Hijo del Trueno, Apóstol del Amor
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(PARTE 15)
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En esta serie sobre los apóstoles de Jesucristo, hemos llegado a la vida del último apóstol con que sobrevive: Juan. Hacia finales del tumultuoso siglo primero, Juan había experimentado todas las delicias y decepciones de la vida como seguidor de Jesús. Había estado allí desde el comienzo del ministerio de Jesús, había sido testigo de la transfiguración de su Maestro y sabía quién era Jesús. Había visto a miles de personas llegar a la recién formada Iglesia del Nuevo Testamento —tres mil un día, y cinco mil más poco después— y había cuidado de la madre de Jesús, María, quizá llevándola consigo a Éfeso.
Juan también había luchado con la expansión cada vez mayor de las ideas gnósticas. Un supuesto compañero ministro incluso había evitado que impartiera sus enseñanzas. Había estado cautivo en Patmos, una isla prisión romana, y durante su estancia allí a mediados de la década del 90 d.C. —periodo en el cual ya estaba bastante anciano— recibió la abrumadora serie de visiones conocidas como Apocalipsis, o las Revelaciones.
Todo esto sucedió en un periodo de aproximadamente 70 años. Se piensa que Juan vivió hasta el reinado del emperador Trajano (98–117).
Como ya se señaló, al parecer Éfeso se convirtió en su base después de la partida de la Iglesia de Jerusalén a finales de la década del 60, cuando huían de los romanos. El diccionario Anchor-Yale Bible Dictionary señala que: «La tradición común de la iglesia afirmaba que, luego de su papel de liderazgo en la iglesia de Jerusalén, Juan se mudó a Éfeso, donde vivió hasta una edad avanzada y murió de muerte natural. La tradición fue resumida por Eusebio».
El historiador de la iglesia, Eusebio de Cesarea, quien escribió a finales del siglo tres y principios del siglo cuarto, a menudo citaba a escritores anteriores cuya obra en algunos casos ya no existe. Eusebio mencionó a algunos de ellos como seguidores de la tradición de que Juan vivió en Éfeso, que trabajó allí y que se encontraba vivo a finales del siglo primero. Una de sus fuentes fue Ireneo (130–202), cuyas obras aún existen. Ireneo señala que obtuvo informes acerca del ministerio de Juan en Éfeso por Papías (60–130) y Policarpo (70–156), cuya vida se traslapó con la de Juan. Policarpo fue, de hecho, un discípulo de Juan. Otros también testificaron sobre el ministerio de Juan en Éfeso, aunque los textos pertinentes sólo existen en la medida en que fueron citados por escritores posteriores, como Eusebio.
HIJOS DEL TRUENO
En la Biblia, el apóstol Juan es mencionado por su nombre 30 veces, en Mateo, Marcos, Lucas, Hechos y Gálatas. Su primera aparición se encuentra en el libro de Mateo: «Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron» (Mateo 4:18–22).
Aquí se nos presenta a Juan como el hermano de Jacobo, ambos hijos de Zebedeo. Al parecer su madre era seguidora de Jesús y estuvo presente en la crucifixión. Quizá ella era una de aquellas mujeres que ayudaron a Jesús cuando estuvo en Galilea; a partir de algunas referencias en Marcos 15:40 y Mateo 27:56, su piensa que su nombre pudo haber sido Salomé. Cuando los hermanos dejaron a su padre para seguir a Jesús, los jornaleros se quedaron para ayudarle en su negocio de pesca. El hecho de que la familia tuviera suficiente dinero para contratar empleados sugiere que probablemente se trataba de un negocio exitoso (Marcos 1:20).
En el Evangelio de Marcos también leemos que así como Jesús le cambió el nombre a Simón, también les dio a estos hermanos un nombre especial: «Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: a Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos del trueno…» (Marcos 3:13–17).
«Jacobo, hijo de Zebedeo, y Juan hermano de Jacobo (a quienes puso por nombre Boanerges, que significa, hijos del trueno)».
Quizá ésta sea una clave respecto a su naturaleza. Tres ejemplos muestran por qué Jesús pudo haberles dado ese nombre, cada uno de los cuales brindó la oportunidad de enseñar ciertos principios. Estas experiencias sin duda afectaron a Juan, quien no escribió los libros que tenemos sino hasta cerca del final del siglo primero. Para el tiempo en que los escribió ya era una persona bastante madura; sin embargo, tiempo antes parece que era un hombre muy diferente.
TRES EJEMPLOS
En cierto momento del ministerio de Jesús, Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa» (Marcos 9:38–41).
Aquí Jesús hablaba de tener un enfoque más mesurado con respecto a los acontecimientos de la vida y de no alterarse de inmediato por las cosas que suceden. No dice que Cristo consideraba a todos los que hacían cosas en Su nombre como que Lo representaban, o como que de alguna manera eran iguales. Muchas personas malinterpretan este pasaje pensando que significa que el trabajo de todos es igualmente válido en tanto usen el nombre de Cristo, pero Jesús no dijo eso. De hecho, él solo dijo: «Relájate y no te exaltes por ello. Si eso es lo que están haciendo, mientras no se nos opongan, entonces está bien». No dijo: «Todos somos iguales» o «Vamos y unámonos a ellos». Simplemente dijo: «Déjalos en paz».
En un segundo ejemplo, Marcos relata que «Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos» (Marcos 10:35). Ésa es toda una expresión. «¿Por qué no simplemente nos das todo lo que pidamos?».
«El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda» (versículos 36–37).
Ése fue un atrevimiento extremo, una ambición manifiesta. Jesús aprovechó la oportunidad para enseñar sobre la humildad y no para comportarse como muchos líderes en el mundo, no como hacen los seres humanos. «Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís… el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (versículos 38–45).
«El que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos».
En ese entonces los hermanos ya habían estado con Jesús por alrededor de tres años, pero ¿cuál era su estado de ánimo?
Aquí viene el tercer ejemplo, que quizá ilustre mejor la idoneidad del título que Jesús les dio: «Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos. Mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea» (Lucas 9:51–56).
A pesar de este fuerte, demandante, exaltado e impetuoso aspecto de la naturaleza de los hermanos, Juan fue posteriormente conocido, no como «hijo del trueno», sino como el «apóstol del amor» por su promoción del amor extrovertido como un atributo piadoso. Como vimos en el caso de Pedro (consulte las Partes 13 a 15 de la Serie Los Apóstoles), ésta es una muestra de cuánto puede cambiar una persona bajo la guía de Dios.
UN LÍDER EN DESARROLLO
Conforme maduraron, los dos hermanos fueron escogidos para un rol importante. La pronta inclusión de Jacobo y Juan en la lista de discípulos (Mateo 10:2–3) refleja, en parte, el orden cronológico de su llamado, pero también indica su futuro liderazgo basado en sus experiencias desde principios del ministerio de Jesús.
Por ejemplo, estuvieron presentes cuando Jesús realizó uno de los primeros milagros. «Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella. Entonces él se acercó, y la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente le dejó la fiebre, y ella les servía» (Marcos 1:29–31).
Los dos hermanos también se encontraban entre los pocos que presenciaron la resurrección de la hija de Jairo (un líder de la sinagoga local): «Vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva. Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña… Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate. Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó…» (Lucas 8:49–55).
Más tarde, Jacobo y Juan acompañaron a Jesús a la cima de un monte y vieron una visión de su Maestro en el reino de Dios: «Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz» (Mateo 17:1–2). Juan lo vio y quedó convencido, y esto se convirtió en un aspecto importante de su biografía.
«Y se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?”»
De acuerdo con Marcos, la explicación de Jesús del final de los tiempos estuvo dirigida a Jacobo, Juan y otros dos: «Y se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?» (Marcos 13:3–4).
Y, una vez más, cuando llegó el tiempo de la última cena pascual, Juan fue uno de los dos discípulos enviados a prepararla: «Llegó el día de los panes sin levadura [es decir, el inicio de la Pascua], en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua. Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la comamos» (Lucas 22:7–8).
Por último, durante el periodo de mayor intensidad en la vida de Jesús, en el huerto de Getsemaní, «tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse» (Marcos 14:33).
MAYOR PRESENCIA DE JUAN
A Juan ya no se le vuelve a mencionar en los tres Evangelios sinópticos mientras continúan su relato sobre la muerte y resurrección de Jesús, y el Evangelio de Juan no lo menciona en lo absoluto, al menos no directamente.
Sin embargo, se le vuelve a mencionar al comienzo del libro de Hechos: «Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, situado aproximadamente a un kilómetro de la ciudad. Cuando llegaron, subieron al lugar donde se alojaban. Estaban allí Pedro, Juan, Jacobo, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo… Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María» (Hechos 1:12–14, NVI).
Observe que Juan, a quien Jesús le había pedido que cuidara de Su madre (Juan 19:26–27), ahora tiene precedencia sobre Jacobo, un indicio de su papel en desarrollo.
Para entonces a Juan se le relaciona a menudo con Pedro, y esto continua a lo largo de los primeros capítulos del libro de Hechos: «Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento… Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó… Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón» (Hechos 3:1–11).
Pedro les explicó cómo es que todo había sucedido. El relato en el libro de Hechos señala que Juan también participó en la conversación, y que su discurso atrajo la atención de los líderes religiosos: «Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil. Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas… y poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?» (Hechos 4:1–7).
Pedro les dijo cómo había sucedido y quién era Jesús. Aunque el crédito es para Pedro cuando habla, fue el valor de ambos hombres el que desconcertó a los líderes religiosos: «Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús» (versículo 13).
Incapaces de actuar en contra de los dos hombres, los líderes religiosos los liberaron. «Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios… Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios» (versículos 23–31).
Ésa fue otra experiencia que muestra el ministerio continuo de Juan.
MÁS CRECIMIENTO
El papel de Juan continuó creciendo conforme la joven Iglesia iba en aumento. Cuando el evangelio se extendió a la región norte de Judea a través de Felipe, y «los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús» (Hechos 8:14–16).
Uno de los bautizados era Simón el Mago, pero éste, involucrado como estaba en el gnosticismo incipiente, tenía motivos ocultos. Juan estuvo presente cuando Pedro reprendió severamente al falso maestro (versículos 17–23). Ése fue un acontecimiento importante, pues Juan más tarde tendría que lidiar con las influencias gnósticas dentro de la Iglesia.
Con el tiempo, Juan fue mencionado por Pablo como uno de los tres líderes en Jerusalén luego de la muerte y resurrección de Cristo. Pablo escribió: «Como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo [el hermano de Jesús], Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión» (Gálatas 2:7–9).
En la próxima ocasión exploraremos aún más el papel en desarrollo de Juan, así como sus escritos.
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