Capitalismo, Democracia y Riqueza Mundial
En los dos primeros artículos de esta serie observamos el impresionante desarrollo del capitalismo hasta finales del siglo XX con sus creadores de mercados y fondos de inversión de alto riesgo. En los albores del siglo XXI ya se había dado rienda suelta a la democratización del capitalismo, lograda en gran medida por Internet. No obstante, ¿hacia dónde nos conduce este sistema ubicuo e imparable?
Sigamos esta historia con lo que el erudito Robert Heilbroner llama «la contradicción Schumpeteriana»: una debilidad inherente que podría causar la caída del capitalismo. Joseph Schumpeter (1883-1950), economista austriaco, ministro de finanzas y profesor en Harvard, acuñó el término capitalismo plausible. Heilbroner definió el término como el «modelo razonado de un sistema económico ensimismado en el continuo proceso de renovarse a sí mismo». La contradicción que Schumpeter reconoció es que, al final, este sistema se vuelve en contra de sí mismo. Schumpeter argumentaba que el capitalismo es un logro económico, mas no un logro sociológico. Al final será la propia mentalidad del sistema la que acabe con él.
Como indicio de un futuro posible, algunas personas están preocupadas por la tendencia natural de las corporaciones multinacionales a establecerse como una especie de cártel gigante que divide al mundo en reinos económicos privados. En su libro, Historia del Capitalismo, Michel Beaud nos previene del «totalitarismo de un mercado dominado por un puñado de gigantescas corporaciones mundiales y el establecimiento a escala mundial de un apartheid basado en el dinero».
«Los poderes que dominan a la sociedad humana amenazan la integridad del hombre al igual que la integridad del mundo. La dinámica del capitalismo contribuye en gran medida a este proceso».
¿QUÉ HEMOS FORJADO?
Quizás era inevitable que el orden social de la humanidad se fusionara con el capitalismo. La historia nos dice que la sociedad estaba controlada por las tradiciones y la autoridad. Cuando estos controles se eliminaron por etapas, la sociedad consignó la producción y distribución de riquezas al «mercado». Nunca antes la sociedad había legitimado que cualquier persona, incluyendo a quien perteneciera a las clases bajas, pudiera buscar la riqueza. La competencia y el interés personal de los individuos sería el pegamento que mantendría unida a la red de mercados y produciría riqueza para todos. Pero la ironía en todo esto es que el sistema capitalista podría comenzar a consumir a sus propios componentes mientras su mentalidad «racional» empieza a destruir las ideologías éticas, morales e históricas que gobernaron por milenios a la sociedad.
Así mismo, existe la posibilidad de que el sistema de libre mercado globalizado y su supuesto sirviente, el proceso democrático, no sean los salvadores conjuntos que algunos así consideran. Al enfatizar la resistencia de un estado nación frente a las tendencias de globalización, la profesora de economía, Liah Greenfield, señala en The Spirit of Capitalism [El Espíritu del Capitalismo] que «es poco probable que la globalización económica debilite a la nación como un sistema de gobierno o como una economía». Del mismo modo, «aunque la fuerza laboral y la gerencia media sean “globales”, es indudable que su carácter sigue siendo categóricamente nacional» (consulte «In the National Interest»).
Al contrario de lo que se podría pensar, Beaud argumenta que no se ha establecido claramente el vínculo entre la democracia liberal y el capitalismo, y que el capitalismo puede prosperar a la perfección bajo cualquier dictadura o gobierno altamente nacionalista. Éstas son observaciones interesantes dado el creciente dominio del capitalismo en el respaldo de los intereses económicos de muchas naciones.
OTRAS DEBILIDADES
Como lo muestra cualquier historia del capitalismo, existen muchas ideas y teorías sobre cómo se debe llevar a cabo la actividad económica. El capitalismo no es un sistema inflexible, sino uno compuesto de varias corrientes dinámicas. Las ideas predominantes en cualquier época en particular dependerán de las necesidades que se perciban en ese momento y de los acuerdos que se logren. Por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial la necesidad más apremiante era evitar que se repitieran los errores de juicio de los tiempos de la guerra que demostraron ser tan funestos. El mundo necesitaba desesperadamente una estabilidad monetaria, expansión económica y un régimen que propiciaran el libre comercio.
En 1944 los Acuerdos de Bretton Woods desarrollaron una arquitectura monetaria y económica para el mundo de la posguerra, diseñada para cumplir con estos objetivos. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial fueron sus creaciones inmediatas. Pero el economista, John Maynard Keynes, quien interpretó un papel influyente en la conferencia, en realidad pugnaba por más aún: deseaba que tras la guerra existiera una moneda mundial, un banco central supranacional y semiautónomo, y un sistema monetario internacional que exigiera a las economías con superávit y a aquéllas con déficit que se corrigieran a sí mismas en lugar de dejar que estas últimas sólo se deflacten. En otras palabras, Keynes creía que, sin importar si las naciones tenían un déficit o un superávit, todos necesitaban cumplir con su parte para lograr un crecimiento económico y la estabilidad mundial.
El marco de esta arquitectura de la posguerra sigue vigente y ha sido, en gran medida, la semilla de la prosperidad que ahora vemos a nuestro alrededor. Sin embargo, el patrón oro establecido en Bretton Woods hace tiempo que fue abandonado a favor de las tasas de cambio flotantes. Y un coro clama con cada vez más fuerza por reformas para satisfacer las necesidades particulares del mundo actual: circunstancias diferentes exigen cambios en el funcionamiento del capitalismo.
Algunas de estas circunstancias modificadas incluyen la advertencia moderna del calentamiento global, un suceso que se afirma es propiciado por la actividad humana. El funcionamiento del capitalismo se debe modificar urgentemente —afirman los ambientalistas— si queremos evitar la cada vez más inminente catástrofe global.
También hay quienes se ofenden por la naturaleza esencialmente egoísta del sistema capitalista. Estas personas se oponen a que el libre mercado funcione sin restricciones y al estilo social darwiniano de «la supervivencia del más apto». También insisten en que se necesita de mayores controles internacionales para forzar a que el capitalismo globalizado funcione de manera más equitativa. Algunos observadores señalan que gran parte del mundo aspira a vivir como las clases altas de la sociedad estadounidense, como las películas y la televisión lo muestran universalmente —en otras palabras, desperdiciando y excediéndose—, y cada vez observan más la futilidad de tales sueños. Necesitaríamos los recursos de varios mundos para convertir esa imagen en una realidad global.
Otras personas preocupadas han creado campañas concertadas para que las economías ricas condonen las deudas de las más pobres para acabar con la pobreza mundial y contribuir de manera masiva a la erradicación de las enfermedades (especialmente del VIH/SIDA) entre las naciones con pocos recursos para ayudarse a sí mismas. Y el temor de que la producción agropecuaria industrializada y global aumente las posibilidades de pandemias como la gripe aviar es una preocupación actual en particular.
«En cada época el capitalismo ha sido creativo y destructivo, pero hoy la misma existencia de la humanidad y el planeta están en juego».
Schumpeter ya tenía conocimiento hace 60 años de que el funcionamiento del capitalismo también debilitaría a la familia. Hoy en día, comprobando su observación, las deudas personales en varias naciones prósperas han alcanzado proporciones astronómicas. En Fifty Major Economists, Steven Pressman resume la preocupación de Schumpeter como éste a su vez la expresa en su libro de 1942, Capitalismo, Socialismo y Democracia. «El capitalismo es acerca de satisfacer los deseos del individuo mientras que la familia requiere sacrificar los deseos personales y comprometerse. No obstante, la familia es importante para el capitalismo debido a que es una razón principal para ahorrar. Las familias ahorran para que, si algo le pasa al sostén de la familia, exista sustento para los demás miembros. Al debilitar la motivación para ahorrar el capitalismo destruye su propio fundamento: el capital necesario para el futuro crecimiento».
Luego tenemos el enfoque del economista, Amartya Sen, ganador del premio Nóbel, quien afirma que el objetivo real de la actividad económica no debe ser el mero consumo y el crecimiento, sino el desarrollo del potencial humano. El economista hindú sugiere que el aumentar las diversas capacidades de las personas debería ser una meta del sistema capitalista: reducir las tasas de analfabetismo, aumentar las opciones personales y el libre albedrío, preocuparse por las personas y su desarrollo, y establecer una sociedad donde los individuos trabajen por el bien de todos. Cree que el éxito de las economías en desarrollo se debe juzgar al mejorar su esperanza de vida, la alfabetización, la salud y la educación. Su interés por que las personas logren su potencial humano se concentra en particular en las mujeres, quienes a menudo se consideran una sangría económica en el mundo en desarrollo y, por lo tanto, se les menosprecia como personas y es menos probable que reciban la alimentación y atención médica necesarias cuando hay pocos recursos. Muchas veces el resultado es la muerte prematura. Sen apunta a una distinción entre el crecimiento económico, el cual meramente aumenta los ingresos y egresos per cápita, y el desarrollo económico, el cual mejora a toda la comunidad en su conjunto.
Existen, entonces, numerosas razones para concluir que el capitalismo de hoy tiene severos defectos en su funcionamiento, lo que lo aleja de ser el sistema económico ideal. Observamos que no solamente Marx predijo este colapso eventual: en la actualidad numerosas voces se alzan en protesta para cambiar los fundamentos del sistema.
Así que ¿en dónde queda la mejor esperanza económica para el mundo? ¿Concluiremos que el capitalismo de hoy es el ideal y que es probable que no exista uno mejor? También es importante preguntarnos qué tanto concuerda el funcionamiento del capitalismo con el fundamento moral y ético de la civilización occidental: la Biblia. De una manera más directa, ¿aprobaría el Dios de las Escrituras Hebreas el orden económico actualmente dominante?
LA VISIÓN BÍBLICA
La perspectiva bíblica sobre cómo se debería organizar la actividad económica es un fascinante proyecto de investigación. Los principios económicos que Dios prescribe para una sociedad justa y próspera forman parte de un estudio apremiante y esencial. La Biblia anuncia la llegada de un orden social muy diferente: un mundo restaurado en donde la actividad económica y las prioridades serán manejadas de una manera muy diferente y más justa que en la actualidad. Pero pronostica que un sistema inquietantemente similar al presente fracasará antes de que surja un mundo así transformado.
Solamente necesitamos observar la última parte del profético libro del Apocalipsis para ver el lado oscuro de un orden capitalista globalizado en donde todo se comercialice, incluyendo el cuerpo y el alma (la vida y el destino) de las personas (consulte Apocalipsis 18:11–13). Será un sistema que ejerza un control completo sobre las economías del mundo para que todos jueguen según sus reglas. Dicha uniformidad era imposible antes de la llegada del capitalismo global, Internet, las transacciones digitales y el movimiento global de capital financiero. Este futuro sistema se volverá tan dominante y coercitivo que quienes no lo adopten descubrirán que es imposible funcionar económicamente. La aceptación de los «valores» subyacentes y la participación en su economía está relacionada con permitir una «marca» en la cabeza o la mano (Apocalipsis 13:16–17). Quienes no tengan la marca no podrán comprar o vender. No se podrá salir del sistema sin convertirse en un cero en la economía.
El Capítulo 18 del Apocalipsis describe el violento final de este robusto sistema de comercio global. Su desaparición se ilustra como una metáfora casi surrealista: el proletariado (aquéllos que «se hicieron ricos») se mantendrán a raya mientras su hermoso (y muy redituable) sistema es destruido para dar paso a un orden radicalmente nuevo.
¿CUÁN DIFERENTE?
Una de las más grandes promesas bíblicas es que Dios intervendrá en los asuntos de la humanidad como una forma de restaurar todas las cosas a través de Jesucristo y Sus ayudantes (Hechos 3:18–21; Apocalipsis 20:1–6). Será un nuevo orden social con un fundamento de principios morales y éticos garantizados para resolver la desigualdad, el egoísmo y la avaricia que son inherentes al mejor sistema que el hombre ha creado. Resulta paradójico lo mucho que el mundo cristiano ha dado la espalda a esta verdad esencial bíblica, pues ha sido eclipsado por una avasalladora ola de pensamiento secular. Pero podemos echar un vistazo a cómo funcionará la llegada de esta era al estudiar los principios bíblicos que se aplicarán.
La primera y evidente diferencia con el mundo de hoy es que se erradicarán todas las formas de violencia y los principios de Dios serán comprendidos y puestos en práctica (Isaías 11:19). Esto revolucionará toda la planeación y actividad económica. La democracia será reemplazada por una teocracia benevolente. Considere cómo será un mundo así: uno donde el bien de todos sea la preocupación más apremiante de un gobierno que no sea corrupto ni egoísta. Toda la actividad económica, ya sea el suministro de energía, la pesca en los océanos, la cosecha de alimentos de la tierra o la obtención de madera de los bosques estarán en armonía con lo que el ambiente puede sustentar. La naturaleza de la actividad económica de hoy será encaminada hacia la dirección que asegure el bien común.
La naturaleza humana por fin será dominada y el código moral de Dios será la norma. Se lograrán cambios permanentes conforme las personas tengan la oportunidad de comprender lo que Dios requiere de ellas y puedan tomar las mejores decisiones con un pensamiento renovado (Isaías 2:2–3). La cooperación y la colaboración transformarán todas las relaciones conforme las personas se convenzan de que sus propios intereses deben estar en equilibrio con su interés por el prójimo. La realidad de un mundo futuro unificado a través de valores espirituales saludables ha sido descrita por los profetas mayores y menores (consulte, por ejemplo, Jeremías 31:33–34; Sofonías 3:9).
La condonación de las deudas se volverá una práctica habitual. A menudo se olvida que a los antiguos israelitas se les ordenó adoptar el año del Jubileo, en el cual todas las deudas se cancelaban cada 50 años y las propiedades regresaban a sus dueños originales (consulte Levítico 25:8–34). Dios vio la importancia de que las familias tuvieran posesiones y de que se recuperara la propiedad de la tierra después de un periodo de pérdida. En los tiempos por venir podemos esperar que se aplique universalmente «el principio del Jubileo» de la condonación de las deudas y la restitución de la propiedad de la tierra.
Se brindará ayuda a quienes sean pobres (consulte «El Fin de la Pobreza»). La Biblia muestra que Dios se preocupa mucho por los pobres e instituyó numerosas medidas en el antiguo Israel para asegurar que se cuide de ellos. Esto incluía, en la economía agrícola de la época, el permitir que los pobres cosecharan la rebusca de los campos de sembradíos y que se beneficiaran más íntegramente cada siete años (Levítico 19:9; Éxodo 23:11).
Así, observamos que la Biblia anuncia un tiempo en donde el orden actual dará paso a la destructiva etapa final del sistema económico de la humanidad. Las buenas noticias son que este sistema también será reemplazado por uno fundamentado en un liderazgo benevolente y divino que finalmente satisfaga las necesidades más profundas de todo el mundo.