Samuel y Saúl, Vidente y Soberano
A medida que el tiempo de los jueces de Israel llega a su fin, se inicia una nueva era: el pueblo pide un rey.
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(PARTE 15)
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En nuestro continuo estudio sobre los profetas, hemos llegado a la transición entre el período de los jueces y la institución de la monarquía en Israel. Los muchos años de caída moral en espiral a pesar de períodos intermitentes de dolor, arrepentimiento y rescate bajo jueces designados por Dios estaban a punto de terminar. Comenzaría una nueva era cuando Dios permitió que los hijos de Israel tuvieran un cambio en la forma de gobierno debido a su petición de tener un rey como las otras naciones. La elección del rey hecha por Dios sería entregada a través de su siervo, el juez y vidente Samuel.
En la mayoría de las Biblias modernas dos libros fueron nombrados Samuel, aunque originalmente estaban combinados en uno solo libro en la Biblia hebrea. Los dos libros conocidos al mundo cristiano surgieron de la traducción griega de la Biblia hebrea, la Septuaginta, comenzó en el siglo III a.C. La separación del libro en dos no sucedió sino hasta el siglo XVI, por influencia de la versión en latín de la Biblia cristiana, la Vulgata. Se les dio el nombre de Samuel a estos dos libros porque él es la figura principal desde el capítulo 1 hasta el capítulo al 25:1, donde se habla de su muerte. La tradición judía dice que el compuso la narración cubriendo este periodo. También influyó a lo largo del resto de los dos libros, porque ungió a los dos primeros reyes de Israel—Saúl y David—cuyos reinos dominan en la narrativa.
Samuel el Profeta
El primer libro comienza con la narración del nacimiento de Samuel. El hijo de un efrateo llamado Elcana y su esposa Ana, la cual no podía tener hijos, la llegada de Samuel fue la respuesta milagrosa a la oración. Para Ana significó dedicar al niño a Dios en cumplimiento a la promesa que le hizo a Dios si la favoreciera con un hijo (1 Samuel 1:9–11). Decidiendo que lo nombraría Samuel («Escuchado por Dios»).
«Justo cuando parecía que la nación se rendía ante su propia podredumbre, Dios intervino y en respuesta a las oraciones de la piadosa Ana, a ella y a la nación les dio a Samuel».
En ese entonces el centro de adoración en Israel estaba en Silo, territorio de Efraín, aproximadamente a 30 kilómetros al norte de Jerusalén. El tabernáculo fue establecido ahí cuando los israelitas habían sometido suficientemente la tierra (Josué 18:1). Elí el sumo sacerdote, era ayudado por sus hijos, Jofní y Finés. Cuando Samuel tenía la edad suficiente su madre llevó para servir y vivir con Elí en Silo. Bajo estas circunstancias Samuel «crecía y era bien visto por Dios y por la gente» (1 Samuel 2:26), en contraste con Elí y sus hijos. El anciano sacerdote era indulgente para consigo mismo y sus hijos en referencia al tomar de lo mejor de ciertos alimentos para las ofrendas, siendo irrespetuosos de esta manera hacia Dios. También los hijos se habían corrompido de otras formas, incluyendo abuso sexual con las mujeres que servían en el tabernáculo. Todo esto trajo la desaprobación de Dios sobre los hijos y su padre. De acuerdo a un hombre enviado por Dios para advertirle a Elí, sus descendientes ya no serían parte del sacerdocio y morirían prematuramente (2:12–17, 22–36; 3:12–14).
Una noche mientras Samuel dormía en el tabernáculo, Dios vino y le habló, cosa que confundió al jovencito al principio, pues no había experimentado algo semejante hasta entonces. Al oír a alguien llamar su nombre en tres ocasiones diferentes, fue con Elí, pensando que el anciano sacerdote le necesitaba. A la tercera vez Elí comprendió que era Dios quien le llamaba. Le dijo a Samuel que regresara a la cama, y si el llamado sucedía por cuarta ocasión, respondiera, «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (3:9).
Desde una edad temprana, se convirtió en recipiente de los mensajes de Dios. En esta primera ocasión escucho de la caída de la casa de Elí, una profecía que después repitió al sacerdote (versículos 16–18). Así fue como Samuel comenzó su vida de profeta, y con el tiempo llego a ser bien conocido como una fuente confiable: «Y desde Dan hasta Berseba el pueblo de Israel supo que Samuel era un fiel profeta del Señor» (versículo 20, Tanaj).
Los filisteos atacaron Israel durante los primeros días de Samuel en dos ocasiones matando 34,000 israelitas, capturando el arca del pacto que contenía las dos tablas con los Diez Mandamientos. Al mismo tiempo los dos hijos de Elí mueren como se había profetizado (2:34; 4:1–11). Cuando se le informó a Elí de los trágicos eventos, en especial la pérdida del arca, se cayó de espaldas del banco, se desnucó y murió. Sus 40 años de sacerdocio llegaron a su profetizada conclusión (4:12–18). La conmoción de estos eventos sumaron una víctima más en la familia de Elí: su nuera, la esposa de Finés, muriendo después del parto a un hijo, a quien llamó Icabod («la gloria de Israel has sido deshonrada»).
Mientras tanto, el arca fue transferida a la ciudad filistea de Asdod, metiéndola al templo de Dagón. Cuando la imagen del dios pagano fue derribada dos veces y descuartizada, y los habitantes fueron afligidos con tumores, los filisteos se llevaron el arca a Gat y después a Ecrón. En cada instancia los locales sufrieron a tal punto que querían que se llevaran el arca de ahí (capitulo 5).
Después de siete meses, los sacerdotes filisteos aconsejaron regresar el arca a los israelitas junto con ofrendas consistentes en cinco figuras de oro de los tumores con que sufrieron y cinco ratones de oro semejantes a los que plagaron sus campos. El número cinco correspondía a los cinco jefes de los filisteos. Por otro lado, los sacerdotes dijeron que si los animales que transportaban el arca bajo ningún cuidado, se desviaban hacia Bet Semes, los filisteos sabrían que el Dios de Israel estaba detrás del castigo recibido, pero si no, su sufrimiento fue simplemente un evento fortuito. Así que pusieron el arca sobre el carro jalado por dos vacas sacrificiales y dejaronles escoger el camino. Los animales fueron por el camino a Bet Semes, donde los israelitas estaban encantados de recibir el arca y ofrecer un sacrificio de agradecimiento. Mas sin embargo, algunos de los hombres de Bet Semes recibieron castigo por tratar el arca irrespetuosamente al mirar en su adentro, desafiando así las instrucciones dadas por Dios en la época de Moisés (véase Números 4:4–6, 17–20). Esto les impulsó a enviarla a Quiriat-jearim a la casa de Abinadab, de quien su hijo Eleazar quedó como el sacerdote encargado del arca. Permaneció ahí por los siguientes 20 años (1 Samuel 6:1–21; 7:1–2).
Esta situación le dio la oportunidad a Samuel de explicarles a los israelitas que necesitaban arrepentirse de su adoración a Baal y Astarté y tornarse de estos ídolos hacia el Dios verdadero. Y si lo hicieran, les dijo, Dios los librará de los filisteos. Reunidos en Mizpa, los israelitas renovaron su lealtad a Dios.
«El libro de Samuel se esfuerza por dar al lector una sensación moderna de la vida del israelita de la antigüedad-—y lo hace en muchos diferentes entornos sociales».
Cuando los filisteos oyeron esto atacaron una vez más, pero con las oraciones de Samuel y la respuesta de Dios, fueron derrotados y no pelearon contra Israel en tanto que el profeta vivió, regresando todas las ciudades y tierras de Israel antes tomadas. Durante su periodo Samuel también fungió con el papel de juez viajando en un circuito anual a Betel, Gilgal y Mizpa, asesorando en asuntos legales entre los israelitas. Su base fija estaba en Rama territorio de su padre, donde nació y donde construyo un altar (7:2–17).
Israel Exige un Rey
En sus últimos días Samuel nombró a sus hijos, Joel y Abías, para ser jueces sobre Israel fungiendo desde Beerseba. Lamentablemente, como en el caso de Eli, demostraron no estar a la altura de la empresa: «Pero sus hijos no andaban en los caminos de él. Más bien, se desviaron tras las ganancias deshonestas, aceptando soborno y pervirtiendo el derecho» (8:3).
Esto condujo a los ancianos a venir a Samuel y pedirle que en su lugar designara a un rey para juzgar o gobernarlos «como todas las naciones». Naturalmente Samuel estaba enfadado. Sin embargo Dios le dejó muy claro que «Es a mí a quien han desechado, para que no reine sobre ellos» (versículo 7). Se trataba simplemente de una continuación de la falta de compromiso y fidelidad de Israel. Samuel tenía que advertirles que el rey terrenal que buscaban tomaría ventaja de ellos, eficazmente los esclavizaría a sus necesidades al buscar poder y riqueza, y eventualmente se arrepentirían de su decisión de rechazar a Dios como rey, y que entonces él no les escucharía (versículos 10–18). A pesar de esta fuerte advertencia, los israelitas se reusaron a escuchar a Samuel.
El rey que surgió del proceso de selección que Dios llevó a cabo, fue de la tribu de Benjamín, alto y atractivo llamado Saúl. Sus comienzos fueron prometedores en virtud de su humildad. En búsqueda de las asnas de su padre, Saúl llego a Ramá para pedirle consejo a Samuel en donde buscarlas, fue este el momento que escogió Dios para mostrarle al profeta a quien había escogido como rey.
En su encuentro, Samuel le preguntó a Saúl que pernoctara y que escuchara lo que le tenía que decir, además de no preocuparse por las asnas perdidas; ya las habían encontrado. Invitándole entonces a comer junto con otros 30, Samuel le dio la mejor parte de la carne, diciéndole que había sido apartada para él. Saúl estaba perplejo por dicho honor, preguntándose por qué su familia—«la más pequeña de las familias de la tribu de Benjamín»—Samuel debía nombrarla como «lo más preciado en Israel» (9:20–21).
Al siguiente día el profeta ungió a Saúl con aceite y lo declaró «soberano de su [el Señor] heredad» (10:1). Ese día el Espíritu del Señor descendió sobre él y se convirtió en una persona diferente. Junto con un grupo de profetas Saúl comenzó a profetizar y siguió las instrucciones de Samuel de ir a Gilgal y esperarlo durante siete días hasta que llegara (versículos 5–8).
Acto seguido convocó a Israel en Mizpa, explicó Samuel que Dios había designado a alguien para ser rey sobre ellos como lo habían solicitado. Saúl a la vista de todos fue escogido por medio de suertes. En su humildad, se encontraba escondido entre el equipaje. El pueblo gritó diciendo «¡Viva el rey!» en aclamación, y Samuel dio instrucciones verbales y escritas en cuanto al papel del rey (versículos 17–25).
Había algunos que rechazaron a Saúl en su nueva posición, preguntándose «¿Cómo nos va a librar este?» Saúl sabiamente no dijo nada (versículo 27). No mucho después, sus opositores tuvieron que tragarse sus palabras cuando los amonitas amenazaron a Jabes en Galaad, y Saúl acostumbrado a vencerlos, llamó a una fuerza israelita de 330,000. No obstante, Saúl no castigó a sus detractores quienes habían rechazado su gobierno, al contrario escogió salvarles: «No morirá nadie en este día, porque el SEÑOR ha dado hoy una victoria en Israel» (11:1–13).
De regreso a Galaad, el pueblo hizo de Saúl su rey, regocijándose con la victoria sobre los amonitas y ofreciendo ofrenda de paz a Dios.
En la coronación de Saúl, Samuel le recordó a Israel de la historia de su liberación de Egipto, de su espinosa anécdota ya una vez establecidos en la Tierra Prometida mientras oscilaban entre la lealtad y compromiso, de la liberación de Dios a través de jueces-salvadores y de su equivocado deseo por un rey. Ahora, dijo, Dios les bendecirá si ellos y su rey obedecen. Si no, entonces sufrirán igual que sus antepasados (12:6–25).
Saúl el Soberano
A los dos años de su reinado, Saúl escogió 3,000 hombres para tomar la ofensiva contra los filisteos. Con 1,000 de estos guerreros, su hijo Jonatán atacó a los filisteos en Gabaa. Sin embargo, la respuesta de los filisteos fue todo menos proporcional: 30,000 carros y 6,000 jinetes a caballo, además de una innumerable armada que llegó pronto a Micmas (13:1–5).
Saúl acordó esperar en Gilgal durante siete días hasta que Samuel arribara para pedirle la bendición de Dios (versículo 8). Al tardarse el profeta, Saúl se tomó al cargo de ofrendar a Dios sin Samuel, por temor de que los filisteos descendieran a Gilgal. Obviamente este no era su cargo ni lo que se había acordado, teniendo esto desastrosas consecuencias: Entonces Samuel dijo a Saúl, « Has actuado torpemente. No guardaste el mandamiento que el SEÑOR tu Dios te dio. ¡Pues ahora el SEÑOR hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre! 14 Pero ahora tu reino no será duradero. El SEÑOR se ha buscado un hombre según su corazón, a quien el SEÑOR ha designado como el soberano de su pueblo, porque tú no has guardado lo que el SEÑOR te mandó» (versículos 13–14).
De aquí en adelante observamos en la historia de Saúl un descenso gradual de su capacidad para gobernar sabiamente. De manera precipitada demandó que se echaran suertes para determinar quién había pecado en Israel, de modo que Dios no le dio respuesta en cuanto a cuál sería el resultado de la guerra contra los filisteos. Aún si su hijo fuera señalado como el pecador, haría que lo mataran. Cuando Jonatán fue revelado como la causa del problema, su padre dijo que tenía que morir, salvo que se vio obligado debido a la opinión del pueblo a dar marcha atrás.
Aunque Saúl estableció un cierto grado de dominio sobre los filisteos, todos estos años fueron consumidos con la guerra. «Cuando Saúl empezó a ejercer el reinado sobre Israel, hizo la guerra contra todos sus enemigos de alrededor: contra Moab, contra los hijos de Amón, contra Edom, contra los reyes de Soba y contra los filisteos. A dondequiera que se dirigía era vencedor» (14:47).
Dios mandó a Samuel para dirigir los esfuerzos de Saúl en contra de los amalecitas por lo que le hicieron a Israel en su camino fuera de Egipto. Como lo había prometido hace mucho tiempo, los amalecitas eventualmente pagarían el precio por su inmisericorde trato a Israel. Con 210,000 hombres Saúl los acechó al oriente de Egipto y capturó a su rey, Agag, perdonando al ganado, ovejas y objetos de valor.
Nuevamente, esto fue en contra de las instrucciones que Dios le había dado a Saúl, el cual tenía que enterarse. El mensaje vendría por medio de Samuel, a quien le dijo, «Me pesa haber puesto a Saúl como rey, porque se ha apartado de mí y no ha cumplido mis palabras» (15:11).
«El resto del libro se ocupa en mostrar cómo el rechazo Divino de Saúl entró en vigor, y cómo el Señor sacó adelante y entrenó al hijo de Isaí para el reino».
Esto molestó en gran medida a Samuel, yendo a Saúl a la mañana siguiente. El saludo de Saúl era deferente, pero también incluía engaño, «¡El SEÑOR te bendiga! He cumplido la palabra del SEÑOR» (versículo 13). El profeta desafió al rey para que le explicara por qué estaba escuchando el sonido de las ovejas y bueyes capturados. Saúl trató de culpar al pueblo por traer los animales para sacrificio. Samuel no aceptaría nada de esto y continuó diciéndole a Saúl lo que Dios había dicho la noche anterior a su desobediencia. Aun así Saúl continuó culpando a los otros: «Pero el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, lo mejor del anatema, para sacrificarlas al SEÑOR tu Dios en Gilgal» (versículo 21).
La respuesta de Samuel fue explicarle que Dios pone una mayor prioridad en la obediencia que en los sacrificios. Pero más que nada, era aclarar que la rebelión de Saúl contra los mandamientos de Dios era tan seria como el pecado de la brujería, y que su testarudez era equivalente a la maldad y la idolatría. Como resultado, Dios rechazó a Saúl como rey (versículos 22–23). A pesar de las plegarias de Saúl, Samuel también tuvo que rechazarlo y ejecutó a Agag, el rey amalecita que Saúl había perdonado.
Aunque Samuel se lamentaba por Saúl, jamás lo volvió a ver. Dios se arrepintió de haber hecho a Saúl rey, y ahora le instruyó a Saúl su profeta que ungiera a un sucesor. Este sería uno de los hijos de Isaí en Belén (16:1).
La próxima vez continuaremos con la historia del rey más famoso de Israel, David.
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