Más allá de Jerusalén

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(PARTE 1)

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Uno de los cambios más significativos en la difusión del mensaje del evangelio en los primeros tiempos del Nuevo Testamento se produjo gracias al testimonio de un hombre. Aunque los apóstoles dirigieron la obra de la Iglesia primitiva, fue gracias a Esteban, un «varón [líder] lleno de fe y del Espíritu Santo», que el mundo más allá de Judea y Samaria comenzó a escuchar las buenas nuevas.

EL TESTIMONIO DE ESTEBAN

Esteban es el primero en la lista de los siete varones escogidos para resolver ciertos problemas interpersonales entre algunos seguidores hebreos y griegos de «el Camino», que en este caso eran viudas (Hechos 6:1–7). Una vez completada esta tarea continuó creciendo en reputación y en habilidad; sin embargo, en aquel entonces en Jerusalén entró en conflicto con algunos miembros de una comunidad conocida como la sinagoga de los libertos. Se trataba de griegos convertidos al judaísmo que anteriormente habían sido esclavos romanos y que se habían ganado legalmente su libertad. Provenían de Egipto, el norte de África, Cilicia y Asia (una provincia romana en lo que hoy es Turquía).

Como él mismo era de origen griego, Esteban atrajo la atención de los libertos y comenzaron a debatir con él, pero la capacidad espiritual y la sabiduría de Esteban demostraron ser demasiado para ellos, así que recurrieron a las acusaciones y testigos falsos. Una vez que lograron que lo arrestaran y lo llevaran ante el concilio religioso judío, el Sanedrín, lo acusaron de blasfemar contra Dios, Moisés, el templo y la ley. Argumentaban que enseñaba que Jesús de Nazaret destruiría el templo y cambiaría las prácticas que Moisés había enseñado (versículos 8–14).

El sumo sacerdote pidió a Esteban que respondiera a los cargos que se habían levantado en su contra. Su defensa tomó la forma de una breve historia del trato que hizo Dios con los patriarcas del antiguo Israel. Esto le permitió negar ambos cargos al respaldar el papel de Moisés como libertador de los israelitas y al mostrar que aunque Dios había promovido la construcción de dos clases de estructuras para adoración (el tabernáculo y el templo), no se limita a vivir en tales lugares. Esteban mostró cómo Dios había escogido a Abraham y a su descendencia, los hijos de Jacob o Israel, cómo los había llevado a Egipto para salvarlos del hambre y cómo los había liberado una vez más —ésta vez de la esclavitud— guiados por Moisés, a quien el pueblo, no obstante, rechazó en su viaje por el desierto. Al mostrar la evolución del tabernáculo al templo en la adoración de Dios, Esteban también enfatizó que Dios no debía ser confinado a un edificio. De alguna forma el liderazgo religioso judío había permitido que el templo superara a Dios en sus afectos (Hechos 6:15–7:50).

Esteban finalizó con una fuerte conclusión, mostrando una similitud entre su audiencia y sus rebeldes ancestros. Dijo que sus antepasados habían rechazado las pruebas del Espíritu Santo en la obra de Moisés, su libertador, y en los profetas, a quienes sus padres habían asesinado. De la misma forma el liderazgo actual había rechazado al Espíritu Santo en la obra del Mesías y Libertador, Jesús de Nazaret, a quienes ellos habían asesinado. La implicación era que ellos, y no Esteban, eran los únicos culpables de blasfemia. Ellos habían rechazado el poder de Dios en la obra de Jesús y habían conspirado para asesinarle. Esto enfureció al concilio, quienes miraban llenos de rabia a su acusador. Pero Esteban miró hacia arriba y vio una visión del trono de Dios y a Jesús junto al Padre. Los miembros del concilio sacaron a rastras a Esteban de la ciudad y, en un acto ilegal, le apedrearon hasta la muerte (Hechos 7:51–59). Sus últimas palabras fueron similares a las de Cristo durante Su crucifixión: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (versículo 60). Así, Esteban se convirtió en el primer mártir de la Iglesia del Nuevo Testamento.

Hubo un hombre que estuvo de acuerdo y participó en la muerte de Esteban, un hombre que también se habría de convertir en una pieza clave de la misión de la Iglesia: Saulo de Tarso, mejor conocido como el Apóstol Pablo (Hechos 22:20).

«Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria».

Hechos 8:1 (Nueva Versión Internacional)

El mismo Saulo pronto se vería involucrado en un fiero ataque a toda la Iglesia (Hechos 8:1–3). Esta intensificada persecución provocó que muchos de los seguidores de Jesús, excepto los apóstoles, huyeran de Jerusalén hacia áreas distantes en Judea y Samaria —algunos se fueron incluso a la costa de Fenicia, a Antioquía en el norte de Siria y a Chipre (Hechos 8:4, 11:19–22). Así que fue la muerte de Esteban la que produjo más ataques e impulsó una súbita aceleración y expansión del mensaje de Jesús conforme los miembros de la Iglesia que huían hablaban de sus experiencias y de su fe.

FELIPE, OTRO DE LOS SIETE

Uno de aquéllos que salieron de Jerusalén tras la muerte de Esteban fue su colega, Felipe, otro de lo siete escogidos para ayudar a las viudas de Jerusalén. Lucas se refiere a él más tarde como «Felipe el evangelista» (Hechos 21:8). Este hombre fue a Samaria y predicó sobre Jesús y sobre el Reino de Dios (Hechos 8:12).

A los judíos les disgustaban los samaritanos y tenían poca relación con ellos, lo cual se debía, en parte, a que los samaritanos afirmaban ser descendientes de los hijos de Israel. También habían adoptado los primeros cinco libros de las Escrituras Hebreas, el Pentateuco, y afirmaban que su propio enclave cerca del Monte Gerizim, más que en Jerusalén, era el lugar para adorar a Dios. Los judíos los consideraban descendientes de los colonos llevados allí siglos atrás por los asirios, quienes crearon una mezcla de religión pagana y hebrea (consulte 2 Reyes 17:24–41). Es importante observar que Samaria fue uno de los primeros lugares en donde la Iglesia primitiva predicó el evangelio, lo que muestra que el mensaje era para toda la humanidad y que las animosidades tradicionales no evitarían que las enseñanzas de Jesús estuvieran disponibles para todos.

El ministerio de Felipe en Samaria estuvo confirmado por milagrosas curaciones, que a su vez atrajeron a un conocido hechicero. Simón el Mago, como se le conoce en la historia, era una poderosa figura y líder de un grupo influido por ideas que más tarde se conocieron como gnosticismo. Los samaritanos estaban maravillados por sus actos de magia y consideraban que tenía «el gran poder de Dios» (Hechos 8:9–10).

Simón fue bautizado por Felipe junto con otros de sus compatriotas. Los apóstoles, que se habían quedado en Jerusalén, escucharon las noticias acerca del éxito de Felipe y enviaron a dos de ellos, Pedro y Juan, a visitar a los nuevos conversos. Al llegar supieron que los creyentes samaritanos aún no habían recibido al Espíritu Santo. Entonces oraron por ellos y les impusieron las manos sobre su cabeza de manera que pudieran recibir el don.

Cuando Simón vio que los apóstoles podían conferir al Espíritu Santo, les ofreció dinero a cambio de qué el pudiera hacer lo mismo con otros. Esto fue una clara señal para Pedro de que Simón no se había convertido y que su interés yacía en buscar el poder sobre la gente. La respuesta de Pedro fue inequívoca: «Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios» (versículos 20–21). Luego continuó diciendo que Simón debía arrepentirse, pues estaba envenenado por la amargura y se encontraba preso por el demonio. La respuesta de Simón no fue que deseara arrepentirse, sino que los apóstoles debían orar por él, pero los apóstoles simplemente regresaron a Jerusalén, visitando y hablando con otros pueblos samaritanos durante su trayecto.

«Que tu plata perezca contigo, porque pensaste que podías obtener el don de Dios con dinero».

Hechos 8:20 (La Biblia de las Américas)

FELIPE Y EL ETÍOPE

La siguiente asignación de Felipe después de visitar Samaria fue ir al área desértica cerca de Gaza. Allí se encontró con un funcionario del gobierno de Etiopía, el tesorero de la Reina Candace, quien resultó ser un hombre temeroso de Dios, un adorador gentil del Dios de Israel que había ido a Jerusalén y ahora iba de regreso a casa.

Cuando Felipe se encontró con él, éste iba sentado en su carro leyendo una porción del libro de Isaías. Felipe le preguntó si entendía lo que estaba leyendo, a lo que el etíope contestó que cómo podría a menos que alguien le enseñara y entonces pidió a Felipe que fuera con él. Juntos discutieron sobre un pasaje que profetizaba el sacrificio de muerte de Jesucristo (consulte Isaías 53:7–8). El etíope supo entonces lo que necesitaba hacer y pidió a Felipe que le bautizara, profesando que creía en Jesús como el Mesías.

Después de haber sido sumergido en agua el hombre «siguió gozoso su camino» y Felipe desapareció, aunque más tarde se le encontró en Azoto, al norte de Gaza. Allí continuó predicando, viajando por la costa hasta llegar al puerto romano de Cesarea, donde muy probablemente estableció su residencia (consulte Hechos 21:8).

Lo más sorprendente en esta parte del libro de Hechos es que se confirma una vez más que la difusión del mensaje del evangelio no estaba limitada de ninguna forma. Aquí, a una etapa muy temprana, un adorador africano de Dios se volvió parte de la Iglesia del Nuevo Testamento con la ayuda de un judío de origen griego. El hecho de que Felipe no fuera principalmente de origen hebreo y de que los 12 apóstoles aún tenían su mirada fija en Jerusalén, a pesar del mandamiento que Jesús les había dado de ir a todas las naciones (consulte Marcos 16:15), es bastante revelador; pero no iba a ser posible contener la diseminación de la verdad acerca de Jesucristo y Su mensaje.

UN SORPRENDENTE CAMBIO DE CORAZÓN

Mientras tanto, el fariseo Saulo, quien había presenciado la muerte de Esteban, intensificó sus esfuerzos para eliminar de la región a los seguidores de Jesús. «Respirando aún amenazas y muerte» obtuvo el permiso escrito del sumo sacerdote en Jerusalén para ir a Damasco, donde sospechaba que la comunidad judía estaba dando acogida a los seguidores del Camino. Buscaba llevar a tales hombres y mujeres «presos a Jerusalén» (Hechos 9:1–2). Mientras Saulo se acercaba a Damasco de repente vino sobre él una gran luz del cielo y cayó al suelo. Escuchó la voz de Jesús preguntándole por qué Le perseguía. Luego Jesús le dijo que fuera a Damasco, en donde recibiría más información.

«Mientras tanto, Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino».

Hechos 9:1–2 (Nueva Versión Internacional)

Quienes acompañaban a Saulo escucharon la voz, pero no vieron a nadie. Cuando Saulo se puso de pie no podía ver nada. Le condujeron de pie a la ciudad, donde pasó los tres días siguientes sin poder ver y en ayuno. Fue entonces que un discípulo de Jesús, de nombre Ananías, recibió instrucciones en una visión de buscar a Saulo y de ayudarle a recuperar la vista. Saulo se encontraba orando cuando se le dijo, también por medio de una visión, que un hombre llamado Ananías iría a verle. Ananías se encontraba entendiblemente confundido acerca de esta tarea, pues sabía que Saulo era un fiero perseguidor de sus hermanos creyentes en Jerusalén y que recién había llegado a Damasco para apresar a muchos de ellos. La respuesta de Jesús fue «Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre» (versículos 15–16). Saulo estaba a punto de convertirse en uno de los servidores más eficaces del evangelio y ya no sería más un perseguidor.

Al encontrar al arrepentido Saulo, Ananías le impuso las manos para que pudiera recobrar la vista y recibir al Espíritu Santo. Así cuan súbitamente había perdido la vista, así también la recuperó y fue bautizado. El efecto en Saulo fue sorprendente. Después de permanecer algunos días en Damasco con los discípulos, visitó las sinagogas locales, testificando y demostrando que Jesús es el Mesías. Quienes le escuchaban estaban atónitos por su cambio, pues sabían quién era él y por qué había venido.

No obstante, al final los efectos de la conversión de Saulo le llevaron a entrar en discusión con algunos de los judíos que habían sido enviados para asesinarle. Una vez que se enteró del complot se las arregló para escapar de noche con la ayuda de los discípulos, quienes le ayudaron a salir de la ciudad en el interior de una gran canasta. Al regresar a Jerusalén intentó reunirse con los discípulos, pero ellos de inmediato le mostraron que no era bienvenido. Los creyentes no sólo estaban asustados del hombre que había perseguido a sus familiares y amigos y que había estado de acuerdo en apedrear a Esteban, su querida ayuda, sino que tampoco aceptaban que se tratara de un converso genuino.

Se requirió el esfuerzo de Bernabé, un discípulo que gozaba de gran confianza, para persuadir a los seguidores de que aceptaran a Saulo. Bernabé comenzó por llevar a Saulo con los apóstoles quienes, al escuchar el relato del antiguo perseguidor con respecto a su experiencia camino a Damasco y todo lo que había sucedido en aquella ciudad, reconocieron que había ocurrido un milagro. Saulo fue aceptado por ellos, pero una vez más su nueva identidad le puso en la mira. Al debatir con otros judíos de origen griego en Jerusalén, quienes pronto se hicieron antagonistas hasta el punto de amenazarle de muerte, se vio obligado a huir. Los creyentes le rescataron y le llevaron al puerto de Cesarea, donde tomó una embarcación que le llevara hacia el norte, a Tarso, a su ciudad natal en Cilicia.
En este punto del libro de Hechos Saulo desaparece por varios años. Mientras tanto, las iglesias en Judea, Galilea y Samaria se desarrollan en paz y crecen en número con Pedro asumiendo un papel de liderazgo en su fundación. Continuaremos con los efectos del ministerio de Pedro en nuestra próxima edición.

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