Para agradecer y alabar a Dios

La creación y el propósito de los Salmos

«Una y otra vez, los salmistas nos dicen que el llamado supremo del hombre es usar los recursos del lenguaje humano para celebrar la grandeza de Dios y expresar gratitud por sus actos benéficos».

Robert Alter, The Hebrew Bible: A Translation With Commentary

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(PARTE 35)

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Cantado como alabanza a Dios, leído por muchos para inspiración en tiempos de desaliento y de crisis, y estudiado para instrucción en principios piadosos, el libro de los Salmos tiene en sí un valor único como resumen de verdades bíblicas.

Este libro —el más largo de la Biblia— se encuentra en el centro de las Escrituras y ha sido descrito como «una pequeña Biblia»; vuelve al pasado, desde la historia del antiguo Israel hasta la Creación, y se proyecta al futuro, desde el Nuevo Testamento hasta el final de esta era presente. El Yahvé o SEÑOR de Israel del antiguo pacto es Jesucristo del nuevo pacto. Los israelitas de la antigüedad cantaban salmos en los templos del Monte Sión, tal como los primeros seguidores de Cristo en sus asambleas.

El término español Salmos proviene de la versión griega del Antiguo Testamento, a través de la Vulgata latina. Psalmoi («Canciones») es el equivalente plural griego de la palabra hebrea mizmor, que significa «composición cantada, acompañada por instrumentos musicales». En hebreo, el título es Sepher Tehillim, «Libro de alabanzas», haciendo hincapié en un enfoque positivo general en el canto a Dios, a pesar de los motivos de tristeza y desesperación. Como una colección de expresiones individuales y comunitarias de lamento y queja, de acción de gracias y alabanza, y de oraciones e himnos, el libro comprende cinco secciones escritas y reunidas a lo largo de varios siglos.

«[Las cinco secciones de los Salmos] revelan un largo proceso arquitectónico de acumular bloques de material y construirlos juntos en conjuntos más grandes y, finalmente, en una unidad primordial».

Leslie C. Allen, Psalms

Autoría variada

A menudo se considera que Los Salmos son obra de David, el rey preeminente de Israel. Según el Midrash judío sobre el Salmo 1, David les dio a los judíos cinco libros de salmos para que coincidieran con los cinco libros de Moisés. Pero dentro del libro mismo, las notas introductorias a muchos de los salmos atribuyen su origen a otros autores, entre los que figuran Moisés, Salomón, Etán ezraíta y los músicos del templo Jedután y Hemán. Además, 34 de los 150 salmos son anónimos, sin indicación alguna en cuanto a sus creadores.

Las cinco secciones o «libros» internos están compuestos por los Salmos 1–41; 42–72; 73–89; 90–106; y 107–150. Cada uno de estos libros concluye con una breve declaración —o doxología— que alaba a Dios, excepto el quinto; en este, los últimos cinco salmos constituyen en sí mismos una conclusión, llamando a la congregación a cantar «Hallelu-Yah» («Alabado sea Yah[weh]»). Como oportunamente veremos, estos cinco libros contienen, a su vez, varias colecciones independientes.

En la versión hebrea de las Escrituras, 73 salmos se atribuyen a David (3–41, excepto 10 y 33; 51–65; 68–70; 86; 101; 103; 108–110; 122; 124; 131; 133; 138–145). Esta es una suposición razonable ya que David es descrito en otra parte como intérprete de la lira (1 Samuel 16:14-23), como compositor de un lamento poético por Saúl y Jonatán (2 Samuel 1:17-27) y, al final de su vida, como «el dulce cantor de Israel» (2 Samuel 23:1).

Pero no se sabe a ciencia cierta si la atribución hebrea antepuesta a muchos salmos: mizmor ledawid («composición musical “dedicada a”, “en nombre de” o “perteneciente a” David») significa que él los compuso o que —en el caso de trece de ellos— otros los relacionaron más tarde con incidentes de su vida. Por ejemplo, la nota introductoria al Salmo 18 dice: «Al director musical: De David, siervo del SEÑOR. David dedicó al SEÑOR la letra de esta canción cuando el SEÑOR lo libró de Saúl y de todos sus enemigos». Y la nota introductoria al Salmo 51, con su presunta conexión con el arrepentimiento de David por su adulterio, indica que este es un «Salmo de David, cuando el profeta Natán fue a verlo por haber cometido David adulterio con Betsabé».

Natán amonestando a David por Rembrandt Harmenszoon van Rijn, dibujo a pluma y tinta (1650–55)

Dicho esto, es probable que haya un grupo de salmos de origen davídico. El segundo libro concluye con las palabras «Aquí terminan las oraciones de David hijo de Isaí» (72:20), lo cual indica que el material de los dos primeros libros formaba una unidad antes de que se completara el libro de los Salmos. Según el libro de Crónicas posterior al exilio, David «puso a algunos levitas... para que ministraran, dieran gracias y alabaran al SEÑOR, Dios de Israel» (1 Crónicas 16:4I). En él se señala que «ese mismo día, David ordenó, por primera vez, que Asaf y sus compañeros fueran los encargados de esta alabanza al SEÑOR» (versículo 7). Lo que sigue en los versículos 8–36 es una repetición del Salmo 105:1–15 y del 96:1–13, además de citas más breves de otros salmos. A David también se le atribuye la fabricación de cuatro mil instrumentos para los levitas «encargados de alabar al SEÑOR» por la mañana y por la noche, los sábados y los días santos anuales (1 Crónicas 23:5, 30-31).

Dentro de la colección final de 150 salmos, se identifican otras cuatro colecciones significativas, algunas de las cuales se superponen con las atribuidas a David y Asaf. Nos referimos a los salmos denominados «coraítas» (42–49; 84–85; 87–88), que probablemente representan canciones para la adoración comunitaria creadas bajo la dirección de levitas descendientes de Coré; los atribuidos al músico del templo Asaf (73–83); los salmos eloístas (42-83), que privilegian Elohim como el nombre de Dios por encima de Yahvé; y los Cantares de los Ascensos (120-134), relacionados tal vez con el hecho de «subir» a Jerusalén para participar en los festivales anuales de peregrinos. En total, 116 salmos tienen algún tipo de nota introductoria.

«Los Salmos parecen surgir de muchas variadas situaciones en diversos tiempos, lugares y circunstancias. Además, la colección de Salmos es, de por sí, una colección de colecciones menores; al menos, algunas de las ellas existían antes de que se formara el libro».

Walter Brueggemann, From Whom No Secrets Are Hid: Introducing the Psalms

Temas generales

El primer libro comienza con dos salmos cuyos temas continúan a lo largo de toda la obra. Esto es quizás una indicación de que el editor final estableció el tono para la colección completa.

En el Salmo 1 aprendemos sobre la importancia de la obediencia a la Torá o enseñanza de Dios, según se expresa en las leyes, principios, ejemplos y narrativa que se encuentran en los primeros cinco libros de las Escrituras hebreas. Este es un salmo de sabiduría hecho personal para el que sigue la Torá como una forma de vida: «todo cuanto hace prospera»; pero, por el contrario, «la senda de los malos lleva a la perdición» (versículos 3, 6).

El segundo tema aparece en el Salmo 2. Se refiere a la centralidad de Jerusalén, el rey David y el templo en la historia del antiguo Israel, pero también a la esperanza de un mesías supremo para derrotar a los enemigos de Dios al final de la era. Quizás no reconocidos por la mayoría, estos dos temas son generales en la vida humana en el sentido de que se aplican a todos los individuos en términos de un ajuste de cuentas final: «no se sostendrán los malvados en el juicio», y a las naciones, reyes y gobernantes que se oponen al Mesías a su regreso: «Sean prudentes… Sirvan al SEÑOR con temor… Bésenle los pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino» (1:5; 2:10–12).

Debido a que el libro de los Salmos es tan variado en propósito y extenso en contenido, aquí examinaremos partes seleccionadas del Libro 1, prestando atención a los temas generales ya presentados en los Salmos 1 y 2.

El Salmo 3 es, de hecho, el comienzo del primer libro e inicia un conjunto de cinco lamentos. Como ya se ha señalado, el título de la primera queja sitúa a David en el momento de la infame rebelión «cuando huía de su hijo Absalón» (véase 2 Samuel 15:13–17).

Dado que es probable que los títulos y los contextos históricos se agregaran más tarde, el salmo se convierte en un prototipo para los muchos otros que expresan no solo angustia sino también fe en la capacidad de Dios para preservar a su pueblo. «Muchos son, SEÑOR, mis enemigos; muchos son los que se me oponen, y muchos los que de mí aseguran: “Dios no lo salvará”. Selah Pero tú, SEÑOR, me rodeas cual escudo; tú eres mi gloria; ¡tú mantienes en alto mi cabeza!» (Salmo 3:2-3).

Es a los que buscan a Dios y su camino a quienes él presta ayuda en sus problemas. Cuando otros los perjudican, deben no guardar rencor acumulando ira; sino, más bien, el salmista aconseja: «en la quietud del descanso nocturno, examínense el corazón. Ofrezcan sacrificios de justicia y confíen en el SEÑOR» (4:4–5). Al final, los impíos no triunfarán, porque Dios siempre liberará al hombre justo: «Tú no eres un Dios que se complazca en lo malo; a tu lado no tienen cabida los malvados. No hay lugar en tu presencia para los altivos, pues aborreces a los malhechores. Tú destruyes a los mentirosos, y aborreces a los tramposos y asesinos» (5:4–6).

Habrá momentos en que la ayuda de Dios en la angustia causada por los impíos no será inmediata —«¿hasta cuándo, SEÑOR, hasta cuándo?»— (6:3), destacando de este modo la necesidad de fe y resistencia, sabiendo todo el tiempo que «el Dios justo prueba la mente y el corazón», y que las dificultades que causa una persona malvada «volverán sobre su cabeza» (7:9, 16, Reina-Valera, rev. 1960).

El Salmo 8 rompe el patrón de lamento y es uno de los cinco salmos sobre la creación que marcan el libro, los otros cuatro son los Salmos 19, 65, 104 y 148. Atraen la atención del lector a la importante verdad clarificadora de que toda la creación está dentro del poder de Dios. Se destaca como un himno de alabanza por su obra creadora, que incluye no solo las maravillas del universo visible, sino también su cuidado por todas las formas de vida en la tierra, de las cuales la humanidad es el pináculo, hecho el hombre «poco menor que los ángeles» (versículo 5, Reina-Valera, rev. 1960).

En el Nuevo Testamento, este salmo resulta la base para una comprensión ampliada del destino de la humanidad al transformarse sus miembros en hijos espirituales de Dios, a través de la venida de Yahvé como Jesucristo (Hebreos 2), cuyo regreso final señala el establecimiento del reino de Dios en la tierra.

«Los Salmos no son solo el corazón del Antiguo Testamento; constituyen un testimonio fundamental y una anticipación de Jesucristo».

Tremper Longman III, Psalms: An Introduction and Commentary

Ecos de los Salmos 1 y 2

El papel de los impíos en la subversión del orden social reaparece en el salmo 10. Aquí, la ausencia de una nota introductoria lleva a pensar que originalmente era la continuación del Salmo 9. Un patrón acróstico parcial basado en las letras del alfabeto hebreo se puede ver en los versículos de apertura y cierre de estos salmos cuando se unen de nuevo (aleph, bet en 9:2, 4; shin, taw en 10:15, 17).

Al principio, hay alabanzas a Dios, pero luego surgen problemas y se requiere paciencia. Dios se ocupará de los malvados; los oprimidos pueden confiar en él, pero a veces, Dios no actúa de inmediato: «¿Por qué, SEÑOR, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?» (10:1). Los malvados rehúyen a Dios y así se absuelven del deber de cuidar a sus semejantes. El salmista ruega a Dios que intervenga a favor de los pobres y oprimidos, contra el hombre malvado que dice en su corazón: «Dios se ha olvidado; se cubre el rostro. Nunca ve nada» (10:11). Pero al final los justos serán vindicados, porque solo el necio dice en su corazón: «No hay Dios» (14:1).

Con el Salmo 15, oímos de nuevo un eco del Salmo 1, en el sentido de que se confirma el comportamiento correcto. En respuesta a una contemplación sobre quién puede vivir junto a Dios, el salmo evoca los Diez Mandamientos. Define diez características del piadoso. Tal persona es [1] «el de conducta intachable, [2] que practica la justicia, [3] y de corazón dice la verdad; [4] que no calumnia con la lengua, [5] que no le hace mal a su prójimo, [6] ni le acarrea desgracias a su vecino; [7] que desprecia al que Dios reprueba, pero honra al que teme al SEÑOR; [8] que cumple lo prometido, aunque salga perjudicado; [9] que presta dinero sin ánimo de lucro, [10] y no acepta sobornos que afecten al inocente. El que así actúa no caerá jamás».

El tema general del juicio futuro de Dios en su venida se repite en varios lugares de la colección completa (véanse, por ejemplo, los Salmos 110 y 145). Pero el primero está en el Salmo 24, donde —como anteriormente se señalara— los elementos centrales de todo el libro reaparecen. Son la celebración de Dios como Creador (versículos 1–2), el carácter de aquellos que pueden tener una relación con Dios (versículos 3–6), y la venida del SEÑOR a la tierra (versículos 7–10).

El primero de los cinco libros internos termina con una expresión característica de alabanza: «Bendito sea el SEÑOR, el Dios de Israel, por los siglos de los siglos. Amén y amén» (Salmo 41:13).

La próxima vez consideraremos los cuatro libros restantes y las categorías de los salmos.

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