Afirmaciones Infundadas
Cada año durante la Pascua miles de peregrinos se abren camino a lo largo de la Vía Dolorosa en Jerusalén para seguir los pasos de Jesucristo en Su camino hacia la muerte. El peregrinaje termina en la Iglesia del Santo Sepulcro, el sito de la muerte de Jesús y, por tanto, el lugar más sagrado sobre la tierra de acuerdo con las creencias de las iglesias Católica Romana, Apostólica Ortodoxa y Ortodoxa Oriental (que incluye a los grupos armenio, copto, sirio y etíope).
Sin embargo, a una corta distancia de allí se encuentra la Tumba del Jardín, el sitio al que muchos protestantes consideran el lugar donde Cristo fue enterrado.
¿Qué grupo tiene la razón? ¿Podemos conocer la verdadera ubicación de la tumba de Cristo y acaso esto hace alguna diferencia en un mundo tan ampliamente indiferente?
EL REGISTRO HISTÓRICO
La búsqueda de una respuesta nos remonta a Jerusalén durante el primer siglo de nuestra era. Jesucristo es entregado al gobernante romano, Poncio Pilato, quien ordena Su muerte para complacer a los líderes políticos y religiosos del área. Los detalles de este acontecimiento no se encuentran en ninguna fuente secular, por lo que tenemos que recurrir a la versión de los Evangelios del Nuevo Testamento para encontrar la única información disponible.
Esas versiones señalan que Cristo fue crucificado —el tradicional método de ejecución romano— fuera de la ciudad en un lugar donde la gente lo pudiera observar y aprender del ejemplo. El lugar se conoce por su nombre en arameo, Gólgota, o «el lugar de la calavera». Ningún otro escrito de los dos primeros siglos hace mención o identifica a este sitio. Cerca de allí había un jardín con una tumba nueva que nunca antes se había utilizado. El cuerpo de Jesús fue colocado en esa tumba, se rodó una piedra para sellar su entrada y se colocó un centinela para evitar que alguien pudiera robar el cuerpo.
Tres días más tarde, después de un día sagrado anual y del Sabbath semanal, llegó al lugar un grupo de dolientes mujeres que habían sido seguidoras de Jesús para completar el proceso funerario, pero quedaron sorprendidas al encontrar que la piedra había sido removida de la entrada y que la tumba estaba vacía, así que corrieron a contarlo a los discípulos.
Pero una de las mujeres se quedó en la tumba e interrogó a una persona que creía que era el jardinero, pues quería saber dónde había sido puesto el cuerpo de Jesús de manera que pudiera darle un entierro apropiado.
Pronto se vio llena de alegría cuando escuchó la voz de quien le respondió: se trataba del amigo por quien había llorado. Al encontrarle, su búsqueda del lugar de Su entierro había terminado. Incluso parece que nadie más prestó atención a la ubicación de la tumba de Jesús durante siglos… hasta el año 326, en tiempos del Emperador Constantino.
Los relatos de los Evangelios dan una breve descripción de la tumba, la cual guarda correlación con la evidencia arqueológica disponible hoy en día con respecto a las tumbas del siglo primero en el área de Jerusalén; pero no hay ningún detalle específico sobre la proximidad de la tumba a Jerusalén y mucho menos sobre su ubicación exacta. Después de ese acontecimiento sólo dos escritores bíblicos siquiera hacen referencia al lugar de la muerte de Jesús. El autor de la Epístola a los Hebreos simplemente señala que ocurrió «fuera de la puerta» de la ciudad (Hebreos 13:12), el sitio usual para una ofrenda por el pecado; mientras que el autor del Apocalipsis sólo alude a la ciudad donde murió Jesús (Apocalipsis 11:8). Ningún escritor en los dos primeros siglos menciona el lugar de la tumba.
El Nuevo Testamento en ninguna parte menciona algún interés de los primeros cristianos en el lugar donde Jesucristo murió y fue enterrado.
Además, el Nuevo Testamento en ninguna parte menciona algún interés de los primeros cristianos en el lugar donde Jesucristo murió y fue enterrado. El único sitio en Jerusalén que parece haber sido significativo para ellos era el templo judío en el Monte Moria.
Lo que importaba a los cristianos del siglo primero era que Cristo era el Cordero de Dios que había resucitado de los muertos y que ahora se encontraba sentado a la derecha del Padre como Sumo Sacerdote e Intercesor. ¿Cómo fue, entonces, que unos 300 años más tarde algunas personas comenzaron a interesarse en el lugar de Su muerte, entierro y resurrección?
CAMBIOS EN EL PAISAJE
Es pertinente observar el desarrollo de Jerusalén después de la muerte de Jesús. Alrededor del año 41 Herodes Agripa I extendió el muro de la ciudad hacia el noroeste, incluyendo así el sitio que ahora es la Iglesia del Santo Sepulcro. Aunque se han realizado pocos análisis arqueológicos en este sector de la ciudad (hoy conocido como el Barrio Cristiano), Kathleen Kenyon, entre otros, han encontrado pruebas de que allí había casas. Es razonable concluir que en algún tiempo, entre la construcción del muro y la demolición del área en el año 135, ésta se convirtió en parte de la ciudad y, por ende, se construyeron casas a lo largo del área.
Jerusalén fue destruida sistemáticamente durante las dos desventuradas revueltas judías en contra de los romanos que iniciaron en los años 66 y 132. En el 135 el emperador Adriano arrasó con la ciudad y la reconstruyó como Aelia Capitolina, una ciudad pagana con templos y adoración paganos. La sección noroeste fue nivelada y se modificó radicalmente toda su topografía. Al menos un arqueólogo israelí cree que el área se convirtió en el campamento de la Legio X romana, la cual no se retiró sino hasta los primeros años del siglo IV.
Desde tiempos de Adriano, un templo romano —que se piensa fue dedicado a Júpiter, Venus o Tiqué— cubría el sitio donde ahora se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, aunque la evidencia arqueológica discrepa con los registros escritos de Eusebio, un historiador de la iglesia que fue también el Obispo de Cesarea. Puede ser que el templo haya honrado a más de un dios a lo largo de los años.
Eusebio afirmaba que el templo pagano en realidad fue construido sobre la conocida tumba de Cristo como un acto de profanación. Sin embargo, ello no coincide con el tratamiento de Adriano para los cristianos. Aunque decretó que los judíos podían entrar a Aelia sólo bajo pena de muerte, a los cristianos sí les permitió continuar viviendo allí.
La ciudad permaneció bajo el control romano durante los siguientes siglos.
A finales del siglo III y principios del IV, Constancio Coloro fue el emperador de los extremos occidentales del imperio y gobernaba sobre Inglaterra. Cuando murió en el año 306, su hijo, Constantino, fue proclamado como su sucesor. Constantino regresó a Roma y con el tiempo derrocó a sus diversos rivales para gobernar como único emperador del año 324 hasta su muerte en el 337.
Mucho se ha escrito acerca de la visión que Constantino afirmó haber tenido mientras sitiaba Roma. Él mismo narró el acontecimiento a Eusebio, quien lo registró en su Vida de Constantino: «Era en las horas posmeridianas, cuando el sol declina ya, Constantino vio en el cielo, con sus propios ojos, un trofeo de cruz compuesto de luz, superpuesto al sol, y adherida al mismo una escritura que decía: “Con este signo vencerás”».
Como resultado, en el año 313 Constantino estableció formalmente el cristianismo como la religión legítima del Imperio Romano. Después de un breve periodo comenzó a adoptar medidas para acuñar la adoración pagana e instituyó dos leyes para alcanzar su objetivo, las cuales Eusebio describió como sigue:
«Una restringió la contaminación de la idolatría que por mucho tiempo se había practicado en cada ciudad y distrito del país, de manera que nadie se atreviera a producir objetos de culto o a practicar la adivinación u otras artes ocultas, o incluso a hacer sacrificios. La otra tenía qué ver con la construcción de edificios como lugares de adoración y con extender las iglesias de Dios por todo lo largo y ancho, como si todo el mundo en un futuro fuera a pertenecer a Dios, una vez que se hubiera eliminado el obstáculo de la locura politeísta».
Este deseo de ver edificios establecidos encontró su máxima realización en la instrucción que Constantino giró a Macario, Obispo de Jerusalén, para que construyera una iglesia en esa ciudad para honrar la muerte de Jesucristo. Como parte de la ambición de Constantino de ver la adoración del imperio de acuerdo con su nueva religión, pidió a Macario que destruyera el templo pagano que ya existía, que purgara la tierra alrededor de él removiéndolo todo hasta sus cimientos y que construyera allí la iglesia. Esta instrucción parece haber estado motivada más por su deseo de limpiar a Jerusalén de su pasado pagano que de conmemorar un lugar sagrado. Sin embargo, para sorpresa de los trabajadores, cuando destruyeron el templo pagano encontraron que estaba construido en el sitio de una tumba. Sin contar con la ventaja de alguna prueba, supusieron que se trataba de la tumba de Cristo.
¿QUÉ ERA?
Al tratar de vincular el sitio del templo pagano con la tumba de Cristo, los escritores de la actualidad se ven limitados a dos declaraciones imprecisas realizadas en los siglos II y III acerca del sitio de la crucifixión. De acuerdo con la versión de los Evangelios, el lugar de la tumba era simplemente conocido por estar «cerca».
Primero, Melitón de Sardes, quien escribió en el siglo II, señaló que Jesús fue asesinado «en medio de la calle» en Jerusalén —la misma palabra griega utilizada en Apocalipsis 11:8. Aunque generalmente se traduce al español como «calle», algunos desean definir una ubicación específica de la palabra y así la traducen como «plaza». Melitón bien pudo simplemente tomar prestada la expresión del autor del Apocalipsis, pero la mayoría de los comentaristas prefieren creer que él mismo ideó el término y que, por lo tanto, demuestra su conocimiento del lugar de la crucifixión (aunque no hay pruebas de que alguna vez haya visitado Jerusalén).
Segundo, Eusebio, quien escribió a finales del siglo III justo antes del mandato de Constantino, señaló que el Gólgota, el sitio de la crucifixión, se encontraba en la ciudad, ya sea del lado norte del Monte Sión o al norte del mismo. La traducción exacta de la descripción del historiador depende de dónde deseaba el traductor que estuviera el sitio. No obstante, el mismo Eusebio no dio referencias sobre la ubicación de la tumba.
¿Acaso quienes participaron en la construcción de la iglesia en Jerusalén se anticiparon a la localización del sitio de la muerte y el entierro de Jesucristo? Quizá la mejor respuesta a esta pregunta proviene de la misma mano de Constantino. Aunque no se mostró renuente a revelar las visiones e instrucciones que sintió haber recibido de Dios, no hay registro de tales afirmaciones o análisis con respecto a la ubicación de la tumba. Cuando Elena, la madre de Constantino, viajó a Palestina en busca de los sitios bíblicos, atribuyó sus hallazgos a la orientación divina y a la ayuda de una persona del lugar que afirmaba tener conocimiento de tales sitios. De cualquier manera, Constantino describió el descubrimiento de la tumba como algo totalmente inesperado.
Al escribir a Macario señaló: «Pues el que la evidencia de su más sagrada pasión, por mucho tiempo oculta bajo la tierra, se hubiera mantenido desconocida durante tan largo tiempo, hasta que por medio de la remoción del enemigo de toda la república estuviera lista para ser descubierta… simplemente supera toda maravilla» (énfasis añadido).
La sorpresa del descubrimiento también quedó plasmada en las instrucciones adicionales que Constantino giró a Macario para la construcción del más fino de los edificios con fondos del Estado. Permitió el uso de calidades y cantidades ilimitadas de mármol, una sustancia que en aquella época estaba controlada por el emperador. Todo lo que se necesitaba era provisto debido a que éste se había convertido en el punto central del interés cristiano. Era claro que las instrucciones previas de Constantino de remover el templo pagano y de reemplazarlo con una iglesia no se habían basado en el descubrimiento de una tumba, pero después de tal descubrimiento el proyecto de construcción tuvo una dimensión totalmente nueva.
El resultado final fue el establecimiento del edificio de la mayor importancia para las comunidades Católica Romana y Ortodoxa… su lugar más sagrado.
FALTA EVIDENCIA
Durante la última década se ha escrito mucho acerca del Santo Sepulcro. Martin Biddle, profesor de arqueología en la Universidad de Oxford, ha participado de cerca en el intento por restaurar la tumba y su edículo, la pequeña casa que la encierra. Reconociendo la escasez de información de los primeros cristianos, señala que: «Aunque no han faltado las suposiciones, nada se sabe de la historia posterior de la Tumba de los Evangelios en el periodo hasta el año 135» (The Tomb of Christ [La Tumba de Jesús], 1999).
Es más, no existen registros de testigos oculares para verificar la suposición de que ésta fuera la tumba de Jesús ni tampoco se ha registrado nada para autenticar el descubrimiento. Cuando mucho, fue el descubrimiento fortuito de una tumba anónima lo que aportó un conveniente significado para la tarea a mano.
El mismo Eusebio pone en duda la historia debido a que se refiere al descubrimiento de una cueva más que de una tumba. No se ha emprendido ninguna investigación arqueológica para determinar si se trata en realidad de una tumba del siglo I. Es más, cualquier investigación arqueológica probablemente dataría la tumba, cuanto más, como del siglo IV, debido a que el grado de alteración del sitio por los trabajadores de Constantino muy probablemente ha ocultado cualquier evidencia de que la tumba pudiera ser más antigua. Aquí es interesante saber que a unos 15 metros de la tumba se encuentra otra, conocida como la tumba de José de Arimatea. E incluso los registros del Evangelio muestran que fue en su tumba donde Cristo fue enterrado (consulte Mateo 27:57–60).
LA TUMBA DEL JARDÍN
Los protestantes con frecuencia se irritan ante las afirmaciones de los católicos romanos y ortodoxos en relación con la Iglesia del Santo Sepulcro. Cuando la llamada Tumba del Jardín fue descubierta por un campesino en 1867 y se dio a conocer al mundo en 1874 por el arqueólogo alemán, Conrad Schick, el corresponsal de muchas sociedades eruditas, tuvieron lo que pensaban que era una adecuada alternativa. En 1883 el general británico, Charles Gordon, declaró que la tumba era el lugar en donde se colocó el cuerpo de Jesucristo e identificó el afloramiento de roca adyacente parecido a una calavera como el Gólgota.
En la actualidad la tumba es propiedad de la Garden Tomb Association, quien se encarga de darle mantenimiento. Se encuentra entre hermosos alrededores que se han desarrollado a lo largo de los años y que parecen cumplir con todos los criterios expresados en los relatos del Evangelio, incluyendo el hecho de que se encuentra fuera de los muros de Jerusalén. El lugar atrae a numerosos visitantes que con frecuencia quedan impresionados por su serenidad y tranquilidad, en un severo contraste con la Iglesia del Santo Sepulcro, situada como se encuentra en una ruidosa calle de la ciudad en medio del barrio cristiano, que además goza de una triste fama por las guerras sostenidas por el control del territorio entre las diversas órdenes religiosas que la supervisan.
El único problema es que, de acuerdo con el análisis arqueológico, la Tumba del Jardín parece haber sido construida en el siglo VII antes de Cristo, así que obviamente no podría haber sido la nueva tumba a la que se refieren los Evangelios. La Tumba del Jardín es un área de Jerusalén que tiene numerosas tumbas construidas en la roca, todas las cuales datan de los siglos VII y VIII antes de Cristo. Las tumbas que datan de la época de Jesús (el periodo del Segundo Templo) se encuentran más hacia el norte de la ciudad que la Iglesia del Santo Sepulcro o la Tumba del Jardín (Gabriel Barkay, «The Garden Tomb: Was Jesus Buried Here? [La Tumba del Jardín: ¿Jesús fue enterrado allí?]» Biblical Archaeology Review, marzo/abril 1986).
Tal análisis de la Tumba del Jardín también acaba con cualquier afirmación respecto a la autenticidad de la Iglesia del Santo Sepulcro.
Lo que muchos pasan por alto es que tal análisis de la Tumba del Jardín también acaba con cualquier afirmación respecto a la autenticidad de la Iglesia del Santo Sepulcro.
Un Silencio Revelador
La pregunta que parece que nunca se han formulado quienes se interesan en la tumba de Jesucristo es por qué los escritores del Nuevo Testamento guardaron silencio acerca de su ubicación. Si había de convertirse en un elemento de la fe y práctica cristiana, seguramente se hubiera establecido con autoridad en el siglo primero. ¿No parece más bien que no fuera algo atractivo o que careciera de importancia para los primeros cristianos?
Se puede señalar, sin temor a equivocarse, que el verdadero lugar del entierro de Cristo permanece oculto de la vista humana hasta la fecha, al igual que el lugar donde fue enterrado Moisés (consulte Deuteronomio 34:6). Es claro que el que tales lugares se conviertan en templos y en el centro de una adoración ritual no forma parte del propósito revelado de Dios.
Quizá la respuesta a la pregunta del silencio que rodea al lugar exacto de la tumba de Cristo yace en la instrucción que los ángeles dieron a los discípulos después de Su resurrección: «¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive?» (Lucas 24:5, NVI). Los Evangelios proclaman que Jesucristo volvió a la vida mediante un acto milagroso de Dios. La tumba fue meramente un lugar temporal que jamás se debía venerar.
La verdadera adoración no radica en dotar a los lugares con una santidad que no poseen; más bien es como una vez dijo Jesús a una mujer samaritana, «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren... Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:21, 23–24).