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(PARTE 5)
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Jacob no había visto a su distanciado hermano Esaú desde hacía muchos años cuando regresó de Mesopotamia, su tierra natal. Naturalmente, tenía miedo de encontrarse al hombre al que le había despojado la bendición de su primogenitura. Sin embargo, a pesar de tener temor, su vida sería protegida. Una señal previa de esto fue su visión de ángeles, al acercarse a la casa. Jacob llamó a aquel lugar donde sucedido esto Mahanaim («los dos anfitriones»), una referencia a los anfitriones o campamentos de Dios y Jacob allí presentes (Génesis 32:1–2). De alguna forma similar se le habían aparecido a Jacob ángeles mientras regresaba a la ancestral tierra de su familia en Padan Aram (28:12). Ahí, Dios (Yahvéh) le había dicho, «He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho» (versículo 15, Versión Reina-Valera 1960).
DESARROLLANDO HUMILDAD
Jacob trató de apaciguar a su hermano enviando emisarios a Esaú a la tierra cerca de Seir, o Edom, al sur de Amón y de Moab (32:3–5). Los siervos regresaron para notificarle que Esaú venía a su encuentro con cuatrocientos hombres. Dicha perspectiva lo llenó de alarma, su primera reacción fue la de protegerse a sí mismo: dividió su campamento en dos, pensando en que en caso de un ataque perjudicaría solo a uno, de este modo permitiéndole escapar al otro. Su segunda reacción fue la de orar por protección al Dios (Elohim) de sus padres con una manera de pensar más humilde de la que hasta ahora hemos visto. Jacob dijo, «no merezco la bondad y fidelidad con que me has tratado» (Versículo 10); clamó a Dios por ayuda, recordándole de Su promesa anterior registrada en Génesis 28:13–15, así trayendo a memoria lo que Dios le había dicho a Abrahán: «De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como la arena que está a la orilla del mar, la cual no puede ser contada» (32:12; véase también 22:17). Jacob había salido sin nada más que un báculo en la mano, siendo protegido por más de 20 años, y regresó con una gran familia y bienes materiales.
«La Tora describe a los patriarcas y matriarcas en toda su complejidad humana para que podamos identificarnos con ellos y tomemos fortaleza de sus historias en lugar de verlos imposiblemente lejanos de todo lo que sabemos y son».
La estrategia de Jacob era enviar regalos a Esaú, mandando por delante a su séquito dividido en cinco manadas de animales —más de 500 en total. Con esto esperaba paulatinamente suavizar el corazón de su hermano para con él. Esa tarde Jacob y su familia permanecieron acampados en Galaad. Salvo que durante la noche, mandó a sus dos esposas, las dos siervas y sus once hijos al otro lado del río Jaboc, en la actualidad el Jordán, en camino al encuentro con Esaú. De ese modo quedando él en la ribera opuesta.
Esa noche luchó con lo que primero se describe como un misterioso visitante angelical (Versículos 24–28; Oseas 12:4). En realidad este era Yahveh Elohim, el que más tarde llego a ser Jesucristo. Aunque la cadera de Jacob se dislocó durante el forcejeo, se negó a soltarle hasta que el visitante le bendijese. La tenacidad en seguir el camino de Dios sería esencial para promover el desarrollo espiritual de Jacob, y este encuentro demostró su voluntad de no ser derrotado, sino en confiar en su Oponente. La bendición le vino en forma de cambio de nombre. Yahveh le pidió a Jacob su nombre de manera que este admitiera su naturaleza de «Sujeta-talones» o «Trapacero». Renombrándole Israel («Príncipe, o Vencedor, con Dios») enfatizando su dependencia en Dios y no en sí mismo. Después de esta extraordinaria experiencia, concluyó Jacob, «Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma» (Génesis 32:30). La palabra hebrea pen («cara») aparece varias veces en esta sección. No solamente Jacob estuvo cara a cara con Dios, sino que también apaciguó (llegó a un acuerdo) a su ofendido hermano, estuvo cara a cara con él y miró su rostro (Versículo 20).
Cuando los dos hermanos llegaron a corta distancia uno del otro, Jacobo se inclinó hasta el suelo siete veces mientras se aproximaba. Le llamó a Esaú «mi señor» y se refirió a sí mismo como su «siervo». Lejos de estar enojado, Esaú corrió a saludar a su hermano. Nuevamente, el importante concepto de dar cara a, aparece en la historia; Jacob le dice a Esaú, «Porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido» (33:10). Dios es misericordioso y clemente, Esaú demostró las mismas características. Insistió entonces Jacob que Esaú tomara las manadas, no como un regalo sino como su «bendición». En ese día los hermanos fueron reconciliados, Jacob dio a entender que visitaría a Esaú en Seir una vez que estableciera y descansara su casa (Versículos 11–17).
En esencia, Jacob le regresó a Esaú la bendición que Isaac erróneamente le había dado a él—una bendición de riqueza y poder: «Dios, pues, te dé del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti; Sé señor de tus hermanos, y se inclinen ante ti los hijos de tu madre. Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren» (27:28–29). Esta fue distinta a la bendición que Isaac le dio a Jacob cuando se fue a Mesopotamia. En esa instancia él había repetido la bendición en cuanto a la descendencia y la tierra especifica dada a Abrahán (28:3–4).
«Antes de que Jacob pudiera estar en paz con Esaú tuvo que aprender que él no era Esaú sino Israel—el que lucha con Dios y nunca deja ir».
Jacob e Israel
Otras personalidades en el Génesis experimentan cambios de nombre (Abram/Abraham y Sarai/Sara), y de ahí en adelante son los nombres que utilizan. En el caso de Jacob, tanto su antiguo como el nuevo nombre se utilizan después del cambio, y en algunas instancias reflejan las altas y bajas de su progreso espiritual.
Dentro de la historia de José, Jacob se usa 31 veces e Israel 20 veces. El Comentario Bíblico de La Palabra señala que «dado que Jacob es la forma normal, es la apariencia excepcional de Israel lo que necesita ser explicado». Sigue señalando que mientras «en la prosa Jacob siempre se refiere al individuo histórico, Israel a veces se refiere al pueblo» (véase Génesis 46:8; 47:27; 48:20).
Por otro lado, «Cuando Israel se utiliza como individuo, parece aludir a su posición como cabeza de clan» (véase Génesis 43:6, 8, 11; 46:1; 48:2), «Mientras que Jacob parece ser utilizado donde su debilidad humana es más evidente» (véase, por ejemplo, Génesis 37:34; 42:4, 36; 47:9).
El comentario explica que la etimología de los dos nombres apoya estas diferencias: Jacob significa «luchador» o «engañador», mientras que Israel significa «contendiente con Dios». Así «Jacob se convierte en Israel cuando su fuerza revive» (Génesis 45:28; 48:2). También «en esas instancias donde José está presente, al parecer se prefiere Israel» (Génesis 37:3, 13; 46:29–30; 48:2, 8, 11, 14, 20–21; 50:2).
Esta reversión por parte de Jacob mostró su progresivo acuerdo con lo que era más importante en la vida: buscar la cara de Dios y sus bendiciones, en lugar de la riqueza física y el poder que por derecho le pertenecían a Esaú. Jacob iba en camino a cumplir su destino como Israel en lugar de tratar de ser Esaú, el primogénito. Dicho esto, habría mucho más retos a la dedicación de Jacob con su nueva identidad en años futuros. Esto sería palpable en el continuo uso de sus dos nombres.
VIOLACIÓN Y VENGANZA
Posteriormente, el Génesis registra que Jacob le compró un terreno a Hamor, quien era propietario de los alrededores de la ciudad de Siquem (33:18–19). Señalando su nueva identidad, construyó un altar y le llamó El-Elohe-Israel («Dios, el Dios de Israel»). Sin embargo le aguardaban problemas.
Hamor era un jebuseo, de una de las tribus de Canaán. Poco después de la llegada de Jacob, su hija con Lea, Dina, formó una relación con «las hijas [mujeres] de esa tierra» (34:1). Esto dio lugar a su violación por el hijo de Hamor, Siquem.
Jacob parecía apático—quizás porque esta era la hija de Lea, la menos querida—y no hizo nada hasta que sus hijos, quienes cuidaban del ganado, se apresuraron a la casa con las noticias. En contraste, los hermanos de Dina estaban indignados. Sabiendo que su hermana se encontraba detenida en la casa de Siquem (Versículo 26), pretendieron entrar en un acuerdo de paz así como la mezcla de familias con los jebuseos. Una condición fundamental fue la circuncisión de los jebuseos varones. A pesar de que Siquem había profesado amor por Dina, y acordado a una circuncisión inmediata, siendo «el más distinguido de toda la casa de su padre» (Versículo 19), Simeón y Leví hermanos consanguíneos de Dina, atacaron y mataron a todos, saqueando (rapiñando) la ciudad además de tomar cautivos a mujeres y niños.
«Frecuentemente en Génesis, la narrativa [en el capítulo 33] ilustra el triunfo de las promesas divinas a pesar de la locura y falibilidad humana».
Sus acciones atribularon enormemente a Jacob, y se tornó temeroso por represalias de los pueblos nativos. En cuanto a Simeón y Leví, ninguno mostró remordimiento (Versículos 30–31), por sus palabras condenaron a Siquem y quizás hasta a Jacob: «¿Debió de tratar a nuestra hermana [no “tu hija”] como a una prostituta?» (NVI, énfasis añadido).
DE REGRESO A BETEL
Cuando huyó de Esaú, Jacob dejó la región vía Betel. En ese lugar, había tenido una visión con ángeles que subían y descendían por una escalera que llegaba hasta el cielo, además se le aseguró que la primogenitura de sus descendientes y una tierra específica era suya, y no de Esaú. Ahora Dios (Elohim) le dijo que regresara allí y le construyese un altar.
Jacob obedeció con gratitud por la protección y la prosperidad que había recibido en los últimos años y aprovechó la oportunidad para purgar su hogar (incluyendo los cautivos de Siquem) de ídolos y joyería relacionada: «Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas» (35:4, ESV). También se limpiaron ritualmente como parte de su purificación.
Jacob llamó al lugar del altar El Betel («el Dios de la Casa de Dios»), «Porque ahí Dios [Elohim] se le apareció cuando huía de la presencia de su hermano» (Versículo 7). En la versión de este pasaje en lenguaje hebreo, existe un recordatorio de la pluralidad de Dios, no solamente dentro del término Elohim, sino también en el plural de la tercera persona en el verbo niglu («apareció» o «reveló»). Debería entonces literalmente leerse, «porque ahí Elohim se le revelaron a él».
En una segunda aparición a Jacob después de su regreso de Padan Aram, Elohim reconfirmó el nuevo nombre de Jacob, Israel, y las promesas de la tierra y la descendencia hecha a Abrahán e Isaac (Versículos 9-15). En este encuentro con Dios se refiere a sí mismo como El Shaddai («Dios Todopoderoso») como lo había hecho con Abrahán (17:01). En tanto que le dijo a Abrahán que iba a ser padre de Hamon (muchas o multitud) de naciones, Jacob / Israel se convertiría en una nación y un Kahal (comunidad o congregación) de naciones. Esta aparición tuvo lugar una vez más en Betel, donde Jacob había levantado un pilar de piedra en señal de recuerdo y agradecimiento (Véase Génesis 28:18-19).
A pesar de este indiscutible fuerte parabién del favor de Dios, una vez más la tragedia golpea a Jacob mientras viajaba hacia el sur. Raquel su esposa murió después de haber dado nacimiento a su segundo hijo, Benoní («Hijo de mi tristeza»), nombrado más tarde Benjamín («Hijo de la mano derecha») por Jacob. Raquel fue sepultada cerca de Belén, Jacob levantó otro pilar par macar su tumbase (35:18–20).
El dolor de Jacob por la muerte de Raquel, no era la única aflicción en ese momento. Poco después que la familia se hubo instalado en la región, Jacob se enteró que Rubén, el mayor de sus hijos, había tenido sexo con Bilá, una de las concubinas de su padre, madre de sus medios hermanos Dan and Neftalí (Versículo 22). Esto resultó en la perdida de la primogenitura de Rubén (49:4; 1 Crónicas 5:1). Lo que Rubén hizo fue una infracción a las leyes de incesto y posiblemente un intento por elevarse a sí mismo por encima de Jacob. Las tensiones entre, sus mujeres y sus familiares fueron haciendo cada vez más evidentes.
El toledoth o recuento de la vida de Isaac termina en este punto con el registro de su muerte en Hebrón. Esta vez, Jacob y Esaú se reunieron nuevamente para enterrar en la cueva de Macpela a su difunto padre de 180 años de edad, en donde los restos de Abrahán y Sara habían sido depositados (Génisis 49:29–32). Debido a que Isaac vivió doce años más que Jacob esta sección encuentra fuera de secuencia cronológica. El estilo del Génisis es el de terminar un recuento generacional antes de comenzar otro.
GENEALOGÍA
La siguiente sección es dedicada a los descendientes de Esaú (conocido también por el nombre como pueblo Edom), que nacieron de sus esposas en Canaán y Seir. También detalla a las personas claves e individuos que habitaron Seir, los horeos, autóctonos del lugar, antes de que arribara Esaú y con los que su familia se llegó a relacionar (36:1–43). Dentro de esta lista se destaca un nombre Amalec, cuyos descendientes jugaron un papel dentro de la continua historia del pueblo de Israel.
Amalec era el nieto de Esaú a través de su hijo Elifaz y la concubina Timna oriunda del lugar (Versículo 12). Los amalecitas eventualmente vivieron en el Sinaí y el Négev, y fueron los primeros en atacar al pueblo de Israel camino a la tierra prometida después de salir de Egipto (Éxodo 17:8–16). Aunque derrotados en esa ocasión, se convirtieron en una espina en el costado para Israel durante siglos, en particular después que los israelitas habían entrado a la tierra (Jueces 6:3) y nuevamente durante los días de Saúl y David (1 Samuel 15:1–9; 27:8). Durante el reinado de Ezequías, rey de Judá, algunos de la tribu de Simeón derrotaron un remanente en Seir (1 Crónicas 4:42–43).
En cuento a Jacob, lo que le sucedió en términos de continuar con la historia de los descendientes de Abrahán en últimos términos directamente ligada a su hijo José, aunque también las historias de Rubén y Judá también son importantes al interactuar con Jacob y José.
El toledoth de Jacob comienza en Génisis 37 y continúa hasta el final del capítulo 50. El primogénito de Jacob y Raquel fue por el cual el pueblo de Israel llegó a habitar en Egipto hasta su eventual éxodo bajo Moisés.
LOS PROBLEMAS DE JOSÉ
La historia de José comienza en detalle cuando este tenía 17 años pastoreando las ovejas de su padre (37:2). José era el favorito de su padre, nació durante la vejez de Jacob, a los 90.
Los hermanos con los que al parecer más se asoció fueron los hijos de Bilá y Zilpa, las siervas de las esposas de Jacob. Aunque eran mayores que José, este no tenía miedo de reportar de su mala conducta a su padre (Versículo 2). La tensión causada por esto solo agregó el disgusto que varios hermanos tenían por José, pues era el preferido de su padre. Jacob mostró su total preferencia al hacerle a su hijo una túnica especial (ketonet passim) que significaba autoridad (Versículo 3). En el hebreo no significa túnica o capa de varios colores, traducido con frecuencia, sino una túnica larga con mangas largas usado por la realeza.
Todo esto le dificultó la vida a José: «Al ver sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos ellos, lo odiaban y no podían hablarle de manera pacífica» (Versículo 4). Su odio se agravó cuando José contó sobre el sueño que tuvo en donde él era superior a al resto de sus hermanos, quienes se inclinaron ante él. Al parecer José no se daba cuenta que sus sueños y comentarios no le estaban acarreando amigos. José añadió un segundo sueño en donde desempeñaba un papel superior. Jacob respondiendo a esto dijo: «¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?» (Versículo 10).
Sin embargo, Jacob, a diferencia de los envidiosos hermanos, pensó en lo que este sueño podría significar.
«El texto relata las faltas [de fe] en Abrahán, en Isaac, y en Jacob, pero no se mencionan faltas en el caso de José».
Algún tiempo después, Jacob envió a José a buscar a sus hermanos, que estaban alimentando el rebaño lejos de casa (Versículos 12–17). Cuando José los encontró puso en marcha una cadena de acontecimientos que traería tanto angustia como bendición a la familia durante muchos años. Los hermanos de José tuvieron la oportunidad de librarse de él y de sus molestos sueños. Al principio planeaban matarlo y decirle a su padre que un animal salvaje se lo había llevado. Fue sólo la intervención de Rubén que impidió el asesinato y buscó poner a José en un pozo, tal vez una cisterna de agua seca. Como primogénito, sin duda alguna se sintió responsable en proteger a José y planeó en rescatarlo más tarde y regresarlo a Jacob (Versículos 21–22).
A estas alturas, Rubén debió haberse ido por un tiempo, pues cuando regresó José ya no estaba. Lo que había sucedido en el ínterin fue que una caravana en ruta a Egipto había pasado, y por sugerencia de Judá el resto de los hermanos habían vendido al de 17 años a mercaderes ismaelitas (Versículos 25–28) por el precio de 20 siclos (véase Levítico 27:5). Aquí la ironía es que, estos descendientes del hijo no elegido de Abrahán, Ismael, habían negociado con algunos de los bisnietos de Abrahán por su hermano elegido José, llevándolo de Canaán, la tierra de la promesa, para venderlo en Egipto, el lugar de nacimiento de la madre de Ismael. Sin embargo, nuevamente en la historia del Génesis veremos evidencia de la fidelidad de Dios a su promesa hecha a Abrahán.
Cuando los hermanos regresaron a mentirle a Jacob por lo de su hijo, aunque su supuesta muerte no era ya necesaria, cruelmente continuaron con la farsa y trayendo su abrigo manchado con sangre de cabra como prueba. Se trata de una doble ironía si tenemos en cuenta que Jacob había engañado a su padre con el uso de cubiertas de piel de cabra y de prendas de vestir de su hermano.
Los hermanos se unieron a la mentira, tratando de consolar a su padre, pero «él no quiso recibir consuelo, y dijo, “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol”» (Versículo 35). Indolentes como eran, le dejaron que sufriera años.
En cuanto a José, había sido vendido a un oficial egipcio de alto rango llamado Potifar (Versículo 36), en donde primero sería estimado y después traicionado en su camino al reconocimiento y gran poder bajo Faraón mismo.
La próxima vez, el pecado de Judá, el éxito de José, y los hijos de Jacob (una vez más).
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