Atados a la Tierra
¿Por qué es tan importante una economía basada en la tierra? Existen conexiones significativas entre este modo de vida y la relación entre el hombre y Dios. Una vida basada en la tierra crea un ambiente que es propicio para una vida piadosa. Consideremos algunos de los beneficios de estar atados a la tierra.
En primer lugar, la mayordomía requiere que nos familiaricemos con las leyes que rigen el uso del suelo. Una relación simbiótica requiere de cooperación; pero más que eso, conlleva dos cosas vivientes juntas en una asociación íntima. Tanto el hombre como el suelo son organismos vivos, creados por el mismo Ser. La tierra es viva y frágil y tiene que ser sostenida y mantenida a fin de que no se dañe. Al aprender las leyes que Dios ha puesto en marcha para lograr este objetivo, la mente humana se centra más en el que creó la tierra, en primer lugar.
Una ley llamada a descansar la tierra para mantener su fertilidad y evitar que se agotaran sus reservas. Un año de cada siete el propietario estaba obligado a abstenerse de cultivar para la siega: «Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para el Eterno; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña» (Levítico 25:3–4). La aplicación de esta ley, obviamente, tendría un efecto en las siembras de los agricultores en los años sexto y octavo, obligando así al propietario a pensar profundamente sobre lo que estaba haciendo. La aplicación de esta ley orienta la mente hacia Dios como el Creador y Sustentador de todo lo que existe, y especialmente de la vida humana.
Otro flujo importante es el de una reorientación de lo que significa prosperar. Hoy en día la mayoría pensamos en la prosperidad en términos del éxito económico, que es impulsado por el crecimiento perpetuo. Bajo el sistema de Dios basado en la tierra, la prosperidad adquiere un significado totalmente diferente. La prosperidad en el futuro que Dios promete cuenta con buenas cosechas, árboles produciendo su fruto, el aumento del ganado, junto con niños sanos y la capacidad de vivir con seguridad. Este concepto es resumido por el profeta Miqueas: «Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente» (Miqueas 4:4).
Junto con esto habrá garantías para limitar el crecimiento económico perpetuo. Bajo el sistema de Dios, la granja familiar no puede ser absorbida por conglomerados de la agroindustria, como vemos frecuentemente hoy en día. Si la familia se mete en dificultades económicas y se ve obligada a vender parte o la totalidad de la propiedad, dicha venta no es permanente. En el año 50, «y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia» (Levítico 25:10).
La prosperidad estará vinculan más a una relación con Dios (ya que Él provee para sus necesidades diarias) que el éxito económico: «Y te hará el Eterno sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que el Eterno juró a tus padres que te había de dar. Te abrirá el Eterno su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo» (Deuteronomio 28:11–12). Esta es la verdadera medida de la prosperidad, una vida plena, contenta y feliz que resulta de las bendiciones de un Dios fiel.
Uno de los aspectos fundamentales basado en la vida agraria es entonces el apoyo que presta a las familias: «Y usted se repartirá la tierra por sorteo, como herencia entre sus familias» (Números 33:54). La ley establece garantías para que la herencia permanezca dentro de la familia.
Hablando de un tiempo futuro, el profeta Ezequiel reiteró la ley de Dios cuando dijo: «Y el príncipe no tomará nada de la herencia del pueblo, para no defraudarlos de su posesión; de lo que él posee dará herencia a sus hijos, a fin de que ninguno de mi pueblo sea echado de su posesión» (Ezequiel 46:18). Este sistema ofrece a la familia raíces para la siguiente generación. A medida que cada familia «atiende y mantiene» su propia tierra, un fuerte sentido de pertenencia se construye, y pues cada generación se ve obligada a considerar las leyes relacionadas a su tierra, un fuerte sentido de quién ha provisto la tierra es establecido también.
La intención de Dios es anclar la gente a la tierra y al así hacerlo desarrollar una fuerte relación personal entre ellos y Él.