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(PARTE 6)
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Continuamos nuestro estudio del libro de Génesis capítulo 38, que constituye un interludio en la historia de José. Tras su venta en esclavitud a Egipto por sus hermanos, de quienes estará separado durante unos 22 años, el que había propuesto el trato se esclavizó a sí mismo de una manera diferente. Judá se apartó de la región montañosa, bajó a la llanura costera y vivió entre la población indígena, casándose con una mujer cananea (Génesis 38:1–2). Juntos tuvieron tres hijos, Er, Onán y Sela. El relato de la vida de Judá alejado de su padre y sus hermanos ocupa la mayor parte de los años transcurridos hasta que se encuentra con José de nuevo.
En la historia abreviada de la familia de Judá, Génesis registra que el primer hijo se casó con la cananea Tamar. Al igual que otros miembros de la familia de Jacob, los problemas morales no parecen muy lejos de la superficie. En el caso de Er, su maldad provocó su muerte a manos de Yahveh, dejando a su viuda sin hijos para convertirse en la esposa de Onán (por lo que se conoce como la ley de levirato) y por lo tanto tener hijos. Onán demostró ser incapaz de exhibir tal preocupación abierta, y aunque parece haber sido feliz teniendo relaciones sexuales con Tamar (la forma verbal sugiere que fue más de una), esto fue coitus interruptus, evitando así el requisito de «criarle un heredero al [su] hermano» (versículo 8). Por esto, Dios lidió con él tomando su vida.
«Es aquí [en el libro de Génesis] más que en ningún otro lugar que se hace hincapié en las relaciones personales, y he aquí que los temas de hostilidad, resentimiento, distanciamiento y la reconciliación son explorados en toda su profundidad y patetismos».
Judá entonces, le pidió a su nuera que regresara a la casa de su parentela hasta que su tercer hijo fuera suficientemente mayor para casarse. El problema es que nunca tuvo la intención de casarla con su hijo Sela, pensando que su hijo podría también morir como resultado. Tamar exigió el precio de esta traición disfrazándose de prostituta y engañando a Judá, ahora viudo al engendrar un hijo con ella. Sin saber que él era el padre, su reacción a la noticia de que su nuera estaba embarazada, al prostituirse, fue pedir su muerte en la hoguera (versículo 24, Versión Reina-Valera 1960). Tamar le reveló lo que había sucedido, y Judá fue lo suficientemente honesto para admitir que él era el malhechor, el traidor. Tal como fue, Tamar tuvo gemelos, Fares y Zara. Fares se convirtió en un antepasado del rey israelita David (Rut 4:18–22) y de Jesucristo (Mateo 1:3–16).
La razón de este interludio dentro de la historia de José es registrar el arrepentimiento de Judá y de su condición sin cambios en el linaje de Jacob (en contraste con Rubén), a pesar de sus malas decisiones frente-a-frente vendiendo a José y engañando a su padre. También proporciona un contraste con el justo José, que mientras tanto se había resistido con éxito a los avances sexuales.
ALTAS Y BAJAS
José estaba en un camino prometedor en Egipto. Sabemos que así como el Señor había estado con los patriarcas, ahora lo estaba con José (Génesis 39:2, 3, 21, 23). El jefe de la guardia del Faraón, Potifar, lo había comprado de los comerciantes ismaelitas. Encomendado cada vez más con responsabilidades, José parecía ya establecido, hasta que su buena apariencia atrajo la atención de la mujer de su amo, quien intentó seducirlo en varias ocasiones. Sin embargo José sabía que esto sería incorrecto. Demostrando conocimiento de la ley moral divina, mucho antes del código de los Diez Mandamientos en la época de Moisés, él le dijo: «¿Cómo, pues… haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?» (versículo 9). Aun así continuó presionándolo. Su rechazo final, la llevo a asirlo de la parte externa de su túnica, nefariamente produciendo evidencia de que él había tratado de violarla. Por esto, Potifar puso a José en prisión. Aunque Dios le dio gracia ante el carcelero (versículos 21–23), pasarían varios años antes de su liberación.
Mientras tanto dos prisioneros importantes llegaron: el copero del Faraón, o mayordomo, y su pastelero. Entonces Potifar los puso al cargo José (40:4). José pudo interpretar sus sueños, pidiendo que cuando libre, el mayordomo abogara por su caso ante Faraón. Solo que José sería defraudado. El pastelero fue ejecutado, en tanto que el copero prontamente olvidó al hombre que había interpretado su sueño (versículo 23).
José esperaría otros dos años en prisión, hasta que la oportunidad se presentó para la interpretación de dos significativos sueños mucho más importantes. En esta ocasión el Faraón mismo fue el destinatario. Vio a siete vacas sanas salir del rio para comer en las pasturas. Siete horribles vacas les seguían y devoraron a las vacas sanas. El segundo sueño involucraba a siete espigas ricas en grano empiladas siendo devoradas por siete espigas raquíticas. Pidiéndoles consejo a sus magos y consejeros por la interpretación de estas imágenes desconcertantes, Faraón no pudo obtener explicación satisfactoria. Entonces el copero habló, recordando su promesa a José en decirle al Faraón de la habilidad de interpretar sueños del joven hombre. Enviando por José, el gobernante se enteró de que la habilidad no provenía del hombre mismo: «Respondió José a Faraón, diciendo: “No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón”» (41:16). El gobernante añadió más detalles al primer sueño y explicó que el río era el Nilo, que las primeras vacas eran hermosas y muy gordas, las otras flacas, feas y extenuadas. Sin embargo, cuando las hambrientas vacas devoraron las sanas, no se mostró mejora alguna. Repitió el segundo sueño casi palabra por palabra.
«No existe ningún registro de que Dios haya hablado directamente a José como lo hizo con Abraham, Isaac y Jacob. Sin embargo, José tenía fe, porque creyó en la Palabra de Dios que se ha transmitido de Abraham a Isaac y a Jacob».
José explicó que los sueños contenían el mismo mensaje: una predicción de siete años de abundancia y siete años de hambruna en Egipto y sus alrededores (versículos 25–32). Le aconsejó que designara a un líder para que supervisara la recolección de una reserva en los graneros de la ciudad—20 por ciento por cada uno de los siete años de abundancia. Bajo el control de Faraón esto alimentaría la tierra durante la hambruna.
Como resultado el gobernador egipcio designó a José de treinta años de edad al puesto de visir o primer ministro para supervisar el proyecto de ayuda para aliviar el hambre: «Entonces Faraón quitó su anillo de su dedo, y lo puso en la mano de José, lo hizo vestir de ropas de lino finísimo, y puso un collar de oro en su cuello; además lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él: ¡Doblad la rodilla! ;[a] y lo puso sobre toda la tierra de Egipto» (versículos 42–43).
¿RUPTURA CON EL PASADO?
Es desconcertante, a primera vista, que José no tuvo contacto con su padre una vez que llegó al poder en Egipto. Sin embargo, podemos llegar a una explicación razonable yendo de nuevo sobre los detalles con más cuidado.
Es posible que José haya llegado a creer que el coraje de Jacob sobre los sueños de exaltación por encima de su padre, su madre y hermanos (37:9–11) le condujera a exponerlo sin necesidad al resentimiento de los hermanos cuando mandó a José a buscarlos mientras pastaban sus rebaños cerca de Siquem (versículos 12–14). El resultado fue la trama para matar al joven, cambiada a venderlo en esclavitud. José pudo haber llegado a la conclusión de que su padre estaba incesantemente enojado con él por la forma en que había estado con Simeón y Leví después de su ataque en Siquem (34:30; 49:5–7), y con Rubén después de que este durmió con la concubina de su padre (35:22; 49:4).
Quizás el indicativo del sentido de abandono de José, fue tomar su nueva vida e identidad en Egipto, incluyendo el cambio de nombre por el Faraón a Zafnat-Panea («Dios habla y Él vive»), el regalo de una esposa egipcia, Asenat, y ser padre de dos hijos, Manases y Efraín. Del nombre hebreo del primogénito dijo: «Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre»; del segundo hijo: «Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción» (41:51–52). Esto demostró el continuo apego al Dios de sus padres, a pesar de haberse casado con la hija del sacerdote de On, un adorador del sol.
EL PLAN DE JOSÉ
A medida que el hambre se apoderaba, el Faraón mandó a su pueblo con José para comprar alimentos. Debido a que las tierras circundantes sufrieron de lo mismo, este hecho trajo a José y sus hermanos de nuevo en contacto 20 o más años después de su última reunión. Jacob mandó a 10 de sus hijos en busca de víveres, quedándose en casa el hermano más joven de José, Benjamín (42:1–4). Sin duda temía perder al único hijo de Raquel que le quedaba.
Cuando los hermanos llegaron, José los reconoció, pero no se les reveló a sí mismo. Sin saberlo, cumpliendo el sueño profético que había causado este tipo de problemas en la familia, se inclinaron a él. En respuesta, les preguntó de dónde venían, acusándolos de ser espías. Negaron el cargo, diciendo que eran hombres honrados, parte de una familia de 12 hijos, con un padre en Canaán. Dijeron que el más joven se encontraba con su padre, y otro de los hijos había muerto. Pretendiendo no creerle, José los encarceló durante tres días, después ofreció proveerles con grano para llevar a casa, reteniendo un hermano como garantía hasta que regresaran con el hermano más joven como prueba de su historia.
Lo que inmediatamente vino a sus mentes fue lo que habían hecho con José. Los hermanos se encontraban con la conciencia afligida recordando las plegarias por misericordia de su hermano: «Vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia» (versículo 21). Rubén, el primogénito, se encontraba especialmente doblegado; había tratado de disuadir a los hermanos de seguir con el plan (versículo 22; 37:21–22).
José escuchó todo lo que se dijo, los hermanos pensando que este no podía entender hebreo puesto que un intérprete estaba presente (42:23). Entonces escogió a Simeón, el segundo de los mayores, para que se quedara en prenda. Los envió en su camino con los alimentos y en secreto guardó el dinero que habían pagado por el grano en los costales. Cuando llegaron a Canaán y descubrieron esto, se preocuparon junto su padre.
La pérdida de José, el rescate de Simeón y la exigencia de que Benjamín regresara con ellos a Egipto fue demasiado para Jacob: «Me habéis privado de mis hijos; José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas» (versículo 36). Rubén ahora se ofrece a ser fiador por Benjamín si su padre le permitiera al joven viajar a Egipto. Jacob no estaba dispuesto, pero el hambre llegó a ser tan grave que el grano se agotó y el regreso a Egipto ofrecía la única posibilidad de alivio.
MAS INTRIGA
Ahora bien, Judá quien había sugerido la venta de José a los mercaderes de esclavos, se ofreció a ser garantía por Benjamín si Jacob dejaba a su más joven ir en el viaje. Jacob de mala gana aceptó, les dijo que llevaran regalos de bálsamo, miel, especias, mirra, pistachos y almendras. Había algo de víveres en Canaán, pero no el preciado grano. Deberían de llevar también el doble de dinero, incluyendo el que había sido encontrado en los costales con el grano (43:11–12).
Cuando llegaron a Egipto, José dio instrucciones que fueran traídos a su casa. Temerosos, especulaban que el dinero en sus costales era el problema, y que habrían de ser castigados haciéndoles esclavos y despojados. El mayordomo de José les aseguró que este había recibido el pago (sin duda que José había pagado de sus propios recursos) y que lo que habían regresado de hecho era suyo. Simeón fue entonces dejado en libertad para encontrarse con sus hermanos.
Cuando José regresó a su casa, fueron llevados a reunirse con él. Dándole sus regalos, se inclinaron ante él, cumpliéndose nuevamente el sueño profético. José les pregunto si su padre aún vivía, respondiendo nuevamente se inclinaron. Al enterarse de que su padre estaba bien, José les preguntó si el menor de ellos era Benjamín. De pronto, al ver a su hermano después de tantos años, no pudo contener sus emociones. Saliendo de la habitación, se recompuso y volvió a comer con ellos, asegurándose de que el plato de Benjamín estuviera más lleno que el de los demás. También organizó sus asientos de mayor a menor, algo que también les sorprendió, ¿cómo sabía?
«Sólo ahora, con la reconciliación de José y sus hermanos, se puede pasar a la historia del nacimiento de Israel como nación, pasando desde el crisol de la esclavitud a la constitución de la libertad como un pueblo bajo la soberanía de Dios».
José estaba a punto de llevar a cabo la siguiente parte de su plan para traer a toda la familia a Egipto. Dio instrucciones a su mayordomo de llenar los costales de grano para los hermanos, de volver su dinero en secreto como antes, y añadir la copa de plata en el costal de Benjamín. Poco después que se fueron rumbo a Canaán, José envió tras de ellos a su mayordomo para acusarlos de robo. Estaban anonadados: ¿por qué habríamos de robar? Tan seguros de su inocencia estaban que permitieron un cateo, diciendo que si se encontrara cualquier cosa, el tal debía morir y ellos se convertirían en esclavos. La prueba de José era para ver si abandonarían a Benjamín como lo hicieron con él cuando convino a su propósito.
Al descubrir la copa de plata, estaban tan conmocionados que desgarraron sus ropas y fueron de regreso a encararse con José. Fingiendo haberlos encontrado por medio de adivinación, José aceptó su regular oficio de culpabilidad y dijo que se tomaría a Benjamín como esclavo y dejaría que ellos regresaran con su padre. Esta vez un angustiado Judá se acercó para recordarle a José de la situación de su padre —de edad, con un hijo predilecto de su vejez, doliente de otro hijo. Judá dijo que Jacob moriría si Benjamín no regresaba. Le rogó a José que lo tomara a él en lugar de Benjamín. Eso fue en efecto el reconocimiento de su culpa he haber vendido a José. Ahora estaba dispuesto a soportar como rescate por el favorito de su padre, Benjamín. Fue también un reflejo de la preocupación de los hermanos por su padre, una preocupación que no mostraron cuando vendieron a José y mintieron sobre su desaparición.
Con todo esto José no se pudo contener más. Mandando a todos excepto a sus hermanos fuera de la habitación, comenzó a llorar estrepitosamente, revelándoles quien era él. Totalmente sorprendidos una vez más, no sabían que decir. José les explico nuevamente quien era él, diciéndoles ahora que no se molestaran consigo mismos por lo que le habían hecho a él, porque «Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación» (Génesis 45:7).
Con varios años difíciles por delante, José les pidió que trajeran a Jacob y toda su familia a Egipto: «Daos prisa, id a mi padre y decidle: “Así dice tu hijo José: ‘Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas. Habitarás en la tierra de Gosén, y estarás cerca de mí, tú y tus hijos, y los hijos de tus hijos, tus ganados y tus vacas, y todo lo que tienes. Y allí te alimentaré, pues aún quedan cinco años de hambre, para que no perezcas de pobreza tú y tu casa, y todo lo que tienes”’» (9–11).
El emotivo reencuentro dio paso a la expresión de favor de Faraón. Ellos recibirían toda la ayuda que necesitaban para hacer el viaje de regreso a Egipto con su padre, donde vivirían sin carencias (versículos 17–18).
UNA FAMILIA REUNIDA
Cuando Jacob se encontró con sus hijos de regreso, también él no podía creer la historia. ¿José vivo? Imposible. No obstante se lo comprobaron a su satisfacción, y juntos viajaron vía Berseba. Ahí Dios se le apareció a Jacob diciéndole: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y la mano de José cerrará tus ojos» (46:3–4).
Jacob y sus descendientes en Egipto ascendieron a 70 personas en total, incluidos los hijos de José pero excluidas las esposas, esposos de hijas o la mayoría las nietas (versículos 26–27). Entonces debieron haber sido unas 300 personas en el grupo si se cuentan siervos, siervas y otros miembros de la familia. Fueron a Gosén una rica área en pasturas y en general se piensa que estaba situado en la parte este del delta del Nilo.
Fue ahí donde José se encontró primeramente después de su larga separación. Fue allí donde José se reunió por primera vez con su padre después de su larga separación. José planeaba que algunos de ellos deberían reunirse con Faraón con el objeto de que les concediera tierra en Gosén ya que eran criadores de ganado. Su ocupación los mantendría separados de los egipcios, quienes no tenían en alta estima a los pastores. Faraón fue complaciente, incluso ofreciéndoles empleo a alguno de ellos que eran expertos ganaderos. En su reunión con Jacob, Faraón le preguntó sobre su edad. La respuesta de Jacob fue muy significativa, honesta y reflexiva de la vida llena de tantas aflicciones: «Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación» (47:9).
Durante la continua hambruna, la prudente gestión de José gradualmente le dio control a Faraón sobre toda la tierra de Egipto a cambio de grano (versículos 13–26).
Jacob vivió otros 17 años en Egipto, y su familia aumentó grandemente. Hacia el final llamó a José a su lado para que le prometiera que lo enterraría con sus padres en la tierra de Canaán. Poco después de esto, Jacob cayó enfermo y José tomó a sus dos hijos, Manasés y Efraín para visitarlo. Jacob le recordó a José de la promesa de Dios sobre los descendientes y posesiones; «El Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones [esto fue cumplido por el tiempo de su famosa partida; véase Éxodo 1:7], y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua» (Génesis 48:3–4).
«El gran drama nacional de la esclavitud y el éxodo está a punto de desarrollarse. Sin embargo, el libro del Génesis se cierra con una garantía de reembolso. El pueblo de Israel poseerán la tierra a ellos prometida por Dios en su juramento a los patriarcas».
Con esto en mente Jacob separó a los dos hijos de José nacidos en Egipto para darles una bendición especial e incorporarlos en la familia de Israel. Mientras se acercaba a los dos niños, Jacob cruzó sus manos, poniendo su mano derecha sobre el más joven, dándole a él la bendición del mayor. Un ejemplo más en Génesis del resultado inesperado, particularmente cuando concierne quien es el escogido y quien no lo es: Ismael e Isaac, Jacob y Esaú, Rubén y José/Judá (véase 1 Crónicas 5:1–2). Especialmente que los niños serían incluidos en el linaje familiar de Abrahán, Isaac y Jacob (Génesis 48:16) a pesar de su medio linaje egipcio. Juntos «llegarían a ser una multitud en la tierra». José trató de corregir lo que pensaba que era error de su padre, pero Jacob insistió que esa era su intención: «Lo se hijo mío, lo sé; también el [Manases] vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor [Efraín] será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones» (versículo 19).
El futuro de estos dos hijos de José tendrían grandeza y muchos descendientes, pero aquellos de Efraín serían los más dominantes, no siempre en número (véase Números 1:32–35 y Números 26:28–37), pero en términos de posición de liderazgo. Eventualmente, una vez que los hijos de Israel regresen a la Tierra Prometida, el nombre «Efraín» se aplicaría a las tribus del norte de Israel—una multitud de naciones/pueblos/tribus (véase Isaías 7:2, 5, 9, 17; Oseas 9:3–16).
MEZCLA DE BENDICIONES
Jacob sabía que sus días estaban contados, y le dijo a José que después de su muerte, el Dios al que servían traería a la familia de regreso a la tierra de Canaán—una profecía del Éxodo (Génesis 48:21). Poco después, llamó a todos sus hijos juntos para explicarles su futuro como tribus (49:1, 28) en términos de su carácter individual e historia.
El pecado sexual de Rubén desplazando a su padre con la concubina Bilá, fue la causa de su pérdida de la primogenitura. Su carácter emocional inestable denotaba que no sobresaldría en la forma en que debiera por su preeminente posición en la familia (versículos 3–4).
La desvinculación de Jacob con el carácter de su segundo y tercer hijo, Simón y Levi, se encuentra grabado enseguida a lo que él llama su fiero coraje y extrema violencia en contra de los hombres de Siquem (Génesis 34): «Maldito su furor» (49:7). Como resultado de ello, fue su suerte ser esparcidos entre las demás tribus de Israel en lugar de tener territorios propios. Los primeros tres hijos, en efecto, no fueron bendecidos sino que se les mostró el resultado final de sus rasgos permanentes. Con Judá, el cambio de sentido. Heredaría la parte de la bendición eliminada del primogénito: «Judá, te alabarán tus hermanos; Tu mano en la cerviz de tus enemigos; Los hijos de tu padre se inclinarán a ti. … No será quitado el cetro de Judá, Ni el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos» (versículos 8, 10). Con el paso del tiempo, Judá emergió con un fuerte papel de liderazgo, descrito en forma de león (versículo 9). A la postre el Mesías saldrá de esta tribu (versículo 10).
Zabulón sería una tribu que viviría a las orillas del mar, cerca de Sidón en el Mediterráneo (versículo 13). En la historia de Israel, la tribu de Zabulón fue cercada sin salida al mar en el este y el oeste por otras tribus israelitas, pero su posición en las principales rutas de comercio les haría más fácil para que se involucraran en el comercio, incluyendo el comercio marítimo. Cerca territorialmente, Isacar fue profetizado a ser un fuerte, agricultor y predispuesto a una vida más fácil (versículos 14–15), pero al mismo tiempo se benefician de la proximidad al mar y comercio terrestre (Deuteronomio 33:18–19).
Dan se convertiría en juez y un luchador exitoso que esperaría por el rescate de Yahvé (Génesis 49:16–18). De manera similar, Gad sería atacado, pero se vengaría (versículo 19). Su territorio estaría al este del Rio Jordán, abierto a invasiones por el desierto y requeriría constante vigilancia.
Jacob hizo solo dos comentarios sobre Aser: que comería comida grasosa o aceitosa y produciría exquisiteces dignas de reyes (versículo 20). Después que los hijos de Israel regresaron a la tierra, su territorio estuvo a lo largo de las costas del Mediterráneo, famoso por su producción de aceite de olivo. Un corto versículo explica que Neftalí seria libre de correr como un venado, ágil en combate, y capaz del buen uso de la palabra. Estas características serían evidentes más tarde en la historia de la tribu (véase Jueces 4:1–24 y 5:1–31).
Las últimas dos bendiciones de Jacob inquietaron a sus dos hijos con Raquel: José y Benjamín. ¿Qué iba a ser de ellos en los días venideros?
Benjamín es descrito en términos de un guerrero, un tipo de lobo. Pelearía con éxito, desgarraría en pedazos, y compartiría el botín (Génesis 49:27). Posteriormente escrituras indican que varios combatientes provendrían de Benjamín en los años venideros.
El registro más largo del recuento de las bendiciones de Jacob está dedicado a José (versículos 22–26). Se enfoca en la productividad y riqueza que le vendrá a través de sus descendientes, Efraín y Manases, quienes combinados llegaran a ser numéricamente la más grande de las tribus. El recuento recuerda los muchos años de lucha de José en contra de sus perseguidores, y su resistencia espiritual, fe y confianza en Dios, conferidas en estos versículos con cinco nombres separados: el Fuerte de Jacob, el Pastor, la Roca de Israel; el Dios de tu Padre; y el Todopoderoso.
«Este cierre [Génesis 50] es esencial para el drama bíblico de la redención, ya que si los hermanos no pueden vivir juntos, ¿cómo pueden las naciones? Y si las naciones no pueden vivir juntas, ¿cómo puede sobrevivir el mundo humano?»
EL FIN DE LOS PATRIARCAS
Cuando Jacob terminó su repaso y bendiciones, explicó que su tumba debería estar con los miembros de su familia —Abraham y Sarah, Isaac and Rebeca, también su esposa Lea—cerca de Mamre en la tierra de Canaán (versículos 29–31). Inmediatamente después de haber terminado de hablar, murió. Durante 70 días los egipcios le guardaron luto, Jacob fue embalsamado a la costumbre de su país anfitrión, y con el permiso del Faraón fue llevado a Canaán para ser sepultado.
Los hermanos de José estaban un poco preocupados, algo natural, que después de la muerte de Jacob, José buscara vengarse de ellos. Le mandaron un mensaje diciendo que Jacob les dijo que se acercaran a él para que los perdonara. La respuesta característica de José fue la siguiente: «No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos» (50:19–21).
La propia muerte de José les trajo grandes cambios en la vida de sus familias, sin embargo no sucedió sino después de 54 años. Durante ese tiempo le tocó ver tres generaciones de los hijos de Efraín y Manases antes de morir a la edad de 110 años. Fue embalsamado y puesto en un ataúd (versículo 26) hasta el cumplimiento de sus proféticas palabras a su familia: «Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos» de regreso a la tierra de Canaán (versículo 25).
De esta manera termina el primer libro de la Biblia, con una coda ligeramente en suspenso en cuanto a lo que los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob enfrentarían en Egipto al haber terminado la era de José.
Cuando La Ley, los Profetas y las Escrituras continúen, comenzaremos con el libro del Éxodo.
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(PARTE 8)