¿Es inmortal el alma?
¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria? Esta pregunta planteada por el salmista es digna de consideración, porque si queremos conocer la naturaleza de la muerte, es importante conocer la naturaleza de la vida humana.
El primer hombre, Adán, fue hecho con elementos de la tierra. Luego de rechazar el árbol de la vida, se le dijo: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:19).
El nombre Adán conjuga una asociación entre «una complexión rubicunda» «humanidad», lo que lleva a la conclusión de varias obras y textos de referencia de que el hombre fue hecho de arcilla o barro rojo. Además, de acuerdo con el Theological Wordbook of the Old Testament, «esta palabra para hombre [Adán] tiene que ver con el hombre como imagen de Dios, la corona de la creación». De manera que la palabra Adán no sólo encarna los conceptos de tierra rojiza y humanidad, sino también la imagen de Dios.
Dios moldeó o creó al hombre de la tierra y le dio vida a esta forma física: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2:7). Esta conceptualización de la vida ha generado mucha confusión, probablemente debido a que los primeros traductores habían empleado la palabra alma como sinónimo de «ser». La palabra hebrea traducida como «ser» en la versión Reina Valera 1960 es nephesh.
Lo interesante es que antes de que la palabra nephesh sea utilizada como vida humana, se usa para referirse a formas de vida inferiores. En Levítico 24:18, por ejemplo, se tradujo como «animal». Nephesh simplemente se refiere a la vida física. De hecho, se traduce como «vida» en diferentes escrituras, incluyendo en 1 Samuel 23:15, que dice: «Viendo, pues, David que Saúl había salido en busca de su vida, se estuvo en Hores, en el desierto de Zif».
Dios sopló vida física (el aliento de vida) en el hombre y éste se convirtió en un ser humano que vive y respira. Job exclamó: «El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida» (Job 33:4). El hombre es un alma, o un ser, lo cual es mucho muy diferente a tener alma.
Otras pruebas que apoyan la naturaleza física y temporal de la existencia del hombre se encuentran en el libro de Ezequiel, donde podemos leer que el alma (nephesh) que pecare, morirá (capítulo 18:4, 20).
Al momento de morir, el aliento de vida deja el cuerpo, la mente deja de funcionar y el cuerpo se descompone. «Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos» (Salmo 146:4).
Esta faceta de la vida humana se podría resumir mejor de la siguiente manera: «Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo» (Eclesiastés 3:19–20).
¿Existe, entonces, alguna diferencia entre los hombres y los animales? El apóstol Pablo comprendió que hay un componente espiritual único del ser humano —el «espíritu del hombre»—, el cual explica la gran diferencia entre los seres humanos y los animales. Luego de la muerte, es este espíritu (y no un alma inmortal) el que regresa a Dios (Eclesiastés 12:7). Es más como un chip de memoria, el cual retiene las marcas grabadas de la vida de una persona mientras espera una resurrección futura.
La Biblia enseña que somos un alma y que el alma es mortal, por lo que la doctrina de la inmortalidad del alma no tiene ninguna base bíblica.