La vida está llena de preguntas
Tanto los eruditos como los lectores ocasionales se han extrañado ante el libro de Eclesiastés, con sus puntos de vista cambiantes y aparentes contradicciones. ¿Qué podemos aprender de este libro?
LEER ANTERIOR
(PARTE 34)
IR A SERIE
El libro de Eclesiastés forma parte de la literatura de sabiduría de la Biblia; su título se origina en la palabra griega ekklesia (asamblea, congregación, iglesia) y hace referencia a un predicador u orador ante una asamblea. El libro se atribuye al «Predicador, hijo de David, Rey en Jerusalén»" (Eclesiastés 1:1). Aunque no presenta ningún nombre personal, tradicionalmente se reconoce al rey Salomón como su autor y se supone que ha ocultado deliberadamente su identidad.
El título hebreo del libro, Qohelet, significa «el que hace algo en la asamblea (qahal)». La historia de Israel registra que «el rey Salomón mandó que los ancianos de Israel, y todos los jefes de las tribus y los patriarcas de las familias israelitas, se congregaran (qahal) ante él en Jerusalén para trasladar el arca del pacto del Señor desde Sión, la ciudad de David (1 Reyes 8:1, NVI). Este vínculo lingüístico se utiliza en la tradición judía para apoyar la autoría de Salomón. De ahí que, en español, se corresponda con «el Predicador», quien, fiel al tipo salomónico, fue «sabio […], impartió conocimientos a la gente. Ponderó, investigó y ordenó muchísimos proverbios» (Eclesiastés 12:9, NVI).
Al considerar el papel de Salomón en los escritos tradicionalmente atribuidos a él (Cantar de los Cantares, Proverbios y Eclesiastés), la erudita en Antiguo Testamento Katherine J. Dell cita un antiguo comentario judío: «Cuando un hombre es joven compone canciones; cuando se hace mayor hace comentarios sentenciosos; y cuando se hace viejo habla de la vanidad de las cosas». Si esta es una evaluación precisa, Salomón escribió Eclesiastés ya desilusionado y tarde en la vida.
Muchos eruditos toman estas diversas referencias, juntamente con otros detalles internos, para apoyar la creencia de que Salomón —cuyo discernimiento dado por Dios lo hizo «más sabio que nadie» (1 Reyes 4:31)— fue, de hecho, «el Predicador», pero que su alejamiento de Dios lo descalificó y finalmente lo condujo a una admisión arrepentida de lo que realmente importa en la vida.
Una visión alternativa cuestiona la base para identificar a Salomón con un Qohelet hastiado. En principio, algunos lingüistas han notado que el texto hebreo de Eclesiastés pone en evidencia que fue escrito mucho más tarde que en la época de Salomón. Por otra parte, el material donde se puede reclamar una asociación más obvia con Salomón continúa solo hasta el capítulo tres como máximo. Además, la idea de que Salomón ocultaría su identidad presenta dificultades. Según parece, habría pocas razones para hacerlo si el propósito del libro fuera lidiar con el cinismo causado al reflexionar sobre los ciclos aparentemente interminables de la vida «bajo el sol».
Estas perspectivas alternativas plantean preguntas interesantes, pero resuelven poco. Sea quien fuere el que decidamos aceptar como autor, ¿cómo explicarnos los puntos de vista cambiantes y las aparentes contradicciones en el libro? Tal como un erudito enmarca los dilemas: «¿Es el autor incoherente, ingenioso o perspicaz, o dubitativo? ¿Es un realista descarnado o meramente incrédulo? ¿Es ortodoxo o heterodoxo? ¿Es optimista o pesimista? ¿Es el mensaje final del libro “Sé como Qohelet, el hombre sabio”, o “Qohelet está equivocado, así que no caigas en su trampa”?»
Entonces, ¿qué podemos aprender del libro? Tal vez que sus inconsistencias proporcionan una forma de entender su significado. En otras palabras, la parte principal del libro describe el estado mental problemático e inestable del creyente que ha permitido que el creciente cinismo sobre la vida nuble su entendimiento, pero en quien permanece una brasa parpadeante de verdad acerca de Dios.
«Una visión general de los comentarios e introducciones estándar demostrará rápidamente que Eclesiastés es susceptible a interpretaciones contradictorias».
Sobre el libro
La estructura de la obra se puede considerar como un discurso imaginario de un personaje salomónico desilusionado, encerrado en el marco de una introducción y un epílogo preparados por terceros. En lo que respecta a su género, se podría considerar como el consejo de un padre a un hijo acerca de los peligros de llegar a la conclusión de que la vida no tiene sentido. Con el ejemplo del fracaso moral interviniente del hombre más sabio del mundo, el autor deduce que al final solo hay una conclusión ineludible: «El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre» (Eclesiastés 12:13, NVI).
El marco, entonces, consiste en una introducción de once versículos que se refiere objetivamente al Predicador y su material, y un epílogo que resuelve el pesimismo de la parte central del libro. La introducción resume un enfoque cansado del mundo, expresando la futilidad y la brevedad de la vida humana mientras los ciclos de la naturaleza continúan sin fin: «¡Todo es un absurdo!» (1:2 [NVI]), o «Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. [...] Generación va, y generación viene […] nada hay nuevo debajo del sol» (1:2, 4, 9 [Reina Valera 1960]). La misma afirmación sobre la futilidad de la vida se repite casi exactamente (12:8), inmediatamente antes del epílogo.
La primera persona toma el relevo en el versículo 12 del primer capítulo: «Yo, el Predicador, fui rey sobre Israel en Jerusalén». Aquí Salomón no puede ser el nuevo orador, porque este rey habla de su reinado en tiempo pasado, y no hubo momento en que Salomón dejara de ser rey en Jerusalén hasta su muerte.
Sin embargo, las palabras del autor apoyan la idea de que estamos escuchando la voz de Salomón. Muchos detalles encajan con la reputación del rey por su riqueza, sabiduría y exceso. El hecho de que Salomón tuviera acceso a grandes riquezas y oportunidades para comerciar con los bienes exóticos del mundo y para planificar y construir edificios y bienes muebles (1 Reyes 6; 7:1-12; 9:15-19; 10:22), da credibilidad a la identificación del Predicador con el rey. «Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas» (Eclesiastés 2:4).
El Salomón de la historia también llegó al exceso, desobedeciendo directamente las instrucciones de Dios al casarse con muchas esposas de otras naciones. Puede que esto explique la disposición del Predicador a experimentar con todo en la vida, conocer el placer y la locura, el vino y la música: «No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan» (1 Reyes 11:1–4; Eclesiastés 2:3, 8, 10). Mas puede que también explique por qué se había vuelto cínico sobre el vacío de tal vida. No importa al final si uno vive en la riqueza o la pobreza, es trabajador o no, habla sabiduría o necedad; la muerte llega a todas las personas, y con ella la pérdida de todos los bienes materiales. Como resultado, a pesar de su sabiduría, descrita en la historia de Israel (1 Reyes 10:23), el predicador salomónico dice que «aborrecía la vida» (Eclesiastés 2:12-17).
Pasado este punto, las referencias al monarca disminuyen, lo que nuevamente dificulta mantener un argumento a favor de la autoría de Salomón.
«Eclesiastés es un libro extraño e inquietante. Da voz a una experiencia que no suele considerarse religiosa: el dolor y la frustración engendrados por una mirada sin pestañear a los absurdos e injusticias de la vida».
Reflexiones de una mente en conflicto
El tercer capítulo contiene el conocido pasaje que describe la vida como una serie de opuestos universalmente experimentados: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (3:1–8). Se debate si esto es un alejamiento del cinismo. El Predicador nos dice que la tarea dada por Dios a una persona es disfrutar de esta vida física, con la eternidad como una posibilidad; sin embargo, señala que «comer, beber y gozar del bien de toda su labor» es un regalo dado por un Dios cuya obra no puede ser comprendida. Observa, aimismo, que las personas a veces experimentan injusticia cuando la bondad también está presente, pero concluye que Dios sabe lo que hace y aparentemente da tiempo para ambas (versículos 9–13, 16–17).
Además, el Predicador se muestra en conflicto sobre la condición humana, la cual parece poco mejor que la vida animal. Lo que él ve como la futilidad de la existencia humana lo lleva a concluir que las personas y los animales difieren poco, dado que ambos están sujetos a la muerte. Concluye con una declaración carpe diem: «Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo […] porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?» (versículos 18–22). Este es un tema que se repite en capítulos posteriores.
Luego —tras comentar acerca de la realidad de la opresión, la lucha por la satisfacción a través del trabajo duro y los bienes materiales, la soledad de muchos, la importancia de los amigos y el dolor de la popularidad de corta duración—, el Predicador recomienda tener cuidado en lo que respecta al trato para con Dios. Es un enfoque calculador. No ser imprudente, demasiado prometedor, haciendo votos que uno no pueda cumplir. ¿Por qué darle a Dios la oportunidad de enojarse? De modo similar, considera que la creación y gestión de la riqueza puede llevar a una gran decepción. Así que, conviene adoptar un enfoque mesurado. Al final, dejamos este mundo sin nada.
Por último, concluye con otra instancia a vivir para el presente: «Esto es lo que he comprobado: que en esta vida lo mejor es comer y beber, y disfrutar del fruto de nuestros afanes. Es lo que Dios nos ha concedido; es lo que nos ha tocado» (5:18, NVI).
La muerte como gran nivelador es otro tema presente a lo largo del libro; el Predicador expresa varias conclusiones positivas, solo para luego negarlas ante la certeza de la muerte. Incluso un niño muerto es mejor que un hombre que, aunque tenga muchos hijos, no logra nada en la vida (6:3-6). En consecuencia, «vale más ir a un funeral que a un festival. Pues la muerte es el fin de todo hombre, y los que viven debieran tenerlo presente» (7:2, NVI).
Con todo, el mismo capítulo muestra que el Predicador no carece por completo de sabiduría práctica: «Vale más la paciencia que la arrogancia»; «Nunca preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor. No es de sabios hacer tales preguntas»; «No prestes atención a todo lo que se dice, y así no oirás cuando tu siervo hable mal de ti, aunque bien sabes que muchas veces también tú has hablado mal de otros» (versículos 8, 10, 21–22).
Este patrón continúa en los siguientes capítulos, ya que el Predicador aconseja obedecer a las autoridades para la propia preservación, sabiendo que el tiempo y el juicio se alinean bajo la voluntad de Dios cuando algo es injusto. También sabe que los seres humanos obtienen una gran satisfacción al vivir alegremente con una pareja y disfrutar del trabajo, que el tiempo y la oportunidad les suceden a todos, y que la sabiduría debe ser apreciada por encima de los caminos del necio (8:2-6, 12; 9:9-11, 16-18; 10:2-15).
«El pecador puede hacer lo malo cien veces, y vivir muchos años; pero sé también que le irá mejor a quien teme a Dios y le guarda reverencia».
Consejos de despedida
Al establecer la conclusión de la obra, el autor se dirige a los jóvenes, aconsejándoles que puedan aprender de las observaciones del Predicador acerca de la vida. Deben evitar la necedad que viene con la inexperiencia de la juventud. Tienen que disfrutar de la vida mientras son fuertes, pero darse cuenta de que hay un precio que pagar por las decisiones tontas (11:9-10). Bien pronto, el cuerpo físico se deteriora y termina en muerte, por lo que deben apreciar a Dios, el Creador, mientras puedan, porque todos se dirigen al mismo destino: «Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio» (12: 7).
El cuerpo principal termina con una repetición de la declaración introductoria «¡Todo es un absurdo!» (1:2; 12:8, NVI); con todo, sabemos que el Predicador ha reconocido la participación de Dios en la vida en varias coyunturas, si bien con frustración y reservas. Ha compartido su «visión del mundo» de una vida de creciente desilusión.
Ahora el autor del cuadro vuelve a concluir. ¿Cuál será su último consejo para su hijo? Aceptando que el Predicador fue sabio en muchos sentidos (12:9-12), aun así reconfirma que la apreciación de la soberanía de Dios es clave para obtener satisfacción en la vida, incluso en ausencia de respuestas a cada pregunta: «El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto» (12:13–14, NVI).
La próxima vez, examinaremos el libro de los Salmos.
LEER SIGUIENTE
(PARTE 36)