Juan: Apóstol del Amor y la Luz
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(PARTE 16)
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Jesús nombró al apóstol Juan, junto con su hermano Santiago, como un hijo del trueno (en griego, boanerges). En la última entrega observamos en la respuesta de los hermanos a ciertas situaciones por qué ese nombre pudo haber sido apropiado, pero conforme avanzó la vida de Juan, llegó a ser mejor descrito como el apóstol del amor.
Esto es evidente en los escritos del Nuevo Testamento que llevan su nombre o que le son atribuidos a él por los especialistas conservadores, entre los que se incluyen el Evangelio de Juan, sus tres epístolas pastorales y el libro de Apocalipsis. No todo comentario está de acuerdo en que Juan escribió todo lo que aparece bajo su nombre o relacionado con él. Algunos cuestionan su autoría del Evangelio y otros dudan que haya escrito las epístolas; incluso otros se muestran reacios a aceptar su participación en el libro de Apocalipsis. No obstante, muchos especialistas conservadores coinciden en que existen suficientes pruebas internas, referencias cruzadas y peso en la tradición como para estar razonablemente seguros de que Juan escribió todos ellos. También hay un acuerdo general entre tales especialistas con respecto a que Juan escribió a finales del siglo primero, luego de que se escribiera todo lo demás que forma parte del Nuevo Testamento. Ésa es la posición tomada aquí.
PRUEBAS DEL AUTOR
Una de las pruebas de la autoría de Juan del Evangelio es, por extraño que parezca, que no contiene una referencia directa a él mismo por su nombre. Ello no equivale a decir que él no aparezca, pues se le menciona al final del libro, cuando, luego de la muerte de Jesús, algunos de los discípulos han regresado a la pesca. Juan escribió: «Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera» (Juan 21:1). Ésta es una frase importante: «se manifestó de esta manera». Lo que está por suceder es una pesca milagrosa que se asemeja al relato del encuentro anterior con Jesús que convenció a los pescadores (consulte Lucas 5:1–11). ¿Fue éste el incidente que le vino a Juan a la mente en los sucesos descritos en Juan 21? Ésta puede ser una clave para la razón por la cual Jesús se les reveló de esta forma junto al Mar de Galilea luego de Su resurrección.
Juan escribió: «Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!» (Juan 21:4–7). No cabe duda de que Juan recordó el incidente anterior y análogo. La frase «aquel discípulo a quien Jesús amaba» —o una similar— aparece en varias ocasiones en la última parte del Evangelio y se ha entendido que es la manera en que Juan se refiere a sí mismo (consulte Juan 13:23; 19:26).
La descripción de lo que sucedió cuando se perdió el cuerpo de Jesús también habla de «aquel al que amaba Jesús»: «El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos. Y volvieron los discípulos a los suyos» (Juan 20:1–10).
«Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir».
El Evangelio termina con otra referencia a Pedro y Juan: «Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú» (Juan 21:20–22). Algunos luego dijeron que Juan no iba a morir, pero, según registró él, «Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero» (versículos 23–24). Así que «aquél al que amaba Jesús» está diciendo que se puede confiar en su relato como testigo presencial.
PROPÓSITO DE SUS ESCRITOS
El Evangelio de Juan fue escrito en un tiempo en que los gnósticos habían comenzado a cuestionar la creencia en la venida de Jesús como el Hijo de Dios. Nosotros vivimos en tiempos similares, pues autores, comentadores, especialistas y cineastas se cuestionan si hay algo de auténtico acerca de Cristo o en lo que se conoce como cristianismo. ¿Fue Jesús una persona real después de todo? Incluso señalan que, si sí existió, de acuerdo con este tipo de pensamiento, Él ciertamente no fue el Hijo de Dios, sino que todo es una invención, una simple mentira.
El Evangelio de Juan es, obviamente, bastante diferente a los Evangelios sinópticos. Se lee diferente a Mateo, Marcos y Lucas, pues fue escrito con un propósito distinto. Juan escribió el Evangelio desde su perspectiva para demostrar que Jesús es exactamente quien dijo ser en el contexto de duda acerca de Cristo, existente a finales del siglo primero, e incluye información sobre Jesús en el contexto de la vida y las leyes hebreas. Juan organizó su obra alrededor de los días santos y los festivales de la vida judía. Debido a que parte del problema fue que los líderes judíos y muchas de las personas habían rechazado a Jesús como el Hijo de Dios, el Mesías que había de venir, Juan pretende explicar una vez más lo que ocurrió desde su propia experiencia. En un resumen de su propósito, escribió: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo» (Juan 20:30–31).
Si aceptamos que el Evangelio de Juan fue escrito antes de las tres epístolas que llevan su nombre, y antes de Apocalipsis, entonces adquiere sentido el contenido de los libros, pues pueden entenderse de una manera secuencial.
PARA LOS JUDÍOS, PERO TAMBIÉN PARA LOS GENTILES
Como judío y como un testigo presencial, Juan tenía mucho qué decir acerca del rechazo del judaísmo hacia Cristo. En el Evangelio encontramos 14 citas directas del Antiguo Testamento, o las Escrituras Hebreas, que respaldan a Jesús como el Mesías. La mitad de ellas proviene de los Salmos, cuatro de Isaías, dos de Zacarías y una de Éxodo; en otras palabras, de las tres divisiones de las Escrituras: la Ley, los Profetas y los Salmos (consulte también Lucas 24:44). Para cuando Juan escribió, hacia finales del siglo primero, ya habían surgido falsos maestros de todas partes, y era el momento de repetir la verdad acerca de la identidad de Jesús en términos que los judíos de Judea, los judíos que hablaban griego y los gentiles pudieran entender. Por consiguiente, el Evangelio comienza con una afirmación acerca de la preeminencia de Jesús como la expresión preexistente de Dios o, en términos filosóficos griegos, el Logos, que significa «el Verbo».
No obstante, en ninguna de las epístolas de Juan encontramos referencias directas o citas del Antiguo Testamento. Eso parece curioso, porque la mayoría de los escritos del Nuevo Testamento contienen cierta referencia a las Escrituras Hebreas; sin embargo, Juan ya había hecho referencia en su Evangelio a las pruebas encontradas en las Escrituras de que Jesús es el Cristo. Con el tiempo, las personas comenzaron a cuestionar el Evangelio, y las falsas enseñanzas gnósticas comenzaron a contradecir la verdad acerca de Jesús. Así que la primera epístola comienza con un recordatorio en términos familiares a la condición de Juan como un testigo presencial de la venida de Cristo (consulte Juan 1): «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido» (1 Juan 1:1–4).
CREENCIAS GNÓSTICAS
Juan estaba luchando contra la creciente influencia de los maestros gnósticos que negaban el testimonio acerca de Cristo que se había dado desde el principio del Evangelio. Ellos afirmaban tener información secreta (gnosis). La oposición, decían, es entre el espíritu (el bien) y la materia (el mal). Ellos enseñaban que la esfera humana está corrompida y que Dios no tiene nada que ver con ella. Por lo tanto, Jesús no podía ser el Cristo divino, sino por un breve periodo —desde Su bautismo hasta justo antes de su muerte—; y tampoco pudo haber sido asesinado, sino que sólo el Jesús humano lo fue. Además, debido a que Dios no tiene nada que ver con este mundo, podemos comportarnos como nos plazca. El pecado, de hecho, no importa.
Entonces Juan escribió: «Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad» (versículos 5–6). Es fácil imaginar el efecto de corrupción del tipo que estaban denunciando las enseñanzas de Juan. Luego continuó: «Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (versículos 7–10).
El pecado es una realidad; existe y nos aísla de Dios. No es la forma de vivir, pero pecamos, y sin embargo hay un camino que nos conduce bajo la mirada de Dios. La muerte sacrificial de Su Hijo, señala Juan, ha hecho posible sostener una relación con Dios y continúa facilitándola, gracias al pago por el pecado y su perdón.
Juan no pretende alentar el pecado con sus escritos, sino simplemente reconocer que los seres humanos pecan incluso después de su conversión. «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación [o expiación] por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2:1–2).
«¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: “Lo conozco”, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad».
Los gnósticos enseñaban que ellos estaban por encima del pecado como seguidores de su versión de Cristo. Ellos eran más «espirituales» y no necesitaban una ley que definiera su comportamiento, pero Juan continúa con un recordatorio de que la obediencia al camino de Dios es prueba de que Le conocemos; todo lo demás es un engaño: «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (versículos 3–6).
Después, Juan señala que la verdad acerca de Cristo es la que se ha enseñado desde el principio. No es cuestión de descubrir nuevos conocimientos esotéricos como afirmaban los gnósticos. No necesitamos ninguna información secreta, porque Dios ha revelado la verdad acerca de Cristo desde el principio.
DIOS Y EL MUNDO MATERIAL
Juan sabe que Dios se preocupa por el mundo material. Esto es lo increíble acerca del Padre y el Hijo. Ellos se han involucrado con su creación hasta el punto de sacrificar por ella una vida sin pecado, de manera que puedan tener una relación eterna con sus hijos. Los gnósticos, observa Juan, caminan por la oscuridad, no por la luz. Esto es evidente porque sienten odio hacia otros seres humanos: «Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos» (versículos 7–11).
Ahora, uno se podría preguntar cómo es que esto es relevante en la actualidad. Existe todo tipo de variaciones en el tema que plantearon los gnósticos. Sin duda, tenemos versiones modernas del gnosticismo de los tiempos de Juan. Tenemos a quienes niegan que Cristo haya existido o a quienes insisten en que los registros del Nuevo Testamento no son confiables, y tenemos nociones de la Nueva Era acerca de lo que Dios está haciendo en el mundo. Hay toda clase de sistemas de creencias, con personas que eligen lo que prefieren de todas las tradiciones. Las personas afirman tener una vaga espiritualidad sin mucha definición en términos de un comportamiento correcto y dicen: «Soy espiritual, pero no religioso». Es como si las personas prefirieran todo menos la verdad presentada por Dios por medio de Cristo.
A pesar de la participación de Dios en el mundo físico, la primera sección de la primera epístola de Juan concluye con instrucciones acerca de cómo relacionarnos con él de una manera apropiada: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (versículos 15–17).
De aquí hasta el final de la primera epístola, Juan analiza la realidad de que la era del hombre está llegando a un final y que el espíritu del anticristo está extendido, pero abordaremos ese tema en la próxima ocasión.
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