Adueñándose de la Vida
A medida que la popularidad de Jesús crecía, las multitudes clamaban por verlo o tocarlo. Lo buscaban para satisfacer sus necesidades físicas, sin embargo, él quería darles mucho más.
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(PARTE 8)
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Jesús había pasado el día, como solía hacerlo con frecuencia, ante una multitud de personas que se habían reunido para escuchar sus excepcionales palabras con autoridad.
Al final del día, él y sus discípulos se dispusieron a cruzar el mar de Galilea para escapar de la multitud, y Jesús se durmió rápidamente en el pequeño bote.
Cuando una tormenta repentina se vino sobre ellos, los discípulos comenzaron a entrar en pánico, temerosos de ahogarse. Despertaron a Jesús, quien sorprendido por su falta de fe, calmó los vientos y las olas.
Fue un milagro impresionante para convencer a los discípulos de su poder sobre los elementos. A pesar de un largo día de aprendizaje sobre el reino de Dios, aun no estaban lo suficientemente seguros de confiar en su líder durante una tormenta en el mar. El milagroso apaciguamiento de la tormenta tal vez los ayudó a confirmar su creencia.
Una vez que cruzaron el tormentoso mar, llegaron a Gerasa, en la costa este, a 14 kilómetros al sur de Capernaúm. Gerasa era el hogar de dos hombres que estaban poseídos por una multitud de demonios. Los hombres salieron de las tumbas donde aparentemente vivían. Como muchos bajo la influencia de espíritus malignos, uno de ellos era lo suficientemente fuerte como para romper las cadenas de contención en sí mismo. La llegada de Jesús obviamente molestó a los dos hombres. Pero simplemente ordenó a los espíritus malignos que los dejaran. Los espíritus pidieron entrar en una piara de 2.000 cerdos que se alimentan en la ladera cercana. Cuando los demonios entraron en contacto con la piara, los cerdos corrieron por el acantilado en el mar y se ahogaron.
Con razón, sus pastores estaban enojados y se fueron a la ciudad para informar lo que había sucedido. La gente del pueblo vino a ver por sí mismos y encontraron a Jesús con uno de los hombres antes poseídos por el demonio, ahora en su sano juicio (Mateo 8:28–34; Marco 5:1–17; Lucas 8:26–37).
Debido a la pérdida de los cerdos, la gente del lugar le pidió a Jesús que se fuera. Al subir a un bote, Jesús le negó abordar al hombre ahora sano. Más bien, dijo Jesús, ve y cuéntale a tu familia lo que pasó (Marco 5:18–20; Lucas 8:38–39).
Los hombres de los que habían desaparecido los espíritus malos fueron a casa y explicaron lo que les había sucedido. Como resultado, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Decápolis, al este del río Jordán.
FE ENCONTRADA Y FE FALLIDA
Cuando Jesús regresó al lado occidental del mar de Galilea, una gran multitud se encontró con él. Entre ellos se encontraba un jefe de la sinagoga llamado Jairo, probablemente un líder de la congregación en Capernaúm. Su hija estaba muy enferma y le pidió ayuda a Jesús.
En su camino para ir a ayudar a la niña, Jesús fue rodeado por una multitud tan densa que era imposible moverse sin rozarse con los demás. Cuando Jesús preguntó de repente que quién lo había tocado, pareció una pregunta extraña para sus discípulos, y una pregunta imposible de responder. Pero el motivo por el cual preguntó Jesús fue porque había sentido que había perdido energía, como dijo.
En ese momento, una mujer se adelantó para admitir que lo había tocado, confiando en que se curaría de una enfermedad de 12 años. La parte notable de su confesión fue que efectivamente había sido sanada al instante. Jesús dijo que su fe la había salvado (Marcos 5:21–34).
Este incidente en el camino para ayudar a la hija de Jairo fue una fuerte evidencia para el gobernante de la sinagoga, mas la ruidosa multitud en la casa de Jairo estaba de un humor diferente, se rieron a carcajadas cuando Jesús dijo que la chica que ahora estaba muerta solo estaba durmiendo. Su risa desdeñosa se convirtió en asombro cuando Jesús simplemente dijo, «Niña, levántate», y lo hizo. A diferencia de sus instrucciones anteriores a los hombres que habían sido poseídos por demonios, Jesús recomendó a la niña y a sus padres de no decir nada sobre el milagro, ahora que estaba de regreso en Galilea. (versículos 35–43).
Después de ayudar a Jairo y su hija, Jesús sanó a dos ciegos que se le acercaron, a los cuales advirtió de no diseminar el milagro de su restaurada vista. Sin embargo, su extrema alegría los venció, y se lo dijeron a todo mundo.
A la misma vez, Jesús sanó a un endemoniado que estaba privado del habla. Las multitudes estaban asombradas. «Nunca se ha visto cosa semejante en Israel», dijeron (Mateo 9:27–33). Por el contrario, los fariseos dijeron que se trataba de brujería.
Poco después de este incidente, Jesús regresó por última vez a su pueblo natal, Nazaret. Ya había sido rechazado por la gente de su pueblo cuando comenzó su obra. En esta ocasión enseñó en la misma sinagoga, sin embargo, en contraste con los eventos recientes, no pudo llevar a cabo ningún milagro, pues a sus antiguos vecinos y conocidos no tenían fe en el conocido hijo de José. «‘¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas? ... ¿De dónde, pues, saca éste todas estas cosas?’ Y se escandalizaban de él» (Mateo 13:55–57).
¿Convencieron los milagros a alguien de adoptar las enseñanzas de Jesús?
un llamado especial
Como podemos ver, el trabajo de Jesús trajo una de dos respuestas: rechazo total o asombro. ¿Convencieron los milagros a alguien de adoptar las enseñanzas de Jesús? Las narraciones de los Evangelios no nos dicen directamente, pero es evidente que el discipulado fue una vocación, no una decisión basada en el testimonio de milagros. Los milagros pueden haber sido un complemento de la creencia, pero no fueron la causa del discipulado. Incluso la propia familia de Jesús tuvo dificultades para aceptar sus poderes y autoridad únicos. Sin embargo, sus 12 discípulos demostraron una voluntad inusual en renunciar a todo y seguir a su líder. Luego llegarían a entender que este era un llamamiento especial que solo venía por la intervención del Espíritu Santo— un regalo que Dios finalmente le da a aquellos que cambian su forma de pensar y siguen su camino. La convicción de los discípulos fue algo que les permitió servir a Jesús de manera efectiva.
Sintiendo que su misión podía ahora expandirse, Jesús convocó a los 12 y los comisionó para que salieran en grupos de dos para predicar y sanar como lo había estado haciendo. Aunque les advirtió sobre la oposición que enfrentarían a corto y a largo plazo. «Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mateo 10:16).
«Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas».
El precio del discipulado fue alto. Los 12 enseñarían como lo había hecho Jesús y recibirían tanto apoyo entusiasta como amarga oposición. Jesús, citando al profeta Miqueas, dijo de su propia misión, «No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada, porque he venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Así que los enemigos del hombre serán los de su casa» (versículos 34–36).
En verdad estas fueron palabras fuertes, y no lo que normalmente asociamos con el Maestro de Nazaret. ¿A qué se refería exactamente?
Como Jesús explicó en detalle, es una cuestión de profundo compromiso. Dijo: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (versículos 37–39). Fue un intercambio difícil pero justo.
LA Venganza de la reina
Mientras los 12 discípulos emprendieron su viaje galileo, Jesús también continuó enseñando y viajando. Huelga decir que tales actividades públicas generalizadas llamaron la atención del mismísimo rey Herodes Antipas.
Es en este punto que la narración del Evangelio relata cómo Herodes se vio obligado a resolver su impasse con Juan el Bautista. La historia es quizás familiar, pero los detalles proporcionan una mirada fascinante sobre el estilo de vida del rey corrupto y la realidad de llevar a cabo cualquier trabajo aclamado públicamente en su territorio.
Según el historiador judío del siglo I, Josefo, fue en Maqueronte, la fortaleza de la colina de Herodes en el Jordán actual, donde Juan el Bautista fue encarcelado por el rey. Pero la escena que estamos a punto de contar probablemente ocurrió en Tiberíades, junto al Mar de Galilea. Fue allí donde Herodes Antipas había construido su nuevo palacio.
Para recapitular la historia un poco, Herodes había tomado a la esposa de su hermano en una relación adúltera. Juan lo había criticado públicamente por esto, así como por varias otras actividades corruptas. Herodes no estaba dispuesto a matar a Juan porque estaba fascinado con el mensaje del hombre. Simplemente le gustaba escucharlo.
La esposa de Herodes, Herodías, tenía una hija que bailaba para el rey. Josefo nos dice que su nombre era Salomé, aunque la Biblia no dice nada al respecto. Su baile aparentemente fue agradable de manera sexual a Herodes. En su celebración de cumpleaños con varios funcionarios, comandantes militares y líderes galileos, prometió hasta la mitad de su reino a la joven si ella bailara para ellos. De hecho, ella podría pedir todo lo que quisiera hasta ese valor. La joven bailó, y Herodes le preguntó qué quería a cambio. Ella consultó a su madre por un consejo. La ira de su madre ante la condena moral de su matrimonio por parte de Juan el Bautista la llevó a pedir la cabeza de Juan en un plato.
Así fue que Juan fue decapitado por el capricho de una reina depravada y por la debilidad de un rey comprometido.
La joven le dijo a Herodes y, no dispuesto a enfrentar la humillación ante sus invitados, Herodes estuvo de acuerdo. Así fue que Juan fue decapitado por el capricho de una reina depravada y por la debilidad de un rey comprometido. La cabeza de Juan se entregó en un plato según lo solicitado (Marcos 6:17–28).
Sus discípulos pronto vinieron a retirar su cuerpo para enterrarlo, una indicación de que el asesinato probablemente tuvo lugar en Tiberíades.
No pasó mucho tiempo después que Herodes mató a juan, cuando comenzó a escuchar de la creciente obra y popularidad de Jesús. Los escritores de los Evangelios registran la reacción de Herodes como que confundia a Jesús con Juan—pensando que juan el Bautista había regresado de la muerte. Herodes estuvo escuchando reportes de que Juan era Elías o uno de los antiguos profetas resucitados (versículos 14–16). La perplejidad de Herodes motivó a tratar de ver Jesús. A partir de este momento el contacto de Jesús con la gente seria cada vez menos.
Más, es Menos
Con cuidado de preservar su seguridad por un tiempo más, Jesús y sus discípulos fueron en bote a Betsaida-Julias, un pequeño pueblo en el extremo norte del lago. Hoy es el sitio de una hermosa reserva natural sombreada por eucaliptos e intersectada por varios arroyos, todo parte del Jordán a medida que desemboca en el Mar de Galilea.
En esta área, los 12 y su Maestro buscaron un descanso. Lo cual no iba a suceder.
A medida que desembarcaban, una multitud que se había adelantado los recibió. Jesús, sintiendo gran compasión por estas ovejas sin pastor, les enseñó sobre el reino de Dios y sanó a los que necesitaban ayuda. Era típico de Jesús que a menudo apartara sus propias necesidades y sirviera a otros libremente.
El día transcurrió, y para el atardecer las multitudes que hora sumaban alrededor de 5,000 hombres aparte de mujeres y niños, estaban hambrientas. Los discípulos le pidieron a Jesús que retirara a la gente para que pudieran comprar algo de comer en los pueblos vecinos. La respuesta de Jesús era una clase de prueba. Le dijo a Felipe, « ¿De dónde compraremos pan para que coman estos?» Como lo dice el Evangelio de Juan, «Pero esto decía para probarlo, porque él sabía lo que iba a hacer» (Juan 6:5–6). La respuesta de Felipe fue que, tomaría más de ocho meses de salario para comprar suficiente pan y que cada uno tuviera un bocado.
Por supuesto, lo que Jesús tenía en mente, era uno de los milagros mejor conocidos—alimentar a más de 15,000 personas con solo cinco pequeños panes de cebada y dos pececillos que un muchacho entre la multitud traía. Mirando hacia arriba, Jesús dio gracias sobre la pequeña cantidad de alimentos. Sencillamente después distribuyó cuanto alimento desearan. Al final, los discípulos recolectaron 12 canastas de comida sobrante (Marcos 6:35–44).
Quizás este milagro fue tanto para los discípulos como para la hambrienta multitud. En realidad los discípulos necesitaban desarrollar una confianza inquebrantable en su Maestro. Aunque pasarían por una crisis de fe en un futuro cercano, estas experiencias formarían la base de su trabajo posterior como apóstoles.
OTRA LECCIÓN EN LA FE
Una vez que la gente fue alimentada, Jesús envió a los discípulos de regreso en bote a otra aldea llamada Betsaida, en la costa occidental cerca de Capernaum. Luego despidió a la multitud, que estaba lista para convertirlo en rey o mesías político por la fuerza, y fue solo a la montaña a orar.
Varias horas más tarde, en medio de una tempestad en el lago, Jesús llegó al bote de sus discípulos de una manera milagrosa. Habían estado luchando contra la tormenta durante algunas horas. Recuerde que varios de ellos eran pescadores que conocían bien el Mar de Galilea. Habían estado luchando, tirando de los remos. En el medio de la noche vieron una figura sobre el agua que venía hacia ellos. Aterrorizados gritaron, « ¡Es un fantasma!»
Jesús caminado sobre el agua, dijo, « ¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis».
El impetuoso Pedro quería salir del bote y caminar hacia Jesús. Cuando Jesús le dijo, «Ven», lo hizo. Sin embargo, después de unos audaces pasos Pedro comenzó a hundirse, temeroso de la tormenta. Jesús tomó su mano y lo salvó, llevándolo de regreso al bote (Mateo 14:22–31). Nuevamente el viento menguó, como anteriormente en diferentes ocasiones en el lago cuando los discípulos estaban temerosos. Todo esto fue una prueba más sorprendente de por qué los discípulos deberían tener fe en su Maestro. El Evangelio de Marcos señala que los discípulos estaban asombrados porque no habían captado el significado de la alimentación de la gran multitud (Marcos 6:51).
Pronto volvieron a la orilla cerca de Capernaum. Cuando desembarcaron, la gente reconoció a Jesús y difundió la noticia de que el hombre que podía sanar había regresado. Ahora bastaba con tocar el borde de su vestido para sanar.
el pan de vida
Al día siguiente, mientras la alimentación de miles todavía estaba fresca en la mente de las personas, Jesús aprovechó la oportunidad para explicar la importancia de encontrar pan que realmente satisfaga.
Le dijo a la multitud, «De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis» (Juan 6:26). De hecho, no tenía nada que ver con los aspectos espirituales del trabajo de Jesús que lo buscaban, sino a causa de algo tan físico como la comida en el estómago.
Dijo que deberían buscar comida que los alimentara espiritualmente y los acercara a la vida eterna. La multitud de inmediato quiso saber qué era lo que traería el favor de Dios. Jesús les dijo que deberían creer en Aquel que Dios había enviado.
Parte del problema es que los humanos a menudo no creemos en lo que Dios dice y hace. Preferimos expresar confianza en el hombre que en lo que Dios hace. Sin embargo, Dios dice en un lugar de la Biblia, « ¡Maldito aquel que confía en el hombre, que pone su confianza en la fuerza humana, mientras su corazón se aparta de Jehová!» (Jeremías 17:5).
Los oyentes de Jesús pidieron a continuación una señal milagrosa para poder creer en él, una petición asombrosa, cuando evidentemente algunos de ellos habían estado presentes el día anterior, cuando alimentó a la gran multitud. Dijeron que Moisés había dado pan a sus antepasados, o maná, del cielo, lo que implicaba que ahora debería hacer lo mismo.
Jesús les dijo que no fue Moisés sino Dios mismo quien había dado el verdadero pan del cielo, el cual estaba a punto de revelar (Juan 6:30–33).
Igual que la mujer samaritana en el pozo que quería del agua de vida (Juan 4:15), ahora esta gente quería del pan de vida. Dijeron en respuesta, «A partir de ahora danos de ese pan».
Fue entonces cuando Jesús les anunció que él era «el pan de vida» (Juan 6:48). Las implicaciones de esa declaración fueron profundas. Quizás fue por eso que al final de la discusión muchos de sus seguidores dijeron, «Dura es esta palabra, ¿quién la puede oír?»
¿Hijo de José O Hijo de dios?
¿Cuál fue el punto de Jesús? Simplemente esto: sin hacer de su camino una parte integral de nuestras vidas, nunca seremos como el Padre o el Hijo. Nuestro destino final como seres humanos es convertirnos en los hijos resucitados de Dios viviendo la vida eternamente en un mundo renovado. Eso significa que debemos asumir la naturaleza y el carácter moral de la familia de Dios. La única forma en que se puede hacer es como Jesús dijo en su analogía: debemos participes de la naturaleza de Dios.
Es un acto por parte del Padre que lleva a una persona a la voluntad de seguir a Jesucristo.
Jesús dejó en claro que solo algunos son llamados ahora. También dejó en claro que solo algunos son llamados ahora. Dijo claramente que nadie puede venir a él—Para aceptarlo como el hijo de Dios—a menos que el Padre de hecho trajera a esa persona (versículo 44). Es un acto por parte del Padre que lleva a una persona a la voluntad de seguir a Jesucristo. Esta acción del Padre no es algo que generalmente se entiende.
Algunos de los oyentes de Jesús comenzaron a quejarse porque él dijo que había descendido del cielo como el pan del cielo. Le podían ver solo como el hijo de José. Él era el joven cuyos padres conocían. En este caso, su familiaridad con él condujo a la incredulidad.
Simplemente, Jesús repitió la misma idea de que aquellos a los que Dios está llamando entenderán; los demás no. Dijo que él era el pan de vida. Conectando esto con su muerte inmoladora, dijo «Este pan es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo» (versículo 51). Explicó que debemos formar parte de él. Cristo debe llegar a formar parte de cada verdadero cristiano, y la transformación resultante de la naturaleza humana guiará a la vida eterna.
Fue una enseñanza difícil y profunda, abandonando ese día muchos discípulos a Jesús. No así los 12 (versículos 66–69). Llegaron a creer que, como dijo Pedro, «tú eres el Santo de Dios».
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