Cara a Cara

Al concluir el Sermón del Monte, Jesús desenmascaró la hipocresía, alentó el buen juicio y reveló la sustancia del carácter piadoso.

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(PARTE 5)

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¿Qué fue lo que hizo del Sermón de la Montaña tan memorable?

En la quinta parte vimos que lo que Jesús impartió fueron verdades universales, principios que no solo llegan al fondo del corazón de la debilidad humana sino que también muestran el camino a seguir. Jesús habló de esas cualidades divinas esenciales que hacen que nuestra frágil humanidad sea superable: la humildad, por ejemplo—reconocer dónde encajamos en el gran esquema de la vida—la relación de los seres humanos con Dios. También explicó cómo obtener el perdón y ser indulgente, la importancia de las intenciones honestas, y el poder de la tesitura del pacificador.

Todos estos aspectos fueron reforzados con ejemplos prácticos en el sermón de Jesús. En ocasiones era implacable al describir lo lejos que estamos de la norma espiritual que Dios espera de nosotros, de cuán fácilmente nos deslizamos dentro de un simulacro.

Al comenzar la conclusión de su mensaje, Jesús destacó la hipocresía de quienes profesaban creencias religiosas y vivían de otra manera. En el idioma griego del Nuevo Testamento, la palabra para «actor» es la que utilizamos para hipócrita, que significa aquel que utiliza una máscara, como lo hicieran los actores griegos.

Entonces, cuando Jesús habló de actos de fingidos de caridad, oración y ayuno, mostró que es posible actuar sentimientos religiosos y ser nada más que un intérprete en un escenario.

Dijo que los actos caritativos deben hacerse sin mostrar: «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 6:1).

Por lo visto, era la práctica de algunos mientras daban regalos en el templo de Jerusalén, hacer sonar la trompeta para llamar la atención sobre sus obras de caridad. Es por eso que Jesús dijo: «Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa» (versículo 2). Su recompensa, dijo, es el reconocimiento de los hombres pero no de Dios.

Dijo que dichas obras de caridad debían hacerse en lo secreto para ser vistas por Dios, y que después Él las recompensaría.

Igualmente la oración, puede ser un espectáculo en vano. «Y cuando ores», continuó, «no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa» (versículo 5).

Más bien, Jesús enseñó que la oración debe ser una comunicación privada con Dios. Según consta en el siguiente verso, dijo, «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público».

También aclaró que, el ayuno hipócrita debería evitarse: “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (versículos 16–18).Estas palabras llegan al fondo del corazón.

lo primero es lo primero

En la siguiente parte de su discurso sobre los valores fundamentales, Jesús recurrió a otro tema que atormenta nuestra era: el materialismo. Existen, señaló, riquezas más importantes que las que se encuentran en la tierra.

La riqueza que encomendó era eterna y espiritual. Dijo lo siguiente, «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan» (versículos 19–20).

En última instancia, es cuestión de donde se encuentra el corazón. Si el corazón humano es seducido por el atractivo del dinero, el materialismo y las riquezas de hoy, entonces los tesoros espirituales importantes serán ignorados.

Jesús dijo que es imposible estar ligado a Dios y a la riqueza al mismo tiempo, «Ninguno puede servir a dos señores», dijo. «Porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (versículo 24).

No obstante, si Jesús enseñó que las posesiones materiales son una distracción en la búsqueda espiritual de la vida, ¿cómo se atienden las necesidades cotidianas, como la comida, la vestimenta y el albergue?

Como siempre, Jesús respondió de una manera directa, diciendo: «Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?»

Preocuparse por las cosas que Dios sabe que necesitamos es inútil. Jesús preguntó «¿Por qué te preocupas por el vestido?», «Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?» (versículos 25–30).

Dijo que, lo más importante en la vida es tener las prioridades en orden.

Dijo que, lo más importante en la vida es tener las prioridades en orden. Jesús puso la piedra angular de esta discusión sobre el materialismo con las palabras, «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [materiales] os serán añadidas» (versículo 33).

Esta es una promesa que requiere fe de nuestra parte, de lo cual Jesús tenía mucho que decir al respecto.

Aprender a Discernir

En los segmentos finales del Sermón del Monte, hay consejos sobre el juicio piadoso y sabio, sobre cómo encontrar y retener la verdad, y en cuanto a la necesidad de prestar atención a las enseñanzas de Jesús.

La cuestión de hacer juicios sabios incluye no condenar a los demás mientras tengamos que lidiar con nuestros propios problemas. En otras palabras, mientras todos seamos humanos, dijo Jesús, no debemos apresurarnos a condenar a otros por sus errores. Todos tenemos nuestras fallas.

Por otro lado, debemos discernir entre las acciones correctas e incorrectas sin condenar a las personas involucradas. Por lo tanto, Jesús dijo: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido» (Mateo 7:1–2).

Sin duda este tipo de instrucción es serio; conlleva una gravedad obvia. Sin embargo, en ocasiones tenemos la impresión que Jesús fue solo un «hombre de dolores». ¿Tenía acaso sentido del humor? En este pasaje sobre juzgar a los demás, nos dijo que sacáramos la viga de nuestro propio ojo antes de tratar de quitarle a nuestro amigo la astilla en sus ojos. Es un comentario con humor que demuestra un principio vital.

Inmediatamente después, Jesús continúo diciendo que debemos ser de juicio sano. No es que todo juicio debe evitarse; por ejemplo, debemos discernir con quien compartimos verdades espirituales. En términos bastante fuertes dijo: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (versículo 6).

De igual manera, advirtió sobre los profetas o maestros falsos. «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (versículo 15).

Se requiere discernimiento o juicio para identificar a dichos impostores. Entonces, ¿cómo puede una persona reconocer falsos maestros?

Solamente mediante los efectos de sus palabras y acciones: «Por sus frutos los conoceréis», explicó Jesús. «¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis» (versículos 16–20). Este es un poderoso estímulo para aprender discernimiento.

Para enfatizar el embaucamiento que abunda cuando los engañadores religiosos andan en acción, continuó Jesús: «No todo el que me dice; Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos».

Incluso aquellos que claman lealtad al camino cristiano podrían quedar fuera cuando el juicio final. Agregó Jesús «Muchos me dirán en aquel día, ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé, ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’» (versículos 21–23).

Cuando Jesús dijo estas cosas, estaba rodeado de charlatanes espirituales, hipócritas y personas egoístas, políticamente motivadas. Su mensaje fue penetrante: es posible pretender servir a Dios, y a la vez no ser reconocido por él.

verdades espirituales

¿Cuál fue el antídoto para dichas personas? Al enfatizar la necesidad de seriedad y devoción del tipo incondicional, Jesús dijo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (versículos 7–8). Dios es un Padre amoroso que les dará a sus hijos todo lo que necesitan.

«Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas».

Mateo 7:12

De la misma manera que Dios muestra su preocupación abierta hacia los demás, también deberíamos nosotros. Jesús dijo, «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas» (versículo 12).

Jesús sabía que vivir la vida cristiana sería difícil en un mundo secularizado y lleno de antagonismos religiosos. Esa es la esencia de su popularizada declaración, registrada en los versículos 13 y 14: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan».

Esa clara imagen se relaciona con las palabras finales del sermón, que son un estímulo para prestar atención a las palabras de Jesús: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca». (versículo 24). Luego sigue una parábola acerca de construir sobre buenos cimientos. Aquellos que construyen sobre la arena (este mundo secular o creencias seudorreligiosas) sufrirán gran pérdida cuando las tormentas de la vida arriben. Por otra parte, aquellos que construyen sobre la roca, las enseñanzas de Jesús, harán frente a la turbulencia de la vida.

Cuando Jesús completó su discurso, la reacción de la gente volvió a enfatizar la gran diferencia entre su instrucción y la de los maestros regulares. En los versículos 28 y 29, leemos lo siguiente «Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas».

Aparentemente los maestros citaron otros comentaristas y pensadores para apoyar sus argumentos. Jesús no citó otra cosa más que las propias Escrituras, reiterando sus verdades espirituales con sus propias palabras.

Nuevamente, la importancia de la honestidad y la integridad cuando se trata de la Palabra de Dios y sus principios es clara. Así como Jesús mismo estaba preparado para tratar la verdad de Dios con total sinceridad, nosotros también debemos hacerlo. El valor de la Palabra de Dios es para que sea reconocida por todos: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).

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