Un futuro y una esperanza
Según los libros de Esdras y Nehemías, los judíos regresaron de Babilonia a Israel en tres migraciones tras 70 años de una cautividad profetizada. Su éxito dependería no solo de la reconstrucción de Jerusalén, sino de la restauración de una comunidad espiritualmente sana.
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(PARTE 30)
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La sección de las Escrituras hebreas conocida como Escritos abarca una historia unificada de dos partes en relación con el regreso de Judá a la tierra de sus ancestros. Originalmente presentado como un solo libro, Esdras-Nehemías data del período persa (durante los años 539 a 331 a.C.). Esdras cuenta la historia de dos retornos, y Nehemías relata un tercero. Entre los dos primeros retornos se desarrollaron los acontecimientos registrados en el libro de Ester, la esposa judía del monarca persa Jerjes (Asuero).
Los eruditos debaten en cuanto a la fecha de los manuscritos completos de Esdras y Nehemías, pero un proceso de dos etapas que concluye en algún momento entre los años 400 y 300 parece razonable. La estructura general de los libros combinados es la siguiente:
- Relato de un narrador de la historia antes del regreso de Esdras (Esdras 1–6);
- memorias de Esdras (Esdras 7–10);
- memorias de Nehemías (Nehemías 1–13).
En esta entrega, nos centraremos en el relato de Esdras. El libro comienza con la era babilónica llegando a su fin y Ciro, rey de Persia (560/559–530), emitiendo (en 538) su proclamación de liberar a los judíos que desearan regresar a Judá y reconstruir el templo en ruinas de Jerusalén (Esdras 1:1–3). El cilindro de Ciro —documento cuneiforme de arcilla descubierto en las ruinas de la antigua Babilonia en 1879—, confirma que cuando fue conveniente, el rey adoptó una política favorable a los pueblos cautivos, enviándolos a su tierra con sus objetos religiosos antes confiscados (ver versículos 7–11).
No todos los cautivos en Babilonia quisieron regresar, lo cual sugiere que Dios despertó el espíritu de algunos, pero no de otros. A quienes decidieron quedarse en Babilonia se les pidió que apoyaran a los que regresaban, aportando artículos preciosos, bienes y ofrendas. «Todos sus vecinos los ayudaron» con donaciones y fortalecieron sus manos (versículos 4–6).
La referencia a la participación divina es una indicación temprana de la fuerza propulsora de estos libros históricos en el establecimiento de una comunidad renovada bajo la inspiración, la guía y la bendición de Dios. Como veremos, hay un propósito teocrático y uno profético detrás de esta narrativa. La referencia a los babilonios que ayudan con dones a los exiliados liberados se asemeja a las circunstancias de los israelitas al salir de la esclavitud en Egipto (véase Éxodo 12:35–36). El permiso de Ciro para regresar a Jerusalén representaba así una especie de segundo éxodo de la esclavitud para lograr la libertad en la misma tierra.
El primer retorno
Los primeros seis capítulos de Esdras abarcan el período comprendido desde la fecha del decreto (538) hasta la finalización del templo reconstruido en Jerusalén (516/515).
En el capítulo uno encontramos que los repatriados representaban a tres clases sociales —sacerdotes, levitas y laicos— de las tres tribus israelitas del sur: Judá, Benjamín y Leví (versículo 5). En Esdras-Nehemías se considera a los miembros de estas tribus como la única comunidad verdadera, aunque también otras tribus estaban presentes entre ellos (nótese la mención de «todo [el resto de] Israel» en Esdras 2:70). Inicialmente fueron dirigidos por Sesbasar, príncipe (o jefe) de Judá, y Zorobabel, de la línea de David y más tarde gobernador (1:8; 2:2).
«El objetivo es mostrar que los que regresaban eran representantes de Israel en toda su extensión (doce tribus) y, por lo tanto, tal vez para proporcionar un eco del primer Éxodo».
El capítulo 2 detalla los orígenes de los repatriados. Primero vinieron los laicos, registrados por apellido o domicilio (versículos 3–35); a continuación, cuatro familias sacerdotales (36-39); luego: levitas, cantantes, porteros, siervos del templo y los de genealogías no verificables provenientes de lugares probablemente situados en Babilonia (versículos 40–63). Esta lista de 42.360 personas es posiblemente una compilación hecha con el tiempo. A ella se sumaron 7.337 sirvientes y 200 cantantes, para un total de alrededor de cincuenta mil personas (versículos 64-65).
En el tercer capítulo leemos acerca del comienzo del culto de adoración en el sitio del templo bajo el liderazgo del sacerdote principal, Josué, y el gobernador, Zorobabel. Estos, junto con sus ayudantes, primero construyeron el altar de los holocaustos. El relato apela a los ejemplos tanto de Moisés como de David, y a través de paralelismos verbales evoca el recuerdo de la construcción del templo de Salomón (compárense los versículos 10–11 con 2 Crónicas 5:11; 7:6).
El escritor también menciona los días santos anuales, destacando las fiestas del séptimo mes. Esto establece la comunidad revivida como una que ahora era fiel al Dios de Israel, un pueblo arrepentido que en cautiverio había aprendido su lección.
Para comenzar la reconstrucción del templo, buscaron materiales en el Líbano, a semejanza de la adquisición de materiales para el templo original construido por Salomón (Esdras 3:7; 1 Crónicas 22:2–4; 2 Crónicas 2:7–15).
En el segundo año después de su retorno, los líderes asignaron a los levitas dirigir el proyecto bajo la supervisión de los sacerdotes. Con una ceremonia organizada según las instrucciones del rey David, sentaron los cimientos (Esdras 3:8–11; 1 Crónicas 16:7–8, 34, 37). Aunque muchos estaban contentos ante este nuevo comienzo, muchos de los sacerdotes, levitas y líderes de más edad, que recordaban el templo original, expresaron su decepción (Esdras 3:12). Es posible que sus recuerdos del templo de Salomón fueran lo suficientemente vívidos como para hacer que el diseño de la fundación actual y los materiales propuestos parecieran poco inspirados, puesto que habían esperado una recreación del antiguo esplendor del templo. El profeta postexílico Hageo tomó nota del nivel de decepción de ellos y dio a conocer —a Zorobabel, Josué y el pueblo— el mensaje de estímulo de parte de Dios para que continuaran la obra (Hageo 2:2–9).
Fuerzas opuestas
No pasó mucho tiempo sin que la reconstrucción pusiera a los enemigos en primer plano. Los habitantes locales —descendientes de no israelitas traídos más de cien años antes por los asirios para reemplazar a las tribus septentrionales exiliadas— comenzaron una campaña de interferencia para obstruir el proyecto. Al principio, astutamente se ofrecieron a ayudar en la obra, afirmando adorar al mismo dios. Los judíos los rechazaron, aludiendo al derecho exclusivo a construir que Ciro les había conferido. Como resultado, los adversarios frustraron el trabajo de reconstrucción durante varios años, contratando gente dispuesta a hablar en contra del proyecto. Tan desalentados quedaron los repatriados que hicieron pocos progresos reales durante los reinados de Ciro y de su hijo Cambises (530-522). Fue solo en 520, en los días del sucesor de este último, Darío (522-486), que la obra se reanudó (Esdras 4:1–5).
Sigue a este relato una sección insertada que abarca los reinados posteriores del hijo y del nieto de Darío, los gobernantes persas Jerjes (486-465) y Artajerjes I (465-424). Esta muestra que el acoso de los enemigos continuó durante muchos años, incluso después de que el templo finalmente se completara. Fue también durante el reinado de Jerjes que su reina, Ester, y sus compañeros judíos sobrevivieron un intento de destruirlos en todo el imperio. Durante la segunda parte de este período —con el templo reconstruido y Artajerjes como gobernante—, Nehemías se dedicó a reconstruir el muro de Jerusalén, solo para ser obstaculizado de nuevo por los enemigos locales (versículos 6–23).
La narración original se retoma en el versículo 24 con el comentario de que la obra se mantuvo en suspenso hasta el segundo año del reinado de Darío. Luego —a instancias de los profetas Hageo y Zacarías—, Zorobabel y Josué reanudaron la edificación (Hageo 1:1–2; Zacarías 1:1, 16–17; Esdras 5:1–2).
Otro intento de obstaculizar la construcción se originó con el gobernador de la «región al oeste del Éufrates». Este escribió una carta a Darío quejándose de las actividades de construcción del templo y del muro de los judíos, y pidiendo que se hiciera una búsqueda en los archivos para verificar su afirmación de que Ciro había autorizado la obra por decreto (versículos 6–17). Darío confirmó la existencia de dicha proclamación e instruyó que la obra ya no se retrasase (6:1–12).
A la restauración del templo en el sexto año de Darío (516/515), siguió una gran celebración. Una vez más, los judíos prestaron atención a aquellos elementos que confirmaban su identidad como pueblo renovado de Dios: «los hijos de Israel —es decir, los sacerdotes, los levitas y los demás que regresaron del cautiverio—» se unieron para ofrecer sacrificios en la dedicación de la casa de Dios. También ofrecieron «como ofrenda… doce chivos, conforme al número de las tribus de Israel, para expiación por el pecado del pueblo». Luego, siguieron las instrucciones del «Libro de Moisés» para la organización y obra de los sacerdotes y levitas. En consecuencia, observaron la Pascua y la Fiesta del pan sin levadura e incluyeron a «los que se habían apartado de la impureza de sus vecinos para seguir al Señor, Dios de Israel» (versículos 13–21).
Ezra y el segundo retorno
El capítulo 7 comienza con las memorias de Esdras, sacerdote y escriba, experto en derecho y descendiente directo de Aarón, hermano de Moisés. Habían pasado ochenta años desde que Ciro proclamara la libertad de los judíos en cautiverio, y Artajerjes I enviaba ahora a Esdras a Jerusalén para verificar si se estaba guardando la ley de Dios. Armado con una carta de apoyo del rey, Esdras se preparó para partir de Babilonia en 458, el séptimo año del reinado de Artajerjes, listo para a enseñar los mandamientos de Dios a Israel (7:1–11).
«Esdras… concentró toda su vida en el estudio de la ley. Pero no es solo una cuestión de estudio; él también practicó la ley. Esta no era una letra muerta, sino una realidad viva para él».
Los persas, deseosos de obtener las bendiciones de los dioses de las tierras que conquistaban, proporcionaron a Esdras plata y oro, regalos y recursos financieros con el objeto de adquirir los animales sacrificiales para el templo de Jerusalén. Esdras reunió a un grupo de hombres, sacerdotes, levitas, siervos y sus familias y dejó Babilonia. Tras hacer una pausa por algunos días a fin de ayunar para recibir la protección de Dios, continuaron el viaje de cuatro meses a la tierra de Israel (capítulo 8).
El capítulo 9 nos dice que no había pasado mucho tiempo sin que los nuevos repatriados se dieran cuenta del pobre ejemplo de los líderes existentes en Jerusalén. Ellos, y por lo tanto el pueblo, habían vuelto a las viejas costumbres al casarse con sus vecinas paganas. Esto afligió mucho a Esdras. Después de haber ayunado una vez más, se acercó a Dios en oración arrepentida en nombre de todo su pueblo. Él sabía que sus antepasados habían entrado en cautiverio por tal fracaso, y ahora, a pesar de la liberación de Dios de los babilonios y el favor de los persas, estaban rompiendo su pacto una vez más. Pero él también sabía que estaban en un período de gracia, donde podían experimentar un renacimiento espiritual, aunque todavía estuvieran bajo la sujeción persa.
Esdras, conmovido por la respuesta del pueblo cuando lo vieron orar ante el templo —y alentado por un líder a tomar medidas—, convocó una asamblea de todos los hombres de Judá tres días después (10:1–8). El resultado fue el acuerdo de separarse de sus esposas paganas. El problema del matrimonio mixto estaba muy extendido, de modo que tomó algún tiempo y juicio sabio resolver cada caso individualmente (versículos 10–17).
Las memorias de Esdras concluyen con una lista de todos los que habían fracasado en este sentido y se habían arrepentido, la implicación es que estaban dispuestos a distanciarse de las costumbres paganas de los pueblos locales y a ser enseñados según la ley de Dios. Que Ezra así lo hizo está registrado en el siguiente libro, el relato de Nehemías, quien también regresaría de Babilonia durante el reinado de Artajerjes y serviría como gobernador.
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