Al Centro del Mundo Griego

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(PARTE 5)

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La única visita registrada de Pablo a Atenas fue trascendental y fue también objeto de una sección detallada del escrito de Lucas de la historia de la iglesia primitiva.

El libro de Hechos indica que Pablo fue llevado por mar a la ciudad por algunos de los habitantes de Berea que habían sido convertidos (Hechos 17:14–15). Una vez allí pidió que sus colegas Silas y Timoteo se reunieran con él.

Durante su estancia a solas en la ciudad le preocupó cada vez más la idolatría que vio en rededor. Lucas escribe que «su espíritu se enardecía» (versículo 16). Pablo estaba asombrado por el número de templos, altares, objetos de adoración y estatuas de los dioses griegos y de los emperadores romanos. Pausanias, el viajero y geógrafo del siglo II, escribió en su Descripción de Grecia (1.24.3) que «los atenienses eran mucho más devotos de la religión que nadie más».

En la famosa Acrópolis Pablo pudo haber visto el Partenón y, en su interior, la colosal estatua de oro y marfil de Atenea Parthenos —la «virgen Atenea», diosa de la ciudad— esculpida por Fidias, con una altura de más de 12 metros (casi 40 pies). La Atenas del siglo I había perdido la importancia de sus días clásicos de grandeza y su población era probablemente de sólo cinco o diez mil habitantes, pero era una ciudad libre, aliada con Roma y con su propia forma de gobierno, y era, sobre todo, un centro intelectual y cultural.

A TODOS DE TODO

Como era usual cuando llegaba a una ciudad o población, Pablo acudía primero a la sinagoga y discurría con los adoradores judíos y gentiles. Pero en Atenas también hablaba «en la plaza cada día con los que concurrían» (versículo 17). La idea es que estaba dispuesto a discutir sus creencias con cualquiera que deseara conversar, no que él les presionara para escuchar. Y allí, justo debajo de la Acrópolis, Pablo entró en contacto no sólo con el público en general, sino con los discípulos de las escuelas del pensamiento epicúreo y estoico, fundadas por los filósofos Epicuro y Zenón.

Lo que siguió fue una oportunidad inusual debido a que la mayoría de las personas a las que Pablo se dirigía tendrían creencias paganas. Para llegar a ellas debía utilizar un enfoque distinto al de la sinagoga. Habló en un idioma que los atenienses pudieran apreciar, pero aún así comunicaba su idea. Las palabras cuidadosamente estructuradas de Pablo han sido descritas por los eminentes eruditos paulinos del siglo XIX Conybeare y Howson como «llenas de las más impresionantes enseñanzas para cada época del mundo». Estos autores concluyeron que «No podemos evitar observar cómo se construyen las oraciones de su ininterrumpido discurso para ir reuniendo sucesivamente los casos de cada una de las clases que conformaba a su audiencia».

Para los estoicos, lo divino estaba en todo y en todas partes. Eran panteístas que creían que al momento de morir el espíritu humano regresa a Dios para su violento «reciclado»; en ese sentido, para ellos no había una vida personal después de la muerte. Además, decían que todo lo que sucede es la voluntad de Dios y que uno no debía resistirse a ella. Tenían un código de austeridad, tanto de auto-negación como de apatía. Los epicúreos, por otro lado, estaban tan cerca de ser ateos como pueden estarlo quienes aún hacen referencia a los dioses. Ellos sostenían que la muerte era el final, que todo era obra de la casualidad y que los dioses eran de una sustancia enigmática y remota, y que, en el mejor de los casos, les desinteresaba la humanidad, por lo que la vida debía pasarse en búsqueda de la más grande forma del placer —es decir, en la erradicación de todo dolor.

De acuerdo con Lucas, en general a los atenienses se les conocía por pasarse el tiempo transmitiendo las últimas noticias e ideas. Gran parte de las discusiones ocurrían en las stoa (pórticos o áreas con columnatas), alrededor de la plaza. Mientras Pablo se dirigía a la multitud la reacción a sus palabras era que Jesús y la resurrección eran algo definitivamente negativo. Algunos de los filósofos intercambiaban ideas con él y al final lo insultaban, refiriéndose a él como un fanfarrón ignorante. La palabra griega que utilizaban para ofenderle significaba, literalmente, «un recolector de semillas», una persona holgazana que se ganaba la vida recogiendo restos de comidas. En el caso de Pablo, el término no se refería a la comida, sino a trozos de conocimiento religioso o filosófico, y era, por tanto, una persona que hablaba sin tener un verdadero conocimiento. Otros entre el público estaban preocupados por que Pablo estuviera violando una ley ateniense en contra de la introducción de nuevos dioses. Le invitaron a explicar mejor sus ideas y le llevaron cerca de la Colina de Ares —si aún era ése el lugar de reunión del Areópago o del tribunal oficial del gobierno de Atenas— o a un lugar en el interior de las stoa (versículos 18–21).

«Pablo se puso en medio del Areópago y tomó la palabra: —¡Ciudadanos atenienses! Observo que ustedes son sumamente religiosos en todo lo que hacen».

Hechos 17:22, Nueva Versión Internacional

El discurso de Pablo fue magistral. Dijo que durante su estancia había observado que los atenienses eran «muy religiosos» debido a que adoraban a muchos objetos. Aunque Pablo en realidad estaba enormemente afligido por la idolatría abierta de la ciudad, su lenguaje siguió siendo cortés y amistoso. Dijo que se había encontrado un altar dedicado al «dios no conocido». (La existencia de tales altares en Atenas está respaldada por la mención de Pausanias algunos cien años después de que Pablo estuviera allí). Así, Pablo no podía ser condenado por introducir a un nuevo dios, debido a que afirmó que su dios desconocido era el mismo Dios al que representaba y que lo habían adorado a Él sin siquiera haberse dado cuenta.

Entonces, basado en la buena voluntad que había creado, Pablo realizó un audaz comentario. Rodeado por los muchos templos del área, dijo: «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas». Agregó también que el Dios del que hablaba no podía ser «honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas» (versículos 24–25). Aquí Pablo parecía estar aludiendo primero al dramaturgo griego Eurípides, quien escribió: «Dios, como si el verdadero Dios necesitase de algo»; y, en segundo lugar, a Séneca, quien escribió que «Dios no busca sirvientes… él mismo sirve a la humanidad».

Pablo continuó explicando que Dios «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación». El apóstol no tenía la intención de hablar sólo del Dios del antiguo Israel, sino del Dios de toda la humanidad. Este origen común de la humanidad no era una verdad que los atenienses apreciarían, pues creían que eran un pueblo único. Pero Pablo señaló que este linaje común significaba que era necesario que todos los seres humanos «busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (versículos 26–27). Pablo tenía sus dudas respecto a que los atenienses buscaran a Dios, pero ciertamente el plan de Dios era que así lo hicieran.

A continuación dijo: «Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho». Muchos especialistas creen que aquí Pablo citó a Epiménides de Cnosos, quien, de acuerdo con la leyenda, recorrió todos los lugares erigiendo altares a dioses anónimos. En uno de sus poemas, dedicado al dios supremo, escribió: «Han creado una tumba para ti, Oh divino y altísimo —los cretenses, ¡siempre mentirosos, bestias del mal, vientres holgazanes! Pero tú no estás muerto: tú vives y habitas por siempre, pues en ti vivimos, y nos movemos, y somos». Extendiendo su argumento, Pablo exclamó: «Porque linaje suyo somos». Ésta es otra cita más, en esta ocasión del poema Fenómenos de Arato de Cilicia. Cilicia era, por supuesto, el lugar de nacimiento de Pablo, y esto quizá hace referencia a su familiaridad con la obra del poeta.

El argumento principal de Pablo era que la adoración de ídolos no tenía nada qué ver con el único y verdadero Dios Creador de todas las cosas. Así, decía que la idolatría estaba mal, porque nada que el hombre pueda crear puede siquiera aproximarse al Creador y ciertamente no debía ser adorado. Lo que se necesitaba era que los atenienses dejaran sus malos caminos, que dieran la vuelta y caminaran hacia el otro lado. Además, decía, debido a que el mundo había pecado de muchas maneras, siendo la idolatría sólo una de ellas, Dios enviará a un hombre a juzgar al mundo. Entonces, para sorpresa de todos, dijo que el hombre que Dios enviaría ya había resucitado de entre los muertos.

«Cuando oyeron que Jesús murió y resucitó, algunos comenzaron a burlarse de Pablo, pero otros dijeron: “Mejor hablamos de esto otro día”».

Hechos 17:32, Biblia en Lenguaje Sencillo

Con la sola mención de la resurrección, algunos se burlaron de Pablo, otros dijeron que les gustaría escuchar más después y algunos creyeron en él (versículo 32). Entre estos últimos se encontraba un líder del Areópago: Dionisio. Los miembros de este tribunal eran elegidos de entre los arcontes, o líderes de la ciudad, lo que nos da una idea del nivel de Dionisio en la sociedad ateniense. Desde el enfoque único de Pablo para transmitir el mensaje llegaron otros creyentes: una mujer llamada Dámaris y muchos otros. Nada más se sabe de la iglesia ateniense, pero la forma en que Pablo se dirigió a esta inusual audiencia confirma que, como mencionó en una de sus epístolas, buscó hacerse «a todos… de todo» (1 Corintios 9:22).

EN CORINTO

Pablo viajó aprox. 81 km (50 millas) hacia el oeste, desde Atenas hasta la capital comercial del área: Corinto. La ciudad clásica parece haber sido establecida entre los siglos VIII o IX a.C. y fue destruida casi por completo por los romanos en el año 146 a.C. Un siglo más tarde Julio César la reconstruyó como una colonia romana y la pobló con libertos. Para el año 50 de nuestra era, cuando Pablo la visitó, se había convertido una vez más en la ciudad más acaudalada al sur de Grecia.

Al igual que la mayoría de las ciudades portuarias, Corinto impulsó una sociedad bulliciosa y decadente; pero sus problemas morales de la vida diaria empeoraban debido a sus prácticas religiosas locales. A principios del siglo I d.C., el geógrafo Strabo afirmaba que alrededor de mil prostitutas esclavas, que habían sido dedicadas como ofrendas, estuvieron activas alguna vez en el Templo de Afrodita. Aunque esto sigue siendo una controversia, se sabe que el templo, el cual estaba asociado con la inmoralidad, fue restaurado en los tiempos de Roma. En este entorno desafiante y corrupto Pablo permaneció durante 18 meses (Hechos 18:11) y formó un grupo de seguidores del Camino. Fue también aquí donde comenzó a escribir algunas de las epístolas que forman una parte importante del Nuevo Testamento. Las primeras fueron sus dos cartas dirigidas a la iglesia que había ayudado a formar unos meses antes en Tesalónica.

Cuando Pablo llegó a Corinto se reunió con dos judíos: Aquila y su esposa, Priscila, quienes habían sido recientemente expulsados de Roma bajo un decreto imperial promulgado por Claudio César alrededor del año 49 d.C. El biógrafo romano Suetonio registra que Claudio expulsó a los judíos de la capital debido a que estaban causando problemas instigados por un tal «Chrestus». Si se trataba del nombre de una persona o de una escritura incorrecta de «Christus», no se sabe; pero el que los judíos fueron perseguidos por varios emperadores del periodo está bien documentado. No es de sorprender que, como judíos perseguidos, Aquila y Priscila fueran a Corinto; era un cruce del viejo mundo y tenía una comunidad judía. Allí Pablo se quedó con la pareja debido a que compartían la misma ocupación: el hacer tiendas y curtido de pieles.

Cerca del foro en Corinto, en la vía Lechaion, los arqueólogos han encontrado parte de una inscripción en mármol blanco. Probablemente se leía «Sinagoga de los Hebreos» y estaba colocada sobre la puerta del lugar de reunión. Esta inscripción confirma que había suficientes judíos en Corinto en el periodo para apartar tal edificación, y el Nuevo Testamento menciona la presencia de una sinagoga en la época de la visita de Pablo. Lucas nos dice que Pablo acudía allí cada día de reposo a hablar con los judíos y gentiles, prosélitos y temerosos de Dios.

Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo dedicó todo su tiempo a la predicación y dejó de trabajar con Aquila y Priscila. Desafortunadamente la mayoría de los judíos y prosélitos rechazaron el mensaje, y Pablo decidió tratar sólo con los gentiles. Algunos de la sinagoga de inmediato se convirtieron en miembros de la Iglesia. Primero fue Tito Justo, quien vivía junto a la sinagoga y era temeroso de Dios. Y, sorprendentemente para los judíos, los otros fueron el principal de la sinagoga, Crispo, y su familia. Como resultado, otros corintios pronto se unieron al grupo. Pablo confirma en su primera epístola a la iglesia de Corinto que él bautizó personalmente a Crispo, y Lucas registra en el libro de Hechos que muchos otros fueron bautizados (Hechos 18:5–8; 1 Corintios 1:14).

Pablo pudo continuar predicando desde la seguridad de la casa de Justo hasta que la oposición se levantó una vez más. Cuando Corinto recibió a su nuevo procónsul recién nombrado, Galión, en el año 51 d.C., algunos de los judíos aprovecharon la oportunidad para quejarse con él acerca de Pablo. Galión era uno de los hermanos mayores del filósofo romano Séneca, quien más tarde se convirtió en consejero del Emperador Nerón. A pesar del hecho de que Crispo, un hombre de influencia, se había convertido en un seguidor del Camino, Pablo fue acusado de persuadir a la gente de adorar a Dios en contra de la ley. En efecto, sus opositores decían que estaba promoviendo una religión ilegal. Era un débil argumento. Pablo era judío y el judaísmo era una religión legalmente reconocida en el Impero Romano. Galión de inmediato entendió que el caso en contra de Pablo era un asunto interno judío y lo desechó del tribunal, reconociendo efectivamente a los seguidores de Jesús como una parte legal del judaísmo. Este mandato permitió el florecimiento de la iglesia de Corinto (Hechos 18:12–16).

«Galión dijo a los judíos: “Si fuera cuestión de una injusticia o de un crimen depravado, oh judíos, yo os toleraría, como sería razonable. Pero si son cuestiones de palabras y nombres, y de vuestra propia ley, allá vosotros; no estoy dispuesto a ser juez de estas cosas”».

Hechos 18:14b–15, La Biblia de las Américas

¿Qué clase de enseñanzas llevó Pablo a los miembros de la Iglesia en Corinto durante su larga estadía allí? ¿Inició una nueva religión, como afirmaban sus acusadores y como muchos afirman hoy en día? ¿Fue Pablo el fundador de una nueva religión o un seguidor de Jesús? Sus dos epístolas enviadas a la congregación en Corinto nos detallan lo que enseñaba. Tomemos, por ejemplo, la siguiente declaración: «Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:23–26).

Aquí, en un breve pasaje, vemos que Pablo seguía exactamente lo ordenado por su Maestro. En este caso, predicaba y practicaba lo que Jesús hizo en la noche de Su última Pascua con Sus discípulos. Y esta carta fue escrita 20 años después de que Pablo se convirtiera en uno de sus seguidores. Pero, ¿acaso Pablo recomendaba que los seguidores imitaran a Jesús de otras maneras? Por ejemplo, ¿esperaba que guardaran el día de reposo y los días santos justo como hacían los judíos de aquel tiempo, y como lo hizo el mismo Jesús? En 1 Corintios Pablo escribe a los judíos y gentiles que él espera que guarden una fiesta que los antiguos israelitas habían guardado: «Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1 Corintios 5:7–8). Cuando él habla de guardar o de celebrar la fiesta está hablando de la Fiesta de la Pascua y de los Días de los Panes sin Levadura, algo que el mismo Jesús hizo (consulte Lucas 22:1, 7–8). Incluso en el mundo de los gentiles Pablo estaba siguiendo al pie de la letra el ejemplo de Jesús al predicar y guardar los días santos que Dios había ordenado al antiguo pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.

Después de muchos meses en Corinto Pablo decidió regresar a Antioquía en Siria. Para ello, fue primero a Cencrea, puerto al este de Corinto, para tomar una embarcación hacia la ciudad de Éfeso, que entonces era un puerto importante del lado oriental del Mar Egeo. Era la capital de la provincia romana de Asia y hogar del gobernador. Como veremos más adelante, Pablo terminó quedándose más tiempo en Éfeso que en cualquier otra parte de sus viajes. Vivió y enseñó en la ciudad hasta por tres años. Revisaremos su estancia allí en la próxima ocasión, en «Los Apóstoles» Parte 7.

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