Juan: Mensajes Fundamentales
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(PARTE 19)
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En el número anterior se revisó la apertura del libro del Apocalipsis y los mensajes que a Juan se le comisionaron escribir a siete congregaciones específicas en la provincia romana de Asia a finales del primer siglo. Los seguidores de Cristo en las ciudades de Éfeso, Esmirna y Pérgamo enfrentaban problemas propios al igual que de índole social. Se les mostró lo que debían hacer para superar sus fallas y continuar haciendo progreso espiritual. En conjunto las siete iglesias son un símbolo de la Iglesia a través del tiempo, y los mensajes dados proporcionan continua instrucción esencial. Las cuatro restantes fueron Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
TIATIRA: TOLERANDO INMORALIDAD
El mensaje de Jesucristo a Tiatira nuevamente fue específico a los problemas que la ciudad planteaba para sus seguidores. Según la leyenda, Tiatira, a unas 35 millas (55-60 km) tierra adentro desde Pérgamo, fue establecida por primera vez como un centro de adoración al dios sol Apolo Tyrimnaeus. Pasó por manos de macedonios, seleucidas y gente de Pérgamo, sus posesiones fueron entregadas a Roma en 133 a.C.
Actualmente todo lo que puede verse de la antigua ciudad son algunas ruinas dispersas en el centro de lo que hoy es Akhisar. Sin embargo, a partir de unas inscripciones descubiertas, se puede ver que fue una ciudad rica, con muchos gremios de comerciantes bajo el patrocinio de diversas deidades paganas. Los gremios eran por lo tanto, mucho más religiosos en la práctica de lo que cabría suponer. Sus fiestas se celebraban en templos locales paganos. De acuerdo al Word Biblical Commentary, los miembros de estas asociaciones eran «sastres, panaderos, peleteros, alfareros, fabricantes de lino, mercaderes de lana, traficantes de esclavos, zapateros, tintoreros, y artesanos del cobre».
Los del gremio de tintoreros eran especialmente exitosos. Un seguidor de Jesucristo que vino desde Tiatira era una mujer llamada Lidia. Esta era vendedora de purpura o tela purpura quien estaba asociada con el ministerio de Pablo en Filipos (Hechos 16:14–15, 40).
Los artesanos del bronce formaban otro gremio. En parte, esto puede explicar un referencia en la carta al ángel de la iglesia en Tiatira, al que Juan escribiría: «El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido» (Apocalipsis 2:18, Reina-Valera 1960). Aquí a Cristo se le alude como «el Hijo de Dios»—el único lugar en el Apocalipsis que ocurre. Por tanto, es importante y se puede establecer la importancia de una ciudad que se dedicaba en gran medida al culto imperial y veía al emperador como un hijo de dios y también como el dios sol en la carne. Este Hijo de Dios brillaba con más intensidad que el dios del sol y patrón del gremio local.
Pese a las difíciles circunstancias que rodeaban a la iglesia en Tiatira, se ganaron el encomio de Cristo «conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras» (versículo 19). Sin embargo, como otras iglesias en la provincia de Asia, fueron corregidos por ciertos problemas: «Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos» (versículo 20). La iglesia de Tiatira había sido seducida a seguir algunas prácticas de la sociedad pagana a su alrededor, en especifico, escuchando falsas enseñanzas gnósticas y dándose a libertades sexuales—volviéndose intemperantes. Parece ser que estaban plagados de un tipo en particular de seducción que implicaba sexo en el templo y alimentos ofrecidos a los ídolos. Literal o figurativamente, este engaño estaba relacionado con una llamada Jezabel, tal vez una líder de algún gremio y, sin duda considerada como una contraparte de la infame reina idólatra del antiguo Israel (1 Reyes 18–21; 2 Reyes 9).
El mensaje a la iglesia de Tiatira es claro, y demuestra que Cristo en ocasiones simplemente habla bastante claro: «Y le he dado [Jezabel] tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella. Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras» (Apocalipsis 2:21-23). Este es un pasaje muy poderoso. Jesucristo está preocupado por los corazones y las mentes, sobre las normas privadas y públicas. Mas él siempre es equitativo, justo y misericordioso. Simplemente desea ver arrepentimiento y un cambio en el comportamiento.
Había algunos en Tiatira que no cayeron bajo su juicio. No se habían comprometido, y la declaración para ellos pone de relieve otro problema potencial: «Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga; pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga» (versículos 24-25). La frase «las profundidades de Satanás» probablemente es una referencia a la idea gnóstica de que para que una persona pueda vencer a Satanás, él o ella tienen que experimentar la maldad de manera profunda. Los gnósticos creían que, dado que el cuerpo fue hecho de materia y era por tanto malo, romper las leyes espirituales no tenía ninguna importancia. Esto dio lugar a demasiado libertinaje y a una mentalidad de «todo se vale», muy similar a lo que vemos en la sociedad actual.
«Eso sí, retengan con firmeza lo que ya tienen, hasta que yo venga. Al que salga vencedor y cumpla mi voluntad hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones».
El mensaje a la iglesia de Tiatira termina con una promesa familiar de vida eterna con propósito: «Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (verses 26–29). El tipo de compromiso aquí fue la permisividad en la vida personal, en un intento de mezclar formas de la sociedad con la adoración a Dios.
SARDIS: PRÁCTICAMENTE MUERTA
Sardis, aproximadamente 40 millas (65 km) al sureste de Tiatira, fue una antigua ciudad de riquezas y comercio, la capital del reino de Lidia y el hogar del legendario rey Creso. La riqueza provenía del oro encontrado en su río Pactolo y de sus productos textiles. La primera acuñación del mundo, hecha de una aleación de oro y plata, se introdujo en Sardis. En la intersección de diferentes rutas comerciales, fue también el Camino Real de Susa a finales del siglo V a.C. Persas, griegos, seleucidas, de Pérgamo y los romanos gobernaron Sardis en sucesión. Partes del templo jónico de Artemisa de los tiempos seleucidas aún se pueden ser vistos, así como los restos de la acrópolis de Creso. Después que un terremoto destruyó gran parte de la ciudad en el 17 d.C., fue reconstruido con la ayuda de los emperadores Tiberio y Claudio.
Con una población estimada entre 60–100,000 habitantes, Sardis era el hogar de una comunidad judía bastante grande en la época de la Iglesia primitiva. Se le menciona en las Escrituras Hebreas como «Sefarad» (véase Abdías 20) y pudo haber sido un lugar para judíos refugiados políticos en los siglos después de la caída de Jerusalén en 586 a.C. Flavio Josefo, historiador judío del siglo primero, nos dice que había suficientes judíos adinerados en su tiempo para mandar el impuesto del templo a Jerusalén. Por consiguiente, habría sido el lugar natural para la enseñanza de los apóstoles echara raíz. Como lo observamos anteriormente, era la costumbre de Pablo tratar de dirigirse a aquellos en la sinagoga primeramente, puesto que estaban letrados en las Escrituras.
«Yo sé todo lo que haces y que tienes la fama de estar vivo, pero estás muerto. ¡Despierta! Fortalece lo poco que te queda, porque hasta lo que queda está a punto de morir».
El mensaje de Cristo a la iglesia de Sardis comienza: «Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto» (Apocalipsis 3:1). He aquí un grupo de creyentes que se pensaba estaban vivos y vigorosos, y sin embargo, bajo los estándares de Dios como si estuvieran como muertos. Nuevamente, la lección es clara: Los seguidores de Cristo suponen exhibir su fe con hechos, viviendo de manera constante un estilo de vida. Tiene que haber algo más que una muestra de rectitud. Los verdaderos seguidores tienen que demostrar su creencia con acción, tanto hacia Dios como a sus semejantes.
Una vez más, el mensaje a la iglesia es muy fuerte: «Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (versículos 2–3).
Había, por supuesto, algunos, como en cualquier congregación, que eran fieles a su creencia; y Cristo no los olvidó. Aquel con ojos como de llama de fuego puede reconocer a sus ciervos fieles: «Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras, y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas»(versículo 4).
Y luego continúa la promesa de vida eterna para aquellos seguidores de Cristo entregados y activos: «El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borrare su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre. El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (versículos 5–6).
Una vez más, esta carta sencilla y directa contiene fuerte corrección. Los miembros de la iglesia en Sardis debían vencer el letargo espiritual, su forma de comprometerse. Sin embargo, también hubo aliento para la congregación. Cristo les recordó el increíble futuro que les esperaba, pero tenían que hacer su parte.
FILADELFIA: COMPROMETIDA FIELMENTE
Filadelfia, a unos 45 kilómetros (28 millas) al sureste de Sardis, tenía mucha importancia económica como comunidad productora de vinos situada a los pies del altiplano central de Asia. El nombre de la ciudad significa «amor fraternal», llamada así posiblemente por Atalo II de Pérgamo, cuya lealtad fraternal le valió el epíteto «Filadelfo», dedicó la ciudad a su hermano el rey Eumenes a mediados del siglo segundo a.C. Otra afirmación es que el egipcio Ptolomeo II Filadelfo fundó la ciudad después de que tomó posesión de territorios en Asia Menor en el siglo anterior. Lo que se sabe con certeza es que los romanos le concedieron la exención del pago de impuestos de la ciudad y le dio ayuda cuando sufrió el devastador terremoto en 17 d.C. En agradecimiento, los líderes locales añadieron «Neocesarea» al nombre de la ciudad. Más tarde, en la época de Juan, se convirtió en Filadelfia Flavia en honor del emperador Vespasiano (69-79) de la línea Flaviana.
Cristo le instruyó a Juan escribir a la iglesia de Filadelfia: «Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (versículos 7–8).
Esto significa que cuando Jesucristo toma una decisión, tiene el poder, tiene finalidad, y ningún hombre puede interferir con esa decisión. La congregación carecía de la apariencia externa de poder espiritual. Sin embargo, eran humildes, y tenían un fiel compromiso al camino de vida de Cristo, no obstante también enfrentan problemas. Parece que en esta ciudad había un grupo de judíos que decían ser religiosos y no lo eran. Perseguían a los seguidores de Cristo: «He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado. Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra» (versículos 9–10).
Los filadelfianos en última instancia triunfarían sobre sus perseguidores. Esta es una promesa que aplica a los creyentes en todas las edades. Se nos garantiza la participación de Dios en nuestra seguridad física o espiritual, sin importar las circunstancias. Aquí se nos dice que los fieles serán guardados por un tiempo de grandes dificultades. El verdadero seguidor que sea fiel y esté superando los problemas personales en la vida tendrá la ayuda divina en tiempos de angustia. Un creyente dedicado vive cada día como si este fuera ser el último. Este es uno de los significados de los pensamientos finales sobre Filadelfia: que en última instancia, obtendrán vida eterna. «Vengo pronto», dice Cristo. «Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (versículos 11–13).
Los seguidores de Cristo en Filadelfia agradaron a Dios con su paciencia, su humildad y su disposición a obedecer. Por lo tanto, se les prometió una relación aún más cercana con Dios, en su nuevo mundo. Se les animó a no ceder en medio de la persecución religiosa.
LAODICEA: NI FRÍO NI CALIENTE
Laodicea, a unos 65 kilómetros (40 millas) al sureste de Filadelfia y a 160 kilómetros (100 millas) al este de Éfeso, era bien conocida por la producción de hermosa lana negra por su banca y por la práctica de las artes médicas. Debido a la actividad volcánica y sísmica de la región cerca de Hierápolis, se encontraba un balneario romano con aguas termales. La vecina Colosas tenía manantiales de agua fría. Unos 30 años antes, el apóstol Pablo había ministrado a las congregaciones en las tres localidades. Para cuando el escrito de Juan, el Apocalipsis, Laodicea era la iglesia para quien se reservó la mayor corrección. Parece que el suministro de Laodicea era de agua tibia. Las siete cartas llegan a su punto culminante con una terrible advertencia para el cristiano comprometido espiritualmente que es ni caliente ni frío.
A la iglesia de Laodicea, escribe Juan: «He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (versículos 14–16). La tibieza es un símbolo de la transigencia que surge con el orgullo espiritual, o autosuficiencia. Y eso no es claramente una característica que Jesucristo quiere ver en sus seguidores.
«Dices: “Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada”; pero no te das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú».
Laodicea también era una ciudad prospera—en parte porque se encontraba en el entronque de antiguas rutas comerciales. Sin embargo, la riqueza le causó problemas a Laodicea: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (versículo 17). La autosuficiencia de Laodicea ocultó una subyacente pobreza espiritual. No obstante, existía un antídoto: «Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas» (versículo 18).
Los productos de que se hablan aquí debieron ser bien conocidos a cualquiera de Laodicea. El oro era un artículo familiar. Sin embargo, el tesoro espiritual — un compromiso inquebrantable a Cristo, probado bajo difíciles circunstancias — habría sido difícil de encontrar entre los seguidores negligentes de Laodicea. La recomendación de Cristo que la iglesia de Laodicea se pusiera ropa blanca (símbolo de la justicia) — a diferencia de su famoso paño de lana negra — era un recordatorio de su desnudez espiritual.
Finalmente, Cristo les recetó un remedio en forma de ungüento para los ojos, para que la iglesia de Laodicea pudiera ver espiritualmente. Se cree que en la ciudad se elaboraba un colirio, pero la iglesia de Laodicea necesitaba su visión espiritual sanada más de lo que necesitaba un remedio físico. Cristo expresa su amor y preocupación con estas palabras: «Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (versículos 19–20).
El mensaje es claro: la autosuficiencia espiritual necesita de corrección. Los fieles van a responder a este tipo de consejo y van a cambiar, además Jesucristo está siempre dispuesto a ayudar. La carta a la iglesia de Laodicea termina con una invitación extraordinaria y la promesa de una vida sin límites: «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono» (versículo 21).
SIETE MENSAJES, UN MOTIVO
Lo que Juan establece en la primera sección del Apocalipsis es el prefacio para todo lo que sigue. Los mensajes a las siete iglesias—y a la Iglesia a través del tiempo— tienen que ver con resistir a las distintas presiones comprometedoras en un mundo que no es de Dios y no lo será hasta que todo lo que está descrito en el resto del amplio recordatorio del libro se cumpla. La transigencia puede ser el resultado de negligencia personal (Éfeso), poner lealtad en los humanos antes que a Dios (Esmirna), inmoralidad sexual e idolatría (Pérgamo), intemperancia (Tiatira), letargo espiritual (Sardis), persecución religiosa (Filadelfia), o autosuficiente (Laodicea).
Estas son condiciones humanas que han existido por siempre. Los discípulos necesitan la ayuda de Dios para evitar comprometerse en cualquiera de estas categorías al igual que aquellos de Asia del primer siglo lo necesitaban. El mensaje central es obvio: cualquiera que sea la forma comprometedora, es errónea e inaceptable para Jesucristo, y no permitirá al discípulo estar firme cuando los tiempos difíciles se aproximen.
El relato de lo que Juan vio y se le dijo que escribiera, ahora se desplaza al panorama de la historia de la humanidad, el cual debe desplegarse mientras que la época actual llega a su punto culminante. Aunque no podemos saber con exactitud cuando esta era de la autonomía humana terminará, ni el momento exacto del regreso de Jesucristo, el Apocalipsis da a conocer el tipo de mundo que precederá a su venida. También enseña a aquellos con oídos para oír, como deben distanciarse del camino del hombre—tipificado por el «el gobierno del Cesar»—y anticipa por su manera de vivir la soberana venida de Dios y su Hijo.
En el próximo número, la culminación del libro del Apocalipsis.
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