El consuelo de Job
El libro de Job ofrece una visión del sufrimiento humano, como también una valiosa lección que podemos sacar de él.
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(PARTE 32)
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El libro de Job es diferente de cualquier otro en la Biblia. Se afirma que aparte del libro de los Salmos, se ha escrito más literatura sobre el libro de Job que sobre cualquier otro texto bíblico. Job es uno de los libros de sabiduría de las Escrituras, que, junto con Proverbios y Eclesiastés, forman parte de la división que se conoce como los Escritos.
Aunque es un libro muy antiguo, escrito tal vez alrededor de la época de Abraham (dos milenios antes de Cristo), no dice nada sobre los orígenes de Job. Con escaso detalle, nos enteramos de que era «un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal», que provenía de la —de otra manera desconocida— tierra de Uz, y que, en términos de riqueza, «entre todos los habitantes del oriente era el personaje de mayor renombre» (1:1, 3). En su caso, es como si los detalles personales habituales de una narrativa se hubieran apartado deliberadamente, a fin de que nos veamos obligados a centrarnos en el tema principal considerablemente más importante: ¿Qué hacer cuando sufrimos y cómo entender el papel de Dios? Estas parecen ser las preguntas más importantes, en vez del rompecabezas familiar de por qué un Dios bueno permite que las personas buenas sufran. A menudo se piensa que el énfasis en el libro radica precisamente en no dar una respuesta directa a esta pregunta. Pero varias verdades sobre cómo sufrir emergen del corazón del libro, a medida que Job y sus cuatro amigos presentan sus casos y Dios responde.
Tal como aparece en los capítulos iniciales, el paciente Job es un maravilloso ejemplo de calma y compostura bajo intensas dificultades; pero, según se revela en la mayoría de los capítulos posteriores, el también impaciente, amargado y enojado Job nos enseña que solo reconociendo la sabiduría y la soberanía de Dios en el sufrimiento podemos lograr la ecuanimidad una vez más. El libro trata más acerca de la manera de proceder de Dios y menos acerca de Job.
«Job es el caso de prueba para considerar cómo Dios dirige el mundo y cómo pensar acerca de Dios cuando la vida se vuelve caótica».
La organización del libro puede entenderse como que comprende tres secciones. Según una estimación, estas incluyen la apertura y el cierre del narrador (capítulos 1 y 2; 42: 7-17), y un núcleo en forma de discursos poéticos (3:1-42: 6).
Otra visión estructural del libro también mantiene tres secciones. Dentro de la primera sección, Job se presenta, como antes, cual un hombre de familia rico, cuya obediencia y carácter piadosos Dios permite poner a prueba por el Adversario, Satanás, quien afirma que Job solo sigue a Dios para su propio beneficio: «Extiende la mano y quítale todo lo que posee, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara!» (1:11).
Dios permite que Satanás arruine a Job, sabiendo que la justicia de Job lo sostendrá. Pero esta conclusión —que, a pesar de ser reducido a prácticamente nada, devastado por la repentina pérdida de salud, riqueza, familia, estatus y reputación, Job permanecerá fiel (1:12-2:10)— está a punto de ponerse a prueba severamente al empezar a emerger los sentimientos más íntimos del paciente Job. En cuestión de días, Job rompe el silencio «para maldecir el día en que había nacido» (3:1).
En la segunda sección, escuchamos a Job y a tres de sus amigos —Elifaz, Bildad y Zofar— debatir la causa de su trágica condición a lo largo de veintiocho capítulos, en los que Job incluso presenta un desafío legal a Dios por lo que considera un castigo injusto. Esta sección continúa hasta que «Job dio por terminado su discurso» (31:40).
La tercera sección comienza con un cuarto amigo, Eliú, ofreciendo más consejos (capítulos 32-37) que a Job no se le permite refutar, sino hasta que Dios mismo interviene (38-41) con preguntas que Job no puede responder. Entonces, con verdadera humildad, Job finalmente reconoce su error, admitiendo que solo Dios es supremo, la fuente de toda sabiduría, y que no rinde cuentas al hombre. Al fin, Job encuentra su verdadero «lugar» en la vida. Esto hace que Dios lo bendiga más que antes y que sus años se extiendan (42:10, 12-17).
El dilema de Job
En el fondo, el libro de Job explora ideas sobre el orden moral de la vida humana. Es un debate que llega hasta nuestros días. Incluso hoy existe la suposición de que la prosperidad es el resultado de las buenas acciones y que el sufrimiento es el resultado del pecado. Esto se conoce como la doctrina de la retribución, o la hipótesis del mundo justo. Los tres amigos de Job están seguros de que su colega, anteriormente justo y bendecido, debe estar sufriendo como resultado del pecado. Si bien varían en su aplicación de esta creencia, todos concluyen que Job está sufriendo porque él o sus hijos han pecado de alguna manera, incluso trivial o secretamente. Pero como señala Job, ese no es el caso; él no ha hecho nada malo.
«El orden de la creación establece el estándar para el orden moral del universo; y este es que a Dios se le debe permitir saber lo que está haciendo, y no tiene obligación alguna de dar cuenta de sí mismo».
El cuarto amigo, Eliú, es un hombre más joven y al principio reacio a hablar antes que sus mayores. Pero finalmente se da cuenta de que la juventud no es necesariamente una barrera para hablar con sabiduría. Su punto de vista es que, en lugar de que el sufrimiento sea el resultado de un proceso frío, inexorable y mecanicista, permitir el sufrimiento es más bien una de las formas en que Dios se acerca a nosotros. Pero, de nuevo, este intento de refinar la idea de la retribución no responde completamente a la situación de Job.
A lo largo del libro, Job intenta razonar para salir del dilema de por qué está sufriendo cuando no ha hecho nada malo.
Al principio trata de aceptar las pérdidas que ha sufrido: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!» (1:21).
Pronto, sin embargo, vencido por la destrucción del orden que siempre ha disfrutado, desearía nunca haber nacido: «¿Por qué no perecí al momento de nacer? ¿Por qué no morí cuando salí del vientre?» (3:11). En creciente desesperación, preferiría que Dios lo matara: «¡Ah, si Dios me concediera lo que pido! ¡Si Dios me otorgara lo que anhelo! ¡Ah, si Dios se decidiera a destrozarme por completo, a descargar su mano sobre mí, y aniquilarme!» (6: 8-9), porque no tiene sentido vivir. «Tengo en poco mi vida; no quiero vivir para siempre» (7:16).
Al poco tiempo decide que el Dios al que obedece debe responderle en un tribunal de justicia metafórico: «Mas bien quisiera hablar con el Todopoderoso; me gustaría discutir mi caso con Dios». […] «¡Que me mate! ¡Ya no tengo esperanza! Pero en su propia cara defenderé mi conducta». Entonces, dirigiéndose a Dios directamente, dice: «Llámame a comparecer y te responderé; o déjame hablar, y contéstame tú. Enumera mis iniquidades y pecados; hazme ver mis transgresiones y ofensas» (13:3, 15,22–23, Nueva Versión Internacional).
En todo esto Job no pierde su creencia en el plan que Dios tiene para la humanidad. Sabe que después de su muerte vivirá mediante la resurrección, tras la aparición de Dios en la tierra: «Yo sé que mi redentor vive; y que al final triunfará sobre la muerte. Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos» (19:25–26).
La soberanía de Dios
Antes de que Eliú, que ha estado callado hasta este punto, presente su propia evaluación de la situación (capítulos 32-37), Job hace su discurso final, declarando su inocencia una vez más (29-31). Pero esta vez insiste en firmar una declaración en ese sentido: «¡Si tan solo alguien me escuchara! Miren, voy a respaldar mi defensa con mi firma. Que el Todopoderoso me responda; que escriba los cargos que tiene contra mí» (31:35, Nueva Traducción Viviente). Si Job está en lo correcto y su sufrimiento no es el resultado del pecado, entonces no hay verdad en la doctrina de la retribución.
Pero ahora llega el momento de la intervención y respuesta de Dios (38–41). Los discursos de Dios nunca mencionan la retribución. No están ni a favor ni en contra de la idea. En cambio, Dios cuestiona a Job desde tres perspectivas, cada una ayudándole a ver su insignificancia en el gran esquema de la vida.
«Dios invita a Job a reconsiderar el misterio y la complejidad —y lo a menudo tan extraordinariamente insondable— del mundo que Dios ha creado».
Primero, se le pregunta a Job acerca de su falta de participación en la creación de la tierra: «¿Dónde estabas cuando puse las bases de la tierra? ¡Dímelo, si de veras sabes tanto!» (38:4). Por supuesto, él no tiene respuesta. Luego, el tema pasa a ser el misterioso funcionamiento del mundo: «¿Has viajado hasta las fuentes del océano, o recorrido los rincones del abismo?» «¿Qué camino lleva adonde la luz se dispersa, o adonde los vientos del este se desatan sobre la tierra?» (38:16, 24). Y también la consideración de las formas en que se expresa la naturaleza salvaje… «¿Cazas tú la presa para las leonas...?» «¿Puedes mantenerlo [mantener al toro salvaje] en el surco con el arnés?» «¿Es tu sabiduría la que hace que el halcón vuele...?» (38:39; 39:10, 26).
Job no puede explicar cómo se maneja el mundo físico, ni el propósito de grandes criaturas salvajes como Behemoth y Leviatán (40:15; 41:1; muchos consideran que estos son el hipopótamo y tal vez el cocodrilo, con algunas características exageradas para causar impresión). Solo Dios sabe tales cosas.
De manera similar, el hombre no puede saber por qué Dios a veces permite el sufrimiento sin razón aparente. Hay límites para la comprensión humana del mundo creado por Dios. Esto no apoya ni niega la doctrina de la retribución; la pone a un lado en el caso de Job. El hombre debe llegar a ver a Dios como soberano sobre su creación, incluida la humanidad, el único Ser que no necesita rendir cuentas de sí mismo ante la humanidad.
Cuando Job está listo para aceptar esta realidad, ha llegado a una comprensión profunda de su lugar en la creación: «“¿Quién es este, has preguntado, que sin conocimiento oscurece mi consejo?” Reconozco que he hablado de cosas que no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desconocidas» (42:3). Job ya no está dislocado de la naturaleza y del Creador, sino que ha encontrado su lugar y es restaurado a él: «De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y cenizas» (42:5–6).
El libro concluye con la voz del narrador explicando que, de hecho, eran los tres amigos de Job quienes estaban en falta. Citando las palabras de Dios a Elifaz, escribe: «Estoy muy irritado contigo y con tus dos amigos porque, a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad» (42:7).
Aquí está la confirmación de que lo que Job había hablado acerca de su sufrimiento era correcto. Ninguno de ellos sabía nada del papel de Satanás en esto. No se trataba de un castigo; pero tampoco podemos saber en todos los casos la razón del sufrimiento.
Fue solo ofreciendo un sacrificio y orando Job por ellos que los tres «consoladores» pudieron ser aceptados de nuevo. Una vez hecho esto, la fortuna de Job fue restaurada y sus bendiciones multiplicadas, demostrando que la doctrina de la retribución todavía se aplica, pero de acuerdo con la elección soberana de Dios en casos individuales. Así, Job «disfrutó de una larga vida y murió en plena ancianidad» (42:9-17).
En última instancia, el consuelo de Job vino de Dios, no del hombre.
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