¿Por qué el Sufrimiento?
A lo largo de la historia la gente se ha preguntado por qué, si Dios es bueno y todopoderoso, no intercede para evitar el dolor y el sufrimiento en el mundo. ¿Existe alguna respuesta?
¿Cuántas personas se han apartado de la creencia en Dios a causa del sufrimiento? Definitivamente uno de ellos fue el ganador del Premio Nobel autor de varias obras en el Siglo XX, Samuel Beckett. Según su biógrafo oficial, James Knowlson, «fue por la cuestión fundamental sobre el dolor, sufrimiento y muerte que la fe religiosa de Beckett vaciló y fue a pique rápidamente». En la década de los años 20 las calles de su ciudad, Dublín, se llenaron de hombres que habían regresado de la I Guerra Mundial, traumatizados, intoxicados por gas, lisiados o desmembrados. La confrontación con la realidad entró en conflicto con la prospera clase social media alta de Beckett.
De su propia confesión, otro incidente que en su época de estudiante contribuyó a su rechazo a Dios y al cristianismo. Criado como un anglicano, un domingo por la tarde Beckett asistió a los servicios de la iglesia con su padre para escuchar a un amigo de la familia predicar. Canon Dobbs habló de sus visitas a «los enfermos, los que sufren, los moribundos y los despojados». Su manera de consolar a las personas en tal difícil situación era decirles que, «la crucifixión [de Cristo] era solo el comienzo. Debes de contribuir con la causa». Beckett estaba consternado por la fallida explicación al sufrimiento inmerecido y el frustrado razonamiento a la creciente montaña de dolor. Decir que el sufrimiento de alguna manera lo prepara a uno para la vida después de la muerte tampoco tenía sentido para él; lo consideró una afrenta para la víctima.
«[Beckett] habló de los sufrimientos de su hermano y la crueldad de un dios, si es que existía un dios, que pudiera presidir en semejante mundo».
En 1954 Beckett se pasó tres meses y medio con su hermano Frank, que estaba muriendo de cáncer del pulmón. Según Knowlson la experiencia fue terrible, el paso del tiempo sin fin, el dolor agudo, la depresión profunda. El dolor de Sam fue comparado solo por sus sentimientos después de la muerte de su padre en 1933 y su madre en 1950. Mientras esperaba la muerte de su madre debido a complicaciones con el mal de Parkinson y un fémur roto, «había pensado con amarga ironía sobre su propia situación, un agnóstico que necesitaba desesperadamente culpar a Dios por la naturaleza innecesaria del sufrimiento de su madre».
La mayor parte de la obra de Beckett es oscura y pesimista, centrada en la inutilidad y desesperanza de la vida humana. Su obra de gran influencia, Esperando a Godot (1952), es la narración sobre dos hombres que esperaban la llegada de alguien que nunca llegó y que nunca vendría. Muchos pensaban que hacía hincapié en que la creencia en Dios no hace otra cosa que defraudar de algún modo a una existencia sin sentido, sin embargo la obra es rica en alusiones bíblicas (el árbol de la vida, Adán, Caín y Abel, la crucifixión, los dos ladrones, arrepentimiento, oración). Otros vieron paralelos entre esta y el libro de Job.
A pesar de su agnosticismo, Beckett escribió con una Biblia y concordancias a la mano, así lo señala su biógrafo Anthony Cronin. Sin embargo el acceso de Becket a las Escrituras no le reveló sus verdades sobre el sufrimiento en esta vida. En lugar de eso le dijo al director y guionista Colin Duckworth, «El cristianismo es una mitología con la cual estoy perfectamente familiarizado. Así que por naturaleza la uso»—frecuentemente de maneras irónica y satírica, añade Cronin. De acuerdo a Mary Bryden, profesora de la Universidad de Reading y ex presidenta de la Sociedad Samuel Becket, «El Dios hipotético que surge de los textos de Beckett es uno que es a la vez maldecido por su perversa ausencia y por su vigilante presencia. Una y otra vez es desestimado, satirizado o ignorado, sin embargo, él y su torturado hijo, nunca son descartados de forma definitiva».
ARGUMENTO SIMILAR, FINAL DIFERENTE
Otro reconocido escritor del Siglo XX es C.S. Lewis, nació unos años antes y unas cuantas millas más adelante al norte de Belfast. También él comenzó su vida como un anglicano en una casa de clase media alta, cuando niño perdió a su madre por causa del cáncer. Después de haber rechazado el cristianismo siendo de 15 años y convirtiéndose en un ateísta, Lewis, a la edad de 32 y en esta ocasión profesor de inglés en Oxford, regresó a la fe de su formación, en parte por la influencia de su colega católico romano, J.R.R. Tolkien. Como resultado de esto, sus escritos se centraron en temas cristianos y se convirtió en uno los apologistas de la religión mejor conocido. Sus novelas completas, Trilogía Cósmica y Las Crónicas de Narnia, contienen muchas alusiones cristianas.
Si bien había visto muertos y moribundos de manera directa en las trincheras de la guerra en Francia además de haber sido herido por fuego amigo, Lewis llego a una conclusión bastante diferente que Beckett en cuanto al sufrimiento. En 1940 escribió El Problema del Dolor y en 1961, después de una enorme pérdida personal además de una intensa lucha con su creencia, su primera obra pseudónima Una Pena en Observación. De hecho sus amigos le recomendaron este libro como ayuda en su duelo, sin darse cuenta que él era su autor. Fue solo después de su muerte que fue reeditada bajo su propio nombre.
Después de muchos años de soltero, Lewis conoció y se casó con la escritora judía estadounidense Helen Joy Gresham (nee Davidman), quien fue sacada del ateísmo y persuadida al cristianismo por los escritos de Lewis. Su matrimonio se llevó a cabo en 1957 después de haber sido diagnosticada con cáncer de huesos. Después de la remisión y la reincidencia, murió de una muerte dolorosa en 1960. El hecho de que había amado tanto y perdido tanto en tan corto tiempo dio pie para que Lewis cuestionara la bondad de Dios.
«Si la bondad de Dios es incongruente con lastimarnos a nosotros, entonces, o Dios no es bueno o no existe Dios».
En El Problema del Dolor escribió, «El problema de conciliar el sufrimiento humano con la existencia de un Dios que ama, es insalvable solamente mientras se atribuye un significado trivial a la palabra “amor”, y mientras las cosas se ven como si el hombre fuera el centro de ellas. El hombre no es el centro. Dios no existe por el bien del hombre; el hombre no existe por su propio bien, “porque tú creaste todas las cosas, y por tu querer subsisten y fueron creadas”». Más adelante en libro escribió, «No estoy sosteniendo el dolor no sea doloroso. El dolor hiere. Eso es lo que la palabra significa. Solamente estoy tratando de mostrar que la antigua doctrina cristiana de hacernos ‘mejores por medio de sufrimientos’ no es increíble. Demostrar que esto es algo agradable, está más allá de mi propósito».
En Una Pena en Observación, obra que se basa en sus notas manuscritas que guardó mientras trataba de superar la muerte de su esposa, lucha con la realidad de la experiencia de la pérdida en lugar de regresar a los argumentos intelectuales que había tenido anteriormente. En ocasiones se encuentra en un completo callejón sin salida, furioso y dudando de la bondad de Dios, sintiendo que Dios está detrás de una puerta con todos los pestillos echados.
Sin embargo al final del libro, escribe, «Cuando me interrogo sobre todo esto delante de Dios no obtengo respuesta alguna. Aunque es una “no-respuesta” muy particular. No es una puerta cerrada con llave. Se parece más a una mirada silenciosa, ciertamente no exenta de compasión. Como si Él sacudiese la cabeza, no tanto como para negarse a responder, sino como quien aparta la pregunta misma: como si dijese “Tranquilo, niño; no entiendes”.
«¿Acaso puede un mortal hacer preguntas que Dios encuentra incontestables? fácilmente, creo. Todas las preguntas insensatas son incontestables. ¿Cuántas horas hay en un kilómetro? El amarillo, ¿es cuadrado o redondo? Probablemente la mitad de nuestras preguntas, la mitad de nuestros grandes planteos metafísicos y teológicos son algo así».
«¿Acaso puede un mortal hacer preguntas que Dios encuentra incontestables? Fácilmente, creo. Todas las preguntas insensatas son incontestables».
El libro concluye con una cita del Paraíso de Dante, o «El Cielo». Presentándolo, Lewis escribe, «[Joy] no me lo dijo a mí, sino al capellán, “Estoy en paz con Dios”. Sonrió, pero no a mí. Poi si tornò all’ eterna fontana» («Volviéndose después hacia la eterna fuente»; es decir, Dios).
EL PROBLEMA DEL MAL
Con lo que Beckett y Lewis batallaron en su propia manera fue un problema que ha afligido a la mayoría de la gente en algún momento, incluyendo a otros famosos como Mark Twain (Véase «El Sepulcro Blanqueado») y Charles Darwin. Este es un dilema conocido como, teodicia, literalmente la justicia de Dios o la justificación de Dios, o aun mejor, justificando el comportamiento de Dios en cuanto a la presencia del mal dentro de su creación. ¿Cómo puede un Dios Creador bueno existir al lado del mal o el sufrimiento en el mundo? Gottfried Leibniz filósofo alemán acuñó el término en 1710 mientras trataba de demostrar que la bondad de Dios no es incompatible con la presencia del mal. Fue su intento de responder al escrito de un escéptico, Pierre Bayle, quien dijo que el sufrimiento demuestra que Dios no es bueno y que no es todopoderoso. Este es, por supuesto, un argumento estándar utilizado por los escépticos para reforzar el agnosticismo y el ateísmo.
A menudo en esta clase de argumentos se tiene la sensación de que los humanos que hacen estas preguntas solamente ven una pequeña porción de la imagen. Como dice Lewis, existen preguntas sin sentido. ¿Es posible que la contradicción planteada en el debate de la teodicea es una pista falsa para empezar y no debería ser tomada en cuenta, pues una pregunta sin sentido? ¿Podría ser que una vez que el plan de Dios y su propósito son descubiertos, entonces el sufrimiento, aunque no es fácil o algo que preferimos, se torna explicable?
Una de las piezas del rompecabezas es entender que antes que los humanos llegaran a escena, existía un reino en el que seres espirituales introdujeron el mal. De acuerdo con las Escrituras Hebreas. En donde el medio ambiente era perfecto, hasta que Satanás [el Adversario] y sus seguidores se opusieron a Dios. El profeta Ezequiel describe a este ser, antes de convertirse en el archienemigo, en estos términos:
«Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de belleza. En Edén, en el huerto de Dios estuviste. … Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado» (Ezequiel 28:12–15a, Reina-Valera 1960).
Por otra parte llegó el momento que entró en él una errónea actitud competitiva. Se permitió a sí mismo el lujo de una alternativa imaginaria, en donde él y no Dios estaría en comando. Hasta que «se halló en ti» maldad (versículo 15b). Violencia contra Dios y su manera llegarían a ser su método de operación : «A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector» (Versículo 16).
Este estado de ánimo resultó en una guerra contra Dios en la que atrajo una tercera parte de los ángeles (véase Isaías 14:12–14; Apocalipsis 12:3–4). Era una posibilidad pues Dios había creado seres espirituales con libre albedrío.
Así que cuando los humanos llegaron ya existía el mal en el universo y por lo tanto la posibilidad del pecado y sufrimiento para la humanidad, si optaban en seguir el ejemplo de Satanás. Y podrían optar por ello, pues también Dios los creo con libre albedrío. Podrían decidir seguir el camino de Dios o rechazarlo. Si lo hicieron estarían en la posición de decidir por sí mismos lo que está bien o mal. Al comienzo de la historia de la humanidad, leemos que los humanos escogieron continuar sin Dios. Esto es solamente una causa del efecto que llamamos sufrimiento.
El apóstol Pablo entendió la conexión entre aquellas acciones tempranas y la sociedad consiguiente. En ocasiones sufrimos por lo que otros anteriores a nosotros hicieron: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).
Está claro que Dios esperaba que los humanos optaran por hacer la cosa correcta aun después que Adán y Eva lo rechazaron y Él los expulsara del Jardín. A Caín el hijo de estos le dijo, «¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él» (Génesis 4:6–7). Al igual que Adán y Eva, Caín pudo haber tomado la decisión correcta y no haber sufrido una de las consecuencias del pecado, la cual es el sufrimiento.
Parte del gran propósito de Dios es ayudar a la humanidad a ver cuál es el precio verdadero de seguir el camino equivocado—cuan costoso es. Esto no se puede aprender si cada vez que se va a sufrir la consecuencia, Él interviene para detenerla, de tal manera que no sea evidente la conexión entre el pecado y la consecuencia. Si los seres humanos eligen ir por el camino equivocado, la única manera que pueden aprender a escoger lo correcto es estar consciente del resultado de la transgresión.
Sin esta clase de conocimientos previos, nuestros intentos por entender y explicar el mal o el sufrimiento en un mundo creado por un Dios bueno, es como llegar a la película cuando ya corrieron dos terceras partes de esta y esperamos entender la trama. Lo que pasa después es que nos formulamos preguntas sin sentido. Simplemente, la maldad no es algo que fluye de Dios.
LA PREGUNTA EQUIVOCADA
Una de las quejas que los agnósticos y ateos tienen es que Dios no interviene para prevenir las malas consecuencias en los humanos. Sin embargo si Él restringiera a los humanos de actuar mal en cada momento, estos podrían resentir pronto que les quitara su libertad de actuar a su gusto. La verdad del libre albedrío dentro de un plan de desarrollo gradual es una de las razones por la que Dios no interviene automáticamente para prevenir epidemias, accidentes de carretera o abuso y guerras.
Así que en lugar de estar quejándose por la falta de intervención de Dios, sería mejor adoptar un enfoque humilde y comenzar con el hecho que probablemente existe algo que no entendemos desde nuestro punto de vista personal humano. Esta es la clase de actitud de la que se habla en libro de Isaías—porque, sea lo que sea que Dios está haciendo en el mundo, cualquiera que sea su plan, nuestra respuesta a ello debe de estar basada en lo siguiente: «¡Qué manera de falsear las cosas! ¿Acaso el alfarero es igual al barro? ¿Acaso le dirá el objeto al que lo modeló: “Él no me hizo”? ¿Puede la vasija decir del alfarero: “Él no entiende nada”?» (Isaías 29:16 NVI),
«¡Qué manera de falsear las cosas!» Es decir, estás haciendo la pregunta incorrecta. ¿Deberías de estar cuestionando a Dios como Creador? ¿Deberías de estar negándolo? Isaías continúa el pensamiento cuando dice, «¡Ay del que contiende con su Hacedor! ¡Ay del que no es más que un tiesto entre los tiestos de la tierra! ¿Acaso el barro le reclama al alfarero?: “¡Fíjate en lo que haces! ¡Tu vasija no tiene agarraderas!”» (Isaías 45:9 NVI).
El asunto aquí, es que una perspectiva correcta y humildad son necesarias para comenzar a situarse en la relación correcta con Dios. En su mayor parte los humanos están desubicados. No saben en donde están en términos con Dios. No lo entienden o saben su propósito. Con razón hay tantos que llegan a la conclusión equivocada en cuanto a la vida y a Él.
Job era un hombre justo, aun así no estaba correctamente situado con respecto a Dios. Era un hombre intachable y recto, sin embargo su entendimiento era incompleto. Dios permitió que fuera probado por el archienemigo, factor en algunos sufrimientos, para poder traerlo a una mejor posición espiritual (véase Job 1:6–12 Reina-Valera 1960).
Al final del libro, Job es capaz de escuchar a las docenas de preguntas hechas por Dios, de las cuales ninguna pudo contestar Job. Solo se puede arrepentir, viéndose a sí mismo por lo que él es: Respondió Job a Jehová, y dijo: «Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti. … Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. … De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. … Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:1–6).
Finalmente se encuentra donde necesita estar y puede ser bendecido mucho más que antes.
PABLO INTERVIENE
En Romanos 9 Pablo aborda un tema que podría haber inquietado a algunos de sus compatriotas Israelitas: ¿Por qué aparentemente Dios volteo su espalda a ellos y comenzó a trabajar con los gentiles? Esta es otra faceta en el debate de la teodicea: ¿Es bueno Dios? ¿Es justo Él?
En palabras de Pablo: «¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Romanos 9:14–16).
En este extenso pasaje, Pablo utiliza la misma analogía del barro y el alfarero al igual que Isaías: «Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?» (Versículos 20–21).
En otras palabras, como estamos viendo, puede llegar y ver la película completa y no entender nada; comenzar a discutir, a quejarse, a formular preguntas inapropiadas o sin sentido, aun hasta violentarse.
Pablo era de cierta manera en determinado momento en su vida. Tenía gran cantidad de conocimiento, pero de poco le servía. Refiriéndose a su vida como judío observante, dijo, «Habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad» (1 Timoteo 1:13). Cuando Pablo se encontraba en ese estado, nos dice Lucas, «asolaba la iglesia, entrando casa por casa, arrestaba a hombres y mujeres y los entregaba en la cárcel» (Hechos 8:3).
Pensaba que tenía derecho a blasfemar, ser rudo, arrogante y violento. Más tarde se dio cuenta que en ese entonces no entendía. Sin embargo Dios permitió el sufrimiento que él causó. Varias de las gentes que sufrieron eran seguidores de Dios.
Pablo escribió sobre su sufrimiento personal que en ocasiones venia de la clase de persecuciones que el mismo había llevado a cabo anteriormente: «De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias» (2 Corintios 11:24–28).
En otras ocasiones, sufrió porque Dios optó por no ayudarle, para que lo mejor de lo mejor resultara de sus dificultades: «Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera. Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mi. Y me ha dicho, ‘Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad’. … Por lo cual por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:7–10).
Uno de los conceptos que Samuel Beckett no pudo aceptar en sus días de estudiante era a lo que Pablo se refería en Colosenses 1:24: «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia».
Este es un versículo difícil, especialmente porque es traducido del griego. Una de las explicaciones más satisfactoria es que «las aflicciones de Cristo» no se refiere a su sufrimiento final sino a las penas o tribulaciones que precederán a su venida (véase Apocalipsis 8:13). Pablo vio sus sufrimientos por la iglesia como una contribución a estas penas para que Cristo pueda venir. La frase «las aflicciones de Cristo» en ningún lado aparecen en referencia a su crucifixión. Es más, no pueden estar incompletos.
Si esto es verdad, entonces Beckett basó su rechazo a la creencia en parte a un malentendido, trasmitido por un amigo de la familia, Canon Dobbs.
Pablo proporciona un entendimiento más claro de la relación entre los sufrimientos de Cristo y los propios del creyente cuando escribe: «Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, … a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (Filipenses 3:8–11).
PERFECCION A TRAVES DEL SUFRIMIENTO
Anteriormente mencionamos una referencia a los sufrimientos de Cristo en los escritos de C.S. Lewis. Este dijo, «No intento mostrar que la antigua doctrina cristiana de hacerse “perfecto por medio del sufrimiento” no es increíble».
Esta es una referencia a Hebreos 2:9–10: «Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos».
He aquí una idea que es ajena a la mayoría si no es que a todas las demás creencias religiosas—que podemos llegar a ser perfectos por el sufrimiento. No obstante eso es lo que Dios ordenó en su propio Hijo.
Nuestra inclinación natural es decir, «No me hables sobre el sufrimiento. No quiero encararlo. No quiero sufrir». Esta es una reacción humana absolutamente normal.
Fue la reacción de Cristo en el Getsemaní justo antes de la crucifixión: «Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. … Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: “Padre mío, si no puede pasar de mi esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”» (Mateo 26:39–42).
Cristo tenía que sufrir; Fue perfeccionado por medio de esos sufrimientos. Sus sufrimientos incluyeron más que los eventos inmediatos que le llevaron a su muerte y la crucifixión misma.
«Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados».
El hecho de que Cristo sufrió significa que ahora él es capaz de ayudar a los humanos de una manera más significativa. Ahí puede existir un lazo entre nosotros, sabiendo que entiende y está listo para ayudar: «Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado [probado], es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:18).
Entrando de lleno a la parte del drama humano y estando mal informado de la historia hasta ese punto, no hay manera de entender el gran plan y propósito en que Dios está trabajando a través de seres hechos de barro pero con libre albedrio y un futuro impresionante. Así es como concluye Pablo, «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18).
Esta es una verdad para permanecer en ella cuando vienen tiempos difíciles.