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(PARTE 2)
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El estudio del Génesis nos ayuda a entender mucho sobre el mundo que habitamos. Debido a que traza los inicios y el desarrollo de la sociedad humana, que proporciona una perspectiva sobre nuestro propio tiempo.
En nuestra exploración de este libro de los orígenes hemos llegado al mundo inmediato al pos-diluvio, hace unos 4,000 años—la época cuando el legendario líder Nimrod comenzó a construir ciudades (Génesis 10:10–12). Estos grandes proyectos de construcción personificaban la actitud antagonista de Nimrod hacia Dios. Su primera ciudad, Babilona, ha llegado a ser llegado a ser el símbolo de todo lo que es impío en cuanto al comportamiento humano y da luz sobre todo problema de maldad en nuestro mundo.
Babilonia Como Historia y Símbolo Duraderos
Babilonia aparece varias veces en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. También se menciona en los escritos del «Padre de la Historia», el historiador griego Heródoto, que visitó la ciudad en el siglo V a.C. Los escritores griegos generalmente trataron la ciudad con aprobación, pero la opinión de la Biblia es negativa.
Comenzando con la fundación de Babilonia por Nimrod, «quien fue el primer gobernador poderoso en la tierra» (1 Crónicas 1:10, Kadosh Israelita Mesiánica), Las Escrituras Hebreas dicen que Dios interrumpió la construcción de la Torre de Babel (Génesis 11) y de las posteriores interacciones de la ciudad con los reinos de Israel y Judá (2 Reyes 20:12–13; 2 Reyes 24) entre los siglos VIII y VI a.C. Es quizás debido a esta historia en curso de la Babel de Nimrod a la Babilonia de Nabucodonosor que la ciudad se convirtió en un símbolo del orgullo y la arrogancia humana. Los profetas Isaías y Jeremías hablaron de las características de Babilonia y su destino final (véanse Isaías 13; Jeremías 50, 51). Fue la deportación de los judíos cautivos a Babilonia por el rey Nabucodonosor (605-562 a.C.) que proporcionó el telón de fondo geográfico para los profetas hebreos Ezequiel y Daniel. Este cautiverio fue un evento tan fundamental que se utiliza como un gran punto de referencia bíblico. Por ejemplo, lo menciona Mateo en la genealogía de Cristo y en la historia de Esteban sobre Israel (véase Mateo 1:11, 12, 17; Hechos 7:43).
El uso final de Babilonia como símbolo se encuentra en el libro de Apocalipsis, donde la ciudad representa todo lo que es malo en el gobierno humano actual y futuro, la religión y la sociedad, el sistema que Dios finalmente destruirá para siempre: «¡Ha caído, ha caído Babilonia la grande! Todas las naciones habían bebido del vino de la furia de su inmoralidad» (Apocalipsis 14:8; véanse capítulos 17 y 18).
Aunque muchos ven estos primeros relatos del Génesis como de ficción, su fiabilidad se basa en la evidencia arqueológica, la transmisión de los registros de la antigüedad (mucho más cercano a los acontecimientos que describen, que en la actualidad), y el testimonio de Jesucristo y sus seguidores.
UN NUEVO COMIENZO
Una vez que la repoblación de la tierra comenzó, la gente se trasladó al este, hacia la cuna de la civilización desde el monte Ararat, donde el arca llegó a posarse. Gravitaron hacia la gran llanura de la tierra de Sinar (Mesopotamia / Babilonia). Génesis señala que en ese tiempo, «Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras» (Génesis 11:1, Tanaj). Bajo estas circunstancias de un lenguaje y vocabulario unificado, si Nimrod pudiera haber traído a la humanidad junta con una meta común, hubiera podido lograr más en su desafío a Dios. Utilizando ladrillos horneados en lugar de piedra local difícil de encontrar, y asfalto en lugar de mortero, Nimrod organizo hombres en equipos de edificadores de ciudades.
«Al fabricar ladrillos la gente se liberó de la piedra natural y sus depósitos. La civilización, que reúne a grandes grupos de personas, comienza con el ladrillo».
La aspiración inicial fue crear una ciudad amurallada y una torre que retara los cielos para obtener una reputación de autosuficiencia y poder y oponerse a las instrucciones pos-diluvio de Dios para diseminarlo por toda la tierra (9:1, 7). La intervención de Dios en el proyecto inicial de Nimrod dio pie para que buscara lugares alternativos para construir, y de esa manera pronto surgieron otras ciudades en la cercana Asiria, fusionándose en la capital Nínive (10:11–12). Los detalles de exactamente como intervino Dios se encuentra en el capítulo 11.
Lo que había sucedido en los siglos previos al diluvio fue un descenso precipitado hacia la violencia y la impiedad de tal manera que el Creador se desilusionó con la humanidad que Él determinó poner fin a esa era de la civilización (véase La Ley, los Profetas y los Escritos, Parte 2, edición primavera 2012). Ahora, una tendencia similar se impuso en el mundo post-diluviano. No había tardado mucho tiempo, pero Dios había prometido no poner fin a la humanidad nuevamente (8:21–22).
La alternativa fue limitar la capacidad de la humanidad en comunicar su desafío a Dios. La construcción de la Torre de Babel fue un intento del orgullo humano por «alcanzar los cielos». Fue esta una evocación de la historia de la rebelión de Satanás anterior a la creación del hombre, cuando este se elevó a los cielos en un intento por destronar a Dio, como lo explicó el profeta Isaías—un recuento enmarcado en los términos de «el rey de Babilonia» (Isaías 14:3–4, 13–14). Fue así que los seres Dios mencionados en el primer capítulo del Génesis llegaron a ver y subvertir el débil intento de alcanzarlos al construir la torre: «Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua [la palabra “Babel” se parece a la hebrea para “confundir”: balal], para que ninguno entienda el habla de su compañero» (Génesis 11:7). Hicieron esto porque la humanidad se habría deteriorado muy rápidamente: «Y dijo el Eterno: “He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer”» (versículo 6).
«Los seres humanos, dejados a sus propios recursos por el creador, están en el peligro más grave debido a su aspiración de estallar sus límites creados, para reconocer que ya no están ante Dios, sino para ser como Dios o para llegar a los cielos con su trabajos».
La imagen clásica de la torre y la historia de la diversificación del lenguaje humano de Babel tiene su raíz aquí; lo que la mayoría no se da cuenta es que, el verdadero problema en Babel era la arrogancia, el orgullo, la ingratitud y la proclividad de sacar a Dios de la vida humana. Lo que sucedió en el valle de Sinar fue simplemente una continuación del desarrollo de la civilización humana y promover «la manera de Caín» (Judas 11). Este fue el que construyó la primera ciudad grabada en la Biblia y cuyos descendientes cayeron en la violencia y perversidad que produjo el diluvio (Génesis 4:17–23).
INICIA LA ERA PATRIARCAL
Esta primera sección de Génesis 11 proporciona un puente entre el mundo primitivo y la era patriarcal. El relato de los acontecimientos inmediatos posteriores al diluvio, y la inquietante trayectoria de la humanidad están a punto de ser contrarrestada por la historia de Abraham (inicialmente llamado Abram) y el comienzo de un nuevo tipo de comunidad basada en principios espirituales. Nuestra introducción a la línea de los patriarcas es por medio de dos toledots, o genealogías: de Sem y de Taré.
La Estructura del Génesis
A continuación las 11 divisiones toledoth del Génesis:
- la historia de los cielos y la tierra (Génesis 2:4–4:26)
- el libro de la genealogía de Adán (Génesis 5:1–6:8)
- la genealogía de Noé (Génesis 6:9–9:29)
- la genealogía de los hijos de Noé: Sem, Ham y Jafet (Génesis 10:1–11:9)
- la genealogía de Sem (Génesis 11:10–26)
- la genealogía de Tera (Génesis 11:27–25:11)
- la genealogía de Ismael (Génesis 25:12–18)
- la genealogía de Isaac (Génesis 25:19–35:29)
- la genealogía de Esaú/Edom (Génesis 36:1–8)
- la genealogía de Esaú, padre de los edomitas (Génesis 36:9–37:1)
- la genealogía de Jacob (Génesis 37:2–50:26)
El toledot de Sem (11: 10-26), que en hebreo significa «nombre», proporciona el comienzo del enlace con Abram, quien adquirirá un nombre. Lo que está sucediendo es que la historia se está moviendo de lo universal a lo particular. Se estrecha de las naciones dispersas a un solo hombre. Los sobrevivientes del Diluvio debían repoblar la tierra, y sus posibilidades se han esbozado en la Tabla de las Naciones (capítulo 10). Tres veces desde la Creación, el hombre le ha fallado a Dios: en el Edén, en el mundo previo a la Inundación y en Babel. Ahora bien, un individuo y su familia deben convertirse en el vehículo para el despliegue del plan de Dios de la comunidad dirigida por el Espíritu. Sólo el hijo de Noé, Sem, y su línea son seleccionados para el desarrollo de esta relación. Sus descendientes son posteriormente enumerados como «Arfaxad, Sela, Heber, Peleg, Reu, Serug, Nacor, Taré y Abram, que es Abraham» (1 Crónicas 1: 24-27). En Génesis 10, se dice que Sem es «el padre de todos los hijos de Eber» (versículo 21). La mayoría de los eruditos identifican a Eber (o en hebreo, Ever) como la raíz de Ivrit, la palabra hebrea para «hebreo». Peleg, hijo de la quinta generación («división», en hebreo), se dice, «En sus días fue dividida la tierra» (versículo 25). Esta es probablemente la división del mundo en diferentes grupos lingüísticos en Babel.
Como hemos visto, Nimrod representaba un modo de vida contrario a Dios. Abraham llegaría a simbolizar una forma muy diferente. El toledot de Taré (Génesis 11: 27-25: 11) es muy largo porque se refiere a lo que fue de su hijo Abram cuya historia detallada ocupa una parte significativa del resto del Génesis.
En el capítulo 12 el enfoque se dirige a este individuo y a sus primeros descendientes. Dios se ocupará principalmente de ellos durante los próximos dos mil años. En Ur de los Caldeos, Dios había ordenado a Abram, «Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (12:1). Si Abram siguiera esta instrucción muy directa, Dios le prometía, «Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (versículos 2–3).
Este es el primero de los encuentros directos de Dios con Abraham, en algunos de los cuales esta promesa se amplía.
Siete Encuentros
- Dios llama a Abram en Ur de los Caldeos (Génesis 12:1–3)
- Dios apareció a Abram cerca de Siquem en Canaán (Génesis 12:7)
- Dios habla a Abram después de la separación de Lot (Génesis 13:14–17)
- Dios confirma su pacto con Abram (Génesis 15:1–21)
- Dios cambia los nombres de Abram y Sarai, expande el pacto, agregando la circuncisión masculina como un símbolo (Génesis 17:1–22)
- Dios le dice a Abraham acerca del próximo castigo de Sodoma (Génesis 18:1–33)
- Dios prueba a Abraham pidiéndole sacrificar a Isaac (Génesis 22:1–2, 11–18)
Aquí se le promete lo que Nimrod aspiraba sin Dios: un gran nombre. Abram sería también el padre de una nación y recibiría las bendiciones de Dios. La tierra a la que va a viajar es en este punto desconocida. El libro a los Hebreos confirma que «y salió sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8).
ABRAM Y SARAI
Esta es la secuencia de acontecimientos con la que Abram llegó a la tierra de la promesa: Siguiendo el llamado de Dios, dejó la ciudad de Ur con su familia (Génesis 11:31). Viajaron con su padre Taré a la casa original de la familia en Harán al noroeste de Asiria. Taré murió ahí (versículo 32), para entonces, Abrám ya se había mudado hacia el sur para Canaán («a la tierra que Yo te mostraré») o se fue después de morir su padre—los detalles no son fácil de concordar (véase 11:26, 32; 12:4; Hechos 7:4). Sin embargo a estas alturas ya había dejado atrás su país, su familia, y la casa de su padre, dando así principio las bendiciones de Dios.
Acompañando a Abrám se encontraban Sarai su esposa, Lot el hijo de su difunto hermano Harán, y sus siervos. Viajaron atravesando Canaán hasta la encina de Moré en las inmediaciones de Siquem, fue ahí donde se le apareció Dios a Abrám y le prometió que la tierra sería para su descendencia (Génesis 12:7). Esta es la primera iteración del Pacto Abrahámico. Allí, Abram le construyó un altar a Dios, lo que se convirtió en una práctica de los patriarcas. Después viajó a Betel donde levantó sus tiendas y erigió otro altár (versículo 8), después partió al Néguev (versículo 9), la región desértica camino a Egipto.
Una vez entrado en Canaán, la tierra de la promesa, Abram vivía ahora una vida nómada. Esto es simbólico de su nueva vida en este mundo. El libro a los Hebreos comenta, «Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, viviendo en tiendas con Isaac y Jacob, los coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hebreos 11:9–10; véanse también los versículos 13–16). En contraste con Nimrod, que construyó sus propias ciudades y estilo de vida en desafío de Dios, Abram debía de esperar por la ciudad espiritual que Dios está construyendo y vivir según los caminos de Dios en anticipación de su terminación.
Nada de esto implica que Abram fuera perfecto en su forma de vivir. Apenas estaba empezando a aprender a seguir a Dios, a tener confianza y fe. Estaba caminando hacia la meta. Su visita inmediata a Egipto fue para huir de la hambruna en Canaán (Génesis 12:10–20). Esto demuestra tanto su debilidad humana, como la intervención de Dios de protegerlo y preservarlo. Sarai, ahora con por lo menos 65 años de edad, era una mujer muy hermosa. Debido a que Abram sabía que los egipcios podrían robársela y matarlo a él, le pidió que dijera que ella era su hermana para preservar su vida y beneficiarse a sí misma. Esta no era una mentira categórica —ella era su media hermana (véase Génesis 20:12, en donde Abraham repite su mentira a medias a otro soberano) —sin embargo, fue un engaño que condujo a una serie de problemas. No sólo Faraón y su casa fueron afligidos porque involuntariamente tomó a Sarai como su esposa, sino que su estancia en Egipto también dio lugar para que Abram adquiriera riqueza y sirvientes que acarrearon dificultades en su casa durante mucho tiempo: Después de ser liberado de Egipto por Faraón, los pastores de Lot cayeron en intenso desacuerdo con Abram sobre los animales y posesiones (13:5–12). Además, es probable que una de las sirvientas dadas a Abram en Egipto, fuera Agar, con quien, como sabemos en capítulos posteriores, engendró a Ismael, la causa de la disidencia entre Sarai y Agar (capítulo 16). El conflicto resultante (capítulo 21) entre Isaac—el hijo de Abram con Sarai—e Ismael es una de las raíces de la antigua animosidad sin fin entre judíos y árabes.
A pesar de estos resultados, Dios estaba decidido a llevar a cabo su plan para Abram y proveer las bendiciones que le había prometido. Esto no resultó negándole bendiciones a Lot, Agar e Ismael. También sabemos que más tarde Abram fue capaz de rescatar a Lot y devolver sus posesiones después de haber sido llevado cautivo por los reyes en guerra de los territorios cercanos incluyendo Babilonia y Elam (capitulo 14). Además vemos la mano de Dios protegiendo y bendiciendo tanto a Agar como a su hijo Ismael, el cual también estaba destinado a ser padre de innumerables pueblos (16:10–12; 17:20).
De regreso al capítulo 13, es con Abram y Sarai que Dios está ahora principalmente interesado. La fricción con Lot se resuelve cuando Abram le da a su sobrino la opción de elegir la tierra donde prefiere hacer su hogar. Decide este sobre los bien fértiles y regados llanos del Jordán, cerca de Sodoma y Gomorra. Aunque al principio morador de tiendas, su acceso a Sodoma le llevaría mayor peligro. Abram se queda para cuidar sus rebaños y ganados en las llanuras de Canaán (versículos 10–12). Es en los efectos de la separación de Lot que Dios, como Yahweh, habla nuevamente con Abram. Esta vez promete la tierra en todas direcciones a Abram y sus innumerables descendientes para siempre (versículos 14–17). Con esta reiteración del pacto en términos ampliados, Abram mueve su tienda al área de Hebrón, al sur de Jerusalén.
Los Nombres de Dios
El Génesis registra varios nombres por los cuales Dios es conocido. Entre ellos están.
- Elohim (plural): el Poderoso(s) (Génesis 1:1)
- Yahveh (Elohim): el Existente quien se revela asi mismo (Génesis 2:4)
- El Elyon: Dios Altísimo (Génesis 14:18–23)
- Adonai (Yahveh): Señor, mi Amo (Génesis 15:2)
- El Shaddai: Todopoderoso (Génesis 17:1)
- El Olam: Dios Eterno (Génesis 21:33)
El capítulo siguiente cuenta la historia de la invasión de cuatro reyes confederados y el triunfo de Abram sobre ellos. La conclusión del relato lleva a Abram cara a cara con el sacerdote del «Dios Altísimo» (El Elyon) en Jerusalén (14:18). El sacerdote es identificado como Melquisedec, en hebreo por «Rey de Justicia». En este extraño encuentro presenciamos que Abram recibe pan y vino de parte del sacerdote además de bendecirle. En respuesta, Abram le da el diezmo del botín de la guerra. Para cuando el libro a los Hebreos es escrito en el siglo primero d.C., los seguidores de Jesús entendieron que Melquisedec era una encarnación de Yahveh, quien vendría a la tierra dos mil años después como Jesucristo (véase Hebreos 7:1–3).
El pacto entre Dios y Abram se repite en el capítulo 15, donde Yahveh le muestra en una visión que, a pesar de que Sarai no puede concebir y Abram siendo de edad, tendrán un hijo para continuar su linaje (versículos 1–6). Esta promesa y su cumplimiento es donde comenzaremos la próxima vez.
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(PARTE 4)