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(PARTE 3)
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Dándole seguimiento a la vida de Abraham, hemos llegado a nuestro estudio del Génesis en el capítulo 15 y a la cuarta vez que Dios se puso en contacto con él. Anteriormente Dios le había declarado que llegaría a ser una gran nación y recibiría Canaán como la Tierra Prometida (12:1–7; 13:14–17).
Ahora bien, el encuentro fue para volver a confirmar la promesa de un heredero y de sus descendientes. Después del resultado de la batalla contra los cuatro reyes, Dios le recordó a Abram que no debería tener miedo, porque Él era su escudo o protector. Por primera vez Abraham se dirige a Dios como Adonaí Yahweh («Señor Yahweh», 15:2), y le recuerda que ya han pasado varios años después de la promesa inicial y aún no tiene hijo. Se lo planteo a Dios, y le señaló que en este momento su heredero sólo podría ser Eliezer el damasceno, siervo nacido en su casa. Dios le respondió a Abram que de hecho tendría su propio heredero natural y que su descendencia sería tan innumerable como las estrellas (versículo 5). Esta es una de las tres maneras en que Dios describe la expansión de la progenie del patriarca. Otras son como el «polvo» (13:16) y la «arena» (22:17).
«Y lo llevó [Abraham] fuera, y le dijo: ‘Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia’».
La respuesta de Abram es lo que lo distingue como «el amigo de Dios» (Santiago 2:23). Se nos dice que, «Y creyó a Yahweh, y le fue contado por justicia» (Génesis 15:6). Porque expresó fe en lo que Dios dijo desde el momento de su llamado y estaba dispuesto a obedecerle, se le contó como un hombre justo. No recibió el don gratuito de Dios de ser considerado justo por haber hecho primeramente cosas buenas, sino por creer y tener fe en el Señor Dios. Abram continuó viviendo una vida (respetuoso de la ley) justa. Más tarde leemos en Génesis, «Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes» (26:5). Estas características diferentes le hicieron una figura clave en estudios del Antiguo Testamento, con frecuencia se le refiere como a «el padre de los fieles».
A continuación se encuentran Dios y Abram sellando con sangre su pacto referente a los descendientes y la tierra. Esto toma la forma de un ritual de sacrificio experimentado por Abram en una visión, mientras que estaba en un sueño profundo (15:7–21). El pacto de sangre era una antigua forma de dar significado a la solemnidad de un acuerdo, en el que cada parte, en efecto, prometía su vida (el derramamiento de su propia sangre) si había alguna violación. Aunque, aquí era Dios únicamente (tipificado con fuego y humo) el que pasaba entre las piezas divididas de los animales sacrificados, lo que demuestra el carácter incondicional de su compromiso con Abram.
Durante el transcurso del largo encuentro, Abram aprendió que su descendencia llegaría a ser un pueblo que sufriría esclavitud en una tierra extraña y después viajarían a la Tierra Prometida. Esto es, por supuesto, la predicción de la cautividad en Egipto por casi 400 años de los hijos de Israel y su liberación definitiva bajo Moisés. Cuando finalmente llegaron a los límites de Canaán, eran grandes en número; de hecho, Moisés usó el mismo término, como Dios en Su promesa a Abram: «Tus padres descendieron a Egipto con setenta personas, y ahora el Señor tu Dios te ha hecho como las estrellas del cielo en multitud» (Deuteronomio 10:22).
Aparentemente sin heredero
Al parecer Sarai la esposa de Abram, de igual manera, se encontraba frustrada por la falta de un heredero. Por lo menos ya han pasado 10 años desde la promesa. Su solución fue ofrecerle su sierva egipcia, Agar, a su esposo como medio para tener hijos (Génesis 16:2). Esta era una práctica aceptada en ese entonces, atestiguado en varios documentos antiguos no bíblicos. En tanto que la propuesta demostró falta de fe de parte de Sarai, no era un acto inmoral.
Sin embargo, esto trajo problemas. Cuando Agar concibió de Abram, esta comenzó a murmurar de su ama; pues pudo hacer lo que su señora no pudo. Al quejarse Sarai, Abram permitió que su esposa hiciera lo que quisiera con su sirviente. Debido al duro trato de Sarai, Agar ya preñada huyó al desierto, probablemente en dirección a Egipto, para solamente encontrarse ahí con el protector «Ángel del Señor». Siéndole dicho por este ser (que de hecho era Dios en forma visible) que regresara y se sometiera a Sarai, se le aseguró a Agar que su hijo llegaría a ser padre de una multitud, una promesa no muy desigual a la que le hizo a Abram (versículo 10). El nombre del hijo sería Ismael, que significa «Dios oye». Aunque llegaría a ser un hombre nómada, hostil y muy agresivo (versículo 12), Ismael recibiría de Dios considerables bendiciones materiales a través de su padre (17:20). Él es el progenitor de algunos pueblos árabes.
Dios se encontró con Abram por quinta vez, pero ahora como El Shaddai (17:1). Aunque por lo general traducido como «Dios Todopoderoso», existe una disputa sobre este término. El lenguaje de fondo, si consideramos que sea acádico (shaddu, significa «pecho») o hebreo (shadad, significa «ser fuerte» o «poderoso»), indica al Dios que sostiene y suple fortaleza, o que es fuerte. Abram debía «andar delante de [Él] y ser [llegar a] perfecto» (versículo 1). Esta vez Dios confirmó la promesa de que Abram tendría muchos descendientes y muchas tierras, además añadió que llegaría a ser «padre de muchas [o “una muchedumbre”] naciones … [y] reyes» (verses 4, 6). Su nombre será cambiado para reflejar esta expansión; llegaría a ser «Abraham», que significa «padre de una multitud» (versículo 5). Como hemos visto, Abraham ya tenía un hijo, Ismael, de donde también saldrían naciones y reyes. Como confirmación de este «pacto perpetuo» (versículo 7), Abraham, sus siervos, y cualquier varón nacido dentro de casa debía ser circuncidado (versículos 10–14). Esto incluía a Ismael (versículo 23). El cambio en el aspecto carnal serviría para recordarles de la alianza diariamente.
«Tener fe no es fácil. Se requiere una persistencia que está en contra del sentido común. Se llama a creer en un don de Dios que ninguno de los datos presentes pueden sustanciar».
El apóstol Pablo hizo referencia más tarde de los detalles de la promesa de este capítulo (versículos 4-6) en términos de Abraham llegando a ser «heredero del mundo» (Romanos 4:13)—es decir, en el sentido espiritual de ser el padre de todos los que creen, tanto Judíos y gentiles (versículos 16-18), quienes serán herederos del futuro mundo bajo Cristo (1 Corintios 3: 21b-23).
A Sarai la esposa de Abraham («mi princesa» en hebreo) también se le cambió el nombre. Le dijo Dios a su esposo que ahora sería conocida como «Sara» («la princesa» en hebreo) y que naciones y reyes también descenderían de ella (Génesis 17:15–16).
A estas alturas Abraham estaba pensando sólo en términos de su hijo natural de 14 años de edad, Ismael, como el heredero (versículo 18). Cuando Dios le explicó que Sara tendría un hijo dentro de un año y que ese niño sería el heredero a través del cual Dios continuaría su pacto, Abraham rió con incredulidad al pensar que un hombre de 100 años procrearía un hijo con una mujer de 90 (versículo 17). También Sara se rió (18:12–15) y su hijo sería nombrado Isaac (Yitzhak, «risa» o «el que ríe» en hebreo).
Dijo Dios que un año más tarde Sara tendría su hijo. Pasarían tres meses hasta la concepción, lo que le permitiría a Abraham sanar de su circuncisión y de los eventos que siguieron en Sodoma y Gomorra así como con Abimelec, rey de Gerar (capítulos 18–20).
Historia de dos ciudades
La sexta aparición de Dios a Abraham sucedió al calor del día, en algún momento durante ese período de tres meses, cuando estaba sentado a la puerta de su carpa, tres hombres se le acercaron, y les ofreció comida y bebida. Abraham utilizó el término «Adonaí» al dirigirse a uno de ellos, mostrando que reconoció a ese que era Dios mismo. El propósito de la visita era darle a conocer a Abraham de dos eventos inminentes: el embarazo de su esposa Sara, y la pesquisa de dos ciudades en el Valle del Jordán, en una de las cuales su sobrino Lot se había establecido. Una vez más en el libro de Génesis nos encontramos cara a cara con el problema de la maldad, en esta ocasión específicamente con respecto a Sodoma y Gomorra. Abraham y Lot estaban a punto de presenciar su destrucción.
Estas dos ciudades llegaron a ser sinónimo con el pecado y la degradación sexual, aunque dos ciudades aledañas, Adma y Zeboim, fueron también destruidas (véase Deuteronomio 29:23). En Génesis 19 se revela que parte del problema en Sodoma fue que los habitantes estaban resueltos con el abuso homosexual violento (verses 4–9).
Dios decidió decirle a Abraham que es lo que iba a suceder, así Abraham tuvo la oportunidad de abogar con Dios por los posibles inocentes que estaban en esas ciudades; sin duda estaba preocupado por su sobrino. La forma en que la historia se desarrolla, nos deja con un poco de duda de si habían al menos 10 habitantes justos en esas ciudades (Génesis 18:22–33). Algunas fuentes sugieren que la familia de Lot estaba formada por 10 (su esposa, dos hijos, dos hijas y sus esposos, además de dos hijas solteras [Génesis 19:12, 14, 8]), y así, puede que de entre sus parientes únicamente Lot era el justo (2 Pedro 2:7).
«La religión más complaciente quiere un Dios proveedor, no un Dios que ponga pruebas».
Los dos yernos de Lot, no habiendo puesto atención a la súplica de que dejaran la ciudad (Génesis 19:14), murieron ahí con sus esposas. Y en el proceso Dios tuvo que forzar a Lot a huir de la destrucción de Sodoma, su esposa también murió. Habiendo sido instruidos por Dios de no mirar hacia atrás (que simboliza el deseo por la vida en la ciudad materialista ; véase Lucas 17:32–33), desobedeció y murió incrustada de sal. Así que solo Lot y sus dos hijas escaparon (versículos 16–17, 26).
Abraham vio el humo de la destrucción subir como «el humo de un horno» (versículo 28) desde su punto de observación sobre las colinas elevadas no lejos del Mar Muerto. Entonces supo que las ciudades ni siquiera tenían 10 personas justas. Debido a Abraham, Dios guardo vivo a Lot (versículo 29).
Lot le rogó a Dios por abrigo esa noche en el pequeño pueblo de Zoar. Destituido, se fue de ahí a las montañas del este cercanas al Mar Muerto y moró por temor de más destrucción en una cueva. Ahí sus dos hijas, reducidas a la pobreza y sin promesa de futura familia, conspiraron en emborrachar a su padre y cada una tuvo un hijo con él (verses 30–38). Vivir en Sodoma tuvo influencia en ellas al grado de decidir por el incesto como respuesta a sus preocupaciones.
Los hijos fueron nombrados Moab («de mi padre» en hebreo) y Ben-ammi («hijo de mi congénere» en hebreo). La Biblia muestra que este desafortunado incidente fue el origen de los pueblos de Moab and Ammón (al centro y norte del Jordán), quienes después hostigarían a los descendientes de Abraham a través de Isaac, llamados «el pueblo de Israel». Lot pasó de la riqueza, como parte de la casa de Abraham en las colinas, a la destitución, habiendo escogido vivir de forma contigua, y después en Sodoma, sobre las planicies del Jordán.
A partir de aquí Lot se desvanece de la historia y no se le vuelve a mencionar otra vez.
Más lecciones acerca de la confianza
Después de la destrucción de las ciudades de la llanura, Abraham se mudó al sur de Gerar. El rey del lugar, llamado Abimelec, tomo a Sara por esposa. Confuso con la declaración de Abraham quien dijo que Sara era su hermana (lo mismo quel causó problemas anteriormente con el faraón de Egipto—véase capítulo 12), Dios le informó al rey en un sueño, considérate muerto, por haber tomado la esposa de otro hombre. Protestó el rey diciendo que no era su culpa; ¿acaso no confirmaron tanto Abraham como Sara su relación? El rey convocó a Abraham y le restauró a su mujer. Esto revela el carácter incondicional de la relación de Dios con Abraham, a pesar de que estaba equivocado en su comportamiento. Dios se aseguraría de que su hijo nacería por medio de Sara, un nacimiento que estaba ahora a sólo unos meses de distancia.
Abimelec llamó a Abraham y escuchó que Sara en verdad era su hermana pero de madre diferente, que actuó de tal manera por temor a que le matasen y le quitaran la esposa. El rey le regresó a Sara y le dio ganado, siervos y acceso a la tierra (20:9–15). Como resultado, la casa entera de Abimelec fue librada de no tener hijos, lo cual le vino como resultado de haber tomado a Sara. El mismo Dios resolvería ese mismo problema, pero ahora con la misma Sara.
Dios mantuvo su promesa y visitó a la esposa de Abraham en el lapso de un año; esta dio nacimiento a Isaac y en esta ocasión se rió de felicidad (21:6). La descendencia de Abraham, quien para entonces ya tenía 100 años de edad, estaba asegurada. Su hijo fue circuncidado al octavo día conforme a los términos del pacto sellado. Sin embargo, a medida que el niño crecía, también así las burlas y risas hacia él por parte del primer hijo de Abraham (con Agar), Ismael. En el Nuevo Testamento, Pablo se refiere a ello como persecución (Gálatas 4:29).
Debido a la queja de Sarah, y en contra de la preferencia de Abraham, Dios le dio instrucciones para que enviara a Ismael y a su madre a otro lugar. Ismael también sería una gran nación «porque es tu descendiente», pero «en Isaac te será llamada descendencia» (Génesis 21:12–13, 18). Dios intervino por Ismael y Agar después de que perdieron su camino por el desierto, proporcionándoles con bebida. Su ahora hijo de entre 17 y 20 años creció para vivir como cazador en el desierto de Paran (entre el Négev y el Sinaí) y se casó con una egipcia como su madre (versículos 20–21).
Poco después de esto, Abimelec y Abraham se comprometieron a respetar el derecho del uno al otro sobre la tierra y los recursos hídricos (21:22–34). El rey reconoció que Dios estaba con Abraham, aun así no le confiaba por completo. Se dieron cuenta que ambos tenían motivos para la desconfianza y asentaron sus desacuerdos con un pacto de paz en Beerseba, que significa «pozo de siete», refiriéndose al regalo de los siete corderos de Abraham en el pozo, y «pozo del juramento», en referencia al intercambio de promesas. Como resultado, Abraham vivió por largo tiempo en Beerseba.
La prueba definitiva
Uno de los aspectos más desconcertantes de la relación de Dios con Abraham es su petición de que el hombre le ofreciera a su heredero en sacrificio. Habiendo esperado años para el cumplimiento de la promesa de un hijo con su esposa, ahora se le pedía que diera a su hijo en honor a Dios.
Para cuando Dios le hizo esta solicitud, Isaac era un hombre joven. El mandato de Dios estaba fraseado en el mismo lenguaje que utilizó al sacar a Abram de Ur de los Caldeos (12:1), y la voluntad de Abraham de simplemente obedecer es notablemente similar. Juntos padre e hijo emprendieron un viaje de tres días a la «tierra de Moriah» (22:2), acompañados por dos jóvenes siervos. Más delante el Monte Moriah sería llamado Monte de Sion (en Jerusalén), donde Salomón construiría el templo.
A cierta distancia de la montaña, Abraham e Isaac continuaron solos, dejando a los dos hombres atrás esperando su regreso. Que Abraham tenía en mente de que Dios de alguna manera solucionaría la existencia de Isaac como su heredero, queda claro en la afirmación «Esperad aquí, yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros» (versículo 5). De la forma en como pensó Abraham que pasarían las cosa, es un testimonio de su creencia de que Dios salvaría a Isaac o podría resolver su muerte sacrificial resucitándolo para que de hecho pudiera convertirse en el heredero por medio del cual se lograría la promesa de la descendencia. En el relato del padre que debe sacrificar a su hijo adorado para después acogerlo de nuevo, muchos lo han considerado un paralelo con Dios el Padre entregando a su propio hijo, Jesús, como un sacrificio voluntario por los pecados colectivos de la humanidad, para después a continuación restaurarlo por medio de la resurrección.
«Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar».
El libro a los Hebreos en el Nuevo Testamento describe el fundamental evento como sigue: «Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (Hebreos 11:17–19; véase también Isaías 53). Era una señal de la fe de Abraham, en la justicia del propósito de Dios, que estaba dispuesto a hacer el viaje y llevar a cabo el sacrificio sin lugar a dudas.
A medida que transcurrían las cosas, Dios intervino en el último momento para evitar la muerte de Isaac, con las palabras, «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Génesis 22:12). Esta era la evidencia que Dios buscaba, y el propósito de la prueba. En este momento un carnero sustituto al sacrificio fue visto atrapado en un matorral, y Abraham supo que Dios lo había proporcionado tal como le había dicho anteriormente a Isaac (versículo 8).
La obediente acción de Abraham resultó en la reconfirmación de los términos del pacto con estas palabras: «De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz» (versículos 17–18).
Abraham e Isaac regresaron a los dos jóvenes que estaban esperando, y juntos regresaron a Beerseba (versículo 19).
Los años posteriores
Algún tiempo después de su regreso, le llegaron noticias a Abraham acerca de la familia de su hermano Nacor. Aún vivían en el área que Abraham, Sara y Lot habían dejado hace muchos años atrás. Ya la familia había crecido mucho, y varios hijos le habían nacido a Nacor y su esposa Milca. Esta información sienta las bases para el matrimonio de Isaac con la nieta de Nacor, Rebeca (Génesis 24).
Lo que toma cartas en el asunto es la muerte y el entierro de Sara, quien murió en Hebrón, y Abraham fue para allá a lamentar por ella. Luego compró un lugar para el entierro a personas del lugar, hititas, poniendo en claro que su hogar ancestral ya no era más Harán, sino la Tierra de la Promesa (23:1–20).
Era Abraham ya viejo «bien avanzado en años» (24:1), decidió que era tiempo para buscarle mujer a Isaac entre sus parientes en Harán. Mandó a su siervo más antiguo (posiblemente Eliezer, nombrado en Génesis 15:2 como el encargado en la casa de Abraham varios años antes) a visitar la región, insistió que le prometiera que no se llevaría a Isaac en el viaje y que la prometida debería de ser de Beerseba (versículos 4–7). Si la mujer se negaba, el criado estaría libre de obligación. Igualmente enfática fue la instrucción de Abraham que no se le permitiera a Isaac tomar mujer de entre los cananeos (versículo 3).
La historia del viaje del siervo, la intervención de Dios, el acuerdo de la familia de Nacor, y la llegada de Rebeca para casarse con Isaac es contada en gran detalle (versículos 10–66). La culminación de la exitosa misión es resumida en el versículo 67: «Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se consoló Isaac después de la muerte de su madre».
Abraham después de la muerte de Sara tuvo seis hijos más con Cetura (25:1–2). El Génesis la nombra aquí como su esposa, mientras que en otros lados la describen como su concubina (1 Crónicas 1:32). A los hijos se les muestra como originadores de varios pueblos y tribus de Arabia, Sinaí y Jordania. Mientras vivió, Abraham proveyó para todos sus hijos herencias separadas a la de Isaac (Génesis 25:5–6). Al igual que Ismael, vivirían separados de Isaac al este de la Tierra Prometida.
El patriarca «murió en buena vejez, anciano y lleno de años» (versículo 8). Abraham tenía 175 años. El amor y preocupación de sus dos hijos mayores por él se encuentra escrita: «Y lo sepultaron Isaac e Ismael sus hijos» en el mismo lugar donde Sara. Es un punzante afijo en una vida de fe, rivalidades familiares, fracasos y bendiciones. El escenario está listo para la continuación de la descendencia a través de Isaac: «Y sucedió, después de muerto Abraham, que Dios bendijo a Isaac su hijo; y habitó Isaac junto al pozo del Viviente-que-me-ve» (versículo 11).
La próxima vez: Isaac y sus dos hijos Jacobo y Esaú.
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