María: ¿Más que una Mujer?
¿Fue María simplemente una joven y devota mujer judía de medios ordinarios, pero con un extraordinario carácter, a quien Dios honró en gran manera al elegirla a ella, una virgen, para concebir milagrosamente y dar a luz a su Hijo, el Salvador; así como la esposa de José el carpintero, con quién más tarde tendría al menos seis hijos? ¿O es acaso la Nueva Eva concebida sin pecado, una virgen perpetua que, luego de su muerte ascendió en cuerpo y alma a los cielos para ser entronizada como la Reina del Cielo, y que intercede como Corredentora y Mediadora con Cristo en representación de los fieles, respondiendo a sus plegarias e incluso visitando a algunos de ellos en apariciones? Tales son los enfoques tan ampliamente divergentes que, en mayor o menor medida, sostienen cientos de millones de personas acerca de María, la madre de Jesús.
¿Quién fue la verdadera María y por qué hay tanta disparidad en las creencias acerca de ella? ¿Qué versión es la correcta? ¿O siquiera es importante saberlo? Lo que veremos es que lo que uno cree acerca de María depende en gran parte de la fuente de esas creencias.
MARIOLOGÍA
La segunda de las dos caracterizaciones anteriores de María —y, por mucho, la más elaborada— es sencillamente un pequeño boceto del conjunto de creencias de la Iglesia Católica Romana relacionadas con la virgen María, conocidas como Mariología. Dicha caracterización contrasta totalmente con la primera descripción, sostenida más o menos por los no católicos que afirman basar sus creencias sólo en la Biblia. Los principales dogmas de la Mariología, establecidos por la iglesia como autorizados, son los siguientes:
431 d.C., Madre de Dios
Este título para María se hizo oficial y fue incorporado a las oraciones en el tercer Concilio Ecuménico de Éfeso.
649 d.C., Virginidad Perpetua
En el Sínodo Laterano convocado por el Papa Martín I, se consideró que María se mantuvo virgen durante toda su vida.
1854 d.C., Inmaculada Concepción
El Papa Pío IX declaró, ex cathedra (es decir, «desde la silla», un dogma establecido por un Pontífice, lo que significa que invocó infalibilidad y lo convirtió en un artículo de fe), que María había sido «preservada de toda mancha de pecado original».
1950 d.C., La Asunción
El Papa Pío XII proclamó el dogma de que al término de su vida María fue llevada al cielo en cuerpo y alma, evitando así la descomposición de su cuerpo.
Puede haber incluso más dogmas sobre María en los años por venir. Millones de católicos solicitaron sin éxito que el fallecido Papa Juan Pablo II confiriera oficialmente a María los siguientes títulos y la declarara Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada del pueblo de Dios. Quizá el Papa Benedicto XVI o uno de sus sucesores dé ese paso.
A la luz de estas afirmaciones acerca de María realizadas después de haberse escrito la Biblia, la Enciclopedia Católica comprensiblemente comenta: «El lector de los Evangelios se queda al principio sorprendido al encontrar tan poco sobre María». De hecho, la narrativa bíblica acerca de María es decididamente escasa; sólo se le menciona en relación con diversos acontecimientos significativos en la vida de Jesús. Los más conocidos son la anunciación del ángel Gabriel de que de ella nacería el Salvador (Lucas 1:26-38), cuando dio a luz a Jesús en Belén (Lucas 2:1-20) y su participación en la presentación de Jesús en el Templo (Lucas 2:22-33), así como la huida a Egipto y el retorno a la tierra de Israel (Mateo 2:13-15, 19-23). Luego está su visita a Jerusalén con José y su familia extendida cuando Jesús tenía 12 años (Lucas 2:41-51). Al comienzo del ministerio de Jesús ella estaba con Él en una boda en Caná (Juan 2:1-11). En otra ocasión estuvo presente en Galilea (Marcos 3:31-35), donde Él se encontraba predicando y sanando. Después la encontramos a los pies de la cruz durante la crucifixión de Jesús (Juan 19:25-27). Su última aparición en el registro del Nuevo Testamento es con los discípulos y los hermanos de Jesús en la habitación superior poco después de la resurrección (Hechos 1:14).
Entonces, si se tiene sólo el registro bíblico, uno queda justificadamente perplejo ante los orígenes de la elevación de María en el dogma católico.
LA DEFENSA DE LA MARIOLOGÍA
En respuesta a las críticas de la Mariología católica y la escasez de bases bíblicas, Robert Payesko escribió una trilogía titulada The Truth About Mary: A Scriptural Introduction to the Mother of Jesus for Bible-Believing Christians [La Verdad sobre María: Una Introducción Bíblica a la Madre de Jesús para Cristianos creyentes en la Biblia], en la cual busca «mostrar que las [principales doctrinas marianas] se encuentran incuestionablemente enraizadas en las Escrituras».
Payesko parte de la premisa de que la iglesia tradicional del siglo dos de nuestra era en adelante es una continuación de la que establecieron Jesucristo y sus discípulos originales a mediados del siglo primero, una idea que no toma en cuenta al grueso de la erudición que revela una gran ruptura en la naturaleza de la iglesia entre los siglos primero y segundo y tercero. En 1918, el Dr. Jesse Lyman Hurlbut expresó un punto de vista tradicional de la historia de la iglesia cuando nombró el último tercio del siglo primero:
la era de las sombras... debido a que, de todos los periodos en la historia [de la iglesia], ésta es de la que sabemos menos. Ya no tenemos la luz clara del libro de Hechos que nos guíe, y ningún autor de esa época ha llenado ese espacio en la historia. Nos gustaría leer de las obras posteriores de los ayudantes de San Pablo, como Timoteo, Apolos y Tito, pero todos ellos y otros amigos de San Pablo quedaron marginados del registro luego de su muerte. Los cincuenta años posteriores a la vida de San Pablo yacen detrás de una cortina de la Iglesia mientras nosotros luchamos en vano para poder ver lo que ésta oculta, y cuando por fin se levanta, alrededor del año 120 d.C., con los escritos de los primeros padres de la iglesia, encontramos una iglesia que en muchos aspectos es muy diferente a la de los días de San Pedro y San Pablo (Historia de la Iglesia Cristiana, énfasis añadido).
Esta opinión se fortalece con una mayor apreciación de la naturaleza diversa del «cristianismo» del siglo dos. Autores como Clemente de Roma e Ignacio de Antioquía escribieron alrededor del cambio de siglo y, para ellos, el papel de María se limitó a ser la madre de Jesús. Incluso la espuria Epístola de Ignacio a María, conocida hoy por una copia en latín, no incluye ningún rastro de las doctrinas que se desarrollaron alrededor de ella, mientras que la Epístola a Juan (también espuria), probablemente del mismo autor, comenta que Santiago el Justo y Jesús eran tan parecidos que se les consideraba hermanos gemelos (nacidos del mismo vientre). El concepto de la virginidad perpetua de María no formaba parte del pensamiento de este autor del siglo dos o tres.
Payesko también pasa por alto la erudición más reciente (incluyendo la católica) que refuerza este punto en el redescubrimiento del carácter judío de la iglesia original que se estableció en Jerusalén. Otra debilidad en la perspectiva a favor del catolicismo de Payesko es que no existe evidencia creíble acerca de que el apóstol Pedro haya puesto un pie alguna vez en Roma (consulte «¿Estuvo Pedro alguna vez en Roma?»), por lo que no es posible establecer la continuidad del movimiento de Jesús y de sus enseñanzas en Roma bajo la autoridad de Pedro.
El hecho es que la doctrina mariana se aleja dramáticamente de las creencias de la iglesia del siglo primero (consulte «La Perspectiva Original del Pecado Original»). La Iglesia Católica invoca las Escrituras cuando establece su posición teológica sobre María, pero asigna un peso mucho mayor a las tradiciones y dogmas que evolucionaron mucho tiempo después de que se escribieran los relatos de testigos presenciales acerca de ella. Lo que es más importante para las enseñanzas católicas es su afirmación respecto a la autoridad para interpretar los escritos de los apóstoles originales a la luz de los dogmas establecidos siglos después en los diversos credos y concilios. El mismo Payesko confirma este enfoque: «Para entender por completo la verdad acerca de María primero tenemos que entender lo que los Concilios nos han enseñado acerca de ella y leer las Escrituras a la luz de esas proclamaciones» (The truth about Mary: a summary of the trilogy [La verdad acerca de María: Un resumen de la trilogía], 1998, énfasis añadido). Éste no es más que un razonamiento circular.
El hecho de que el primero de los concilios (Nicea, 325 d.C.) fuera convocado por Constantino, quien fue hostil hacia algunas de las doctrinas y prácticas de la iglesia del siglo primero, debería conducirnos a tener serias dudas acerca de la veracidad de la doctrina mariana (consulte «La Llegada del Emperador Cristiano» y «Una Estructura Hueca»).
Entonces, a la luz de las premisas de Payesko y de la brecha en el registro histórico, no es de sorprender que aunque él vea un registro continuo de la enseñanza mariana desde su muerte, la vasta mayoría de sus citas históricas sean de finales del siglo dos y del siglo tres en adelante. La inopia de referencias del siglo primero y de principios del siglo dos se debe al hecho de que los primeros seguidores de Jesucristo (los apóstoles originales) no tenían tales creencias marianas.
Payesko afirma repetidamente que la doctrina mariana se basa en una abundancia de escrituras, pero cita las más oscuras que sólo se pueden utilizar mediante el proceso de exégesis —la lectura de significado en las Escrituras que resulta en el razonamiento circular antes descrito—. Las llanas declaraciones de las Escrituras y los hechos de la historia del periodo inmediato a María no respaldan tales interpretaciones. Esto queda ilustrado por un breve vistazo a tres de los dogmas marianos más importantes:
CONCEPCIÓN DE UNA INMACULADA CONCEPCIÓN
De acuerdo con Payesko, «ucas 1-2… nos brinda una magnífica afirmación y el resumen de las principales doctrinas marianas» y constituye «una obra maestra que abarca todo el espectro de la doctrina mariana». Una vez dicho esto, la mejor prueba bíblica que puede ofrecer para la doctrina de que María «en el primer instante de su concepción… fue preservada de toda mancha de pecado original» es Lucas 1:28, que dice: «¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; ¡bendita tú entre las mujeres!».
Empero, creer que el dogma se puede encontrar en ese sencillo versículo requiere ciertamente una creativa extrapolación. La Enciclopedia Católica, en efecto, contradice a Payesko cuando señala: «Ninguna prueba directa, estricta y categórica del dogma puede obtenerse de las Escrituras».
SUPUESTA VIRGINIDAD PERPETUA
Al analizar el dogma de la virginidad perpetua de María, Payesko señala que «Lucas 1:34 ha sido considerado tradicionalmente como una referencia de María a un voto de virginidad vitalicia». Aquí una vez más se nos pide que demos un gran salto de fe, puesto que el verso meramente señala: «Entonces María dijo al ángel [Gabriel, quien le había dicho que concebiría a Jesús aun siendo virgen]: ¿Cómo será esto? Pues no conozco varón».
La lectura de la virginidad perpetua de María en ese versículo se contradice en Mateo 1:25, que señala que José «no tuvo relaciones conyugales con ella hasta que dio a luz un hijo» (Nueva Versión Internacional, énfasis añadido, traducción apoyada en algunas versiones católicas), lo cual por supuesto indica que ella y José sí consumaron el matrimonio después del nacimiento de Jesús. Un suceso posterior confirma esto: Cuando Jesús regresó a su ciudad natal de Nazaret durante su ministerio, la gente de la ciudad estaba sorprendida por sus milagros y enseñanzas, y se preguntaba: «¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?» (Marcos 6:2-3). Para apoyar la idea de una virginidad perpetua los católicos buscan explicar que se habla de primos, no hermanos, pero aquí se utiliza el término griego para «hermanos» (adelphos), mientras que en Colosenses 4:10 se emplea un término griego diferente (anepsios) para «primo» [«Aristarco, mi compañero de cárcel, les manda saludos, como también Marcos, el primo de Bernabé» (NVI)]. Otra tesis ofrecida es que los hijos eran de un matrimonio anterior de José, pero no existen pruebas de ello y ése ciertamente no era el pensamiento del escritor de la Epístola de Ignacio a Juan (consulte «¿María se mantuvo virgen?»).
ASUNCIÓN DE UNA ASUNCIÓN
La doctrina de la Asunción de María a los cielos se basa en una suposición: algo le sucedió a Mario y no fue el destino que esperan todos los que son fieles a Dios: morir y ser resucitados o transformados cuando Cristo regrese a la tierra; sin embargo, ¿existe algún indicio en las Escrituras que hable de que se haya hecho una excepción con María? La Enciclopedia Católica nuevamente invoca la tradición como la fuente principal de esta doctrina:
En relación al día, año, y modo en que murió Nuestra Señora, nada cierto se conoce… De todos modos, la fe católica siempre derivó su conocimiento de este misterio de la Tradición Apostólica [aunque la tradición comenzó después del fallecimiento de los apóstoles originales]. Epifanio [m. 403] reconoce que no sabe nada definitivo sobre el tema (Haer., lxxix, 11)… La creencia en la asunción del cuerpo de María se funda en el tratado apócrifo De Obitu S. Dominae, que lleva el nombre de San Juan, y que pertenece de todos modos al siglo cuarto o quinto.
Por consiguiente, la base es una tradición desarrollada en una historia ficticia del siglo cuarto o quinto acerca de la muerte de María. En realidad, se trata de una novela corta en la que el escritor empleó lenguaje e imágenes bíblicas para crear este escenario, sin proporcionar ningún respaldo bíblico. Más que aceptar esto, Payesko insiste en tratar de encontrar escrituras que justifiquen su punto.
Lo que ilustran estos ejemplos es que cuando se parte de una premisa incorrecta, los argumentos desarrollados a partir de ella conducen a conclusiones erróneas. La primera teología mariana, sin autoridad bíblica, designaba a María como la nueva o una segunda Eva, que participa en la obra de la salvación con el segundo Adán (Jesús). Esto finalmente condujo al dogma de María como la Madre de Dios (no obstante el hecho de que la primera Eva fue la esposa de Adán, no su madre). Con el tiempo fue creciendo la noción de que habría sido impensable que ella, en esa posición elevada, tuviera relaciones conyugales con José después del nacimiento de Jesús. Así, se le describió como una virgen a perpetuidad. Además, los padres de la iglesia sentían una aprensión teológica con el hecho de que Jesús hubiera crecido en el vientre de una mujer contaminada por el pecado original. Este dilema se resolvió al fin luego de 18 siglos, cuando se anunció el dogma de su inmaculada concepción, pero eso dejó el problema de cómo conciliar su separación del pecado original con su muerte, la consecuencia del pecado original, y eso quedó resuelto con su Asunción, proclamada como dogma hace tan sólo 59 años por el Papa Pió XII.
No obstante, este efecto dominó de conclusiones extrabíblicas encuentra un alto con la simple evidencia bíblica del siglo primero de que, además de la bendición de Dios con la milagrosa concepción de Jesús mientras aún era virgen, María fue sólo una esposa normal, madre, ama de casa y seguidora virtuosa de Dios.
La obra de Payesko es la de un apologista que busca justificar doctrinas mediante el uso endeble de las Escrituras. Tal enfoque es necesario para justificar la doctrina ante las acusaciones de los críticos protestantes respecto a que las doctrinas no son bíblicas. En este sentido, la Enciclopedia Católica se muestra mucho más honesta que la apologética de Payesko.
¿EN REALIDAD IMPORTA?
¿Acaso importa realmente que las enseñanzas católicas hayan hecho a María más importante que la vida —y más que una mujer—? ¿Se debe venerar a un ser humano falible y hacerle objeto de tanta o más atención que el Mesías? Jesús usó fuertes palabras para quienes dieran más valor a las tradiciones y doctrinas humanas que a la Palabra de Dios (Marcos 7:8). Quienes se enfocan en la doctrina mariana más que en las enseñanzas de las Escrituras podrían desviarse del mensaje bíblico del Mesías, incluyendo su intención de regresar a la tierra para establecer su reino. La Biblia tiene mucho más que ofrecer acerca de la esperanza de que eso ocurra y nada para respaldar la Mariología.