendo también a los emperadores Vespasiano y Tito (los destructores de Jerusalén en 70 e.C.), fueron festejados en un templo, los bosquejos aun se pueden ver en las ruinas de la ciudad. Como resultado del favor de Domiciano, Éfeso fue nombrada guardiana del culto imperial en Asia alrededor de 89 e.C. El culto al emperador involucraba sacrificios ante la(s) estatua(s) del emperador(es).
Fue probablemente durante el reinado de Domiciano que Juan se encontraba en la isla de Patmos. El escritor griego Filóstrato dice que en ese entonces las islas de la costa occidental se encontraban llenas de exiliados. ¿Sería que Juan se rehusó a involucrarse en el culto al emperador, y fue acusado por algunos de sus oponentes? Cualquiera que haya sido la causa de su estancia en Patmos, no duró mucho. El sucesor de Domiciano, Nerva (96–98 e.C.), liberó a los exiliados no culpables de infracciones serias. Si Juan regresó entonces a Éfeso, estuvo en libertad de escribir y distribuir el recuento de lo que había visto y escuchado.
El mensaje de Cristo a la iglesia de Éfeso comienza, «Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado» Apocalipsis 2:2–3).
Durante sus primeros años, la iglesia de Éfeso se caracterizaba por su celo, la paciencia en circunstancias difíciles, y por la devoción a las buenas obras. Hasta se encontraban dispuestos a cuestionar la autoridad de personas que se decían ser apóstoles pero que venían con un mensaje falso. Siendo una ciudad con cruce de caminos, Éfeso atraía ciertos tipos de personas, maestros errantes religiosos.
Un ejemplo de esto desde la época de Pablo en Éfeso se encuentra en el libro de los Hechos. Lucas escribe, «Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo» (Hechos 19:13). Los maestros falsos que más tarde dijeron que eran apóstoles encajan en esta categoría de maestros itinerantes. La iglesia en Éfeso había sido fiel en muchos aspectos y no se había comprometido por escuchar a esas personas. Más en otros aspectos habían defraudado. Se habían vuelto negligentes, y sus buenas obras no eran excusa para no cambiar en donde tenían que cambiar. Así que la carta de Juan también tenía algunas palabras de advertencia de Cristo: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido» (Apocalipsis 2:4–5).
El bajo carácter de la sociedad circundante había afectado a la iglesia. Había crecido menos entusiasta acerca de la verdad que Pablo les había enseñado en primer lugar. Ahora, de 30 a 40 años más tarde, el fervor que la iglesia en un principio había sentido por su nuevo conocimiento se había reducido. Esto le puede suceder a cualquiera. Es por esto que el mensaje a la iglesia de Éfeso era para despertarla, que reconociera su triste situación y de arrepentirse o cambiar. Cristo les dijo que recordara la emoción de su primer compromiso con su manera de vivir. Sabía que eran capaces de mantenerse firmes. Lo expresa de la siguiente manera: «Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco» (versículo 6). Por lo visto los efesios todavía podían distinguir entre lo bueno y lo malo con respecto a este grupo—los seguidores de un hombre llamado Nicolás, el cual enseñaba que era posible ser un creyente y seguir cometiendo actos inmorales. Este podría haber sido el argumento para aquellos que querían ponerse en entre dicho.
La congregación de Éfeso, pues, había crecido menos entusiasta, sin embargo, no había sucumbido totalmente a la presión de comprometer sus ideales morales elevados. El mensaje de Cristo a los Efesios concluye con una advertencia y una promesa a sus seguidores en todo momento: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios» (versículo 7).
ESMIRNA: «SE FIEL»
Esmirna se encontraba a unos 65 kilómetros (40 millas) al norte de Éfeso, tenía una población de aproximadamente 100,000 habitantes. La ciudad era conocida por su opulencia, bellos edificios, buenos vinos, ciencia y medicina. En 195 a.C., Esmirna se había convertido en la primer ciudad de Asia en construir altares a la diosa Roma. También era una ciudad portuaria y competía con Éfeso y la cercana Pérgamo por el favor imperial estableciendo templos a los emperadores. En 23 a.C. se le concedió permiso para construir un templo honrando a Tiberio, su madre (Livia) y el senado. Ese templo llevo a Tiberio a otorgarle a la ciudad el codiciado titulo de neokoros—templo guardián a su culto imperial.
Parece ser que en los tiempos de Juan los judíos en Esmirna habían comenzado a oponerse a los seguidores del Camino. Juan lo registra en la apertura del mensaje de Cristo: «Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto: «Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás» (versículos 8–9). El enfrentamiento entre los seguidores de Cristo y los judíos había llegado a un punto crítico, y quizás los judíos les estaban entregando a las autoridades, acusándoles de comportamiento anti-romano. Ciertamente existe evidencia de dichas denuncias y los resultantes castigos se llevaron a cabo durante el gobierno del emperador Trajano (98–117) en la cercana provincia de Ponto-Bitinia, de acuerdo a una carta escrita por Plinio el joven entre el año 110 y 113 al emperador.
«No temas en nada lo que vas a padecer. … Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida».
El mensaje de Jesús a la iglesia en Esmirna fue uno de ánimo y de fidelidad: «No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (versículo 10). Era una época de intensa persecución. Inclusive algunos tuvieron que morir por sus creencias. Los seguidores en Esmirna necesitaban un mensaje para fortalecer a aquellos que pagarían el precio máximo de fe.
La disposición de hacer lo que es inconveniente o desfavorable, incluso frente al sufrimiento, es de vital importancia en todas las épocas. El segundo mensaje concluye con un aliento a seguir adelante a pesar de los obstáculos, pues la recompensa no tiene paralelo —vida eterna: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte» (versículo 11). La «muerte segunda» es una referencia al destino de aquellos que a sabiendas rechazan el camino de Dios una vez que sus ojos son abiertos.
La posibilidad de comprometerse reflejado en el caso de Esmirna tenía que ver con poner al humano primero delante de la lealtad a Dios.
PÉRGAMO: TRONO DE SATANÁS
La historia de Pérgamo (Pergamos o Pergamon) se remonta por lo menos al cuarto o quinto siglo a.C. En 133 a.C., el último gobernante de la dinastía en Pérgamo, Atalo III, legó la ciudad a Roma. Conocida por su alto nivel de cultura, Pérgamo fomentó aspectos precoces de lo que hoy conocemos como la práctica médica y psicoterapia. Con manantiales curativos y un centro médico con el nombre del dios romano Asclepios, la ciudad atrajo a gente de todo el mundo conocido.
«Pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe… ».
En los tiempos de Juan, Pérgamo era una de las ciudades más grandes dentro de la provincia de Asia, con una población aproximada de 120,000 habitantes. También era la cede de varios altares paganos. Su templo a Atenea se encontraba unido a una biblioteca que contenía 200,000 volúmenes que rivalizaba con la gran biblioteca egipcia de Alejandría. El uso de pergamino hecho de piel de animales encuadernado dentro de libros fue perfeccionado en Pérgamo, la palabra pergamino viene del nombre de la ciudad. La detallada pieza central de la ciudad era el altar a Zeus, celebrando la victoria de Pérgamo sobre los galos en 190 a.C. La mayor parte del altar fue removido a los finales del siglo 19 y puede ser visto en el museo de Pérgamo en Berlín. Se dice que los sacerdotes sacrificaban en el altar las 24 horas del día, siete días a la semana.
La predominante estructura pagana, asentada sobre la entrada de un volcán en lo alto dominando el paisaje explica la referencia de «el trono de Satanás» en el mensaje a los creyentes de ahí (versículo 13). La relación de altares con tronos es muy antigua. Podría ser que el «trono de Satanás» se refiera al culto de Asclepios, representado por una serpiente (Apocalipsis 12:9 nombra a Satanás como «la serpiente antigua»). Otra posibilidad es el hecho de que Pérgamo era la silla del poder de Roma para perseguir aquellos en la región que no participaran en el culto imperial. Fue, después de todo, la primera ciudad en Asia en construir un templo a un emperador (Augusto), y llegar a ser el centro del culto imperial en general en la provincia. Poco después Juan escribe el Apocalipsis, el área adjunta al altar vio la construcción de de un nuevo templo al emperador Trajano (98–117).
Por medio de Juan Cristo mismo se identifica como uno «que tiene la espada de doble filo»—es decir, la Palabra de Dios de ánimo y corrección que sale de su boca. Continúa, «Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no haz negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás» (versículos 12–13).
Se cree que Antipas fue el primero seguidor de Cristo en ser martirizado en Pérgamo. Una traducción ulterior cuenta que durante el gobierno del emperador Domiciano, sufrió un atroz destino, siendo rostizado en un caldero de cobre hasta morir.
No de todo lo que pasó recibió encomio la iglesia de Pérgamo. El mensaje de Cristo incluía una queja: «Pero tengo unas pocas cosas contra ti; que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaán, que enseñaba a Balac aponer tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco. Por tanto arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto y pelearé contra ellos con la espada de mi boca» (versículos 14–16).
La referencia a Balaán es cuando un sacerdote pagano astutamente consultó a los moabitas en cómo hacer para que los israelitas del Antiguo Testamento pecaran (Números 22:3–6; 31:16). Lo hizo mezclando inmoralidad sexual y adoración de ídolos. Esto explica la segunda referencia en el libro en cuanto a los nicolaítas. Así como en Éfeso, los seguidores de Nicolás estaban activos en Pérgamo en la época de Juan, así que la presión de conformar a una enseñanza falsa con respecto a la inmoralidad debió haber sido muy fuerte. El mensaje a la iglesia de ahí fue finalizado con una declaración para cada uno de los seguidores de Cristo atrapado comprometido en inmoralidad sexual: «El que tiene oído oiga, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré un piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe» (versículo 17). Los creyentes que no se comprometerán—y así venzan o conquisten—les será dada vida eterna, simbolizado aquí con el acceso al alimento espiritual de Dios en contraste con «la comida sacrificada a los ídolos», y un juicio favorable (la piedrecita blanca), además de un nuevo nombre que los identificará como hijos inmortales de Dios.
«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».
RESUMEN
Las primeras tres congregaciones mencionadas en el Apocalipsis fueron refutadas por las demandas del imperial; cada ciudad a lo largo de la costa occidental de Asia compitieron una con otra por reputación y estatus a los ojos de Roma. Su localización también presentó presiones personales en cuanto a comprometerse: negligencia personal (Éfeso), conformismo social (Esmirna), inmoralidad sexual (Pérgamo)—todo tomó parte. Cada uno de los siete mensajes contiene información urgente para los seguidores de Cristo de ese entonces y de todas las edades: mantenerse firme ante la presión de la sociedad de amoldarse; no comprometer las enseñanzas básicas o abandonar el ejemplo de Cristo. Aunque el mundo social de ese entonces era muy diferente al del siglo 21, existían retos similares.
La próxima vez continuaremos con lo que falta de los cuatro mensajes a Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
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