Verbos desconcertantes
¿Cuál es la relación que se buscaba para la humanidad y la Tierra? Lamentablemente, la mala interpretación de las instrucciones iniciales dadas a los primeros humanos ha llevado a puntos de vista ampliamente divergentes y con resultados devastadores. En Génesis 1:28, siguiendo la historia de la creación y el origen del hombre moderno, encontramos lo que hoy en día podríamos llamar una declaración de misión: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla; y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra».
Las consecuencias de estas órdenes marciales han sido profundas. «Fructificad» significa simplemente tener hijos como los padres, varón y hembra. Algo que es menos simple es que los humanos se describan como diferentes de otros animales: hechos a imagen de Dios. ¿Qué significa esto? ¿Se trata meramente de la forma física? ¿O se refiere más a nuestra conciencia creativa única? Aunque la primera es una posibilidad fascinante, es esta última la que se enlaza estrechamente con las instrucciones restantes del pasaje. Ser creados con razón y voluntad, lo cual ciertamente es a imagen de Dios, tiene sus consecuencias: responsabilidades y obligaciones.
Éstas vienen a formar parte de nuestra realización de las otras acciones mencionadas en el mismo versículo: «multiplicaos», «llenad», «sojuzgad» y «señoread». Para algunos, estos verbos son una carta blanca para los seres humanos, un pase gratuito para utilizar la Tierra sin previsión. A cargo y a nuestras anchas, por así decirlo, mientras nuestras cifras se acercan a los 7 mil millones, ¿somos libres entonces de explotar los recursos del planeta acumulando la mayor población humana posible? Hace algunas décadas esta pregunta hubiera sido pura ficción. Cuando la esperanza de vida era corta y el índice de mortandad infantil alto, llenar, sojuzgar y señorear en la naturaleza no sólo parecía imposible, era imposible, pero ya no es así.
Hace más de 100 años pocos hubieran imaginado un mundo de varios miles de millones de habitantes (9 mil millones es el cálculo actual más bajo para la población mundial en el año 2050). Ni nuestros antecesores imaginaron los tipos de industria, medicina, comercio, agricultura, saneamiento y prosperidad que son la realidad de hoy y que soportan esas cifras. Es posible que existan miles de millones en las profundidades de la pobreza, la miseria y el hambre, pero las presiones ecológicas que ejerce la minoría y que el resto busca también están creciendo exponencialmente.
Conforme crece nuestra población y el énfasis que ponemos en nuestros sistemas planetarios se vuelven aparentemente más malignos, el concepto de responsabilidad vuelve a estar en la mira. Por necesidad más que por obediencia, se está reconsiderando la instrucción de «señorear». El contexto del versículo es la respuesta: que los seres humanos deberíamos tener un enfoque considerado, agradecido y de largo alcance con respecto a la vida, y que debemos cuidar y guiar a la creación.
Si se cree que el proceso evolutivo es enteramente responsable de la presencia y naturaleza de los seres humanos, entonces es discutible la idea de que la humanidad tiene una tarea más allá de la necesidad biológica de reproducirse. Si es solamente por alguna extraña oportunidad de selección natural y las circunstancias que hemos adquirido la capacidad de colaborar y doblegar el mundo físico a nuestra voluntad, entonces nuestra esperanza debe ser superar nuestra biología para elegir un sendero ecológicamente iluminado.
Cuando la Evolución es el dios y creador, es decir, cuando se considera la afirmación de «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26) simplemente como una referencia supersticiosa para lo que en realidad fue, en aquella época, un proceso natural desconocido, el resultado es que nosotros nos convertimos en el dios en control de nuestro destino. En este sentido, la Evolución es el poder que produjo a «Dios» en la forma de seres humanos. Otro pasaje del Génesis predice que, por nuestros propios medios, en realidad llegaríamos a vernos como totalmente capaces e independientes. Ya abiertos nuestros ojos, seríamos «como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:5).
Los indicadores sociales y ecológicos muestran que el simple hecho de multiplicar el número de seres humanos en el planeta no está dando como resultado un mejor ambiente para todos. Si las palabras de Génesis 1:28 son en realidad una instrucción profética de los Creadores de la humanidad, debe haber significado algo más para ellos que lo que implica nuestra situación actual y, de hecho, ése es el caso.
Las directrices tanto físicas como espirituales están grabadas en el pasaje, pero cuando creemos que podemos encontrar el mejor camino a nuestra manera, esas directrices se pasan fácilmente por alto. De hecho, la palabra hebrea que está traducida como «señorear» en Génesis 1:28 describe una forma de gobernar caracterizada por la justicia, la equidad, la paz y la ausencia de opresión. En las discusiones sobre este versículo rara vez surgen estas consideraciones y tales características jamás han sido totalmente evidentes en algún enfoque humano de dominio.
Efectivamente, Dios ha permitido el dominio de la humanidad en la Tierra; y no, la situación a la que nos enfrentamos en la actualidad no era el camino propuesto. La instrucción acerca del dominio no tenía que ver con el resultado en el curso aritmético que hemos seguido ni tampoco fuimos instruidos para aprovecharnos de otra vida en el planeta a través del poder creativo para sojuzgar los elementos.
La intención era un restablecimiento que requería la multiplicación de un modo de vida. Este modo era para llenar la Tierra, creando un ambiente que permitiera a la humanidad asimilar las responsabilidades que implica ser una creación especial, hecha a imagen del Creador. Comer del árbol de la vida nos habría dado el poder de someternos a Dios, sojuzgar nuestras propias tendencias al egoísmo y la explotación, y sobreponernos a un mundo en el que existieron estas influencias, pero no elegimos ese árbol; al contrario, el fruto formado del árbol de la ciencia del bien y del mal ha sido justo lo opuesto: un mundo construido para conseguir y explotar, para la competencia y la corrupción. Hemos adoptado el enfoque de «úselo antes de que alguien más lo obtenga» y luego «tírelo y consiga otro». Éstas son las formas de la esclavitud y la desesperanza.
No obstante, he aquí las buenas noticias. La Biblia promete que aunque en nuestra testarudez humana llevamos la existencia de vida en la Tierra al borde de la extinción, Dios nos rescatará (Mateo 24:21–22). «Los tiempos de la restauración de todas las cosas» (Hechos 3:21) aún están por venir. Mientras tanto, nuestra mejor actitud consiste en reconocer la necesidad de dicha restauración en nuestra propia vida y en nuestras relaciones hoy. Todavía podemos elegir la administración sobre la explotación, y como fue en el principio, aún es nuestra responsabilidad individual hacerlo así.