En Búsqueda de la Libertad

Los pueblos de todo el mundo desean un sistema de gobierno que los libere de una vez y por todas de la opresión y la injusticia. Sin embargo, el modelo de dicho sistema ya fue presentado hace mucho tiempo, junto con algunas instrucciones muy personales sobre su puesta en marcha.

La descripción de líder, como un libertador, hecha por el profeta Isaías contradice a toda experiencia humana. Un gobernador, cuya autoridad se utiliza para proporcionar esperanza a los pobres, sanar a los vencidos por el dolor, liberar a las personas de cualquier tiranía en la que se encuentren en cautiverio y liberar a los oprimidos por el abuso de poder es casi incomprensible. Pero el que ese mismo líder asuma la carga de un gobierno mundial, arbitrando justamente entre los pueblos y naciones para resolver pacíficamente los conflictos y eliminar la guerra (Miqueas 4:1-4), es verdaderamente inimaginable.

«El espíritu de Dios el Señor está sobre mi. Sí, el Señor ma ha ungido; me ha enviado a proclamar buenas noticias a los afligidos, a vendar a los que brantados de corazón, a anunciar libertad a los cautivos, y liberación a los prisioneros».

Isaías 61:1, Reina-Valera Contemporánea

Nuestra inhabilidad de concebir esto se puede entender. Generalmente estamos más cómodos con la idea de emperadores, monarcas, presidentes y primeros ministros como antagonistas, y es esta percepción (y de su realidad histórica) la que ha inspirado la lucha humana por la libertad. Irónicamente, esa lucha se ha limitado a ser una de resistencia o de rebelión contra una imperfecta autoridad gobernante con el propósito de establecer otra vez una nueva.

En sus muchas y variadas formas, el gobierno representativo se ha convertido en la herramienta política por la que la mayoría de la gente espera construir su camino hacia la libertad. Sin embargo, aunque muchas sociedades hoy en día consienten en facultar a sus líderes para representar los intereses de su nación, Estos restringen ese poder mediante el establecimiento de controles constitucionales. Vemos a nuestros líderes políticos como delegados y funcionarios de la comunidad, cuyo poder tiene siempre carácter revocable a gusto nuestro, especialmente si dejan de ejecutar nuestra voluntad. Algún día, eso esperamos, vamos a elegir un líder que no nos defraude, que finalmente nos haga libres del ciclo de gobiernos fallidos, revoluciones y guerras.

¿Es sin embargo este el verdadero sendero a la libertad?

Nuestro Peor Enemigo

Cuando de la búsqueda por la libertad se trata, se le ha prestado demasiada atención a la forma de gobierno, el mecanismo para limitar el ejercicio (o abuso) de poder. En el ejercicio de su propia voluntad, ¿son los gobernados por ende, una fuente de, más que la solución a la tiranía y la opresión?

¿Y nosotros, en nuestra búsqueda de la libertad, de hecho nos negamos a si mismos sus libertades y beneficios?

A lo largo de la historia de las formas representativas de gobierno de los últimos dos siglos, pocas personas parecen haber temido que quizás, Por medio de nuestras propias decisiones, nos hubiéramos tiranizado a si mismos. Quizás como resultado, dichos gobiernos gobiernan sobre una porción cada vez mayor del mundo. Sin embargo hoy en día, hemos tenido la oportunidad de observar sus errores. Hemos aprendido que con demasiada frecuencia la mayoría gobernante oprime a las minorías, los funcionarios electos votan a sí mismos el acceso del tesoro público, y los que nos representan estructuran organizaciones para avanzar o mantener su propio poder antes que servir al interés público. Ganar las elecciones es la prioridad número uno para las formas representativas de gobierno. Y cuando aquellos que gobiernan infringen los derechos de las personas o violan su contrato constitucional, no siempre se les hace responder por sus errores, ni se les retira de forma rápida y sencilla.

En síntesis, los representantes del gobierno no demuestran ser instrumentos de la libertad como se esperaba. De hecho, debido a una falla fundamental, jamás podrán serlo.

En cuanto a la libertad se trata, la verdadera pregunta es si estamos dispuestos a aceptar sus demandas. En primer lugar, ¿estamos dispuestos a someternos a un líder como el descrito por Isaías? ¿Podemos aceptar a un líder que, aunque no contaminado por la debilidad humana, no es elegido democráticamente y no gobernará basado en encuestas de opinión? ¿Estamos dispuestos a soportar una estructura social, económica y jurídica que, en nombre de la libertad, restringe nuestro ejercicio personal del poder? Esta es una cuestión crítica.

¿Estamos preparados en nuestra búsqueda de la libertad en cumplir las demandas de una ley universal, administrada con equidad? Esta tiene que ser más que una ley escrita, debe ser una ley que vivamos—una ley que requiera que cada individuo se involucre en la búsqueda de la libertad para ejercer el liderazgo personal en apoyo de una estructura social equilibrada y equitativa, la igualdad en las oportunidades económicas, y el compromiso de preservar la integridad de las relaciones importantes en el que la vida de la comunidad depende. La libertad requiere algo más que un líder que habla con una sola voz y gobierna con una sola norma para todos, que exige que cada individuo en la sociedad se comprometa a gobernarse a sí mismo de acuerdo a ese estándar. Antes de que la libertad pueda convertirse en el estado de una situación, tiene que convertirse en un estado de ánimo.

Entonces, ¿qué debemos hacer? En primer lugar, podemos liberar nuestras mentes al reconocer y aceptar que hay algo mal con la manera en que pensamos. Si no fuera así, la historia humana hubiera sido otra cosa que asesinatos en masa por la guerra y el abuso constante de unos a otros en nuestra búsqueda individual de la libertad y sus beneficios.

A fin de conseguir la liberación, los seres humanos necesitarán un cambio de corazón y mente. Vamos a necesitar una mente que busque, a través de la moderación, el equilibrio, en lugar de explotar cualquier poder que podamos tener uno sobre el otro. Necesitaremos humildad de espíritu para apreciar la capacidad de otras personas de tomar malas deciciones- opciones que les esclavizan y oprimen a los demás. Y puesto que todos estamos sujetos a la desgracia y la tragedia a manos de fuerzas poderosas que actúan en nuestro mundo, debemos tener la empatía de buscar la redención cuando sea necesario y de redimir a medida que seamos capaces. Aún más, comenzando con la familia, necesitamos de manera individual actuar para proteger (y restaurar cuando sea necesario) a los vulnerables, los pobres, los débiles y marginados en la sociedad.

Otro Modelo

Comenzamos este análisis en una edición anterior cuestionando sobre lo que es fundamental para la organización de la mayoría de las sociedades civilizadas: la acumulación de poder político, económico y social de una clase de élite. Dicho constructo no nos ha servido bien y merece ser cuestionado.

Así que vamos a examinar otro modelo dado a otra nación concebida en libertad, una nación que se suponía iba a escribir la historia de la libertad para todas las naciones (Éxodo 19:5). Esa historia comienza con un hombre, Abraham. Su nieto Jacob, cuyo nombre fue cambiado posteriormente a Israel, tuvo doce hijos y una hija. Aunque la familia vivía en la antigua Canaán, actualmente la parte sur de la moderna nación de Israel, una hambruna prolongada obligó a la familia a emigrar a Egipto para poder sobrevivir. En el transcurso de muchas generaciones, los descendientes de Israel fueron esclavizados en Egipto, fueron brutalmente oprimidos y obligados a trabajar duramente para construir las ciudades del Faraón. En respuesta a sus peticiones de liberación, Dios los liberó del dominio del Faraón y les dio una patria, estableciendo una nación donde no sólo los israelitas, sino también a los inmigrantes que les acompañaban a ellos podrían vivir en libertad (Éxodo 23:9; Números 15:16).

Dios requería que la ley de esta nueva nación fuera aplicada de manera uniforme sin importar su riqueza o estatus social (Éxodo 12:49). Para garantizar la imparcialidad en el juicio, los sobornos fueron prohibidos (Deuteronomio 16:18-20). La libertad sólo es posible si existe la justicia y la igualdad ante la ley, y la nación de Israel debía ejemplificar esos principios.

«La igualdad nunca ha sido una idea popular en los Estados Unidos porque ha sido incapaz de competir con la visión de un crecimiento económico universal e infinito».

Herbert J. Gans, Middle American Individualism: Political Participation and Liberal Democracy (1988, 1991)

Como una nación de inmigrantes, Israel no tenía ningún derecho legítimo o natural a una patria. Su tierra pertenecía a Dios (Éxodo 19:5; Levítico 25:23) y fue un regalo en cumplimiento a las promesas hechas siglos anteriores a sus antepasados ​​Abraham, Isaac y Jacob. Históricamente, la humanidad ha sentido una tipo de igualdad de ser oprimidos por señores feudales, reyes o emperadores. Israel experimentaría igualdad con la libertad otorgada por su terrateniente Dios. Un regalo para ellos reforzando el hecho de su dependencia total en él como su libertador, siendo también una prueba tangible de su fidelidad a ellos.

La tierra estaba distribuida entre las tribus de Israel (Josué 13-22) y después divididas lo más ampliamente posible entre cada jefe de familia, o clan. Lo que se creó fue una sociedad economía igualitaria agrícola-pastoril con una estructura social esencialmente sin clases. Incluso el poder político fue descentralizado en una red de ciudades (Deuteronomio 16:18). Los sacerdotes y levitas, los líderes espirituales de la nación, eran sobre todo los maestros y los jueces (Deuteronomio 33:10). Ellos no heredaban bienes inmuebles, permitiéndoles dedicar su tiempo y atención a la instrucción y cuidado espiritual de la comunidad en vez de atender una granja o rancho de la familia. A cambio, los sacerdotes y al resto de la tribu de Leví se les proveía de los productos y el ganado de aquellos dentro del distrito que ellos servían (Números 18:8-32, Deuteronomio 14:28-30). No eran dirigentes políticos (1 Samuel 8).

Esta estructura fue diseñada específicamente para evitar la acumulación de poder social y político y evitar así que una clase de la sociedad oprimiera y abusara de otra./p>

Los 50 Años

Un componente clave de esta economía agrícola-pastoril era un ciclo de 50 años que culminaba en el «año del jubileo», lo que representaba la culminación de un ciclo generacional contado de siete en siete años, o períodos sabáticos, (Levítico 25:8). Cuando la nación de Israel entró en su nueva tierra tuvieron que empezar a contar dichos períodos (Levítico 25:1-4). En cada séptimo año y nuevamente en el año 50, el año del jubileo, la tierra y los ciudadanos de la nación cesaban de toda plantación y cosecha comercial. El pueblo y la tierra debían tomar tiempo para el reaprovisionamiento y el rejuvenecimiento. Y aunque todavía quedaba trabajo por hacer en esos años, sin duda, el cambio en el ritmo y el propósito habría de revitalizar a la nación.

Un aspecto conexo de esta economía era el de preservar la económica relativa de igualdad en Israel, la tierra no podía ser comprada ni vendida de forma comercial (Levítico 25:23). Como ya se señaló anteriormente, la tierra pertenecía a Dios. En el caso de que un terrateniente tuviera que abandonar su parcela a un acreedor como consecuencia del infortunio o malas decisiones económicas, la venta no era de la tierra sino únicamente de la rentabilidad esperada de la tierra hasta el próximo jubileo. Así, el precio de la venta se determinaba basándose en dos factores: el valor del rendimiento esperado de la tierra y el número de años al próximo jubileo (Levítico 25:16-17, 25-28). Por otro lado, la ley permitía al terrateniente comprar su propiedad de nuevo en caso de que se acumularan los recursos suficientes para hacerlo (Levítico 25:24). Cuanto más cercano el Jubileo a la redención se producía, menor era el precio de rembolso, cuanto más lejos del Jubileo, mayor era el rembolso al comprador. Hasta que se cumpliera la redención para el terrateniente original, la ley imponía una obligación en el pariente del terrateniente mas cercano con solvencia económica el comprar la propiedad, lo que la mantenía en familia (Levítico 25:25). Además, las familias tenían la obligación de cuidar a los familiares que no podían proveer por sí mismos. Esto significaba proporcionar un trabajo productivo por medio del cual le fuese pagado un ingreso a la persona hasta que llegara el Jubileo (Levítico 25:35-36, 39-40).

Sin embargo, El impacto más profundo del estatuto, surgió de su mandato de que la tierra volviera a el poseedor del título original en el año del Jubileo (Levítico 25:10, 28). Este sistema legislativo, que restringía la posibilidad del traspaso de la propiedad, era en realidad una ley de libertad. La acumulación de riqueza y poder a través de la adquisición de la tierra simplemente no era permitido. Por lo tanto no existía el mercado de bienes raíces o la especulación de tierras. El sistema preservó la distribución amplia y equitativa de la tierra que hizo de la libertad económica y la independencia posible para cada familia. Asimismo, protegió la integridad de la familia al prohibir actos ostensibles de caridad por parte de algún miembro prospero de la familia de convertirse en un apropiador de tierras y un medio por el cual los miembros de la familia rica podían dominar a los más pobres. Todo esto también sirvió para fortalecer la integridad de la comunidad en general.

LIBERTAD OBLIGATORIA

Para completar el proceso de liberación, cada séptimo año era un «año de liberación», en donde a los acreedores se les requería remitir cualquier reclamo que tuvieran (Deuteronomio 15:1-2). El propósito principal de esta ley era de proporcionar un incentivo para permitir la tierra descanse. No obstante, la ley también impedía la pobreza y la opresión que provenía de la privación mediante la imposición de límites en la cantidad de la deuda creada (Deuteronomio 15:4). Sin el incentivo para prestar más de lo que un prestatario pudiera pagar en un período de siete años o la parte de ese período restante en el momento en que fue hecho el préstamo los efectos nocivos de los préstamos irresponsables y excesivos fueron evitados. La observancia de la ley completa requería hacer la concesión de préstamos necesarios a los miembros necesitados de la comunidad, independientemente de qué tan cerca de la época del año de liberación dicho préstamo se había hecho (Deuteronomio 15:7-8). Y aquellos capaces de pagar sus deudas no se les permitía usar el año de liberación como un medio para eludir sus obligaciones.

Dado que esta cancelación general de deudas cada siete años liberaba a los prestatarios, tenía el efecto de neutralizar el poder de los acreedores sobre los deudores (Proverbios 22:7). Si un prestamista quería que su préstamo fuera pagado en forma oportuna, estaba en su mejor interés en hacer lo que se pudiera hacer para elevar el bienestar económico de sus prestatarios.

El año siguiente al séptimo año sabático, el jubileo, tenía que ser una celebración de libertad en todos los sentidos de la palabra. Tanto la tierra como la nación permanecían en reposo durante un segundo año consecutivo (Levítico 25:11-13). Libre de la presión de producir a escala comercial, el tiempo podría dedicarse a la función sumamente importante de la restauración, la recuperación o el fortalecimiento de las relaciones familiares y erigir para el futuro. La tierra que había sido vendida volvía a sus dueños originales y todas las deudas eran canceladas. Las familias separadas de sus tierras o quienes tuvieron que contratarse a si mismos a un miembro prospero de la familia para preservar su bienestar económico eran ahora libres de regresar a casa. Los esclavos eran liberados. Era una época en que las familias no sólo volvían a sus tierras, sino que volvían unos a otros (Levítico 25:10).

En cierto sentido, el jubileo marcaba el paso de una generación y el establecimiento de otra. Pasando con esa vieja generación estaban sus adversidades y errores. Una generación recién liberada heredaba una oportunidad de hacer cosas mejores que la generación que le precedía, sin resentir, o lamentar el pasado.

Es oportuno pues, que esta celebración de libertad comenzara el día décimo del séptimo mes, el Día de la Expiación (Levítico 25:8-9), un día anual de conmemoración nacional solemne. Su propósito era hacer que las personas tomaran tiempo para considerar los acontecimientos, las fuerzas y decisiones personales que los habían separado personalmente y como nación de su Dios y libertador, y el uno del otro. El Día de la Expiación era el principio de la restitución de las relaciones en todos los niveles de la sociedad (Levítico 16). El comienzo de un Jubileo indicando que todos habían sido redimidos y que la vida comenzaba de nuevo.

El Jubileo, simple y a la vez grandioso en su concepción, era un libertad obligatoria por ley, pero vivida como una realidad sólo si todos los individuos de la nación se regían dentro del marco establecido por Dios. Este no era un gobierno que pudiera ser delegado. Los representantes no podían ser elegidos para desempeñar nuestras responsabilidades con la familia y la sociedad en general. Cada persona tenía que hacer del gobierno su propósito y misión. Era ese tipo de responsabilidad personal que marcaba el camino de la nación a la libertad, y sus bendiciones a perpetuidad.

ES ASUNTO PERSONAL

Cabe mencionar que el camino trazado por Israel nunca funcionaría en nuestro mundo de hoy. Dado que requiere que cada ciudadano abrigue las obligaciones que la mayoría prefiere no aceptar (debido a que, irónicamente, parecen atentar contra la libertad individual), el Jubileo sigue siendo nada más que un concepto interesante. Es ilógico sugerir que la libertad exige la abnegación personal en el ejercicio de nuestras elecciones personales. Es difícil de aceptar que la libertad se logre y mantenga únicamente cuando cada persona en una sociedad trabaja para prevenir daño a los demás—el tipo de daño que proviene de rehusarse a aceptar una obligación personal para albergar a los más vulnerables, fortalecer a los débiles, e integrar en la sociedad a los desposeídos. No obstante, eso es lo que exige la libertad.

La realidad sorprendente es que, de hecho, nunca funcionó bien para Israel. Una omisión importante en el plan de Dios para la libertad fue una burocracia o agencia de gobierno para hacer cumplir las reglas. No había ninguna oficina de crédito para controlar los préstamos y la condonación de la deuda. No existía autoridad alguna para supervisar la venta de tierras o el rescate. No había una «Autoridad del Jubileo».

No obstante, esto no fue un descuido por parte de Dios. Más bien, expone una falla fundamental en las formas representativas de gobierno, y pone de relieve el hecho de que la única forma de gobierno capaz de crear y fomentar la libertad es una cuestión personal, además de que no se puede delegar. Lo primero que debemos hacer es gobernarnos a si mismos, y luego debemos obligarnos a llevar a cabo las funciones legítimas del gobierno en nombre de la sociedad en general, cuando y donde nos sea posible. El hecho de no hacerlo conduce inexorablemente a la creación de burocracias para llenar las grietas.

Una enseñanza que debe aprenderse de la continua crisis económica mundial es que una disminución del gobierno autónomo en la sociedad, obliga a la creación de gobernantes, a la adopción de reglamentos, promulgación de leyes, y al establecimiento de burocracias interminables para estabilizar la sociedad. Sir Edmund Burke lo dijo esta manera: «La sociedad no puede existir a menos que un poder dominante sobre la voluntad y el apetito sea colocado en algún lugar, y mientras menos de este se encuentre dentro, más se deberá prescindirse del mismo. Está ordenado en la constitución eterna de las cosas, que los hombres de mentes intemperantes no puedan ser libres. Sus pasiones forjan sus grilletes». La peor de las tiranías, en otras palabras, es la «Tiranía Económica Voluntaria».

«El hombre está calificado para la libertad civil, en proporción exacta a su disposiciónpara poner cadenas morales sobre sus propios apetitos».

Sir Edmund Burke, The Beauties of Burke (1828)

El gobierno no puede delegarse si ha de reinar la libertad. La historia demuestra que las formas de gobierno del hombre no pueden resolver problemas que, de raíz, son morales en su naturaleza. Nuestros intentos de instrumentalización, sólo han producido vastos gobiernos, intrusivos y costosos que impotentemente presiden sobre las sociedades caóticas y decadentes. Así que las civilizaciones, imperios y naciones surgen y caen. Y seguirán haciéndolo hasta que el Jubileo que ya se encuentra en el horizonte —época final de la liberación— se convierta en una realidad (Romanos 8:22-23). Cuando esto ocurra, el líder del cual el profeta Isaías escribió acerca, marcará el comienzo de una nueva generación. En ese momento la tierra y sus habitantes no sólo tendrán la libertad que han buscado por mucho tiempo, sino también sus bendiciones.