Nuevo Equipo, Nuevo Territorio

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(PARTE 4)

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Pablo y su colega Bernabé, con quien había viajado por todas partes, se enfrascaron en un serio desacuerdo respecto a la futura ayuda de su asistente, Juan Marcos. Juan Marcos les había acompañado en su primer y extenso viaje juntos a Chipre y Asia Menor, pero por razones que no son claras les dejó para regresar a su hogar en Jerusalén.

El hecho de que Pablo quedó a disgusto con la actitud mostrada por esta acción se hizo evidente más tarde cuando, al planear otro viaje, señaló que «no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra» (Hechos 15:38). Bernabé se veía más propenso a perdonar a su primo (Colosenses 4:10) y, con ello, a olvidar el pasado. Su diferencia de opinión se hizo tan fuerte que Pablo y Bernabé se separaron, cada uno defendiendo su posición y afirmando su decisión respecto a su compañero de viaje para el futuro. Bernabé se llevó a Juan Marcos y dejó Antioquía, Siria, hacia su isla natal de Chipre. Pablo escogió a Silas y comenzó un viaje hacia las congregaciones romanas de Siria y Cilicia, su territorio natal.

DESACUERDO TEMPORAL

Algunos le han dado vueltas a este punto de choque entre los hombres de Dios que habían logrado tanto juntos. Es importante señalar desde un principio que su desacuerdo no fue por una cuestión doctrinal ni tampoco se debió a que alguno de ellos comenzara a enseñar algo que fuera contrario a su doctrina o a las Escrituras. Su diferencia era respecto a una cuestión administrativa, respecto a su elección de compañero de viaje. Ninguno de ellos se apartó de la fe ni dejó de llevar a cabo su parte de la obra. El resultado de su desacuerdo fue que simplemente comenzaron a servir a los miembros de la misma iglesia, pero en diferentes áreas. Si Pablo y Silas hubieran ido a Chipre, las personas allí hubieran escuchado el mismo mensaje. La separación administrativa parece haber sido la mejor decisión dadas las circunstancias. Las personalidades pueden entrar en conflicto incluso dentro de la misma estructura de creencias, pero aún así se puede lograr el mismo trabajo hasta encontrar una solución. Si la doctrina hubiera sido el problema, entonces la separación se hubiera vuelto necesaria en un sentido más profundo y Pablo y Bernabé no hubieran logrado una reconciliación posterior sin que uno de ellos hubiese tenido que renunciar y admitir su error doctrinal.

¿Qué sabemos de los hombres involucrados en este conflicto conforme pasó el tiempo? En dos de sus cartas posteriores Pablo escribe: «Si [Marcos] fuere a vosotros, recibidle» (Colosenses 4:10) y «Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio» (2 Timoteo 4:11). Marcos, por supuesto, también fue el responsable del Evangelio que lleva su nombre. Es obvio, entonces, que hubo una reconciliación entre Pablo y Marcos. Pero, ¿qué hay de Bernabé? En la primera epístola de Pablo a los Corintios, escrita varios años después de su desacuerdo, Pablo claramente le reconoce como un compañero apóstol (1 Corintios 9:6). Podemos concluir con certeza que Pablo llegó a apreciar de nuevo a Bernabé y a ver que éste había demostrado tener razón al confiar en Marcos.

UNA SABIA DECISIÓN

Conforme Pablo y Silas continuaron sus viajes, fueron de Cilicia a través del empinado desfiladero conocido como las Puertas de Cilicia y llegaron a las ciudades de Derbe y Listra (Hechos 16:1). Allí se reunieron con el discípulo Timoteo, quien habría de convertirse en el «hijo amado y fiel en el Señor» de Pablo (1 Corintios 4:17). Aparentemente Timoteo se había convertido en un seguidor de Jesús durante la visita anterior de Pablo a Listra y había desarrollado una buena reputación entre los demás miembros en esa ciudad y en la ciudad contigua de Iconio.

Era bien sabido entre los judíos que el padre de Timoteo era griego y su madre, judía; pero Timoteo no estaba circuncidado, razón por la que los judíos locales le rechazaban. Debido a que Pablo pretendía ayudarse de Timoteo como un asistente en el área, hizo que el joven se sometiera a ese procedimiento para luchar contra los prejuicios judíos. Parte de las enseñanzas que Pablo y Silas llevaban a las congregaciones conforme viajaban era la decisión tomada dos años atrás por los apóstoles y los ancianos en Jerusalén con respecto a la circuncisión. Ellos habían confirmado que ya no se requería el ritual físico para aquéllos que entraran en una relación con el Dios de Israel, pero Pablo sabía que las enseñanzas de Timoteo muy probablemente gozarían de una mayor aceptación entre los judíos si le veían como uno de ellos. Es un ejemplo de la sabiduría de Pablo para encontrar formas de superar la renuencia a escuchar el mensaje del evangelio.

NUEVO TERRITORIO

Para cuando Pablo, Silas y Timoteo llegaron a la costa occidental y a la colonia romana de Troas (antiguamente Troya) ya se habían enfrentado a puertas cerradas durante varias semanas. La Biblia nos dice que «les fue prohibido por el Espíritu Santo» hablar en las provincias romanas de Bitinia y Asia, incluyendo la región conocida como Misia (Hechos 16:6–8). No es clara la razón ni cómo fue exactamente que se presentó esta prohibición, pero lo que ocurrió después podría ser la clave para entenderlo. En Troas, Pablo tuvo un sueño donde vio a un hombre macedonio pidiéndole que fueran a su región. El sueño se entendió como la forma de Dios de guiar sus pasos hacia una nueva área para predicar las buenas nuevas.

En el versículo 10 el escritor de los Hechos cambia su relato a la primera persona del plural, diciendo «procuramos partir para Macedonia». Esto se entiende que ocurrió cuando Lucas, el autor del libro de los Hechos, se unió al grupo de viajeros de Pablo. La narración continúa así hasta el versículo 17 y retoma esta persona del plural en el capítulo 20, versículo 5.

Durante su breve viaje de dos días a través del Mar Egeo de Troas hasta Neápolis los hombres pronto se encontraron camino a Filipos en Macedonia, en lo que hoy es el norte de Grecia. La antigua ciudad fue renombrada alrededor del año 365 a.C. por Felipe II, padre de Alejandro el Grande. Una vez que los romanos conquistaron Macedonia en el año 168 construyeron la Vía Egnatia, que unía los mares Adriático y Egeo, y Filipos se convirtió en un importante centro comercial y militar. Dos de los asesinos de Julio César, Bruto y Casio, fueron derrotados allí por Octavio (más tarde César Augusto) y Marco Antonio en el 42 a.C. Como resultado, la ciudad se convirtió en una colonia romana y muchos veteranos se retiraron allí, por lo que su población era principalmente romana. El idioma hablado era sobre todo el latín y Filipos era, en muchos aspectos, como una Roma en miniatura. La forma en que el libro de Hechos describe a la ciudad ha llevado a muchos a preguntarse si no se trataba del lugar de origen de Lucas.

Al buscar personas con quienes se pudieran reunir en el día de reposo, Pablo y su grupo salieron de la ciudad hacia la ribera del cercano río Gangites. Allí se encontraron a un grupo de mujeres que se reunía con regularidad para orar en los días de reposo. Lucas escribe que una de ellas, de nombre Lidia, «adoraba a Dios». Otra versión en inglés dice que ya era una mujer «temerosa de Dios», es decir, que no era judía, sino una gentil que adoraba al Dios de Israel. La Biblia continúa diciendo que «el Señor abrió el corazón de ella»… (Hechos 16:14). Esto es un punto importante. Lucas nos está diciendo que la conversión requiere que Dios abra la mente para aceptar Su camino. No significa que sea algo que podamos hacer nosotros solos. No podemos ser convertidos sin que Dios actúe primero. De acuerdo con el apóstol Juan, Jesús dijo «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero» (Juan 6:44).

Lidia venía de la ciudad de Tiatira en Asia Menor, una ciudad con una comunidad judía y probablemente la fuente de su conocimiento sobre el Dios de Israel. Era una vendedora de telas teñidas de color púrpura, un producto por el que era famosa la ciudad. La tela especialmente teñida era esencial en la manufactura de la ropa imperial romana. Esto significa que Lidia muy probablemente era una mujer de un nivel social importante. Una vez que se abrió su mente al mensaje de Pablo ella y su familia fueron bautizados y se convirtieron en seguidores de Jesús y en miembros de la Iglesia de Dios. Como resultado, Pablo, Silas, Lucas y Timoteo fueron invitados a quedarse en su hogar por algún tiempo.

DOS TIPOS DE LIBERTAD

Mientras Pablo y su grupo permanecieron en Filipos se las arreglaron para acudir al lugar de oración (en el día de reposo, no cabe duda). Una joven con habilidades adivinatorias les seguía y «daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación». Para disgusto de Pablo, continuó haciéndolo por varios días. Sus amos obtenían grandes ganancias de sus habilidades y se molestaron con Pablo cuando éste ordenó al espíritu de adivinación que saliera de ella. Como resultado, llevaron a Pablo y a Silas ante los magistrados en la plaza o a un foro (que todavía puede verse en la actualidad, siguiendo las excavaciones). Quizá ello se debió a que Pablo y Silas eran los únicos totalmente judíos en el grupo y, por lo tanto, era más fácil acusarles a ellos. Los amos de la joven dijeron a los magistrados: «Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad y enseñan costumbres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos» (Hechos 16:20–21). La multitud que se encontraba en la plaza se enfureció; los magistrados rasgaron la ropa de los dos hombres, ordenaron que se les azotara fuertemente con varas y los lanzaron a la prisión, asegurando sus pies en el cepo.

Pero a media noche, mientras Pablo y Silas se encontraban orando y cantando himnos, y los demás prisioneros les escuchaban, un terremoto sacudió la prisión, abriendo todas las puertas y rompiendo las cadenas de los hombres. El carcelero despertó en pánico y, pensando que había perdido a todos los prisioneros, estaba a punto de suicidarse cuando Pablo le aseguró que todos los prisioneros estaban allí. La experiencia fue suficiente para convencer al carcelero de que necesitaba a Dios en su vida. Les preguntó a Pablo y a Silas qué debía hacer y ellos le respondieron con la que se habría de convertir en una declaración muy citada, aunque también muy malentendida, dentro del cristianismo tradicional: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (versículo 31). Es claro que se requiere mucho más que sólo creer. Hemos visto a lo largo de esta serie que se comienza una nueva forma de vivir una vez que la persona se ha arrepentido profundamente de su antigua vida y ha sido perdonada. Esto significa que la enseñanza de la nueva vida es fundamental y se debe seguir. Por esta razón Pablo se quedaría con frecuencia en un área después de que la gente se hubiese convertido para enseñarles más acerca del camino de Dios, o regresaría más tarde para enseñar y alentar a los recién convertidos para continuar en el Camino (Hechos 20:1–2, 6). En este caso el carcelero y su familia recibieron de inmediato la enseñanza y fueron bautizados durante la noche (Hechos 16:32–33).

«Pablo respondió a los guardias: —¿Cómo? A nosotros, que somos ciudadanos romanos, que nos han azotado públicamente y sin proceso alguno, y nos han echado en la cárcel, ¿ahora quieren expulsarnos a escondidas? ¡Nada de eso! Que vengan ellos personalmente a escoltarnos hasta la salida».

Hechos 16:37, Nueva Versión Internacional

A la mañana siguiente los magistrados enviaron el mensaje de que Pablo y Silas fueran liberados calladamente, pero Pablo insistía en que los gobernantes se presentaran ellos mismos, debido a que habían golpeado y encarcelado sin razón a ciudadanos romanos, un acto prohibido por la sociedad romana. Era la primera vez que los magistrados habían escuchado acerca de la ciudadanía de los hombres. Acudieron temerosos con Pablo y Silas y les liberaron, pidiéndoles que salieran de la ciudad. Los dos hombres fueron primero a casa de Lidia, visitando y alentando a los hermanos antes de partir. La carta posterior de Pablo a la iglesia de Filipos es una de las más alentadoras del Nuevo Testamento. Habla de su cálida relación con ellos en contraste con su trato por parte de las autoridades (Filipenses 1:3–5, 27–30). Su persecución en Filipos también ha quedado asentada en su primera epístola a la iglesia de Tesalónica (consulte 1 Tesalonicenses 2:2), la capital de la provincia de Macedonia y la ciudad a donde él y su grupo se dirigieron a continuación.

DOS CLASES DE OYENTES

Tesalónica se encontraba a unos 160 km (100 millas) de distancia. Los viajeros hicieron su recorrido a lo largo de la Vía Egnatia a través de las antiguas ciudades de Anfípolis y Apolonia. En el año 42 a.C. Tesalónica se había convertido en una ciudad liberada por los romanos, más que una colonia. Aunque tenía su propia forma de gobierno, la ciudad gozaba de buenas relaciones con Roma. Al emperador se le tenía en gran estima y prevalecía el culto a la adoración del emperador.

Es obvio, a partir de las cartas que Pablo escribió a la iglesia que al final se formó allí, que tanto él como Silas trabajaron muy duro y tuvieron un considerable éxito. Como era lo usual acudieron primero a la sinagoga. Durante tres días de reposo Pablo discurrió con una audiencia mixta (Hechos 17:2). Algunos de los judíos fueron persuadidos por sus enseñanzas, al igual que muchos otros, descritos como griegos piadosos, incluyendo a mujeres nobles. Todas estas personas eran parte de la misma sinagoga y adoraban al mismo Dios. Pablo pudo mostrar, a partir de las Escrituras Hebreas, que el Mesías de las profecías había venido al mundo como Jesús de Nazaret. Así, la nueva congregación que se formó bajo el liderazgo de Pablo se componía de judíos y gentiles, prosélitos y temerosos de Dios.

Pero entonces se presentó de nuevo la oposición de aquéllos que no habían sido persuadidos, sino que más bien se sentían envidiosos por el éxito de Pablo. Organizaron un motín recurriendo a hombres de la plaza de dudosa reputación para formar una turba y así desestabilizaron a toda la ciudad. Incluso atacaron el hogar de uno de los nuevos convertidos, Jasón, con la esperanza de encontrar a Pablo y a sus colegas. Al no poder hacerlo, aprehendieron a Jasón y a algunos de los nuevos hermanos y los llevaron ante las autoridades de la ciudad. Luego presentaron falsas acusaciones argumentando que Jasón había invitado a Pablo y a Silas, quienes eran alborotadores y enseñaban que Jesús, y no el César, era el rey. Esto provocó a los gobernantes y a los ciudadanos, quienes, temerosos de la reacción romana, dictaron sentencia en contra de Jasón, y le ordenaron expulsar a los visitantes de su hogar y echarlos de la ciudad. Esa noche Pablo y su grupo fueron enviados por sus hermanos para continuar su camino hacia Berea, unos 72 km (45 millas) hacia el suroeste.

«Éstos eran de sentimientos más nobles que los de Tesalónica, de modo que recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba».

Hechos 17:11, NVI

Berea se encuentra al pie de las Montañas Vermion, en un sitio muy apartado en la actualidad, pero una importancia ciudad en la época de Pablo, próspera y con una población judía. Allí Pablo habló se dirigió una vez más a los judíos. Lucas observa que allí fueron más imparciales que los de Tesalónica (versículo 11). Estas personas se mostraron abiertas y dispuestas a examinar las Escrituras diariamente, no sólo en los días de reposo, para determinar si lo que decía Pablo era cierto. Pronto se formó una congregación y entre ellos había también adoradores que eran gentiles de origen, hombres y mujeres de alta alcurnia.

Sin embargo, antes de que transcurriera mucho tiempo, los oponentes judíos de Pablo llegaron de Tesalónica y de nuevo provocaron al pueblo. Esta vez los nuevos creyentes enviaron a Pablo para que continuara solo su camino hacia Atenas, en donde esperaría a que le alcanzaran sus colegas Timoteo y Silas (versículos 14–15). Ésta habría de ser una visita trascendental, pues fue el lugar donde ocurrió el bien conocido intercambio de Pablo con los filósofos atenienses.

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(PARTE 6)