Asunción y Auge de la Reina del Cielo
Virgen bendita, Santa Madre, Madre de Dios, Esposa de Cristo, Esposa del Espíritu y Reina del Cielo.
¿Quién es esta figura icónica que ha alcanzado tan elevados títulos, así como una posición celestial única? ¿De dónde vino y cómo pasó de un ser humano a un ser casi divino? ¿Cuáles son las bases de los dogmas relacionados con ella y cómo podemos entender la ferviente devoción que se le ha concedido con el paso de los siglos?
La María de la devoción popular, de incontables oraciones, estatuas, pinturas e iglesias, dista mucho de la mujer favorecida (aunque muy humana) que tiene sus raíces en el entorno judío de la narrativa bíblica. Entonces, ¿cuándo y por qué ocurrió tal transformación?
Existen, casi literalmente, incontables estudios acerca del tema de la mariología (o mariolatría, dependiendo del punto de vista): «sin final» en palabras de un especialista, «casi incontrolables» en palabras de otro. Este artículo sólo se relaciona con algunos de los temas clave que describen el desarrollo del movimiento.
ANTIGUAS RAÍCES
A fin de entender el fenómeno de María como la Virgen, es importante que establezcamos lo que la Iglesia Católica utilizó como la base y que luego examinemos la imagen que desarrolló.
Stephen Benko se especializa en el cristianismo primitivo y su entorno pagano. En The Virgin Goddess: Studies in the Pagan and Christian Roots of Mariology se remonta al desarrollo del culto de María desde la mitología griega y romana hasta los tiempos modernos. Benko evita las polémicas anticatólicas y se muestra empático con el lugar que ocupa la «reina del cielo» en el cristianismo. Una vez dicho lo anterior, ciertamente remonta las raíces de María a las reinas celestiales y paganas previas al cristianismo de Grecia, Roma y el Mediterráneo, aquellas diosas mutables cuyas filas incluyen a Artemisa, Astarté, Celeste, Ceres, Cibeles, Deméter, Diana, Ishtar, Isis y Selene.
«El cristianismo» comenta, «no añadió ningún nuevo elemento a la religión cuando introdujo en su teología conceptos tales como “virgen” y “madre”; en lugar de ello, avivó y perfeccionó las imágenes que ya existían en numerosas formas en la mitología pagana».
La combinación de creencias de diferentes tradiciones, denominada sincretismo, no era algo nuevo, sino un tema recurrente en las religiones del área del Mediterráneo. Al igual que la transmisión de imágenes e ideas de un culto pagano a otro, comenzaron a ocurrir cambios del paganismo al cristianismo en lo que Benko denomina «equivalencia funcional». Los primeros siglos de la era moderna, durante la cual se aceptó la religión cristiana temprana y se modificó con las culturas del mundo helénico, constituyeron un periodo de sincretismo particularmente rápido. Las imágenes de varias diosas bien diferenciadas se fusionaron para volverse indistinguibles entre sí.
Sin embargo, de acuerdo con Benko, el culto con la mayor influencia en el cristianismo primitivo fue el de la Gran Madre (Magna Mater). Conocida en Asia Menor Occidental como Cibeles, habría de convertirse en el modelo para la mariología. A lo largo de la región muchos sacerdotes de la nueva religión cristiana fueron reclutados de entre las clases paganas educadas y, como es natural, llevaron consigo sus ideas filosóficas griegas. Así, los conceptos estoicos y neoplatónicos de las diosas mitológicas de la madre tierra se proyectaron en María con muy poca adaptación: los devotos de Cibeles la consideraban principalmente como una diosa pura, hermosa y buena; su adoración se centraba en la salvación y su culto recomendaba el bautismo, no en agua, sino en la sangre de un toro recién sacrificado. El culto también incluía a sacerdotes célibes (algunas veces auto-castrados), así como sacerdotisas vírgenes. Opiniones similares que relacionan al celibato con las malevolencias del sexo pronto ingresaron a la iglesia ortodoxa y luego se solidificaron como una enseñanza oficial.
Benko describe el proceso por el cual María se convirtió en «el rostro femenino de Dios» o en la imagen espiritualizada de la iglesia y escribe: «María terminó por ser declarada como la “Madre de Dios”, lo cual es un término totalmente pagano lleno de nuevo significado cristiano. ¿Acaso María se convirtió en una diosa cuando se realizó tal afirmación? La respuesta de los cristianos fue, y sigue siendo, un indignante ¡No!, pero, de hecho, María asumió las funciones de las divinidades femeninas paganas y, para muchas personas cristianas y piadosas, ella hizo, y sigue haciendo, todo lo que las antiguas diosas solían hacer».
A mediados del siglo III las formas helénicas del cristianismo ya habían recibido cierto nivel de reconocimiento en el Imperio Romano. Sesenta años más tarde el emperador Constantino reafirmó esa libertad y poco después comenzó la conversión forzada de los paganos. Sus templos fueron demolidos o «cristianizados», junto con las congregaciones. Aparentemente, hacia finales del siglo IV los cultos paganos habían pasado por todo, menos por la erradicación; mas esto no se debe confundir con el final de su influencia pues, como hemos visto, el sincretismo deja su huella.
SEXO, CELIBATO Y MUERTE
Es importante señalar que desde una época temprana los apologistas cristianos tuvieron que diferenciar su fe en la virgen a partir de ideas similares encontradas en la mitología helénica. Justino Mártir señaló correctamente que la concepción de Jesús por María fue diferente en cuanto a que Dios no la cortejó ni la invadió. Luego estaba la negativa gnóstica del nacimiento de Cristo como un ser humano totalmente de carne y hueso debido a las inusuales circunstancias de su concepción. Una vez considerado lo anterior, tomó impulso la idea de que María siguió siendo virgen por el resto de su vida. Algunos creyentes supersticiosos incluso afirmaban que el himen de María permaneció intacto después de dar a luz (lo cual los teólogos católicos del siglo III, Orígenes y Tertuliano, sabiamente negaron).
No obstante, las refutas aumentaron. Tras haber utilizado ideas filosóficas y metafísicas para definir la naturaleza de Dios en los concilios de Nicea y Laodicea del siglo IV, los padres de la Iglesia emplearon los mismos métodos para definir la naturaleza de Cristo en los concilios de Éfeso y Calcedonia en el siglo V, y concluyeron que el Hijo de Dios no pudo haber sido engendrado por una mujer manchada por el pecado original. Ambos eran simplemente incompatibles, razón por la cual María tenía que ser elevada al rol de Theotokos, la Madre de Dios, o, de una manera más precisa, de acuerdo con el historiador de la iglesia primitiva, Jaroslav Pelikan, «aquélla que dio a luz a uno que es Dios».
Los fundamentos de esta elevación ya habían sido colocados. En sus escritos del siglo II, tanto Justino Mártir como Ireneo desarrollaron las referencias a Cristo del apóstol Pablo como el nuevo Adán (Romanos 5:12–21; I Corintios 15:20–23) para crear una yuxtaposición paralela: María como la nueva Eva, espiritual y virtuosa.
A principios del siglo IV Agustín introdujo su teología acerca del Pecado Original, en la cual consideraba al sexo como parte de la caída de Adán y Eva. Al igual que otros de los primeros padres de la Iglesia, los antecedentes de Agustín se encontraban en la filosofía griega, lo cual degradó a la sexualidad como una debilidad humana y, por tanto, maligna. El sexo estaba mancillado y era mejor evitarlo, señaló; la virginidad y la abstención eran las virtudes opuestas y debían ser vistas como un ideal más alto (consulte La Perspectiva Original del Pecado Original).
«El que la Madre de Dios debiera ser una virgen era una cuestión de tal importancia para los hombres de la Iglesia primitiva que invalidaba todas las demás consideraciones, incluyendo la misma evidencia de la revelación».
La historiadora británica, Marina Warner, comenta: «Fue este cambio, del nacimiento de una virgen a la virginidad, de señal religiosa a doctrina moral, lo que transformó a una diosa madre como la Virgen María en un instrumento eficaz del ascetismo y la sujeción femenina. Como Henry Adams escribió: “El estudio de Nuestra Señora… nos lleva directamente a Eva y deja al descubierto toda la cuestión acerca del sexo”» (Tú sola entre las mujeres: El mito y el culto a la virgen María).
La relación católica entre Eva y María tomó fuerza como resultado de la interacción entre un afecto piadoso y un dogma en desarrollo, promoviendo así la imagen de una María perfecta e idealizada. Eva, por el contrario, era la madre de todos los seres humanos, cada uno de los cuales estaba manchado por el pecado original y sujeto a la mortalidad y la muerte. Y así, más que aceptar una simple lectura del Nuevo Testamento en su contexto, los primeros padres preferían creer en la noción de que María fue virgen no sólo antes del nacimiento de Cristo, sino que fue virgo intacta post partum, es decir, virgen perpetua después de dar a luz. Ésta fue una de las primeras creencias marianas en convertirse en enseñanza oficial católica (año 451); el Papa Martín I lo declaró dogma en el año 649.
Warner señala que estos padres de la Iglesia «tristemente no lograron apreciar el hecho de que la renunciación no prohíbe ni supera al deseo» y continúa diciendo que «es casi imposible sobreestimar el efecto que ha tenido la asociación cristiana característica del sexo con el pecado y la muerte en las actitudes de nuestra civilización».
Sin embargo, la virginidad de María no fue la única cuestión impulsada por los padres de la Iglesia. Si María no tenía pecado, entonces no debió conocer la muerte (puesto que, de acuerdo con las Escrituras, la muerte es el castigo por el pecado). Conforme el siglo VI se acercaba a su final, el Emperador Mauricio proclamó el 15 de agosto como la Fiesta de Koimesis, una fiesta anual en la iglesia oriental que conmemora el día en que María, más que morir, simplemente se sumergió en un sueño eterno. Luego de un siglo la iglesia occidental aceptó esta misma fiesta y le dio el nombre latino de Dormition, lo cual colocó las bases para su desarrollo posterior hacia el marianismo.
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Después de ser venerada por largo tiempo como parte de la devoción popular en la iglesia oriental, hacia el siglo XII María comenzó a ganar una audiencia incluso mayor en la iglesia occidental debido, en parte, a los cruzados que regresaban del Este. Tras aumentar la atención y el debate que le rodeaba, éste finalizó en 1854 cuando el Papa Pío IX declaró que la madre de Cristo había sido «sin pecado concebida». Aunque de acuerdo con esta enseñanza católica María fue concebida a través de la unión sexual de sus padres, fue milagrosamente privada de la mancha del pecado original y de la naturaleza corrupta que éste imparte a toda nueva vida humana. La Enciclopedia Católica la describe como «preservada de toda mancha del pecado original» y explica que «la gracia santificante le fue dada antes que el pecado pudiese hacer efecto en su alma». Muchas personas, incluso algunos practicantes católicos, no se dan cuenta de que la Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de María y no a la de Cristo (lo cual se conoce simplemente como el Nacimiento de una Virgen).
«No es posible extraer de la Escritura pruebas directas o categoriales ni estrictas».
Como ya se ha mencionado, la idea de la ausencia de pecado en María ha estado presente durante siglos. Los padres de la iglesia católica discutieron y pusieron en debate la idea y sus implicaciones desde el siglo II. La historiadora, Warner, señala un ejemplo de las preguntas que deben seguir a esta enseñanza: Si María evitó las consecuencias de la «caída» de la humanidad a través de la Inmaculada Concepción, ¿acaso eso no significa que toda la humanidad de Cristo podría quedar en duda?
Tales controversias siempre han marcado el desarrollo de la teología católica, pero con el escepticismo en aumento, ¿sobre qué bases podía la Iglesia establecer una enseñanza como oficial y verdadera? La respuesta provino de otro edicto de Pío IX, esta vez en el año de 1870. Con importantes implicaciones para la aceptación del nuevo dogma mariano, así como para todas las demás enseñanzas basadas más en la filosofía y en la tradición que en las Escrituras, este edicto declaró la infalibilidad del Papa al hablar ex cathedra (desde su silla) sobre aspectos tales como la fe y la moral. Al igual que otros dogmas, la noción de que María había escapado milagrosamente a la naturaleza humana y a la tentación, incluso para tener malos pensamientos, mucho menos para hacer el mal, había extendido la credulidad de muchos a través de los siglos, en especial en los albores de la Ilustración y del Siglo de las Luces. Ahora el Papa, en un solo acto, removía cualquier posibilidad de tener un mayor debate dentro de la Iglesia al declararlo una cuestión de fe y no de la razón… fe, pero en la infalibilidad de la iglesia.
CONTINÚA SU AVANCE
Entonces, hacia finales del siglo XIX, la iglesia acogió oficialmente tres artículos de fe con respecto a María. Los primeros dos, su maternidad divina y su virginidad perpetua, provinieron de los tiempos de los primeros concilios de la Iglesia, y el tercero, su inmaculada concepción, de 1854. Mas un cuarto dogma mariano se ha añadido desde entonces. En 1950 el Papa Pío XII proclamó la «asunción» de María: su recepción, en cuerpo y alma, en el cielo. Respecto a la cuestión sobre si María en realidad murió antes de su asunción o si fue recibida viva en el cielo, la respuesta considerada (y un tanto evasiva) es que simplemente no sufrió corrupción alguna en la tumba.
Cuatro años más tarde, en 1954, el mismo Papa confirmó oficialmente el título que se había concedido a María durante muchos siglos: «Reina del Cielo».
Y ahora hay un fuerte movimiento para un quinto dogma mariano. Vox Populi Mariae Mediatrici es «una organización laica que busca la definición papal de la Bendita Virgen María como Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada del pueblo de Dios». Su petición, colocada en un sitio de Internet para su descarga y firma, solicita que el Papa «defina solemnemente como dogma cristiano la enseñanza constante de la Iglesia respecto al papel corredentor de María con Cristo, el Redentor de la humanidad». Ellos creen que «tal definición traería a la luz la verdad absoluta acerca de María, Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu y Madre de la Iglesia».
El preámbulo para la petición busca calificar de «corredentora» refiriéndose a una redentora «con», más que «igual a» Cristo; sin embargo, basados en la historia, muchos probablemente pasarán por alto tan fina diferencia una vez que se le asigne tal título.
¿EL HONOR FINAL?
Otros títulos de María no deben pasar desapercibidos. Con respecto a su supuesto rol como «Esposa del Espíritu», el especialista católico, Leonardo Boff, cuya teología haría de María una parte de la Trinidad, es bastante franca: «Sostenemos la hipótesis de que la Virgen María, Madre de Dios y de todos los hombres y mujeres, hace realidad lo femenino de una manera absoluta y escatológica, dado que el Espíritu Santo la ha hecho su templo, santuario y tabernáculo de una forma tan real y genuina que se le debe considerar hipostáticamente [de manera absoluta y real] como unida a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad» (The Maternal Face of God: The Feminine and Its Religious Expressions [El rostro materno de Dios], énfasis de Boff). Con este argumento, debido a que se dice que María está unida y es idéntica al Espíritu Santo, Boff evita el campo minado teológico de una Trinidad de cuatro personas.
Benko muy astutamente toma una vital distinción con respecto a María que, de ser entendida por la iglesia católica en desarrollo, podría haber moderado todo el ciclo de veneración hasta una casi deificación. Él señala que la importancia de María yace en su participación en un momento en particular del plan redentor de Dios, no en su ser. Cristo tenía que nacer de una mujer devota y María fue simplemente esa mujer. Los padres de la iglesia católica perdieron de vista ese hecho cuando la nombraron la Madre de Dios (Theotokos) en un intento por rechazar el politeísmo y explicar la humanidad de Cristo. Al involucrar el ser de María más que su papel en la encarnación le condujo por un camino resbaloso.
«Considero que existe una relación directa, ininterrumpida y claramente discernible entre los antiguos cultos a las diosas, la reverencia dada y, finalmente, el culto guardado a la Virgen María».
En cuanto al culto de la Madre Virgen, era claro que el cielo no era el límite, y quizá tampoco lo sea la Trinidad. No obstante, mientras tanto, se ha hecho tan gran esfuerzo por definir mediante dogmas la naturaleza de María y por buscar elevar su estatus, que se ha terminado por eclipsar a la persona cuya vida tenía el propósito de ser el medio de salvación para toda la humanidad.