Un sueño que acabó mal
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(PARTE 2)
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Viena, marzo 22, 1938 – Anna, una judía austriaca, ha sido arrestada y llevada a los cuarteles generales de la Gestapo en el Hotel Metropole. Mientras espera en un corredor, teme que el día pueda terminar sin un interrogatorio y que por la noche sea echada de allí para esperar su deportación o ejecución.
Sus ancianos padres la esperan en casa con ansia; su padre da vueltas por la habitación y fuma sin cesar sus habanos de marca. El médico familiar, Max Schur, está al pendiente de él y más tarde registraría que el padre de Anna ha tenido el peor día de su vida.
Para el alivio de la familia, Anna regresa a casa y explica que los interrogadores nazis querían asegurarse de que la sociedad internacional de su padre se trataba realimente de un grupo científico y no de una organización política.
FAMA EN EL EXILIO
Los acontecimientos de ese día estaban siendo cuidadosamente observados desde la distancia por el embajador estadounidense en Francia, William Bullitt. Él y el padre de Anna, Sigmund Freud, habían sido coautores de un estudio psicológico del Presidente Woodrow Wilson (no publicado sino hasta 1967). Uno de los protegidos de Bullitt era el cónsul general de Estados Unidos en Viena, y juntos estaban trabajando para liberar al psicoanalista y a su familia de los cada vez mayores peligros para la comunidad judía. Muy pronto se les unieron el secretario de Estado de los Estados Unidos, Cordell Hull, junto con el embajador alemán en París y el embajador estadounidense en Berlín. Luego de varias visitas a los abogados y a las autoridades nazis en Viena, se obtuvo el permiso para que Freud, su esposa, Martha, y Anna salieran de Austria. Abordaron un tren rumbo a París y luego a Londres, a donde llegaron el 6 de junio.
A los 82 años, exiliado y enfermo de cáncer en la mandíbula, Sigmund Freud hizo de Inglaterra su residencia final. Allí lo buscarían los famosos y otros no tan famosos como lo habían hecho en Viena: H.G. Wells, Salvador Dalí, Virginia y Leonard Woolf, Blanche Knopf (esposa del editor estadounidense, Alfred Knopf), entre muchos otros. Freud habló de «la multitud de cazadores de autógrafos, tontos, locos y santurrones que envían folletos y evangelios queriendo salvar mi alma, mostrarme el camino a Cristo e iluminarme acerca del futuro de Israel... En resumen, por primera vez y tarde en mi vida supe por experiencia lo que es la fama».
Si hoy estuviera vivo, Freud seguramente vería que su fama se ha esparcido por muchas áreas y que sus conceptos se han vuelto parte del lenguaje y de la estructura mental de todos, ya sea que hayamos leído o no sus obras. ¿Quién no se ha preguntado acerca del significado de los sueños, el impacto que tuvieron sus padres en su niñez, la figura paterna, los bloqueos emocionales, el ego, el desliz freudiano y el poder del «inconsciente»? ¿Cuántas películas, obras de teatro y novelas han hablado de los recuerdos reprimidos, el complejo de Edipo, la agresión sublimada, el amor materno y el deseo de morir?
El 10 de noviembre de 1938 Freud anotó en su diario: «Pogromos en Alemania». La noche anterior los nazis habían cometido actos violentos y destruido propiedades judías en toda Alemania. Viena no se salvó de la Kristallnacht — la noche de los cristales rotos. Freud temía por sus cuatro hermanas mayores, quienes se habían quedado en Viena. Consiguió la ayuda de su amiga y su apoyo financiero, Marie Bonaparte, pero fue en vano. Ya era demasiado tarde para muchos de los que se habían quedado. Una de sus hermanas murió posteriormente de hambre en el campo de concentración de Theresienstadt, mientras que las otras tres fueron asesinadas en uno de los campos de exterminio nazi.
Freud nunca supo lo que ocurrió con sus hermanas y jamás regresó a Austria. Murió en su hogar en Londres, ubicado cerca del Regent’s Park, el 23 de septiembre de 1939. En un trato que había hecho con su médico 10 años atrás, Freud había decidido que no debía sufrir más allá de cierto punto. Cuando se dio cuenta de que el final estaba cerca le recordó a su médico esta promesa. Schur cumplió con los deseos de su paciente y aceleró la muerte de Freud con tres inyecciones de morfina por encima de la media en dos días. Como concluyó su biógrafo, Peter Gay, Freud «se había hecho cargo de que se cumpliera su súplica secreta. El viejo estoico había mantenido el control de su vida hasta el final».
La comprensión de Freud acerca del funcionamiento de la mente humana ha influido muchas áreas de la vida, algunas de ellas en formas que son poco reconocidas.
Los últimos acontecimientos en la vida de Freud fueron, de muchas maneras, el trágico toque final de una vida envuelta en una gran controversia. Como el padre del psicoanálisis, fue adorado y vilipendiado al mismo tiempo. Freud sigue siendo un gigante décadas después de su muerte. Su comprensión del funcionamiento de la mente humana ha influido muchas áreas de la vida, algunas de ellas en formas que son poco reconocidas.
LA CIENCIA DE LA MENTE
En esta serie acerca de las seis ideas dominantes de la cultura moderna hemos examinado la obra de Charles Darwin y de Carlos Marx. Así como se piensa que ellos dejaron al descubierto los trabajos de biología y sociedad, Sigmund Freud es su igual en el estudio de lo que consideraba como la mecánica de la mente humana. Él se veía a sí mismo en el rol de sus ídolos, Darwin y el astrónomo, Johannes Kepler, de quien decía que había «puesto al mundo de cabeza». Con la ambición de hacer lo mismo, Freud se consideraba a sí mismo como un héroe científico.
Poco después de su llegada a Londres tres secretarios de la Real Sociedad visitaron al famoso psicoanalista llevando consigo el registro de miembros para que lo firmara, y le dejaron una copia. Con gran orgullo Freud le escribió a un amigo: «Si estuvieras conmigo podría mostrarte las firmas desde I. Newton hasta Charles Darwin. ¡Buena compañía!».
Darwin, Marx y Freud adoptaron los que consideraban como los modelos científicos de sus teorías. Los tres llevaron una vida llena de paradojas.
Darwin, Marx y Freud adoptaron los que consideraban como los modelos científicos de sus teorías. Los tres llevaron una vida llena de paradojas y todos ellos tenían ideas bien diferenciadas acerca del comportamiento humano, incluyendo la religión.
La explicación freudiana de la vida mental del ser humano es que todos somos el resultado de los oscuros movimientos de una mente inconsciente desarrollada en la niñez más temprana y durante la adolescencia, y que es sexual por naturaleza: un reservorio de deseos incestuosos no satisfechos. Freud buscó descubrir y exponer las leyes universales de la mente, basándose en algunos casos estudiados en Viena a principios del siglo XX, así como en los sueños y experiencias propias que él mismo analizó.
PÉRDIDAS INFANTILES
Hijo de padres judíos, Sigismund Schlomo Freud nació en 1856 en Příbor, Moravia, en lo que hoy es la República Checa. Fue el primer hijo de Kallamon Jacob Freud, un vendedor de lana, y Amalia Nathanson Freud. Jacob tenía ya dos hijos adultos de un primer matrimonio, quienes trabajaban con él mientras el joven Sigmund crecía. Příbor era una pequeña ciudad a unos 240 km (150 millas) al norte de Viena y luego fue parte del Imperio Austrohúngaro. Sólo alrededor del 3% de los habitantes de Příbor eran judíos, pues predominaban los católicos checos.
Freud creció en una atmósfera de tolerancia cada vez mayor hacia los judíos. Aunque sus padres no estaban inclinados a la religión, sí observaban el Purim y la Pascua como ocasiones sociales. Algo de antisemitismo era aún evidente, aunque las inseguridades y miedos de la niñez de Freud provenían de una fuente muy diferente. Pronto llegó otro niño, Julius, y los cuatro vivieron juntos en una habitación estrecha. Esto significaba que todos los aspectos de la vida familiar —nacimiento, relaciones conyugales, enfermedad y muerte— se encontraban muy a la mano.
Debido al negocio familiar, tres mujeres cuidaron de Freud durante su niñez: su madre, la esposa de su medio hermano y una nana checa, todas las cuales aparecen en su obra de mayor importancia sobre el psicoanálisis: La Interpretación de los Sueños (1900, 1913).
Antes de los dos años de edad Freud sufrió la pérdida de su hermano menor, quien falleció a los seis u ocho meses de nacido debido a una infección intestinal. El niño probablemente murió en casa y es factible que Freud estuviera presente. Al pequeño se le dio el nombre del hermano de 20 años de Amalia, Julius, quien falleció de tuberculosis alrededor de la fecha en que murió el bebé.
Así pues, en muy poco tiempo Freud experimentó la rivalidad de un nuevo hermano que competía por la atención de su madre para luego vivir la pérdida del bebé. Sin duda su madre se deprimió después de su doble pérdida y el joven Freud sufrió el retiro de su atención. Su madre tuvo otros seis hijos para cuando Freud tenía 10 años, lo que quizás denota la ansiedad y el miedo de perder a la figura materna que con frecuencia aparece en su obra escrita.
Alrededor de los dos años y medio de edad perdió a otra de sus figuras maternas, la niñera checa, a quien supuestamente se le sorprendió robando, por lo que fue arrestada y enviada a prisión. Ella había llevado con frecuencia a Freud a misa, donde él observó con gran interés al sacerdote y los rituales católicos. Como recordaría más tarde, la niñera le habló del infierno y ayudó en gran manera al pequeño Freud a darse cuenta de sus habilidades. Más adelante en su vida aún recordaría su poderosa influencia.
Cuando tenía tres años y medio fue víctima de más pérdidas debido al colapso del negocio de su padre, a la separación del clan familiar y a los problemas causados por el cambio de residencia en dos ocasiones en poco tiempo y a dos diferentes ciudades: primero a Leipzig y luego a la capital de Austria, Viena, donde vivió los siguientes 78 años.
Al parecer Freud supo compensar esas difíciles condiciones de su niñez adentrándose a la literatura épica y con lecturas sobre Alejandro el Grande, Napoleón y Hannibal. El griego Edipo, quien eclipsó a su padre y resolvió el Acertijo de la Esfinge, le fascinaba. Muchos de sus escritos posteriores están relacionados con estos temas y personajes. Su obra publicada abarca 24 volúmenes, mientras que sus cartas suman más de 20,000.
EL LADO OSCURO
Freud finalmente se convirtió en un médico y se especializó en la neuropatología, la psiquiatría y los beneficios farmacéuticos de la cocaína (este último interés ensombrecería grandemente su carrera una vez que uno de sus colegas se hizo muy adicto como resultado de las recomendaciones de Freud). Durante un breve periodo en París también se interesó en la hipnosis y en la posibilidad de que hubiera una explicación psicológica para ciertas enfermedades.
Durante su estancia en París Freud realizó investigaciones sobre la cocaína y él mismo consumió la droga hasta el punto de ocasionarle frecuentes problemas en los senos paranasales. En aquella época se pensaba que la cocaína mejoraba la función cerebral, la fuerza física y la potencia sexual.
Freud aparentemente consumió cocaína por primera vez el 30 de abril de 1884 durante la celebración anual de Walpurgisnacht (la noche de Walpurgis). De acuerdo con la leyenda, la víspera del 1º de mayo era la ocasión en que las brujas se reunían por última ocasión antes de que la luz del verano superara la oscuridad del invierno. Paul Vitz enfatiza en su libro de 1988, Sigmund Freud’s Christian Unconscious [El subconsciente cristiano de Sigmund Freud], que ese acontecimiento «de acuerdo con la tradición europea, [es] una reunión de brujas de toda Europa… para celebrar el mal, tener sexo con el Diablo y disfrutar de una orgía general».
Vitz señala que Freud fue víctima de frecuentes crisis depresivas, en especial después de trabajar arduamente en un proyecto, y cita una carta que el psicólogo escribió a su prometida poco tiempo después de Walpurgisnacht en 1884: «En mi última depresión severa volví a consumir coca y una pequeña dosis me elevó a las alturas de una manera extraordinaria. Justo ahora me encuentro ocupado reuniendo la literatura para un cántico de alabanza a esta mágica sustancia».
En este punto se muestra una interesante posibilidad. Freud se identificaba enormemente con el Fausto de Goethe, en donde Fausto, luego de haber hecho un pacto con el diablo, acompañó al ser demoníaco a una celebración de Walpurgisnacht. Algunos sostienen que el mismo Freud hizo un pacto similar en una etapa temprana de su carrera.
El demonio es ciertamente un tema importante en los escritos de Freud. Más adelante en su vida, durante un periodo de depresión especialmente difícil luego de mucho trabajo de investigación, escribió: «Los grandes problemas siguen sin resolverse. Es un infierno intelectual, círculo tras círculo de él, donde todo brilla y parpadea con irregularidad, y el contorno de Lucifer-Amor aparece en el centro más oscuro». También señaló: «¿No sabes que yo soy el Demonio? Toda mi vida he tenido que seguirle el juego al Diablo para que otros pudieran construir la más hermosa catedral con los materiales que he producido».
EN CONTRA DE SUS RAÍCES
A su retorno de París en 1886 Freud contrajo matrimonio con Martha Bernays, descendiente de un conocido rabino judío de Hamburgo, así como del poeta germano-judío, Heinrich Heine. Juntos tuvieron seis hijos, incluyendo a la favorita de Freud, Anna, quien también se convirtió en una destacada psicoanalista.
Freud estaba convencido de que las grandes religiones no tenían nada qué ofrecer al mundo científico. Si la ciencia había de prosperar, consideraba necesario acabar con la credibilidad de la religión.
A pesar de su relación con un linaje judío religioso, Freud estaba convencido de que las grandes religiones no tenían nada qué ofrecer al mundo científico. Eran las anticuadas añoranzas de una figura paterna protectora o de la seguridad y la comodidad de una madre amorosa. Si la ciencia había de prosperar, consideraba necesario acabar con la credibilidad de la religión. Escribió: «De los tres poderes que pueden disputar a la ciencia su territorio [religión, arte y filosofía], el único enemigo serio es la religión».
En El Porvenir de una Ilusión (1927, 1928) señaló que la fe era una especie de trastorno mental, una «neurosis obsesiva universal», y concluyó que la religión es una ilusión, o incluso una falsa ilusión, que debemos superar tras reconocer que Dios es simplemente una figura paterna inventada.
Freud no sólo planteó a Dios como una figura paterna imaginaria, sino que fue aún más lejos al combinar a Dios con el Demonio como las dos caras de la misma moneda. Escribió: «No se requiere mucha astucia analítica para adivinar que Dios y el Demonio fueron originalmente una y la misma persona, una sola figura que luego se separó en dos con características opuestas… El padre es así el prototipo individual tanto de Dios como del Demonio. El hecho de que la figura del padre primario fuera la de un ser con posibilidades ilimitadas de hacer el mal, lo que se asemeja mucho más al Demonio que a Dios, debió dejar un sello indeleble en todas las religiones».
Al final de su vida Freud se dio el tiempo de escribir un libro en donde hablaba una vez más de su origen religioso. Había sido influido por las que conocía como las creencias de sus ancestros judíos. El libro de David Bakan, Sigmund Freud and the Jewish Mystical Tradition [Sigmund Freud y la Mística Tradición Judía] (1958), explica en detalle parte de esa influencia. También había quedado impresionado a una muy corta edad por su temprano contacto con la Iglesia Católica Romana a través de su niñera favorita. Vitz plasma esta conexión en su libro, Sigmund Freud’s Christian Unconscious. Para el momento de su exilio en Londres, Freud ya estaba listo para publicar Moisés y la Religión Monoteísta, basado en artículos que ya había escrito.
A sus colegas les preocupaba que pudiera encontrar una gran oposición de las comunidades judía y cristiana debido a su opinión de que Moisés no era realmente un israelita, sino un egipcio que había asumido el control de una tribu semítica y había forzado en ella el monoteísmo. De acuerdo con su versión de la historia, para Freud la religión no era simplemente algo que el Moisés egipcio había aprendido del faraón Akenatón, sino que Moisés fue luego asesinado por los israelitas.
La figura de Moisés fue fascinante para Freud durante la mayor parte de su vida adulta; era obvio que deseaba deshacerse de la figura dominante en la vida judía y de todo lo que representaba. De acuerdo con Bakan: «En su reconocimiento y aceptación del complejo de Edipo, Freud intentó reescribir la Ley de Moisés de una manera que fuera más compatible con el espíritu prevaleciente de la libertad. Trataba de rehacer y de cambiar nuestras concepciones acerca de la moralidad de una forma que hiciera posible para el individuo vivir una existencia más rica y menos difícil, libre de los tabúes que le había impuesto el judaísmo para su supervivencia y que habían sido aceptados por el mundo cristiano como una forma de vida».
Saber que sus ideas eran iconoclastas no impidió que Freud publicara lo que creía necesario en pro de la verdad; fue muy perseverante hasta lograr su publicación. Sin embargo, también dijo que era poco probable que sus ideas tuvieran mucha influencia. Quizás ésta era una forma de protegerse contra el fracaso. En una carta de 1939 dirigida a uno de sus amigos escribió: «Nadie que busque consuelo en la Santa Biblia o en las oraciones de la sinagoga está en peligro de ver quebrantada su fe con mis sermones. Incluso pienso que ni siquiera llegará a saber lo que creo y defiendo en mis libros. La fe no puede ser destruida por tales medios. No escribo para la gente o para la masa de creyentes; sólo presento cuestiones científicas de interés para una minoría que no tiene una fe que se pueda quebrantar».
Lo que es interesante de esta afirmación es que ya había plasmado su material sobre Moisés en algunos artículos técnicos para la comunidad psicoanalítica, pero ahora Freud insistía en que estuviera disponible para el público. Esto fue una verdadera lástima pues, como menciona Bakan, «Moisés y la religión monoteísta es ciertamente una de las más burdas distorsiones del texto bíblico de los tiempos modernos de parte de un especialista acreditado».
CONCEPTOS VICIADOS
En su libro, Freud: El Genio y sus Sombras (2000), Louis Breger, profesor emérito de estudios psicoanalíticos en el Instituto Tecnológico de California, reconoce la importancia de las aportaciones de Freud; pero, al mismo tiempo, admite que muchos de sus conceptos estaban muy viciados, simplemente debido a que Freud malinterpretó sus experiencias de la niñez.
Breger escribe que durante su extensa participación en la enseñanza y práctica del psicoanálisis se familiarizó «con las biografías existentes y más o menos aceptó sus versiones acerca de su vida [de Freud]»; sin embargo, como él mismo explica, conforme iba pasando el tiempo sencillamente tuvo que cambiar muchos de sus puntos de vista acerca de Freud y de la profesión.
«Muchas influencias convergieron en los últimos años», escribió, «que me hicieron cambiar radicalmente estos puntos de vista. Mi experiencia directa en las altas esferas del mundo del psicoanálisis me puso en contacto con hombres y mujeres que representaban a lo mejor del campo: analistas de capacitación sénior, directores de institutos, articulistas de influencia y líderes de la Asociación Psicoanalítica Estadounidense… Toda esta exposición a la práctica real de un gran número de psicoanalistas, a los efectos a largo plazo del tratamiento psicoanalítico y a las políticas del psicoanálisis fue, en general, una experiencia aleccionadora… Los resultados de los análisis personales o de entrenamiento fueron diversos: algunos benéficos, otros inútiles y otros más dañinos. La enseñanza era rígida y, en gran medida, pasada de moda; y las políticas no más sensatas que en otras partes. Todas estas experiencias contribuyeron a que me formara una nueva visión acerca de Freud».
De manera específica, Breger rechaza la idea central de Freud acerca del complejo universal de Edipo: que todos los niños desean sexualmente a su madre y con ello entran en conflicto con su padre, lo que produce culpa, ansiedad e incluso neurosis a lo largo de su vida. También concluye que dos de las ideas centrales de Freud —que las mujeres desean la virilidad que carecen («envidia del pene») y que el mayor miedo de los hombres es su feminidad interna (homosexualidad inconsciente)— son infundadas. En otras palabras, Breger está en desacuerdo con el mismo principio fundamental de Freud respecto a que la sexualidad infantil es el motor subyacente de toda acción humana.
La Biblia, por supuesto, en ninguna parte define a los seres humanos como sujetos al control de impulsos sexuales ocultos que derivan de las fantasías infantiles, pero sí tiene mucho qué decir acerca de aprender a controlar las «obras de la carne». Habla también de la necesidad de aceptar nuestros impulsos, pero no justifica nuestro comportamiento como el resultado de la forma en que alguien más nos ha tratado, sea en la realidad o en nuestra imaginación. Para nada somos víctimas sin ayuda. De hecho, se nos enseña a superar y a trabajar para dominar cualquier aspecto de nuestra naturaleza que nos cause problemas.
Al respecto, el apóstol Pablo expresó: «Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas» (Efesios 5:8–11).
Freud relegó a Dios y a su Palabra al reino de los antiguos mitos y supersticiones, y afirmaba que su propio enfoque era científico; sin embargo, el método científico en el que se basó demandaba objetividad. Éste fue el único aspecto que sus teorías no pudieron aclarar. Como señala Breger, «[Las] burdas generalizaciones y majestuosas teorías se basaban en el deseo de grandeza de Freud; fueron su intento por convertirse en un poderoso héroe científico. Jamás hubo ninguna prueba convincente para estas ideas; surgieron principalmente de sus puntos débiles y de sus necesidades personales».
Aunque muchas de las teorías de Freud han quedado desacreditadas debido a una falta de las mismas pruebas científicas que defendía, sus conceptos se han trasladado al pensamiento de la mayoría de las personas.
Aún así, Freud tuvo un profundo impacto en el modo de pensar de la gente acerca de sí misma en el siglo XX. Aunque muchas de sus teorías han quedado desacreditadas debido a una falta de las mismas pruebas científicas que defendía, sus conceptos se han trasladado al pensamiento de la mayoría de las personas. Empleamos lenguaje freudiano de manera rutinaria sin contar con pruebas para las ideas subyacentes. Conceptualizamos los aspectos del comportamiento humano en términos freudianos, diciéndonos a nosotros mismos, por ejemplo, que nuestros sueños deben «significar» esto o aquello. «Reprimimos» los acontecimientos desagradables de nuestra vida. Explicamos una conducta criminal en términos de nuestras experiencias tempranas de la vida. Los pecadores son víctimas, Dios es una figura paterna imaginaria y la religión es un mal hábito. El siglo XIX de los sencillos «modelos científicos» de Freud ha pasado; pero el siglo XX de su impacto social continúa entre nosotros. Otra idea dominante sin fundamentos comprobables.
En nuestro próximo número continuaremos con las dos últimas ideas dominantes de esta serie: el relativismo y el positivismo.
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