El Círculo Completo

Los relatos de la vida y las enseñanzas de Jesucristo continúan extendiéndose con profunda relevancia para nosotros, quienes desesperadamente necesitamos los Evangelios para el Siglo XXI. En esta última entrega de la serie, nos centramos en la resurrección de Jesús y sus apariciones posteriores para sus discípulos.

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(PARTE 21)

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En el momento de la muerte de Jesús, ocurrieron eventos milagrosos en Jerusalén y sus alrededores. En el templo, la cortina que separaba el lugar Santísimo se rasgó en dos de arriba a abajo. Un terremoto destapó las tumbas de algunos del pueblo de Dios, y fueron devueltos a la vida física.

Los soldados que custodiaban a Jesús estaban aterrorizados por el terremoto y todo lo que estaba sucediendo. El centurión, que escuchó el clamo de Jesús y vio cómo murió, dijo: «Verdaderamente éste era el Hijo de Dios» (Mateo 27:51–54).

Aquellos seguidores de Jesús que estaban presentes se mantuvieron a distancia para ver qué pasaría después. Entre ellos había muchas mujeres, incluida María Magdalena; María, la madre de Jacobo y José; y Salomé Cuando Jesús estaba enseñando en Galilea, estas fueron algunas de las mujeres que lo cuidaron.

El día de la muerte de Jesús, un miércoles, era el día de preparación para el primer día santo de la Fiesta de los Panes sin Levadura (Marcos 15:42; Juan 19:31; véase también Levítico 23:4–8). Los líderes religiosos no querían que los tres condenados colgaran de los crucifijos en el día santo, mencionado en el Evangelio de Juan como «un sábado especial». Acudieron a Pilato, al gobernador romano, y le pidieron que rompieran las piernas de las víctimas para que murieran más rápido. Incapaces de soportar su propio peso, los hombres crucificados pronto se asfixiarían. Los soldados llegaron y rompieron las piernas de los dos ladrones, pero cuando vieron que Jesús ya estaba muerto, lo dejaron solo. El hecho es que antes, mientras Jesús todavía estaba vivo, uno de los soldados le había clavado una lanza en por el costado, causando que torrente de sangre y agua. Jesús había muerto por esa repentina pérdida de sangre. Juan registra que él mismo vio estas cosas y que está diciendo la verdad (Juan 19:31–35).

Al acercarse la noche, un hombre rico, José de Arimatea, miembro del Concilio judío y seguidor de Jesús, fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Por supuesto, José no había participado en el complot del Concilio contra su Maestro. Pilato se sorprendió de que Jesús ya estuviera muerto y le preguntó al centurión si era cierto. Cuando se confirmó, Pilato le dio el cuerpo a José, quien lo tomó y lo colocó en su propia tumba nueva en un jardín cercano al Gólgota.

Otro hombre, Nicodemo, que también era miembro del Sanedrín y había visitado a Jesús por la noche al inicio de su ministerio, se unió a José. Juntos prepararon el cuerpo de Jesús para el entierro inmediato con mirra y aceites, después lo envolvieron con tiras de lino. Luego hicieron rodar una piedra sobre la entrada de la tumba.

Nunca en domingo

Todo esto había sido observado por algunas de las mujeres de Galilea. Cuando llegó la noche se fueron a casa, porque era el comienzo del día santo (versículos 38–42; Lucas 23:50–56).

En el día sagrado, que era jueves, los principales sacerdotes y los fariseos acudieron a Pilato y solicitaron que se colocara un guardia en la tumba para que nadie pudiera robar el cuerpo de Jesús. Dijeron que Jesús había afirmado que resucitaría después de tres días. Pilato concedió su pedido. Los líderes religiosos colocaron a los soldados en el lugar y sellaron la gran piedra que cubría la tumba.

Lucas anotó que las mujeres de Galilea prepararon especias y perfumes para un tratamiento posterior del cuerpo. No lo habrían hecho en el día santo, así que debieron haberlo hecho el viernes (Marcos 16:1). Nos dice Lucas que descansaron en el sábado de acuerdo al mandamiento (Lucas 23:56). Esto debió haber sido durante el sábado.

Lucas continúa con su recuento al decir que «El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas» (Lucas 24:1). ¿Qué fue lo que encontraron? Bueno, pues se preguntaban quién podría mover semejante roca para que pudieran entrar a la tumba. Cuando llegaron, para su sorpresa, la roca ya estaba fuera de su camino. Ya adentro, el cuerpo de Jesús no se encontraba a la vista. Entonces se aparecieron dos seres angelicales explicando que Jesús había sido levantado de entre los muertos, y que iba de camino a Galilea. Se les dijo a las mujeres que fueran con la noticia a los discípulos. Todo esto ocurrió el domingo por la mañana.

Aunque la realidad es que contando tres días y tres noches a partir del miércoles por el mediodía o temprano por la tarde nos lleva al sábado después del mediodía o al comenzar la tarde. La resurrección de Jesús tomó lugar no a la tradicional hora aceptada del domingo en la mañana sino horas más temprano.

En el momento en que fue resucitado hubo otro terremoto, y un ángel hizo retroceder la piedra de la entrada de la tumba. Luego se sentó en la piedra, y al verlo aterrorizó a los guardias para que huyeran. Las mujeres no descubrieron la resurrección de Jesús hasta el domingo, muy temprano en la mañana, cuando los ángeles les dijeron: «Él ha resucitado» (versículo 6).

Cuando te encuentras con la tradición, a menudo es casi imposible desalojar ideas falsas de la mente.

Esto ha sido una fuente de confusión durante mucho tiempo. Ha habido quienes han sabido que la resurrección no fue el domingo, pero cuando te encuentras con la tradición, a menudo es casi imposible desalojar ideas falsas de la mente.

la Resurrección es Real

Cuando las mujeres regresaron y les dijeron a los discípulos lo que había sucedido, los hombres pensaron que estaban diciendo tonterías, pero Pedro y Juan corrieron a la tumba para verificar su historia. Juan, al llegar primero, miró adentro y vio los lienzos de lino que yacían allí. Se preguntó que podría significar eso. Cuando Pedro llegó, entró en la tumba y vio cercas las vendas de lino y la tela que había sido envuelta alrededor de la cabeza del cadáver pulcramente doblada. Juan anota que él mismo entró y se convenció de que Jesús estaba vivo. Aunque también dice que los discípulos aún no entendían por medio de las Escrituras que Jesús sería resucitado.

Tal vez es por eso que regresaron a casa, dejando a María Magdalena llorando en la tumba. Cuando miró hacia el sepulcro, vio a dos ángeles sentados a la cabeza y al pie del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús. Le preguntaron por qué estaba llorando. Ella respondió que se habían llevado a Jesús y que no sabía dónde estaba su cuerpo. Luego se dio vuelta y vio a un hombre. Él también le preguntó por qué estaba llorando y a quién estaba buscando. Pensando que era jardinero, dijo: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré» (Juan 20:1–15).

Era, por supuesto, Jesús. Simplemente le dijo: «María». Volviéndose ella le dijo, «¡Rabboni!» que significa «Maestro» en arameo. Jesús le dijo que no lo tocara, porque aún no había subido a su Padre. Le dijo que debería regresar con los discípulos y decirles lo que había dicho: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (versículos 16–17).

Esta fue una de por lo menos 10 apariciones después de la resurrección que Jesús haría en las próximas semanas. Otra fue con las otras mujeres que habían estado en la tumba. Jesús vino a ellas después de que habían dejado la tumba vacía. Les dijo que les dijeran a los discípulos que deberían ir a Galilea, donde los encontraría.

En este punto de la narración leemos que algunos de los guardias que se habían asustado alejándose de la tumba fueron a ver a los sumos sacerdotes y les contaron lo sucedido. Las autoridades religiosas decidieron inventar una historia para compensar lo que sucedería cuando la gente escuchara que el cuerpo de Jesús había desaparecido. Pagaron a los soldados una gran suma para decir que los discípulos habían robado el cuerpo. Esto, dijeron, calmaría al gobernador, Poncio Pilato, si descubriera que el cuerpo de Jesús ya no estaba en la tumba (Mateo 28: 11-14). La historia circuló ampliamente y se convirtió en el cuento que mucha gente creyó.

LAS DUDAS DE UN HOMBRE

Hacia el final de ese primer día de la semana, después de su resurrección, Jesús también se apareció a dos discípulos que regresaban a Emaús, a doce kilómetros aproximadamente de Jerusalén. Se les impidió reconocer a Jesús mientras caminaba junto a ellos en el camino. Él preguntó de qué estaban hablando. Estaban obviamente deprimidos. Uno de los dos, Cleofás, preguntó si el extraño había estado en Jerusalén en los últimos días. Seguramente él sabía lo que le había sucedido a Jesús de Nazaret.

Mencionaron cómo las autoridades le habían dado muerte, pero que ahora su tumba se encontraba vacía y los informes habían regresado que había resucitado.

Jesús les dijo, «¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?» Entonces les fueron abiertos los ojos para entender todo lo que había sido escrito acerca de él por Moisés y los profetas. Enseño que su vida, muerte, y resurrección habían cumplido varias de las profecías (Lucas 24:13–27).

Cuando llegaron a la aldea, Jesús hizo como si fuera más lejos. Insistieron en que se quedara con ellos, porque estaba oscureciendo. Esa noche se sentaron a comer juntos. Fue solo cuando tomó pan, dio gracias y lo partió y se lo dio a ellos que lo reconocieron. Luego desapareció. Estuvieron de acuerdo en que habían percibido algo inusual mientras hablaba con ellos en el camino, pero no sabían de qué se trataba.

Como resultado de esta experiencia, regresaron a Jerusalén inmediatamente y encontraron a los discípulos emocionados diciendo que Jesús estaba vivo y que se le había aparecido a Pedro. Los dos discípulos de Emaús relataron lo que les había sucedido.

En ese momento, Jesús mismo apareció en medio de ellos. Todos estaban aterrorizados, pensando que habían visto un fantasma. Les dijo que no se preocuparan, que él era real, que tenía carne y huesos.

Los invitó a examinar las heridas en sus manos, pies y el costado. Luego compartió algo de comida con ellos, demostrándoles que no era un fantasma. Les dijo nuevamente que recibirían el Espíritu Santo para ayudarlos a llevar adelante la obra.

Tomás era un discípulo incrédulo. Este no estaba presente cuando Jesús vino entre ellos, así que cuando los demás le contaron lo que habían visto, les dijo que no lo creería a menos que Jesús mostrara unas pruebas rigurosas. Tomás quería ver las marcas de la crucifixión en sus manos y la herida en su costado antes de creer que Jesús estaba vivo. (Juan 20:24–25).

Una semana más tarde, Jesús apareció entre los discípulos nuevamente. Esta vez Tomas estaba allí. Así que Jesús invitó a Tomás a deshacerse de sus dudas haciendo exactamente lo que había pedido. Puso su dedo en los agujeros de los clavos y puso su mano en el costado herido de Jesús. Ahora estaba convencido, pero Jesús dijo que aquellos que creían sin tal evidencia directa serían bendecidos. Sin embargo, como resultado de lo que vio, Tomas dio la confirmación más fuerte de la identidad de Jesús. Dijo: «¡Señor mío y Dios mío!» (versículo 28). Fue la primera vez que alguien había hecho tal confesión, nombrando a Jesús como Dios.

Como resultado de lo que vio, Tomas dio la confirmación más fuerte de la identidad de Jesús. Dijo: «¡Señor mío y Dios mío!»

Juan menciona que Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, pero que muchas no fueron registradas. Las pocas que se grabaron, escribe, deben ser prueba suficiente de que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, a través del cual la vida eterna es posible. (versículos 30–31).

Más evidencia

Las siguientes dos apariciones que hizo Jesús fueron en Galilea. Primero vino a siete de los discípulos mientras pescaban. Habían trabajado toda la noche y no habían capturado nada. Esta vez, temprano en la mañana, una figura estaba parada en la orilla y preguntaba si habían atrapado algo. Tuvieron que decir que no. Luego les dijo que lanzaran la red hacia la derecha. Cuando lo hicieron, atraparon tantos peces que no pudieron alzar la red. Era una reminiscencia del tiempo en que realizó un milagro similar y luego llamó a algunos de ellos para que fueran sus discípulos. (Juan 21:1–6; véase también Lucas 5:1–11).

Juan fue el primero en reconocer al extraño parado a la orilla del lago. Dijo: «¡Es el Señor!» (Juan 21:7). Tan pronto escucho Pedro, saltó al agua. Para cuando los demás alcanzaron la orilla a unos noventa metros de retirado, vieron un fuego encendido, con pescado y pan listos para comer. Jesús les pidió que trajeran más pescado para cocinar.

Cuando terminaron de comer, Jesús le preguntó a Pedro tres veces si lo amaba más que a sus otros compañeros. Pedro le aseguró a Jesús que sí. Pero Jesús estaba ansioso por sacar a Pedro de su compromiso genuino de cuidar al pueblo de Dios. Él le advirtió que él, también, moriría una muerte ignominiosa. Entonces le dijo a Pedro: «Sígueme» (versículos 15–19).

Pedro tenía curiosidad sobre lo que le sucedería a Juan en el futuro. Jesús respondió que no le tocaba a Pedro saberlo. Juan termina su Evangelio en este punto de la historia de la vida de Cristo, asegurándonos que se podrían haber escrito muchas otras cosas acerca de él, pero que estos son los hechos necesarios.

Se encuentra anotado que Jesús apareció cuatro veces más a sus seguidores. En una, fue en un lugar en la montaña en Galilea, donde los 11 se encontraban presentes. Algunos de ellos aún dudaban. Aquí Jesús les da la comisión para ir al mundo y enseñar a aquellos que Dios llamaría a obedecer las cosas que él, Cristo, había ordenado. Les prometió que estaría con su pueblo hasta el fin de la era presente del hombre (Mateo 28:16–20).

En otra ocasión les apareció a quinientos discípulos a la vez. Cuando el apóstol Pablo anotó esto, unos veinte años después, dijo que la mayoría de la gente que lo vio aún estaba viva. También se le apareció a su medio hermano Jacobo, quien más tarde sería líder de la iglesia en Jerusalén (1 Corintios 15:6–7).

la promesa de regresar

En el transcurso de varias semanas después de su resurrección, los discípulos de Jesús lo vieron muchas veces. Él les instruyó que permanecieran en Jerusalén hasta que llegara el Espíritu Santo (Hechos 1: 3-5). Eso ocurrió muy poco después, en el día de Pentecostés.

Su última aparición a los discípulos tuvo lugar justo antes de dejarlos para regresar al Padre. Explicó que serían los testigos de todo lo que había sucedido durante los tres años y medio que habían estado juntos con él. Algunos querían saber si él establecería inmediatamente el reino de Dios en la tierra. Y les dijo que el Padre traería eso de acuerdo con Su propio marco de tiempo, no el suyo (versículos 6­–8).

«Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo».

Hechos 1:11

Al final de los 40 días, mientras estaban todos juntos en el Monte de los Olivos, él fue tomado de ellos y desapareció de la vista en una nube. Para Jesús, la rueda había cerrado el ciclo. Ahora se reuniría como un ser espiritual con su Padre en el cielo. Aunque Él también debía regresar. Mientras los discípulos miraban hacia el cielo, dos ángeles les hablaron y les dieron una promesa perdurable. Dijeron, en conclusión apropiada al relato de la vida de Jesús como ser humano: «Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo» (versículos 9–11).

Esta fue la misma promesa que Jesús mismo había dado semanas antes en el mismo Monte de los Olivos, cuando les había explicado a sus discípulos la secuencia profética que precedería su regreso (véase Mateo 24: 3, 30). Las cuatro narraciones evangélicas separadas terminan con la comisión de los discípulos de salir al mundo llevando el mensaje de Cristo del venidero reino de Dios; de regreso a su Padre; y con su prometida segunda venida.

A pesar de los 20 siglos transcurridos desde la vida de Jesús de Nazaret y los eventos que describen los Evangelios, los relatos tienen tanta o más relevancia para nuestra época, porque necesitamos las verdades que imparten para vivir con éxito en un mundo mucho más complejo. Los relatos de la vida y las enseñanzas de Jesucristo continúan extendiéndose con profunda relevancia para nosotros, que necesitamos desesperadamente los Evangelios para el siglo XXI.