¿Qué sucede cuando uno muere?
Perder seres amados —sea por accidente, enfermedad o edad avanzada, o por hambruna, guerra o terrorismo— siempre es difícil. La muerte es parte de la experiencia humana, pero saber eso no quita la aflicción y el dolor inmediatos ni las consecuencias a largo plazo.
Todos nos hemos preguntado acerca de la vida más allá de la misma: ¿Volveremos a ver a estos seres queridos o los hemos perdido para siempre? ¿Siguen aún de algún modo vivos, inmortales, y pueden comunicarse con nosotros? ¿Están en el cielo, observándonos desde allá, listos para ayudarnos, o continúan sufriendo?
Como saben los lectores habituales de Visión, procuramos analizar las preguntas desde la perspectiva bíblica, y a menudo hallamos que lo que la gente piensa que la Biblia dice «no es necesariamente así».
¿Cómo definen al ser humano las Escrituras hebreas? ¿Somos meramente entidades físicas: compilaciones aleatorias de átomos? ¿O espíritus atrapados en cuerpos materiales? Mucho de la confusión proviene de no entender el significado del término hebreo nephesh, citado en el capítulo 2 del libro de Génesis, que describe la creación del primer ser humano: «Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente [nephesh]» (Génesis 2:7, NVI 1999). Esto difiere de la versión del Rey Jacobo, según la cual los traductores rindieron el término hebreo no como «ser viviente» sino como «alma viviente». Los traductores del siglo XVII fueron influenciados por los primeros padres de la iglesia de los siglos II y III, que a su vez habían aceptado la antigua idea filosófica griega de que el ser humano era un cuerpo habitado por un alma. Para ellos, el alma era la parte esencia e inmortal; el cuerpo, meramente un recipiente temporal. Sin embargo, el libro de Génesis enseña que la llamada alma de cualquier ser humano nunca puede ser otra cosa que material y física. El hombre se convirtió en ser viviente cuando lo animó el aliento de vida que Dios le dio.
El término nephesh también se aplica a los animales: «Y dijo Dios: “¡Que rebosen de seres vivientes las aguas…!”» (Génesis 1:20, NVI 1999). Nadie sugeriría que esto significa que las criaturas marinas tienen almas inmortales. Tanto los animales como los seres humanos son, simplemente, seres vivientes que respiran mantenidos por el oxígeno.
Refiriéndose a este entendimiento hebreo según se expresa en Génesis, el colaborador Jon Levenson comenta en la Jewish Study Bible lo siguiente: «El ser humano no es una amalgama de cuerpo perecedero y alma inmortal, sino una unidad psicofísica que depende de Dios para la vida misma».
No es de sorprender que el resto de las Escrituras hebreas coincidan con esta postura. El libro de Job dice: «Pero lo que da entendimiento al hombre es el espíritu que en él habita; ¡es el hálito del Todopoderoso!» (Job 32:8, NVI 1999). Obviamente, esto está conectado con lo que leemos en Génesis, solo que ahora, «el espíritu que en él habita» se refiere a la parte pensante en nosotros, que se origina en Dios y nos da la capacidad de entender.
Las Escrituras hebreas explican que, al morir, ambas partes de esta unidad psicofísica dejan de funcionar. El libro de Salmos claramente dice que cuando uno muere, «sale su aliento, y [uno] vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos» (Salmo 146:4, Reina-Valera 1960).
El libro sapiencial de Eclesiastés dice: «Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido. Sus amores, odios y pasiones llegan a su fin, y nunca más vuelven a tener parte en nada de lo que se hace en esta vida» (Eclesiastés 9:5, 6, NVI 1999). Y también dice que los seres humanos y los animales corren la misma suerte: «Los hombres terminan igual que los animales» (Eclesiastés 3:19, NVI 1999) y «Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio» (Eclesiastés 12:7, NVI 1999). El cuerpo vuelve a la tierra como material físico descompuesto, a menudo como polvo o cenizas, y el espíritu vuelve a Dios.
«La creencia de que el alma continúa su existencia tras la disolución del cuerpo es asunto de especulación filosófica o teológica más que de fe sencilla, y en consecuencia, no se enseña expresamente en ninguna parte de las Sagradas Escrituras».
Con todo, a pesar de lo que parece el carácter definitivo de la muerte, los hebreos entendían el final de esta vida como algo temporal, una especie de sueño. Sabían que vendría un tiempo de despertar, cuando el cuerpo sería reconstituido y el espíritu, revivido: una resurrección.
El personaje principal del libro de Job se preguntaba: «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?». Y su respuesta era: «Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación. Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos» (Job 14:14–15, Reina-Valera 1960). Asimismo exclamó: «Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí» (Job 19:26–27, Reina-Valera 1960).
El regreso a la vida consciente es de dos tipos: físico y no físico. El profeta Ezequiel habló de una resurrección de personas físicas a una vida física: «Así dice el Señor Omnipotente a estos huesos: “Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el Señor”» (Ezequiel 37:5–6, NVI 1999). El profeta Daniel escribió sobre gente que será levantada para vivir o para morir por siempre: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Daniel 12:2, Reina-Valera 1960). A Daniel mismo se le dijo: «Pero tú, persevera hasta el fin y descansa, que al final de los tiempos te levantarás para recibir tu recompensa» (Daniel 12:13, NVI 1999). Todos estos versículos se refieren a la resurrección de personas previamente físicas que dejaron de existir por un período de tiempo.
Por último, consideremos las palabras de otro estudioso hebreo, el apóstol Pablo. En su primera carta a la iglesia de Corinto, él explicó que lo que le sucedió al primer ser humano nos sucede a todos: «En Adán todos mueren»; pero —prosiguió—, «en Cristo todos volverán a vivir» (1 Corintios 15:22, NVI 1999). Él se refería a Génesis 2:7 cuando escribió: «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente [en griego: psuche]», y expresó el medio de la resurrección al decir: «el último Adán [Cristo], en el Espíritu que da vida [en griego: pneuma]» (1 Corintios 15:45, NIV 1999). Nada hay que sugiera que Pablo aceptaba la noción griega de un alma inmortal. No lo hacía, porque el hebreo original no admite esa idea. De hecho, es ajena a la Biblia en ambos idiomas.
Todas las preguntas pertinentes sobre tener un alma inmortal que contempla a sus amados desde el cielo o que sufre el tormento después de la muerte, el ver alguna vez de nuevo a nuestros amados fallecidos, y cosas por el estilo, hallan respuesta al considerar estas verdades bíblicas fundamentales.